=>4 Jesús es conducido al desierto para ser allí tentado durante cuarenta días, como lo había sido antes Israel durante cuarenta años, Dt 8,2; Dt 8,4; ver Nm 14,34. Allí sufre tres tentaciones, subrayadas por tres citas tomadas de Deu 6-8, capítulos dominados (como la ética de Mateo) por el mandamiento de amar a Dios: Dt 6,5. Las tres tentaciones, a primera vista enigmáticas, pueden entenderse (a la luz de la interpretación tradicional judía de Dt 6,5) como tentaciones contra el amor de Dios, valor supremo: a) No amar a Dios «con todo tu corazón», esto es, no someter a Dios tus deseos interiores, revelarse contra el alimento divino el maná. b) No amar a Dios «con toda tu alma», esto es, con tu vida, con tu cuerpo físico, hasta el extremo del martirio si es preciso. c) No amar a Dios «con todas tus fuerzas», esto es, con tus riquezas, lo que se posee, los bienes exteriores. Al final, Jesús se muestra como uno que ama a Dios perfectamente.
=>4:1 (a) El Espíritu Santo. «Soplo» y energía creadora de Dios, que dirigía a los profetas, Is 11,2+; Jc 3,10+, va a dirigir ahora a Jesús mismo en el cumplimiento de su misión, ver Mt 3,16+; Lc 4,1+, como más tarde dirigirá los comienzos y el desarrollo de la Iglesia, Hch 1,8+.
=>4:1 (b) Este nombre, que quiere decir Acusador, Calumniador, ha traducido a veces el hebreo Satán (Adversario), Jb 1,6+; ver Sb 2,24+. El personaje que lo lleva, dado que se dedica a hacer caer a los hombres en culpa, es considerado responsable de todo lo que obstaculiza la obra de Dios y de Cristo: Mt 13,39; Jn 8,44; Jn 13,2; Hch 10,38; Ef 6,11; 1Jn 3,8; etc. Su derrota significará la victoria final de Dios, Mt 25,41; Hb 2,14; Ap 12,9; Ap 12,12; Ap 20,2, Ap 20,10.
=>4:3 El titulo bíblico de «Hijo de Dios» no expresa necesariamente una filiación de naturaleza, sino que puede indicar simplemente una filiación adoptiva resultante de una elección divina que establece entre Dios y su criatura relaciones de una protección particular. Así este título es aplicado a los ángeles, Jb 1,6, al Pueblo elegido, Ex 4,22; Sb 18,13, a los israelitas, Dt 14,1; Os 2,1 ; ver Mt 5,9, Mt 5,45, etc. , a sus jefes, Sal 82,6. Por tanto, cuando se dice del Rey Mesías, 1Cro 17,13; Sal 2,7; Sal 89,27 , no exige que éste sea más que humano, y no es necesario suponer más en el pensamiento de Satán, Mt 4,3, Mt 4,6, de los endemoniados, Mc 3,11; Mc 5,7; Lc 4,41, a fortiori del centurión, Mc 15,39, ver Lc 23,47. Incluso las palabras del Bautismo, Mt 3,17, y de la Transfiguración, Mt 17,5, no implicarían de suyo más que el favor especial otorgado al Mesías-Siervo; y la pregunta del sumo sacerdote, Mt 26,63, no parece que va más allá de esta significación mesiánica. Pero el título de «Hijo de Dios» queda abierto en otros pasajes a la significación más elevada de una filiación propiamente dicha, y Jesús lo ha sugerido claramente al designarse como «el Hijo», Mt 21,37, superior a los ángeles, Mt 24,36, que tiene a Dios por «Padre» a título enteramente especial, Jn 20,17 y ver «Padre mío», Mt 7,21, etc. , porque sostiene con él relaciones únicas de conocimiento y de amor, Mt 11,27. Estas declaraciones, apoyadas por otras sobre el rango divino del Mesías, Mt 22,42-46, y sobre el origen celestial del «Hijo del hombre», Mt 8,20+, confirmadas finalmente por el triunfo de la Resurrección, han dado a la expresión «Hijo de Dios» el sentido propiamente divino que se encontrará, por ejemplo, en San Juan, Jn 1,18+. Si los discípulos no tuvieron clara conciencia de ello en vida de Jesús (los textos de Mt 14,33 y Mt 16,16, al añadir esta expresión al texto más primitivo de Mc, reflejan sin duda una fe más evolucionada), la fe que definitivamente adquirieron después de Pascua, con la ayuda del Espíritu Santo, se apoya no menos realmente en las palabras históricas del Maestro, que expresó, hasta donde podían captarlo sus contemporáneos, su conciencia de ser el Hijo propio del Padre.