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El Testigo Fiel
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Oración: Lecturas de la misa
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Tiempo Pascual ~ Ciclo A ~ Año Par
Hoy celebramos:
II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, solemnidad
Domingo de la Divina Misericordia
Hch 2,42-47: Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común.
Sal 117,2-4.13-15.22-24: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
1P 1,3-9: Mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva.
Aleluya Jn 20,29: Aleluya, aleluya, aleluya.
Jn 20,19-31: A los ocho días llegó Jesús.
Comentario: «Hemos visto al Señor»
Hay videos para complementar la lectura: ver el video 1 ver el video 2
Traducción de las lecturas de Misa: oficial CEE (España) - escoger Alonso Schökel y eq.
Independientemente de la traducción escogida, si la referencia de la lectura aparece en rojo, el texto está en la traducción del P. Alonso Schökel, que es la única que está completa en la base de datos.
Hch 2,42-47: Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común.
Los hermanos perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones.
Todo el mundo estaba impresionado, y los apóstoles hacían muchos prodigios y signos. Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno.
Con perseverancia acudían a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y eran bien vistos de todo el pueblo; y día tras día el Señor iba agregando a los que se iban salvando.
Sal 117,2-4.13-15.22-24: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los que temen al Señor:
eterna es su misericordia. R.

Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos. R.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Este es el día que hizo el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. R.
1P 1,3-9: Mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva.
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor, Jesucristo,
que, por su gran misericordia,
mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos,
nos ha regenerado
para una esperanza viva;
para una herencia incorruptible, intachable e inmarcesible,
reservada en el cielo a vosotros,
que, mediante la fe, estáis protegidos con la fuerza de Dios;
para una salvación dispuesta a revelarse en el momento final.
Por ello os alegráis,
aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas;
así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro,
que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego,
merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo;
sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él
y así os alegráis con un gozo inefable y radiante,
alcanzando así la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas.
Aleluya Jn 20,29: Aleluya, aleluya, aleluya.
Porque me has visto, Tomás, has creído —dice el Señor—;
bienaventurados los que crean sin haber visto.
Jn 20,19-31: A los ocho días llegó Jesús.
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
«Hemos visto al Señor».
Pero él les contestó:
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a vosotros».
Luego dijo a Tomás:
«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».
Contestó Tomás:
«¡Señor mío y Dios mío!».
Jesús le dijo:
«¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

«Hemos visto al Señor»

Domingo II de Pascua: Jn 20,19-31

por Lic. Abel Della Costa
29 de mar de 2008

 

I

No sabemos exactamente de qué está compuesto el núcleo de este planeta en el que vivimos, la tierra; seguramente podemos hacer variadas teorías sobre si se trata de un núcleo de lava, de material incandescente, incluso de agua en ebullición... lo que nunca diremos es que está relleno de mermelada: el hecho de que no sepamos con certeza algo no autoriza a decir disparates. Un pensador crítico del siglo XX dijo que la religión consiste en llenar los agujeros de nuestro saber con disparates, como si afirmáramos que el mundo está relleno de mermelada.

La tumba está vacía: nos sabemos lo que pasó con el cuerpo; se puede decir muchas cosas acerca de ese cuerpo: lo robaron, se desintegró, sólo estaba muerto en apariencia, resucitó... Creo que al final va a tener razón aquel pensador: se podrían haber dicho muchas cosas acerca de la desaparición del cuerpo muerto de Jesús; nosotros decimos la más disparatada.

Nuestra fe, la fe de nuestros padres, la fe en la que fuimos formados y que coincide con nuestros anhelos más profundos de vida y de trascendencia, desea creer y afirmar con todas las fuerzas que no está aquí porque resucitó, porque ha triunfado y vive. Pero también hay una parte nuestra que con toda legitimidad, con toda legitimidad, dice: en realidad no puede ser, los muertos no resucitan.

Compongámonos ahora interiormente la escena de la «incredulidad» de Tomás. Con demasiada facilidad convertimos a Tomás en una especie de ateo, o de un positivista fuera de época; imaginamos quizás que Tomás pide más de lo normal, pide pruebas genéticas o cosas raras; pero no: Tomás se reúne normalmente con los demás discípulos, Tomás continúa siendo uno de ellos, continúa rezando, continúa evocando al Maestro y siguiéndole. Pero algo en él se rebela contra la idea de un resucitado que atraviesa paredes. «¡Hemos visto al Señor!», le dicen... y él no lo ha visto: para los demás es sencillo aceptar el simple hecho de un resucitado que atraviesa paredes... ¡ellos lo han visto, él no!

Pienso que para comprender lo que realmente Juan está tratando de expresarnos en este evangelio debemos ante todo superar el falso escándalo ante la «incredulidad» de Tomás; la carga de la prueba, la racionalidad, lo que humanamente podemos esperar, están del lado de Tomás: puedo aceptar un montón de explicaciones, pero sólo creeré en que el mundo está relleno de mermelado si meto mis manos y me pringo con ella.

II

¡Eppur si muove!, «pero -nos enuncia y anuncia el Evangelio- hemos visto al Señor»; la fe en el Resucitado -nos enuncia y anuncia el Evangelio- no se basa en pruebas directas (legitimas, humanas, razonables) sino en el anuncio de que las pruebas están en manos de otros. Notemos que no se pretende que creamos en que Jesús resucitó porque Pedro lo soñó, o porque Juan opina que es así, sino porque unos lo han visto y dan testimonio de ello: las pruebas están... pero no en nuestras manos. Si no es verdad que ellos vieron al Señor, entonces no es verdad que resucitó.

Naturalmente, eso no significa que las escenas evangélicas de apariciones del Resucitado narren fotográficamente los hechos: esas escenas están narradas para suscitar la fe e interpretarla; las narraciones son literatura sagrada, hablan en el lenguaje cuidadosamente simbólico de la literatura sagrada: pero lo que esas escenas narran, en esencia, corresponde que lo recibamos como completamente literal: «hemos visto al Señor»

Nuestra fe cristiana se apoya precisamente en que otros han visto lo que sería legítimo que deseáramos ver... pero no veremos, en esta vida. Su testimonio es una palabra: «lo hemos visto»; lo recibimos con una palabra: «creo»; y recibimos de regalo una palabra:

«Bienaventurado porque crees sin haber visto»

Una fe testimonial no es una fe sin pruebas, no es ciertamente la fe del carbonero ni el "creo porque es absurdo"; es una fe cuya carga de probabilidad está puesta en la experiencia de otros, y acepta su debilidad.

 

III

Jesús no se parece en absoluto al mal predicador que nos atormenta desde el púlpito diciéndonos que está mal que pretendamos pruebas. Más bien Jesús comprende perfectamente que Tomás está en su derecho de pedir pruebas... ¡y se las da!: se aparece, vuelve a atravesar paredes, le muestra las llagas, lo invita a meter la mano.

No está mal pretender pruebas: pero la fe en Jesús no tiene que ver con pruebas sino con testimonios. la prueba da lugar a una fe individual: creo porque he visto; el testimonio da lugar a otra clase de fe: creo porque tú has visto. La fe que proviene de la prueba nos deja tranquilos; la fe que proviene del testimonio nos proclama bienaventurados.

Tranquilos y solos, o bienaventurados e inmersos en una comunidad del testimonio, donde jamás tendré por mí mismo la fuerza de la prueba.

A diferencia de los malos predicadores, Jesús no condena a Tomás por pretender pruebas, pero le advierte que no se puede tener todo, la prueba y la bienaventuranza, la fuerza y el testimonio. Hay que elegir.

 

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