Hacía años que no había leído un resumen del Misterio Revelado, tan preciso, lógico, cercano, suplicante y retador. Soplo de aire fresco en nuestro mundo tan aficionado a las perdurables mezquineces viejas; como siempre, por otra parte.
Y a mi entender, Maricruz y Kanbei han avivado la feliz hoguera, con sus aportes de cuerda pasión con o sin locura: al fin y al cabo el Amor es la pasión por excelencia y además, ordenada.
Desde Sta. Teresa de Jesús, nuestra Iglesia romana paulatinamente se ha vuelto a abrir al Misterio de la Trinidad, y con el Vat.II y su posterior liturgia, se nos presenta como nuestra misma casa. Ya era hora, que en Oriente nunca se perdió dicha perspectiva.
Dios nos reveló su divina constitución trinitaria, no para hacer alarde de su ininteligibilidad, sino porque constituye el lugar y contenido de nuestra propia salvación. Cristo no se anonadó haciéndose esclavo hasta la cruz y muerte, para alardear deportismo desinteresado divino, sino por ser la manera que tiene Dios de comunicar divinidad: no vino a llevarnos al cielo o a Dios, sino a traernos el cielo o a Dios, a hacernos cielo o Dios.
El Padre decide salvarnos -qué otra cosa podía decidir, el que en el amor nos había creado-, pero no se arroga su realización sino que se la encarga al Hijo. Jesús, convertido en Cristo, Salvador y Señor no ejerce directamente su dominio sino que con el Padre se lo encomiendan al Espíritu Santo, que es quien nos hace una misma vida con los hermanos y Cristo, y encabeza esta peregrinación familiar hacia el Padre. El Padre se anonada, el Hijo se anonada, y el Espíritu se anonada para que en nuestro anonadamiento nos acerquemos en familia a este Dios trinitario que es nuestra "casa".
Dios es Amor. Y el anadadamiento de Cristo nos trae divinidad únicamente cuando fructifica en personas anonadadas de amor: toda autoafirmación o autonegación que queda fuera de este ámbito divino, sólo puede desembocar en la nada de verdad.
No voy a repetir, más bien estropeándola, tanta belleza real tan bellamente sistematizada. Sólo quisiera comentar otro breve aspecto que parece dejó intranquilo a Enrique, y que sin embargo repetidamente aparece desde una perspectiva bien semejante en el NT. El hecho de que muchísimas veces -sino siempre- son más significativas las actitudes que las mismas obras, buenas o malas.
"El verdadero mal no es matar, violar, saquear, cosas que uno hace solamente en un estado de violencia irracional; el verdadero mal son esos alfilerazos asestados directamente bajo la hipocresía de una caridad mentirosa." Porque si matar no es un mal, es porque es un desgraciado accidente o un descuido morrocotudo, no veo otra alternativa
En la parábola de hijo pródigo, nadie negará que éste haya sido un desgraciado dilapidador y mujeriego; y además que el hijo mayor haya cumplido fielmente las prescrisciones y posiblemente hasta insinuaciones del padre; sin embargo es la actitud egoísta y desahijada de éste lo realmente trágico para el padre, mucho más que las maldades del hermano menor.
De manera semejante puede interpretarse perfectamente Ap 3,15 "¡Ojalá fueras frío o caliente!...puesto que eres tibio...voy a vomitarte" Si sólo a obras se refiere, es bien difícil que tenga sentido.
A mí personalmente este este artículo me ha dejado muy pocos no-sé-qués, al contrario de tantas y tantas explicaciones sobre Dios, la Trinidad, la Redención, el hombre, la gracia, la moral, los novísimos. Explicaciones que con frecuencia aparecen más que como realización como de una salvación en el Amor, como una salvación pero que muy interesada, aunque algunas veces muy solapadamente.
A su lado delicias para siempre.
Con lo que estoy en completo desacuerdo, y, discúlpeme quien lo puso, no es nada personal, es con el hecho de llamarle a Nietchez, profeta. Eso si me parece una barrabasada, una ofensa, un insulto a los Profetas, de los que confesamos en el Credo que Dios Espíritu Santo hablo por ellos, cierto que sigue habiendo profetas, pero entre esos no se encuentra “ ese” no tengo palabras para denominarlo, al que sí quieren, califiquen de buen filosofo, al que le guste, haya penas, de buen escritor.
Maite, me encanta tu celo por la ortodoxia, pero creo que conseguirás mucha más aceptación e influencia en los otros exponiendo lo hermoso y santo del contenido de lo que se te ha dado a creer, que echando pestes a todo bicho viviente te difiera de tu creer, manera de ver o de expresarlo. Creo que no llegan ni al número de dedos de una mano las verdades de la fe que sólo se puedan expresar de una manera. Y no puedo imaginar que haya muchas personas tan inteligentes en ETF como para decirnos algo que sea puramente error inadmisible, sin tener absolutamente nada de aprovechable.
Sobre esta frase tuya que cito, a pesar de lo muy veraz que aparece, es y supongo que el mismo que llama profeta a Nietzsche también lo cree, pues lo llama así en otro sentido que tu no apuntas ni te entretienes a buscar, como lo ha hecho Abel p.e.
Casi en la misma medida que rechazas y eres dura con Nietzsche, eres blanda y condescendiente con el señor Caifás quien por muy pontífice que fuera aquel año, objetivamente hablando puede ser alineado con el mismísimo Judas, y con ventaja pues a Judas al menos le supo mal lo que había hecho hasta colgarse: No es modelo de arrepentimiento, pero por lo que sabemos de Caifás es que ni siquiera se arrepintió.
Y el 4 Evang. me lo hace profeta.
Nietzsche al fin y al cabo, a pesar de su sueño, proclamación, o espanto -ten presente que de adolescente tiene una poesía sobre su deseo de Dios, que ya quisiera haberla no sólo escrito yo, sino que de mi carazón hubiera aflorado tal sed de Dios-, de que Dios hubiera muerto, con tanto funeral de Dios y entronización de tiranos humanos, no consiguió ni siquiera darle un puntapié efectivo a Dios.
En cambio Caifás no sólo le dió un puntapié, sino que lo condenó a muerte por blasfemo y lo hizo ejecutar en cruz: Por muy Pontífice que fuera Caifás, objetivamente su conducta es infinitamente más condenable que la de Nietzshe. Hasta dudo mucho que S. Pedro hubiera quedado demasiado satisfecho de la explicación profética que el 4 evangelio (Jn 11,51)da a su frase de perfecta mala baba judicial. Pues a pesar de ello, la Iglesia no encontró inconveniente en la explicación, y profeta nos ha quedado.
Por último, Dios no necesita que unos viles gusanos de la tierra, lo salven de nada, somos nosotros empezando por mí, y siguiendo por el autor del artículo, Maricruz no, quienes necesitamos que nos salve día a díaA pesar de que esta frase también tiene cosa muy verdadera, la veo tanto o más equívoca que los posibles aspectos proféticos de Nietzsche. Hasta el punto que dudo si es estrictamente cristiana al menos en su sentido literal. Yo no creo que Dios que es bueno, y según Jesús, es Padre, pueda jamás mirarte o confundirte con un gusano, vil o no; ni siquiera yo, que soy malo, puedo hacer tal cosa. Teniendo en cuanta que este Padre dejó que mataran a su Hijo Unigénito para nuestra salvación, hay que creer que le somos al menos tan necesarios como lo son los hijos para los padres más ejemplares humanos. ¿Tú puedes dejar creer que Alguien Justo y Santo que entrega a la muerte a su Hijo por nosotros, o que está chalado, o como dice Oseas, que nosotros somos capaces de removerle las entrañas, y El no es capaz -incapaz, poque además de ser Dios o tanto como Dios, es amante- de abandonarnos. Nada de gusanos, sino hijos de tal Padre.
En conclusión, me parece que la herejía pura es tan escasa como la verdad pura; por eso no resulta el que para rechazar lo malo, no perdamos lo bueno, sino que puliendo con sabiduría, lo aprovechable resulte doblemente bueno. De lo contrario nos quedaremos todos en ayunas y enfadados para más obligarnos!
A su lado delicias para siempre
Era ya innegable que la presencia de nuestra doncella madre, había sembrado de vida de un parecido inconfundible, tanto mi propia existencia y mi morada, como las de Raquel y Salomé. Sería destello de su corazón de madre, sería resplandor del niño Jesús que en su seno ya habitaba sin definirse bien todavía. Era ciertamente impronta de aquel tímido rostro sonriente de doncella, al que no había maldad que se resistiera, que respetuosamente todo lo penetraba y, con misteriosa Potencia todo lo rehacía, re-uniéndolo.
Ciertamente que a Raquel no se le había escapado detalle.
Por más que yo me resistiera, era evidente que las anotaciones de Raquel eran cada vez más claramente pura verdad que al fin se imponía. Ella no tenía la admirable dialéctica que contra mis objeciones esgrimía la Virgen, pero mostraba un tino bien similar para descubrir y recalcar insignificancias que acababan por ser del todo trascendentes. Resultaba claro que ello a María le encantaba hasta hacerle mostrar una serena exaltación. A mí también ello me admiraba y alguna vez me dejaba casi desorientado; comprendía perfectamente los desplantes entre enojados y cariñosos de Salomé, pues supongo que varias veces al día se debía ver sobrepasada por tanta increíble menudencia. No sé si no sería semejante a estar pisando un nido de hormigas no agresivas, pero imprevisibles.
