I
No sabemos exactamente de qué está compuesto el núcleo de este planeta en el que vivimos, la tierra; seguramente podemos hacer variadas teorías sobre si se trata de un núcleo de lava, de material incandescente, incluso de agua en ebullición... lo que nunca diremos es que está relleno de mermelada: el hecho de que no sepamos con certeza algo no autoriza a decir disparates. Un pensador crítico del siglo XX dijo que la religión consiste en llenar los agujeros de nuestro saber con disparates, como si afirmáramos que el mundo está relleno de mermelada.
La tumba está vacía: nos sabemos lo que pasó con el cuerpo; se puede decir muchas cosas acerca de ese cuerpo: lo robaron, se desintegró, sólo estaba muerto en apariencia, resucitó... Creo que al final va a tener razón aquel pensador: se podrían haber dicho muchas cosas acerca de la desaparición del cuerpo muerto de Jesús; nosotros decimos la más disparatada.
Nuestra fe, la fe de nuestros padres, la fe en la que fuimos formados y que coincide con nuestros anhelos más profundos de vida y de trascendencia, desea creer y afirmar con todas las fuerzas que no está aquí porque resucitó, porque ha triunfado y vive. Pero también hay una parte nuestra que con toda legitimidad, con toda legitimidad, dice: en realidad no puede ser, los muertos no resucitan.
Compongámonos ahora interiormente la escena de la «incredulidad» de Tomás. Con demasiada facilidad convertimos a Tomás en una especie de ateo, o de un positivista fuera de época; imaginamos quizás que Tomás pide más de lo normal, pide pruebas genéticas o cosas raras; pero no: Tomás se reúne normalmente con los demás discípulos, Tomás continúa siendo uno de ellos, continúa rezando, continúa evocando al Maestro y siguiéndole. Pero algo en él se rebela contra la idea de un resucitado que atraviesa paredes. «¡Hemos visto al Señor!», le dicen... y él no lo ha visto: para los demás es sencillo aceptar el simple hecho de un resucitado que atraviesa paredes... ¡ellos lo han visto, él no!
Pienso que para comprender lo que realmente Juan está tratando de expresarnos en este evangelio debemos ante todo superar el falso escándalo ante la «incredulidad» de Tomás; la carga de la prueba, la racionalidad, lo que humanamente podemos esperar, están del lado de Tomás: puedo aceptar un montón de explicaciones, pero sólo creeré en que el mundo está relleno de mermelado si meto mis manos y me pringo con ella.
II
¡Eppur si muove!, «pero -nos enuncia y anuncia el Evangelio- hemos visto al Señor»; la fe en el Resucitado -nos enuncia y anuncia el Evangelio- no se basa en pruebas directas (legitimas, humanas, razonables) sino en el anuncio de que las pruebas están en manos de otros. Notemos que no se pretende que creamos en que Jesús resucitó porque Pedro lo soñó, o porque Juan opina que es así, sino porque unos lo han visto y dan testimonio de ello: las pruebas están... pero no en nuestras manos. Si no es verdad que ellos vieron al Señor, entonces no es verdad que resucitó.
Naturalmente, eso no significa que las escenas evangélicas de apariciones del Resucitado narren fotográficamente los hechos: esas escenas están narradas para suscitar la fe e interpretarla; las narraciones son literatura sagrada, hablan en el lenguaje cuidadosamente simbólico de la literatura sagrada: pero lo que esas escenas narran, en esencia, corresponde que lo recibamos como completamente literal: «hemos visto al Señor»
Nuestra fe cristiana se apoya precisamente en que otros han visto lo que sería legítimo que deseáramos ver... pero no veremos, en esta vida. Su testimonio es una palabra: «lo hemos visto»; lo recibimos con una palabra: «creo»; y recibimos de regalo una palabra:
«Bienaventurado porque crees sin haber visto»
Una fe testimonial no es una fe sin pruebas, no es ciertamente la fe del carbonero ni el "creo porque es absurdo"; es una fe cuya carga de probabilidad está puesta en la experiencia de otros, y acepta su debilidad.
III
Jesús no se parece en absoluto al mal predicador que nos atormenta desde el púlpito diciéndonos que está mal que pretendamos pruebas. Más bien Jesús comprende perfectamente que Tomás está en su derecho de pedir pruebas... ¡y se las da!: se aparece, vuelve a atravesar paredes, le muestra las llagas, lo invita a meter la mano.
No está mal pretender pruebas: pero la fe en Jesús no tiene que ver con pruebas sino con testimonios. la prueba da lugar a una fe individual: creo porque he visto; el testimonio da lugar a otra clase de fe: creo porque tú has visto. La fe que proviene de la prueba nos deja tranquilos; la fe que proviene del testimonio nos proclama bienaventurados.
Tranquilos y solos, o bienaventurados e inmersos en una comunidad del testimonio, donde jamás tendré por mí mismo la fuerza de la prueba.
A diferencia de los malos predicadores, Jesús no condena a Tomás por pretender pruebas, pero le advierte que no se puede tener todo, la prueba y la bienaventuranza, la fuerza y el testimonio. Hay que elegir.