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La incomprensión de los suyos

29 de marzo de 2010

Entremos más hondo en el misterio de la pregunta fundamental. La escena pertenece a un fragmento de diálogo entre el viejo maestro del ícono Teófanes el Griego, y el renovador del ícono ruso, el monje Andrei Rubliov, la película es «La pasión según Andrei» (o conocida normalmente como «Andrei Rubliov»), de Andrei Tarcovsky, 1966. Las primeras frases despistan porque he recortado un diálogo que viene de antes; precisamente porque no es aquí el tema del diálogo el central, y no quería fijar la vista en él, sino en cierta intuición difícil de expresar, y que precisamente obliga al monje a formularlo casi evasivamente: «quizás aquellos que lo amaban lo crucificaron, porque eso ayudaba a su plan divino...»

 

 

 

Naturalmente que puesto en palabras crudas no puede formularse, carece de la más mínima lógica teológica y bíblica, sin embargo... esta intuición se asoma al umbral del misterio de la voluntad salvífica de Jesús: «nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente» (Jn 10,18). De haber estado allí, todos los que amamos a Jesús hubiéramos querido retenerlo; en Getsemaní los discípulos estaban «dormidos por la tristeza» (interpreta san Lucas de manera original, 22,45), como hacemos a veces para evadirnos ante situaciones para las que no tenemos ninguna solución; quieren también responder a espada a quienes vienen a prenderlo. «Lo amaban -señala Andrei- tan solo como hombre»

En cada nueva época, pero aun más, en cada nueva semana santa, volvemos a enfrentarnos a este abismo: Jesús debía morir, y pretender retenerlo es amarlo sólo como hombre. Contemplar la Pasión nos obliga a un vaciamiento, y el primero de todos es el de la lógica de nuestras relaciones humanas; también el amor, cuando no parte del misterioso destino del otro, de lo que el otro es y que nunca terminamos de comprender, puede matar.

 

 

Toda revelación será para vosotros

como palabras de un libro sellado,

que da uno al que sabe leer diciendo: «Ea, lee eso»;

y dice el otro: «No puedo, porque está sellado»;

y luego pone el libro frente a quien no sabe leer, diciendo: «Ea, lee eso»;

y dice éste: «No sé leer»

Dice el Señor: Por cuanto ese pueblo

se me ha allegado con su boca,

y me han honrado con sus labios,

mientras que su corazón está lejos de mí,

y el temor que me tiene son preceptos enseñados por hombres,

por eso he aquí que yo sigo haciendo maravillas con ese pueblo,

haciendo portentosas maravillas;

perderé la sabiduría de sus sabios,

y eclipsaré el entendimiento de sus entendidos.

¿Acaso no falta sólo un poco,

para que el Líbano se convierta en vergel,

y el vergel se considere una selva?

Oirán aquel día los sordos palabras de un libro,

y desde la tiniebla y desde la oscuridad

los ojos de los ciegos las verán,

los pobres volverán a alegrarse en Yahveh,

y los hombres más pobres en el Santo de Israel se regocijarán.

(Isaías 29,11ss)

 

 

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