Ya no más. También Salomé había sido arrastrada en el carro de fuego de la visita y agonía alumbradora de María. Yo no sabría jamás describir la emoción y el beso que se cruzaron silenciosamente con Raquel a la vista de María, pero no me cabe duda de que cuando se separaron debía resultar ya bien difícil adivinar qué parte de cada una de las dos almas eran de la tía y de la sobrina. Además, las dos habían resultado moldeadas tan afines al alma de la Virgen que cuando mútuamente se miraban, reflejaban la mismísima complacencia con que María contempló su mutuo abrazo.
¡Que ilusión no me habría hecho a mí entrar en el alma de Salomé, e ir desgranando la larga letanía de salidas impertinentes de Raquel, muchas de las cuales ya ahora presentaban destellos innegables de sabiduría y bondad eterna! Le pasaría con Raquel lo que me pasaba a mí al mirar alrededor: todo aparecía como un elaborada e inmensa mina portadora de todo secreto divino, en espera de gente resuelta a vender cuanto tiene, para dejarse poseer aunque fuera sólo por uno de ellos. Gracia sobre gracia se acumulaba en aquella chiquilla pequeña, tan familiarizada ya con el sentir divino: únicamente en Jesús y María había encontrado un rescoldo hecho a medida para el secreto fuego que animaba todo su hacer.
Pero aquella mañana era ya diferente. Nos sabía a los dos abrasados en la misma hoguera, para dicha suya. Descansada y hasta algo irónica, exactamente como la faz de la piedra, nos miraba algo admirada de que nos hubiera costado tanto caer en la cuenta de lo que a ella tan claro le resultaba; pero además, ahora su carita nos mostraba tal cariño, que no sólo nosotros dos y la madre María la espiábamos como enajenados, sino que creo que hasta el mismo niño Jesús, desde su secreta morada hacía lo imposible para gozar la vista de aquel rostro.
Si no fue mirando a Raquel, ciertamente que tuvo que ser una ocasión semejante la que hizo suspirar a Jesús: “Te doy gracias Padre… porque has revelado estas cosas a pequeños” Mt 11,25.
Había sido en la pasada noche de extraño alumbramiento, en que la madre de Jesús nos había unido en familia indisoluble a nosotros tres tan diferentes, y nos había agregado a su única familia de Nazaret. Había también sembrado nuestras personas y lugares con perlas de Palabra divina, que a ella literalmente embargaba, mientras acariciaba nuestros corazones para hacernos sentir más y más seducidos por aquel su “Hágase en mí”.
Violeta y Rosa de Abril, doncella y matrona montserratina, que llena con su fragancia cielo y tierra, poseída por el Espíritu y madre del Verbo eterno; compañera de caminos y veredas de hijas amantes e hijos pródigos, sin descansar de engendrar y enchanzar familia nazarena: bello rostro humano del Eterno Padre, cuya faz transmite e imprime en los humanos, hijos suyos también.
-Señora Maria. ¿está muy delicada su pariente como para tener que marchar tan pronto a la montaña de judea?, inquirió Raquel, precoz como siempre.
-Sí, es un poco ancianita, para tener un hijo. Puede que pase malos ratos.
-¿Más que Usted la otra noche?
-Raquel, terció suavemente la tía Salomé. ¿Es que no puedes pasar sin preguntar todo lo que se te antoja?.
-Es que estoy preocupada. También lo estaría si tú, tía, tuvieras que tener un hijo ahora.
Esta vez fue Salomé quien se rió con ganas, dejando a Raquel algo confusa; parecía que no lograba catalogar esta risa de su tía.
¿Cómo se habría enterado ya Raquel? Yo ya lo sabía pero no me había quedado resquicio para ponderarlo estos días. Para visitarnos, María casi que se había salido literalmente de su camino hacia Judea. "Ciertamente que pronto habrá de proseguir", me dije medio despertando. Qué pena que se acabara aquella visita de fecunda agonía. Visita que quisiera haber esculpido minuto a minuto en un libro imperecedero. Del fondo del corazón quería agarrar los pies de nuestra madre doncella, sin soltarla nunca, cual Magdalena prostrada ante el Resucitado.
-Jordi, aunque la señora María se marche, hace como su hijo Jesús, que no nos deja.
Al mirar la expresión de Raquel que me hablaba, se me partió el corazón de dolor y de verguenza: su valiente confesión surgía lozana de una alma amarada de pena. La partida de María era sentida como una especie de desaparecer de su nueva madre, aunque así no fuera.
¿Cómo podía yo haberme preocupado de mis penas sin haberla mirado a ella? Como devenida huérfana en un instante, se agarraba y proclamaba con toda fuerza su fe firme en una presencia en misterio, interpelándonos también a nosotros para que le diéramos nuestro apoyo total.
-¡Sí Raquel, los que de veras nos han amado una vez, ya no nos pueden dejar jamás, aunque se vayan más allá de las estrellas!
Ella me agarró el brazo con fuerza, hundió la cara en mi camisa, sollozando dolor, y de gozo en germen todavía.
A su lado delícias para siempre
¡Feliz PASCUA de PENTECOSTES a todos!
Se decía que en la Iglesia el Espíritu Santo era "el gran Desconocido"
Nada de extraño; por algo la efusión del Espíritu es la última etapa del divino anonadamiento (kenosis) que realiza nuestra Salvación. Efusión que Lucas nos pinta con bastante jaleo, pero Juan mucho más sobriamente: "...sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo..." Jn20,22.
Siempre pensé que lo de anonadamiento, era cosa del Hijo, tal como nos lo describe S. Pablo en Flp 2,6-11. También en Hb 5,7-8 se nos dice que Jesús, a pesar de su súplica en grito al Padre, fue a causa de su sumisión que fue escuchado: A pesar de ser Hijo, aprendió en el sufrimiento qué es obedecer.
Pero nuestra Salvación se realiza en el anonadamiento divino, en el que están implicados también tanto el Padre como el Espíritu Santo. Cómo en una Perfecta Trinidad se podría anonadar una Persona, quedando las dos restantes perfectamente ancladas en la felicidad y omnipotencia divinas?.
Hay Palabras de Jesús, que aunque no se refieran directamente a ello, nos hacen sospechar un profundísimo anonadamiento del Padre. “Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos...! Mt 7,11
Muchas veces hemos visto en la tele o cine, a señoras que se atribuyen delitos ante el juez o la policía. Si los resultados de la investigación cada vez hacen más inverosímil que la señora haya perpetrado el crimen, ¿no pensamos inmediatamente si no estará encubriendo a algún hijo?. Si de unas señoras que no dejan de ser malas, sospechamos casi por principio, que son capaces de dejarse meter en la cárcel o hasta dejarse ejecutar, para evitárselo a un hijo, ¿será mucho suponer que el maternal Padre del cielo, que además es bueno, habría preferido cien veces ser crucificado en lugar de su Hijo, que además también era bueno?.
Si se puede decir con propiedad que el Hijo aprendió en el sufrimiento qué sea obedecer, ¿no se podrá decir con la misma exactitud que el Padre, haciendo el sordo a la oración en grito de Jesús, no librándole de la muerte sino enviándole a ser crucificado, aprendió lo que era mandar? No hay resquicio que nos haga sospechar que la obediencia del Hijo en el amor al Padre y a los que le obedecerían después de consumado, sea en nada más terrible que el mandato del Padre, amante del Hijo, dado a causa del amor por los que finalmente aprenderíamos a obedecer.
“El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas? Rm 8,32”. Yo sólo puedo interpretar esta exclamación de Pablo, como un grito de Acción de Gracias al insondable anonadamiento de un Padre con el Corazón partido entre el Amor a su Hijo, que es todo lo que pesee, porque únicamente es Padre, y la obligación amorosa de darnos su máxima y única Posesión, su Hijo, para cercionarnos que su Amor a nosotros y a nuestra salvación, es maternal, paternal y perfectamente divino. El mismísimo que en Jesús tradujo para nosotros en muerte de Cruz, pero que realmente supera infinitamente a Cruces y a muertes.
Pero en este día de Pentecotés quisiera explayarme más directamente en el amoroso anonadamiento del Espíritu Santo.
La kenosis, anonadamiento de Padre e Hijo son eternas, por ser divinas, pero dentro de nuestro mundo se realizaron temporalmente sobre todo durante el A.T., vida de Jesús y de una manera puntual en la Pasión y Muerte.
La del Espíritu se prolonga materialmente a lo largo de toda nuestra historia.
Jesús, muerto en la obediencia amorosa, no podía quedar en la aniquilación. El Padre no sólo le resucitó sino que le constituyó Cristo, Señor y Salvador nuestro. Y este Cristo, Salvador y Señor nuestro, no realiza sobre nosotros su señorío y salvación a golpes de cetro o de preceptos a derecha e izquierda, sino que, animado por el mismísimo espíritu salvador y maternal del Padre, lo hace poniendo a nuestra disposición todo lo que tiene. En su vida humana de Jesús, el Hijo ya nos salvó dándonos su vida, en obediencia al Padre. Una vez hecho Cristo, nos posee y salva dándonos, en plena comunión de amor con el Padre, lo más secreto que anima su vida y corazón, su Espíritu que también es Espíritu del Padre.
En el aspirar de este Espíritu somos introducidos a participar en la secreta Vida del Hijo, en donde encontramos al que consuma y engendra toda vida: somos abrazados por el Padre.
En el suave arrebato de este Espíritu sin duda se consumía la agitada vida de S. Pablo, cuando tan apasionadamente, exponiendo su vida, manda a los creyentes a dejar de una vez de lado la ley –hecha pensando en los transgresores, no para fieles poseedores del divino Espíritu-, para preocuparse mucho más de “no entriste(cer)zcáis al Espíritu Santo con el que fuisteis sellados...” Es el Espíritu el que autentiza la veracidad de nuestro abrazo con el Padre, última instancia de la salvación.
Es aquí donde empezamos a vislumbrar la tremenda kenosis del Espíritu Santo. El anonadamiento de muerte a que nuestro amor sometió a Padre e Hijo, se perpetúa en nuestra historia en anonadamiento de espera, fortaleza, paciencia, gemido... en una palabra, de entristecimiento de Espíritu Santo.
La responsabilidad del Espíritu es tremenda, en nada menor a la del Padre e Hijo: El Espíritu está esncargado de que tanto desvelo y corazón partido del Padre, tanta cruz y sacrificio de Cristo, se traduzcan, fructifiquen en obediencia amorosa, humana y cósmica al Padre. El encargado de que tan tremenda historia de salvación divina, no haya sido en vano.
El Espíritu, tan delicado El, tan humilde como para que frecuentemente nos podamos atribuir su actuar en nosotros como fruto de nuestro proyecto, tan maternal por ser espíritu del padre, tan celador de la obediencia filial, como espíritu del hijo, se ha hecho esclavo de amor nuestro, sometido a nuestra rebeldía, a doble título: respetándonos como a madre, y exigiéndonos como a hijo.
¡Pobre gran desconocido que todo lo anima en el silencio, la esperanza, el dolor de alumbramiento, la divina inutilidad –única eficiencia real-!
Como Mónica impotente y esperanzada, el Espíritu nos va acompañando tantas veces entristecido por nuestra pródiga alineación, esperando que algún día recordemos que tuvimos casa con un Padre. Espera confortar nuestra verguenza y fracaso, para arrastrarnos emocionado a la casa del Padre, y finalmente poner en nuestros labios su secreta única oración verdadera: ¡Abba, Padre!
De qué emoción no embargará al Espíritu esta oración-grito proferida en nosotros, que hace llegar a puerto tanta peregrinación salvadora de Padre e Hijo.
No sería poca gracia en este Pentecostés, que le rogáramos prostrados, que libere en filiación tanto recobeco rebelde que sigue destrozando poco o mucho nuestra vida. Pero ello no basta, creo.
Se nos da el Espíritu nos sólo para hacernos hijos a nosotros, sino como testimonio y realización de que la paternidad de Dios se extiende al universo, de que Cristo es el primero entre todos los hermanos.
El Espíritu nos transforma en nuevos Pablos para que le ayudemos a actuar en los hermanos. Es El, mucho más que los milagros, quien nos autetiza como portadores veraces del Cristo Resucitado, y de la libertad de hijos.
"Ven, Espíritu Divino,manda tu luz desde el cielo".
A su lado delicias para siempre.
¡Feliz Cumpleaños Rosy!
Imagino vuestra velada en la Capilla de Guadalupe de Tepalcatepec, bajo la mirada recojida de su retrato encantador. Tanto más, cuanta ella también es patrona de nuestra Iglesia en Osaka.
Jordi
resultó que hube de esperar a los 16 para descubrir que "Dios es Amor" y eso transformó mi manera de contemplar a Dios.
No está mal tan corta espera, para descubrir lo que llena y da sentido a toda eternidad...
Qué bien que nos unamos a la Biblia, para repetirnos unos a otros, de mil maneras y con mil matices, insistiéndonos oportuna e inoportunamente, tal feliz realidad que es columna vertebral de toda vida: "Dios es Amor", que no está muy lejos de que El Amor es Dios.
Alucinante e irrepetible tu experiencia, y maravilla el que nos la participes tan bellamente. También es obra de aquel Amor, detalle y regalo para agradecer.
A su lado delicias para siempre.
Quizá (como me pasó a mi) hayamos descubierto tarde lo que es el Amor de Dios...
Al leer tu reflexión Kanbei, realmente se siente próxima a la propia piel las kénosis de padres y madres, que de por sí ya son un indicio bien elocuente de la personalidad del que nos ha planificado y plasmado.
Pero no creo que desmerezca en nada de la temperamental corazonada y exclamación de Jesús "Te bendigo, Padre,...porque has ocultado estas cosas... y las has revelado a pequeños"(Mt 11,25), la tremenda iluminación y gracia que supone el caer en la cuenta del trasfondo del corazón de este Padre Dios, al que tanta propensión tenemos de relegar con todo respeto, a un mundo divino de omnipotencia y omnisciencia, casi sin sospechar si quiera que pueda necesitar una pequeña oficina tranquila a la hora de atar los cabos de todo el plan salvífico, bien alejadito El y muy por encima de los altibajos de nuestra salvación en família.
Corazón de Padre, entregado y amorosamente destrozado, como no puede menos de hacer sospechar el título con que Jesús nos lo definió: "Padre nuestro (no únicamente Padre de Jesús) que estás en los cielos"... Y el mismo Jesús nos acabó de aclarar de qué Padre se trataba (y de qué hijos!!!) en la parábola del hijo pródigo: Es Padre como Dios manda, de tales hijitos, que mira que nos cuesta saber lo que queremos y lo que podemos esperar de nuestro Padre, para no hablar ya de lo que el padre esperaría de nosotros...
Que nos sea desvelado aunque sólo sea lo que debería ser evidente y claro a todo ser viviente, ya es por sí mismo una auténtica invitación a pasearnos por el cielo.
Y ciertamente a un poco de cielo me ha sabido tu post.
Y en el mismo post he encontrado patentes huellas tanto de la kenosis como de la fecundidad del Espíritu Santo.
pues reconozco que el Espíritu Santo es aún para mi ese gran desconocido
Ya de entrada nos lo presentas en estado bastante notable de kenosis. La humildad del Espíritu es tremenda, y uno se puede pasar la vida cooperando con el, sin notar que se asome por ninguna parte. Pablo nos dice que somos radicalmente incapaces de llamar con verdad a Dios Padre, sino es dentro de un gemido que produce el Espíritu en nosotros. Cada Padre nuestro que nos sale del corazón, es mucho más suspiro del Espíritu que ocurrencia u oración mía.
Y con más motivo todavía, descubrir el más mínimo resquicio del Corazón del Padre, sólo puede ser Don del Espíritu, así como toda ulterior profundización. Yo cuando te leo, creo que es mucho más exacto decir que te ha sido revelado por el Espíritu, que no que hayas descubierto, aunque ello también sea cierto, pues el Espíritu no viene a quitarnos nada sino a dirigir y divinizar las operaciones de nuestro espíritu.
La misma Cruz de Cristo, si sólo es consideración mía, aunque sea bien amorosa, sólo se distinguirá algo cualitativamente de la cruz de S. Pedro, pero ni asomo de amores infinitos, ni de vida divina entregada por mí. Esta perspectiva sólo la da el Espíritu. A ello apuntan claremente las palabras de Jesús: "Mucho tengo que deciros pero ahora no podéis con ello... el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa" Jn16,12-13.
A la mismísima Inmaculada María, le habria sido del todo imposible una relación maternal con la Persona del Verbo, sin ser totalmente poseída por el Espíritu.
Nunca es tarde para descubrir esta dimensión en la que ya estás viviendo, como ves porque tienes ojos, te des o no cuenta, se lo agradezcas o no. Pero ciertamente hay que proponerse vivir conscientes de esta animacíon del Espiritu que causa en nosotros la vida eterna, vivir en el tiempo ya, la eternidad.
Sin duda todo llegará y hay que esperarlo y concientizarlo con la misma ilusión y esperanza que una madre Mónica.
En su presencia delicias para siempre.
Creo que tienes razón Maricruz, de que el hilo ha ido ha acabar y no sé si también no comenzó, perteneciendo más propiamente al foro de la Voz del Espíritu, que a éste. Al principio sentí la duda, pero resultaba tan ligado a Pentecostés, que no me pareció inadecuado este lugar. Sin embargo por los contenidos, el rumbo decididamente ha cambiado hacia otro foro.
Quizás sí que sea mejor proseguir en el otro foro, ¿no?.
A su lado delicias para siempre.
Os tendremos presentes ante el Señor en la oración.
Animo.
Jordi
No sé de qué se tratará, pero parece una obra seria.
Después de tanto da Vinci, no deja de ser buena noticia.
Jordi
pero también es cierto que en ocasiones "las cuerdas han caido en parajes amenos"
Yo también creo Kanbei, que esta libertad en los foros, da a éstos, la gracia, interés y amenidad que comporta la espontaneidad.
Pero precisamente porque más de una vez se dan estos parajes amenos, lo que dice Maricruz tiene importancia. Durante un tiempo algún después de que se ha desarrollado el hilo, no creo que sea un inconveniente demasiado serio, pero cuando el hilo se va caercando o pasa al archivo, resulta un auténtico inconveniente ir a buscar temas interesantes que se encuentran en hilos de zonas en parte o totalmente ajenas a su contenido... Que el número de posts del archivo actual ya empieza a ser más que notable.
Yo creo que, sin encartronamientos o menoscabo de la espontenidad, es muy conveniente que los participantes, sobre todo cuando el comentario se aleja del tema propiamente dicho, piense dónde a la larga va a ser más conveniente haberlo posteado.
Pero como no siempre disponemos de mucha tranquilidad y tiempo para escribir todo lo que quisiéramos, y además puede haber diversidad de criterios al respecto, creo que es la dirección de ETF la que a la postre tiene el cometido de hacer asequible fácilmente todo el material del portal, de manera que es parte de su tarea el que, sin menoscabo de los derechos de quien postea, la dirección se pueda tomar una amplia libertad para proponer al que hizo el hilo que combiarlo de lugar, p.e., para hacer más expeditivas y lógicas, búsquedas ulteriores.
A su lado delicias para siempre.
Espero que tanto para tí Elena, como para tu Irene, haya sido un día grande, de profunda Paz.
Un día grande, saturado de aquel divino hechizo, que hace grandes todos y cada uno de los restantes días de la vida.
Cordialmente, ¡MUCHAS FELICIDADES!
Un abrazo de Comunión a toda la Familia.
Jordi
Abel, parece que la cosa va mejor, no? Si así es, Felicidades y te esperamos!
Jordi
Una pregunta íntimamente conectada con el misterio de nuestra salvación es la de porqué Dios y Jesús para salvarnos necesitan del anonadamiento, pasión, la cruz, y muerte. ¿No tenía Dios maneras y caminos para salvarnos con menos devarío y más cordura?.
Con frecuencia se cita el deseo divino de constituirse en auténtico ejemplo para nosotros... pero ¿es que no resulta ejemplar la conmovedora Navidad? ¿para qué extremar la cosa hasta viernes santo? ¿sería poco ejemplo o anodadamiento morir de una pulmonía o de tuberculosis?
Por una parte estas preguntas siempre me venían a confirmar la sospecha de que reflejaban ya por sí mismas, que la imagen que yo tenía de Dios era la de un Dios muy señorial, bastante alejado del Dios apasionado, que es Amor todo él, hasta el punto de que su única divinidad se desdobla en comunión de una familia trinitaria: tres Amantes hechos Uno por y en un mismo Amor.
Ciertamente que a Dios no le pasó por alto tanto la necesidad de ponerse a nuestra altura, para poder conversar con nosotros de corazón a corazón, como la conveniencia de constituirse un ejemplo para nosotros. En este sentido siempre me resultó llamativo el que las maestras de los parvularios japoneses, que al hablar con los niños casi siempre doblaran el espinazo más de 90 grados, para lograr un diálogo cara a cara hasta con los más pequeñitos de 3 años.
Sin embargo estas conveniencias difícilmente pueden constituir una respuesta adecuada al empeño y desvarío que la Santa Trinidad manifiesta al ocuparse de nosotros. Es una exageración tal, que cada vez me parece menos razonable el buscar su motivación partir de las meras necesidades humanas. Ni nuestro mero ser humano ni nuestro pecado, pueden ser la causa configurante de las decisiones salvíficas divinas. El hecho de que nuestra salvación se haya desarrollado dentro de una amorosa kénosis divina, puede que también sea requisito de nuestra pecadora condición humana, pero sin duda ante todo es fruto y manifestación de la Vida íntima de un Dios que es Amor Trinitario.
Siempre infunde respeto y casi suena a osadía, el ponernos frente a la intimidad de Dios, pero es un hecho ineludible: no se trata de mera curiosidad, pues Dios no nos ha revelado su misterio, para poner de relieve nuestra ignorancia e incompetencia ante su grandeza divina, sino porque en su propósito salvador, ha decidido introducirnos en esa su misma Vida divina, que se convierte así en el único ámbito capaz de animar y consumar nuestra propia existencia, redimida por El. “Como me envió el Padre que vive, y yo vivo gracias al Padre, así el que me come vivirá gracias a mí.” Jn 6, 57.
Es nuestra obligación el aceptar en humilde gratitud y generosa resolución, esta invitación de Dios a acomodarnos a su regazo, convertido todo El en Dios ya sin secretos, porque ha determinado introducirnos en su amistad:
¡Ven, Espíritu Santo, desvela en nuestros corazones la Amante Trinidad!
El Padre es origen y razón de toda la obra creadora y redentora: "...tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna." Jn 3,16. “Si me amarais os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo” Jn 14,28.
Sin embargo este Padre no se pone en contacto inmediato con nuestro mundo; personalmente no nos es asequible sino por la revelación del Hijo y en el Hijo. “A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre, es quien nos lo ha revelado” Jn 1,18.
Jesucristo, el Verbo hecho hombre, nos expresa su intimidad e identidad en un ámbito de total referencia al Padre y a nosotros, hasta el punto de hacernos a ambos criterio de su misma autenticidad. Sin el Padre y los creyentes, se esfumaría su personalidad.
Jesús es para nosotros el don y la realización en vida humana patente, de la secreta vida divina “y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y verdad" Jn1,14. Sus reacciones humanas respecto al Padre, a sí mismo y hacia nosotros, son manatiales que brotan de las relaciones interpersonales trinitarias, y que al mismo tiempo que nos son reveladas, nos urgen a una plena identificación con ellas por nuestra parte.
Cristo, en efecto, no puede darnos otro tipo de vida que la que el mismo vive: su continua referencia al Padre que tiene en sí la vida, y que es quien da al Hijo de tenerla en sí mismo también. Por ello, al estar con nosotros, no puede vernos de otra manera que como regalo del Padre, cuya pérdida debe evitar a cualquier precio y cuya salvación forma la otra referencia de todo su ser. Somos su obra a realizar, encomendada por el Padre.
Jesús es el Hijo del Padre, enviado para nuestra salvación, es el Hijo vivificador de los múltiples y pecadores hermanos, que somos para él posesión del Padre y regalo, cuya custodia y maduración le han sido confiadas. La personalidad de Jesús se nos manifiesta como un constante refluir entre el Padre y nosotros. Jesús necesita que le miremos y escuchemos, le creamos y sigamos, para que podamos contemplar y nos dejemos enajenar por el rostro y la acogida del Padre.
El Espíritu tampoco habla de sí mismo: recuerda y hace comprender a los discípulos las palabras de Jesús. Jn 14,26. Da testimonio de Jesús Jn 16,26. Los discípulos no pueden con las muchas cosas que le quedan a Jesús por decir. Será el Espíritu quien les llevará a la verdad completa. El Espíritu glorificará a Cristo, porque os anunciará aquello que ha recibido de mí... Todo lo del Padre es mío...Jn 16,12-15.
Resulta significativo que “el Padre... por su gran amor nos haya engendrado de nuevo, gracias a la resurrección de Jesucristo...1Pe 1,3.” y no, viniendo a este mundo a morir por nosotros. Nos dió algo más precioso a sus ojos que su propia vida: Su hijo amado.
El Hijo viene a este mundo y nos salva, testimoniándonos el máximo amor testimoniable en nuestro mundo: muriendo por el amado. Y ello para traducirnos en lenguaje humano el amor del Padre. A pesar de ser traducción muy limitada, agotó nuestro diccionario. Nos dió su vida, tal como suena; y, hecho a causa de ello Cristo y Señor en las esferas divinas, nos regala algo mucho más precioso que su misma vida y muerte humanas: instaura su señorío universal, regalándonos en mutuo acuerdo con el Padre, su propio Espíritu divino, más estimado que la propia vida, porque es un-otro-Yo, que al mismo tiempo es también Espíritu del Padre.
La Acción del Espíritu por su parte no es menos significativa. Se suma a nuestro propio espíritu para enajenarlo en un grito de oración: “Papá”. Grito por el que va configurando nuestra débil existencia humana dentro del ser filial del resucitado. Yo lo compararía a un adaptador, que así como adaptó la existencia humana de Jesús al tremendo voltaje de la corriente del Verbo, así transforma el voltaje de la vida divina, a los 10v. de corriente que puede soportar nuestra condición humana, pero haciéndonos llegar el mismo tipo de electricidad que alumbra y da vida a las moradas eternas.
Como un aparato correctamente enchufado a la corriente, es una delicia de usar, así también nuestro espíritu amarado en Espíritu Santo, es la máxima invención divina, totalmente eficaz para retornar al hombre y todo el universo, bajo el cariñoso señorío del Cristo Resucitado, a las mansiones de ensueño, diseñadas hasta el mínimo detalle por tan pundonoroso y tierna madre como es el Padre.
La Sma. Trinidad no ha parado de inclinar su faz hasta la altura de nuestro rostro, para acloplarnos sin estridencia alguna, y vivificarnos en la inaccesible y total unión de Amor en que vive y se re-crea. Su plan de salvación es tan perfecto, comedido y respetuoso, como el trinitario vaciarse mutuo en el otro para realizar un eterno recrearse.
Todo prometía ir como una seda, hasta a nivel de inserirnos a nosotros, pecadores y egoítas mortales, en esta eterna comunión de vida intercomunicada, en una plena confianza ciega de que íbamos a apostar por quienes tienen vida perfecta en sí, siempre a punto de comunicarla...
-¿Tanta confianza te merecemos?, le quería preguntar yo, medio incrédulo.
-La confianza no se merece; como el amor, sólo se puede regalar..., sin duda me respodería.
Ciertamente se trata de un Dios nada impresionable a los riesgos de la paternidad. Toda una eternidad es él, todo padre, todo Hijo en un sólo Espíritu. ¡Amable Dios, comunidad tan juvenil y aventurera, a pesar de tan larga experiencia en cosas de amores!.
¡Ven Espíritu Santo que en tu delicada y creadora mano, está la cosecha y recolección de tanta semilla y palabra de salvación, ya sembrada!
A tu lado delicias para siempre.
¡Ven, Espíritu Santo, desvela en nuestros corazones la Amante Trinidad!
Cristo Resucitado, por medio de la infusión del Espíritu, nos ha hecho asequible la vida íntima de la Trinidad, que consiste en un don de Amor total y recíproco. La plenitud de cada una de las personas consiste en el darse a las otras dos y ser plenamente aceptada por ellas: Don total que se transforma en Gratitud plena. Una Trinidad santa, indivisible y toda corazón rendido al otro. Todo un mundo de eterno bondad , belleza, amor y verdad. ¡Amante Trinidad!
Sin embargo la Santísima Trinidad neotestamentaria, no se mueve precisamente en un mundo divino tan perfecto, amable, encantador. Al contrario presenta el rostro de un Dios fundamentalmente alienado, todo él pendiente de unos seres que, desde las afueras, han sido introducidos en el corazón de su vida. Algo semejante a una ostra perlera, tan bien estructurada para llevar una vida tranquila y fecunda en el fondo del mar: Vienen unas manos humanas que abren brecha en la juntura de la caparazón protectora, cortan su carne hasta poder introducir en la herida un grano de concha extranjera. A causa de la herida, va segregando nácar protectivo todo alrededor del doloroso granito de cáscara ajena, hasta convertirse en enorme perla, que ensancha más y más la herida.
Parece ser que con la creación, Dios mismo abrió una brecha en el perfecto asamblaje donde eterna e imperturbable discurría su mutua donación de amor.
Es cierto que hay que relegar a las inescrutables razones que mueven al amor, para poder entrever un resquicio de lo que motivó a Dios para crearnos, pero lo que en realidad resulta alucinante, es la seriedad del todo divina, con la que Dios se enfrenta a su obra: desde la absoluta confianza que nos da, hasta la estoica esperanza que nos muestra ante nuestra bellaca traición, por no hablar ya de su inquebrantable resolución de reencaminarnos afablemente hacia el destino de sus anhelos, por más tercamente que nosotros nos empeñemos en apartarnos.
Dios literalmente empeña en ello su misma vida.
Este empeño de Dios, que desde la caída de Adán cada vez penetra más y más profundamente toda nuestra historia, no cesa hasta desembocar en la entrega de su mismo Hijo a muerte en cruz. Ello no puede representar sino una extremecedora convulsión en el seno de la Trinidad, sin que quede resquicio de vida trinitaria, ajeno a tan inaudita decisión y aniquilamiento.
Aunque se tratara de una decisión ejecutada por y para humanos, rayaría ya en lo increíble. Pero se trata de pundonor y tragedia que ha teñido la misma fuente del ser y la vida, cuyas aguas no se sabe si pueden ya volver al color original. No hay ya partícula tanto en Dios como en la creción, ajena a esta herida mortal y exaltación celestial y cósmica.
Resulta inacabable y frustrante hablar y hablar de ello, porque no nos es dado poder expresar ni su más tenue sombra. Mas lo que resulta del todo increíble, es que sea realidad, realidad que lo configura todo, relidad no separable de nuestra realidad.
Sí, Dios ha muerto; y ha muerto de amor, cómo no. Por algo Dios es amor. Por increíble que ello parezca, está en línea perfecta con el ser de Dios. Inefable, pero hasta cierto punto lógico en un Dios tan dado a amar.
Otra cosa estridente por de más, es el que no haya venido a morir por justos, sino por pecadores, por mí y por tí...
En este haber muerto por mí, pecador, está mi punto de partida real, para buscar la faz de este Dios. El turbio y revuelto Jordán de mi vida rebelde, fue por un momento herido de una luz o voz del cielo, cuando de en medio de otros innumerables pecadores salía el solidario Hijo, un poco puesto al descubierto por ser lugar de reposo manifiesto de la Paloma del Espíritu. Una vez la voz del Padre descubre entre mis aguas turbulentas, la presencia de su Hijo Amado, reposo y solaz del Espíritu, éste reemprede por milésima vez, su cometido de fecundar aguas tenebrosas y rebeldes, mucho más realmente que en el primer principio del Génesis.
Se trata de la acción del Espíritu, que es para mí el primer contacto personal con Dios, que al mismo tiempo eleva toda la profundidad de mi ser, a gemido y cántico a flor de piel. ¿quién podrá penetrar ya con repetuosa y colmante presencia los recobecos de mi espíritu de hombre, sino el Espíritu de Dios?.
No, las aguas de los pozos profundos de mi espíritu, incubadas por el Espíritu Santo, ya no podrán volver a su obscura rebeldía. El Espíritu de Dios lo renueva todo.
Es verdad; pero quizás también lo sea que mis aguas alborotadas no sean tan obedientes a la Palabra creadora, capaz de configurarlas fácilmente en ejércitos de estrelas de ordenado desfile, en tierra y mar, en vegetación y fieras, y hasta en una familia de humanos, encargados de gobernar (bajo el mando de Dios).
Divino Espíritu, ¿seré yo tan fácil de domesticar, entre tus tiernas manos, y en tu aspiración sabrosa de bien y amores llena?.
¡Ven, Espíritu Santo, desvela en nuestros corazones la Amable Trinidad!
En tu presencia, celebración eterna.
Como no pidáis consejo a Notredamus o a los Códigos de da Vinci, tendremos trabajo para demasiada predicción futbolística.
¡Vamos que Argentina lo ganó todo, menos penalties y patido!
Abrazos que no patadas, a todos, tanto los que rien como los que lloran.
Jordi
La mañanita era fresca, reluciente toda ella, sembrada de rocíos y flores. Toda una invitación a admirar la pujanza de la vida. ¡Qué lejos resultaba ya aquel crepúsculo que, medio incrédulo, contempló, velándola al mismo tiempo, la decidida marcha de María hacia mi morada y mi admiración zarandeada de tantos cuidados…! Yo tenía la sensación de haber recorrido en un día todo el ancestral camino que había moldeado a la piedra amiga. Aquella noche y alborada sólo habían dejado inalterados el pose y la decisión de peregrinar de María; nosotros tres y todo el universo a nuestro alrededor era una realidad completamente nueva. Aquella natural trascendencia que traslucía la palabra de María y la penetrante percepción de su mirada, era un reflejo de la profundidad infinita en la que está anclada toda la creación. Su lógica de doncella inocente, destellaba sabiduría divina y confundía toda humana necedad. Aquella inanidad de esclava, era capaz de acariciar desde la belleza suprema hasta la más supurenta herida. Ella sí que sabía de antiguas victorias y derrotas en el universo, imbuida como estaba del Espíritu que recónditamente todo lo convierte en camino, espejo y realización del Plan de Dios. Ella estaba ya soñando y ensayando al mismo tiempo los primeros pasos en vida humana, de la Palabra Creadora, toda obediente a su maternal mirada.
Pero la urgencia de hoy era su pariente Isabel, a indicación de un ángel. No la podíamos retener por más tiempo entre nosotros, después de que nos había desvelado el universo secreto. La mirábamos extasiados, a pesar de tener el corazón partido por la inminencia de su marcha.
Salomé, práctica ella, fue a buscar las provisiones para el camino. Yo no sabía cómo agradecer a la madre María por haberme agraciado con tan increíble camino en el que me había sido compañía. Para mí, fue un esbozo del camino de Emaús, en el que el corazón ardía, se me abrieron unos ojos para los que la desaparición no podía hacer otra cosa que cerciorar que estaba vivo en lo invisible El que vivía.
Sabíamos que su partida no alteraba ni disminuía aquel estrellado de sonrisas celestes, disimuladas en cualquier tramo de nuestras veredas terrenas hasta lo más alejado; Pero mi corazón sangraba extrañamente destrozado junto a aquel recién estrenado océano de alegría.
Hasta Raquel, sentada en la piedra, estaba como acariciándola.
-Señora María, la piedra debe estar muy triste. ¡Jamás la había visto llorar!
¡Qué salto no me daría el corazón! Otra cosa que jamás habría creído, me alejó de toda pena, e hizo concentrarme en mis ojos desmesuradamente abiertos. Examiné detenidamente la piedra, miré una y otra vez a donde Raquel miraba, no yo no podía ver nada más que aquella vieja y tranquila sabiduría que siempre rezumaba. Pero si Raquel la había visto llorar, pocas dudas me quedaron de que lloraba de verdad.
-¿No estás algo dolorida tú también, Raquel?
-Sí lo estoy, señora. Que aunque te quedas, también te vas. Pero la piedra lo está mucho más, que llora a lágrima viva.
Mi asombro iba creciendo por momentos, hasta que la madre María se nos acercó, y dándome una breve mirada sonriente, tomó la chiquilla en brazos, se sentó en la piedra con Raquel en su regazo, mientras le decía:
-Seguramente la piedra se ha vuelto tan sensible de tanto tratar contigo.
No sólo por ser palabra de María, sino que ya empezaba a parecerme evidente que a la bondad de aquella niña, no le resultaba nada difícil ni siquiera ablandar una peña.
Yo supongo que había dejado de llorar, y en aquel momento exultaba con toda su alma por segunda vez en tan pocas horas. Pero fue entonces precisamente cuando yo también la vi llorar, al manifestarme su serenidad mítica como un delicado equilibrio de extremado gozo y profunda pena, de constante conato e imperturbable aguante, de un adelantar constante entre la desintegración y la inmobilidad, entre amar y penar, esperar y frenar. Pero aquella proximidad de la Madre y Raquel, también a la piedra hizo trascender toda estructura.
A mí también se me concedió de nuevo olvidar todo mi mundo, para contemplar Madre y chiquilla, animadas por el mismo Espíritu, en una comunión de vida, que afloraba en sus caras: cuanto más mirabas a María, más amabas a Raquel; cuanto más mirabas a Raquel, más próxima y propia resultaba la interioridad de María.
Salomé proveyó a María lo que ésta le consintió: para una jornada. María nos despidió con un beso a cada uno. A mí me susurró: “mi amado ...ya viene... brincando por los collados”. Era la máxima distinción que sus labios podían proporcionarme. Pero esta vez sentí que no era sólo una distinción personal; el amado de Maria era una multitud sobre todo número “de toda tribu, pueblo y nación” (Ap.). ¡Qué misterio el Corazón de María!.
Al empezar a alejarse María me di cuenta que yo ya la había identificado en mi corazón con la mujer fuerte, la madre María, la señorial “Moreneta” y linda rosa de abril. Pero ahora al intentar retener avaramente en el corazón su figura de andar rápido, bañada de fresca luz matinal, caí en la cuenta que seguía siendo también la frágil doncellita del jardín de Nazaret.
Su figura se iba perdiendo en el horizonte, y Salomé llamó a Raquel: -¡Vamos!. Raquel oteando todavía el horizonte, esclamó: ¡ay, tía!.
Por un momento me pareció despertar de un sueño. La piedra inmóvil en su lugar; el jardin hecho una pequeña selva medio seca; Salomé y Raquel discutiendo. Nos despedimos y, mientras se iban Raquel dijo a su tía:
-¿Sabes tía que hoy la piedra lloraba a lágrima viva?
-Estando tan cerquita tuyo, cualquier cosa es posible.
Raquel visiblemente emocionada sonrió a la tía, y su sonrisa no era otra cosa que un pedazo de la sonrisa inefable de la doncella María.
Definitivamente el mundo estaba todo cambiado: Era la casa de Dios y la puerta del cielo.
S. Juan de la Cruz nos lo describió perfectamente en coplas:
"Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura;
y yéndolos mirando,
con sóla su figura,
vestidos los dejó de hermosura.
....
Y todos cuantos vagan,
de Tí me van mil gracias refiriendo.
y todos más me llagan,
y déjame muriendo
un "no sé qué" que quedan balbuciendo.
....
Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura.
mira que la dolencia
de amor no se cura,
¡sino con la presencia y figura!.
En su presencia delicias para siempre.
Jordi. 2006
¿Podremos, oh Espíritu divino, dibujar tus huellas invisibles, que moldearon el fluir rápido del pueblo de Dios en la historia y que siguen encarnando Cristo y misterio en nuestra vida disipada que se nos va de las manos?.
Irrelevante nos va resultando ya tu acción atrevida por la que plasmaste de la nada, un universo colmado en la vida, de cuya fecundidad somos nosotros mismos fruto y semilla. Cuántas pegas no encontraremos a tanto brodado de gracia de tus manos que nos penetra para que no nos desintegremos!. A veces hasta nos encontramos con ánimos como para diseñar en nuestras mentes un mundo mejor ideado. Y con más frecuencia todavía dejamos que las cosas vayan siguiendo la rutina en que las hemos encauzado, a pesar de entreverse el peligro real de que podemos acabar con todo este nuestro mundo, que propiamente es tuyo...
Si nos va resultando ya casi una sinrazón la emoción y grito del salmista: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento”(Sal 19), cómo podremos aguzar vista y oído para dejarnos enajenar por tu susurro trinitario, que nos identifica con Cristo, para adentrarnos en las veredas encantadas del seno del Padre.
Repetidamente nos eres enviado, y continuamente se va renovando la faz de la tierra.
Repetidamente el Padre, por Cristo te manda para que marques con tu sello divino, la autenticidad filial de nuestro vivir el bautismo.
Con qué silencio y embarazadora normalidad formaste a Jesús en el seno de la esclava María. Con qué cotidiana presteza tranformas pan y vino en frágil y comestible sacramento del Cristo glorificado. Con qué penas y rodeos vas cosiguiendo transformarnos a nosotros en sacramento de la gloria del Resucitado!
Es esta pequeña historia sagrada de cada día, alejada de conmociones sinaíticas, de plagas de egipto y de letra en piedra grabada, lo que quisiera cantar aquí: el éxodo de un mundo de esclavitud, hacia la tierra de prometida de tu libertad.
Desde luego Jesús estaba encantado de tu pastoreo escondido y clarividente, de tu omnipotencia tan menospreciada, de tu sonrisa a bienaventuranza galilea.
Extremeciste, fecundándolo, el cuerpo de María; extremeciste el Jordán y a un Jesús inmerso en nuestro pecado, para deleite del corazón del Padre. Jesús soñaba extasiado en tu capacidad de acceso a nuestra alma, hasta cederte el cumplimiento en nosotros, de su salvación que le costaría la vida. “Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito, pero si me voy, os lo enviaré” Jn 16,7
Sin Tí, la Palabra de la Vida, a pesar de haberse hecho palpable y visible sinfonía de nuestro mundo, parece que no acaba de penetrar las alienadas defensas de nuestro corazón: “Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa” Jn 16,13
Qué comunión de vida no tendría contigo, qué confianza ciega en tu silencioso e irresistible acoplarte a nuestro espíritu alborotado, qué humildad en comunión de vida trinitaria, esta tu inaudita presentación a sus discípulos del que además de ser verdad completa, era también camino y vida: Cuando venga El, os guiará a la verdad completa!.
“El me dará gloria, porque recibirá de lo mío, y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío” Jn 16,14-15a
Sí, y todo lo tuyo es del Padre y es de Jesús. Y también el regalo del Padre, tan codiciado por Jesús, que somos los discípulos, también se te confió por Jesús y el Padre. ¿cómo podía Jesús dejar de exultar, sabiendo que nos dejaba en tus ardientes y delicadas manos, siempre prontas a darle gloria y a glorificarle en nosotros?
¿Cómo nos penetras, oh Espíritu, para hacernos exclamar desde lo más profundo de nuestra alma mezquina y pecadora: Cristo, Señor! Para remover toda nuestra historia y arroparla en el eterno “abbá”, resumen también de la mismísima historia de Verbo...
Y oras en nosotros tan solapadamente, que llegamos a dar por supuesto como la cosa más normal, que compusimos el padrenuestro.
Ay! A veces siento como si fueras demasiado callado y bueno. Es verdad que más de una vez echas chispas divinas, y hasta rayos, pero desde los tiempos de Elías eres decidido amigo de brisas suaves. 1 R 19,12-13
Eres tan bueno que a ver si no vas a encontrar quien te haga caso... No sé si tu encanto divino, hizo soñar un poquitín demasiado a Jesús, relegando un poco a segundo plano amargas enseñanzas de la historia sagrada: Is 66 (cfr v.10: “mas ellos se rebelaron y contristaron a su Espíritu santo”.)
En tu presencia delicias para siempre
Siempre me pareció intrigante, quizás a causa de mi poca inclinación a una comunión total, el detalle de la acción trinitaria, por el que el Padre al poner manos a la obra en casi todas sus proezas antiguas, se haga preceder y te deje su ejecución, a Tí, divino Espíritu, o a la Palabra, cuando no a los dos explícitamente.
No podía ser otro que Tú mismo, quien estremecía alma y huesos de Isaías, cuando se propuso recordarnos las misericordias del Padre, que tuvo con la casa de Israel, a lo largo de su historia (Is 63,7-64,11).
El mismo punto de partida de esta historia, no es otra cosa que un derroche de ilusiones del maternal corazón del Padre; ilusiones algo precipitadas, quizás. Y parece insinuar Isaías que en ello Tú tuviste bastante parte, Espíritu del Padre y de la Palabra. Porque aunque sea desde tu invisible transpararencia, participas plenamente en la bondad sin sombra del creador, y la animas eterna y vigorosamente.
¿Quién podría imaginar que de tu impulso de trinitaria mano, pudiera salir algo cuyas delicias no fueran exclusivamente las infalibles misericordias de vuestra bondad? No te puedo sino imaginar extasiado de ilusión, derramando sueños y parabienes en el corazón del Padre.
¿Hubo jamás sueño de madre esperando al primogénito, comparable a vuestro sueño durante la gestación de la casa de Israel? Y eso que ya no os faltaban motivos para no fiaros ni mucho ni poco de la bondad humana. Pero sea o no sea de fiar, es parte de vuestra misma bondad, ya que cual atrevidos amantes nos creásteis.
Sabías perfectamente, Espíritu de Dios, que nuestros primeros padres ya se os plantaron sabiondos y decididos a ir por la suya, cuando casi no habíais ni acabado los adornos del paraíso. Y vaya que si consiguieron hacer un mundo a la medida de sus caprichos!. Nuestra opción fue la de alejarnos de Tí, sin intimidarnos ni siquiera la autoaniquilación, que tangible se gestaba.
Es innegable que con la raza de Henoc y Matusalén (Gn 5.) os apuntasteis unos tantos memorables. Pero la injusticia, las comilonas arrancadas a tantísima probreza, borracheras entre cantares, violencia y espada se fueron erigiendo en ley de toda la tierra.
Todo el pesar que os producía una humanidad a la desbandada, no pudo con vuestro amor del todo desmesurado por nuestra osada insignificancia.
Apremiaste a Noé a que improvisara una barca, que hasta nosotros nos hacemos cruces de cómo logró flotar entre las aguas alborotadas del diluvio, salvándose justito lo necesario para que no tuvieráis de comenzar otra vez de cero.
Resulta innegable que con Abraham te apuntaste otro tanto incomparable. ¿Cómo empezasteis los dos a miraros y admiraros mutuamente, amalgamando progresivamente una inseparable amistad?. Sin duda tu rescoldo capaz de reanimar hasta al que ha muerto, purificó su corazón, apasionando hasta la trascendencia sus ansias de vida eterna; tu oscuridad, más transparente que el cristal y el día, transformó su mirar caduco, capacitándole para otear el mismo corazón del misterio. ¿Qué fascinantes caminos recorreristéis los dos juntitos, desde la más tierna juventud del patriarca? ¿Cómo le fascinaste ojos, corazón y huesos, como para que a sus vejeces, dejara atrás los poquitos pero indispensables apoyos que aún le quedaban y se arriesgara a una odisea de la que sólo un Dios podía sacarles con vida, a él y a su compañía?.
Yo me imagino que Tú ya debías jugar con él al escondite y entre las sonrisas y caricias de su madre, ya asomabas por aquí y por allí, asombrándole con la paz y regalo de tu presencia, y con la inanidad en tu fingida asencia. ¿Cómo le afinaste la intuición del alma, para saberte descubrir en el trasfondo tanto de los regalos exuberantes de la creación, como de la bondad, cariño, fortaleza y también de la pasión, doblez, miedos y depresión del corazón humano?.
¿Cuando empezarías Tú a amaestrarle en juegos más serios, acertijos y rompecabezas cuya solución suponía el entretejido del amoroso planificar divino?. Los dos en invisible compañía subíais al monte y bajabais al remanso, cuyas auras tanto amor os sugerían. Como meta del camino y del cansancio, Tú le dejarías probar alguna gotita de tu néctar de sabor a vida eterna, que al mismo tiempo es fuerza imperecedera en impotencia y en cansancio.
Mientras el joven y adulto Abraham iba hundiendo sus raíces en tu variada y vivificante presencia, cada vez participaba más profundamente en tu obrar y pasión por nuestro mundo, mientras insensiblemente se iba desarraigando de su propio mundillo tan querido como limitado.
No te puedo ocultar divino Espíritu, que extremecen las increíbles zozobras que suelen experimentar los que plácidamente a tu aura se abandonan. Supongo que será algo semejante a los terremotos inherentes a tu suave pero decidida caricia. Con ella te vas acoplando a nosotros los humanos para que nos vayamos despertando, transformados ya en imagen inconfundible del Verbo divino.
A veces se me hace que no son sino lejano eco del forcejeo descomunal al que te sometes Tú mismo, Espíritu del Eterno Padre y de la Palabra, para penetrar en nuestro espíritu alborotado, en el intento de que te permitamos aspirar en nosotros a nuestro Padre del cielo y a nuestro Cristo, para transformarnos en hijos y hermanos. Diría que sólo porque nos reveló Jesús que eres Amor del Padre y del Verbo, es posible imaginar el anonadamiento de hacerte espíritu de nuestro mal inclinado corazón humano.
Pero con hombres como Abraham puede que resulte una auténtico ensueño: con esos pulmones tan pequeñitos, mírale con qué desparpajo respira eternidad!. El Padre lo planeó, el Hijo encarnado nos lo posibilitó, y Tú divino Espíritu estás empeñado en realizarlo.
La ingenuidad con que Abraham trataba contigo, como de amigo a amigo, te lo hizo irresistible. El mismo Padre contemplaba emocionado por qué maravilla de senderos se adentraba la creatura salida de sus manos, después de tantos siglos de desvelos, disgustos y cuidados. Por fin alguién se dejaba moldear confiadamente por tus portentosas manos. Y tú no perdiste la ocasión que tenías para realizar una creación maestra.
A los 75 años (Gn 12,4) Abraham ya saboreaba a placer la agudeza que destellaba tu manera de conducir al volante. Era tu aspirar lo que siempre anhelaba su alma. Estaba ya preparado para la más divina odisea que jamás hubiera sido imaginada, y que siglos y siglos más tarde todavía tenía desconcertado al docto Nicodemo: “cómo puede uno nacer siendo ya viejo? (Jn 3,4).
Acabada la tarea de arrancar de su terruño al patriarca, le invitaste a dirigirse a la absoluta inseguridad en desconocido país, de talante indescifrable si los ha habido. Pero él estaba ya acostumbrado a tus acertijos, como para que le espantasen oscuridad, impotencia y hostilidades. Era rápido en encontrarte en el paraje más insólito, conocía bien tus escondites, como para sentirse huérfano en el más pagano de los mundos.
En oscuridad, pero siempre a tu lado fue recibiendo divinas promesas y alianzas, hasta remontarse a la cumbre del monte de Moria para obedecerte por encima de la muerte, sacrificando al hijo de su amor, Isaac. Cuál no sería la conmoción del Padre eterno, al ver aquella frágil creatura, sumida en el llanto, pero con un pose tan decididamente redentor!. Qué amores, presentimentos y dolores no embargaron a la Trinidad, ante aquel amigo impotente y dolorido, pero perfecto creyente!. Definitivamente había empezado un mundo nuevo.
Dios había encontrado un hijo fiel y enamorado. Las albricias alcanzaron el mundo entero a todo lo largo de su historia. Dentro de nuestra mortal inanidad, a Abraham le fueron otorgados nombre y fama eternos.
De verdad, oh Espíritu, tu obra fue perfecta, maravilla que saca de quicio, bosquejo maestro en vida mortal humana del Verbo eterno, auténtico regocijo y prez en el corazón del Padre.
¿No sería influjo de este acontecimiento milenario, que tu alma, extasiada por tanta fe, confianza y desmesurada obediencia del gran patriarca, infundió el más increíble optimismo en el Corazón del Padre? Hasta el comedido Verbo, siempre pendiente del sentir paterno, se sintió lanzado a re-crear historia, ahora sagrada.
Los tres os aferrastéis amorosamente a vuestro sueño e ilusión en la prometida descencencia del patriarca, otorgada graciosamente a la más avanzada ancianidad y escapada por poco de seros sacrificada.
¿Pudo la fe de un mortal haceros olvidar el desacato de Adán, Caín, Lámek, y de la chusma que se burlaba del resignado Noé? ¿qué os pudo distraer de la amarga experiencia de que “las trazas del corazón humano son malas desde su niñez” (Gn 8,21), para soñar en los descendientes del patriarca con la ingenuidad de los remotos tiempos paradisíacos, a la vista de un Adán y Eva recién estrenados?
¿Cómo pudistéis jamás exclamar: “De cierto que ellos son mi pueblo, hijos que no engañarán”. Y fuiste su Salvador en todas sus angustias... no fue un ángel: tú mismo en persona los liberaste. Por tu amor y compasión los recataste, levantaste y llevaste todos los días desde siempre... El Espíritu de Yahvé los llevó a descansar (Is 63 8-9.14)?.
¿Cómo podría yo apodar tan peregrina ilusión?
Tu amor y tu pasión por vivificar todo lo creado, oh Espíritu divino, ya nos eran algo conocidas desde los principios. La filigrana que realizaste en Abraham, cietamente es como para pasmar y colmar de gozo el mundo entero. Pero tu gran bondad y la ilusionada peregrinación con la casa de Israel, me dejan perdido: no sabría decir si se trata de amor totalmente ciego, de realista alarde de omnipotencia, o demostración de que no excluyes de tu salvación ni al que rechaza ser salvado.
Lo único que me resulta claro es que hasta lo que parece más sinrazón en Dios, no puede sino que ser sino infinitamente más cuerdo que cualquier sabiduría humana.
Es verdad, pero lo que temíamos tanto porque era bien previsible, no tardó a llegar.
“Mas ellos se rebelaron y te contristaron, Espíritu Santo” (Is 63,10).
En tu presencia delicias para siempre.
Jesús al final de su denodada odisea entre nosotros nos hizo una confesión rebosante de humildad, hasta el punto de podernos sumir en la perplejidad: “Tengo mucho que deciros, pero ahora no podéis con ello” (Jn 16,12) “os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito” (v.7).
El Verbo, hecho vida y palabra humana, parece que tendría que ser la más digerible leche o sopitas trinitarias, aptas hasta para el vientre humano más debilitado. Y Jesús nos confiesa que no es así. Mientras le tenemos al alcance de la mano, a pesar de ser paciente maestro, expresión temporal del corazón del Padre, portador del fuego de tu Espíritu, nos es insoportable su gozoso y trascendiente mensaje. El Mensaje de Jesús, con rostro tan humano, nos resulta desmesurado: nos quedamos con aquél rostro tan divinamente humano, cerrando ojos y oídos al mensaje, que nos trasciende demasiado.
De hecho, grandísima parte de la gente que más de cerca trataron con Jesús, fueron los que más decididamente se opusieron al mensaje evangélico y los más reacios a creer: familia de Jesús, nazarenos, galileos y judíos. Y los más alejados e incrédulos fueron los que más irresistible encontraron su invitación: los pecadores públicos y paganos.
Yo diría que es una repetición del mensaje de gloria que Moisés recibía de Dios, al conversar los dos cara a cara. Tanta maravilla de revelación e inaudito acercamiento por parte de Dios, acabó en imposibilidad de mirar a Moisés la cara: Con el velo encubridor, permanecieron las palabras, pero desposeídas de su Gloria: letra que hasta puede que mate, pero que ciertamente es incapaz de dar vida.
Jesús conocía los ojos y corazón de sus discípulos, y en raras ocasiones dió rienda suelta, a la gloria que tenía como a Hijo Unigénito del Padre; los discípulos la habían de buscar como calma y pasión animadoras de aquel rostro humano, como reto y promesa en aquella palabra y enseñanza cotidiana, como misterio y poder siempre a flor de piel en sus manos humanas. Tarea no sé si menos ardua que transformar letra muerta en raudales de espíritu y corazón. Jesús veía que los discípulos no podían con tal tarea; siempre se quedaban en la caparazón de un evangelio casi reducido a confrontaciones de poder, haciendo caso omiso de las propias impotencias y a exhibiciones de vanos fervores y promesas: “aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré” (Mc 14,31).
Nos convenía que se fuera y nos dejara El, Hijo e imagen del Padre, Dios hecho carne, Verbo eterno anonadado en palabra humana, indeleble abrazo de Dios con nuestra inanidad humana. Cuando parecía que ya nada quedaba por hacer, cuando muestro mundo finalmente parecía preparado para aceptar la inusitada invitación divina que era Jesús, resultó que éramos incapaces de soportarla. ¿Qué podíamos ya para esperar?
Todavía faltaba el salto mortal de Jesús a Cristo y Señor, remando por la laguna de la muerte, y remontándose a la suprema exaltación: Jesús no vino sólo a salvar nuestra vida mortal, sino nuestra muerte pecadora, y a abrirnos el camino de la vida eterna celestial: ¡Nos era necesario que se fuera!.
Y si ya su palabra tan hunana nos dejaba ya sin recursos, cómo podríamos seguirle hasta ser admitidos en el gozo de su señorío eterno...
Fue tu venida y unción, oh Paráclito, el bálsamo que nos abrió ojos, oídos y corazón, a fin de que a rostro desucierto pudiéramos comtemplar, seducidos, la gloria del Cristo Señor, escuchar encandilados aquellas palabras que jamás pudieron asomarse a mente humana, y abrir el corazón para ser transformados de gloria en gloria, a semejanza de su señorial Imagen (2Cor 3). Sí, eres Tú quien nos lleva a la Verdad total, quien nos anuncia y transmite lo que recibes Tú mismo del Cristo y del Padre. Tu nos incorporas al torrente de comunión trinitaria...
Pensaba yo que era un misterio tan fino, que sólo corazones agraciados como los de Juan y Pablo nos habían podido perfilar. Sin embargo, ya en el Antiguo Testamento encontramos algún tipo de conciencia de tu anonadada pero radical presencia en Israel. Nuestro canto de Isaías es un elocuente testigo.
No me parece especialmente atrevido considerar esta aguda percepción de la historia de Israel por parte de Isaías, como fruto maduro del tremendo revolcón que le supuso tu solemne descenso de investidura profética, cuya plena realización fue asumida nada menos que por el mismo Jesús: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19; Is 61,1-2).
¡Oh, Santo Espíritu, qué lindo resulta ver cuan poco sabes disimular, a pesar de lo recatado que eres!. ¿A quién podrá quedar la menor duda desde este primer contacto contigo, que eres Espíritu de un Padre, cosa tan patente en tu incorregible debilidad por cautivos, pobres, oprimidos y ciegos?. Debilidad que, además de plasmarla en vocación y programa, ya moviste tanto a Isaías como a Jesús, a que desde la primera proclamación nos lo dejaran bien claro: "...así dice Yahvé: Respecto a los eunucos...a los extranjeros adheridos a Yahvé...yo he de darles un nombre mejor que hijos e hijas...les alegraré en mi Casa de oración..." Is 56 1-7; "esta escritura...se ha cumplido hoy" Lc 4,21.
Tanto la figura de Moisés como la del corazón del Padre del hijo pródigo, me parece que ilustran pintorescamente la vocación y embestida profética tanto del tercer Isaías, como la de Jesús. Y no cabe duda que este parecido brota de tu esforzada, única acción, en sus dóciles corazones. Efectivamente, en la parábola siempre he encontrado plasmada de forma un poco pintoresca, la misión de nuestro tercer Isaías.
También la figura de Moisés tiene su parecido con este profeta: ¿Puede imaginarse que hubiera otro Inspirador que no seas Tú, de la compasión que inundaba el corazón de Jesús ante el rebaño descarriado de la multitud, de la firmeza, adosada a palos de vocación, con que Moises se vio forzado a salvar unos esclavos israelitas, acogotados por la penuria y el poder, y del sueño de evangelización universal con que Isaías contempaba a los harapientos repatriados desde la lejanía de Babel por fin humillada.
Siempre me apareces como un Espíritu tan paternal, tan amante y abierto al mismo tiempo. Sueños, sueños, sueños de padre curtido o acabado de estrenar, infundiste en la compasión y entrañas de los tres, exactamente igual que en el corazón del padre de la parábola, durante toda la inacabable esperara del retorno de su pródigo.
Modoso que te mostrabas en los tiempos de Isaías: ni horrendas plagas, ni mares partidos en dos, ni truenos y rayos sinaíticos. A pesar de ello el profeta separaba grano y paja perfectamente, sin que alucinación de prodigios le llevara a vanalizar en lo más mínimo la auténtica tarea de tu cometido en el Exodo. ¿Cómo habría podido pasársele al profeta que Tú, en medio de tanto follón y forcejeo, no habías hecho nada más que liberar a cautivos y dar albricias a pobres y ciegos? Seguramente que habría preguntado a Moisés veces y veces, cómo se guiaba al evangelio, más que a una tierra prometida, toda aquella multitud desanimada y en la miseria.
Y tanto Moisés como su propia conciencia profética le respondían, que sólo Tú, divino Espíritu podía llevar acabo esta proeza: Tú que te haces presente, animándolo, hasta el más remoto y olvidado rincón de la creación; Tú que acaricias e imprimes una imagen inconfundible del Padre en cada rostro dolorido, fracasado y sin nigún amigo.
¿Qué tendrá el sufrimiento y la derrota, que de tal manera te desvela y fuerza a concentrar en ellos toda tu acción?
Tú que originariamente eres sonrisa de felicidad en el rostro del Padre, al contemplar la maravilla que es su Unico Engendrado; Tú que eres el calor del eterno abrazo con que el Hijo reconoce a su Padre?.
Tu eres el lazo feliz de Amor que unifica las otras dos personas totalmente compenetradas, trinitaria unidad sin resquicio de sombra, de egoísmo, de división o de vanidad. Los Tres comulgáis exhaustivamente en la mutua bondad, verdad y belleza. Sois el Gozo subsistente de la total fraternidad.
¿Qué será, oh Espíritu, lo que te arranca de esta feliz vida eterna embriagante, de tu acción que vitaliza el universo entero, para acabar irresistiblemente anclado junto a la llaga del doliente, junto a la inmovilidad del pusilánime, junto al vacío del falso, junto a la deformidad del egoísta, junto a la soledad del inseguro y desamparado, junto a la fiebre del agonizante, junto al sudor frío del moribundo?. El clamor del oprimido, las lágrimas del afligido, la impotencia del pobre, la tiniebla del ciego, el error del ignorante, la inundicia del corazón, la desolación y ruina que acompañan a envidia, ira, miedo y pereza, pecado y muerte son un reto para tu corazón apasionado por la vida sana y eterna.
Tu sola presencia entre estas multitudes a liberar de tanto opresor, miedo y claudicación, es proclama y prueba de que el Padre empeñó a su Hijo, y Este empeñó su vida y muerte, en nuestra salvación del pecado, dolor y muerte. Porque tu eres la llama de amor en que se abrazan Padre e Hijo, tu eres su doble Aspiración a cuyo calor perpetuáis el mutuo vaciarse en el otro: una variada y única vida eterna.
Mutuo regalo y aceptación, mirada agradecida y sonrisa de eterna y total comunión. En este vivir sabroso discurrían vuestros días, hasta que decidisteis ampliar el círculo, e invitarnos a participar a nosotros los humanos.
Sólo en la intimidad contigo, Espíritu, los ojos incrédulos de nuestro corazón cobran fuerza para otear esta generosidad y amor divinos; para poder en verdad adorar tu presencia incansable entre nosotros, ovejas amantes del extravío; para sentirnos retados por tu pasión de evangelio entre los pobres; para hacernos adentrar entre las multitudes esclavizadas, llevados por tu fuego recatado de liberador.
¿Cómo prendiste, oh Fuego recatado y abrasador, en el alma de Moisés, el gran liberador y pastor de tu rebaño? Porque por todas las apariencias, no parecía ser de la misma madera que Abraham.
A su lado delicias para siempre