Llegaron con tiempo. Y se encontraron con un desayuno como bienvenida. La mayoría, tranquilos. Otros intentaban disimular su temor bajo una aparente calma. Algunos no lograban disimular la intranquilidad ante lo que se podían encontrar. No en vano, los obispos españoles habían sido llamados a reunirse con el Papa en una cumbre inédita motivada por la visita apostólica encargada por Francisco para radiografiar los 86 seminarios españoles.
El Dicasterio del Clero coordinó esta investigación, que ejecutaron, entre el 11 de enero y el 3 de marzo, dos obispos uruguayos, Arturo Eduardo Fajardo, obispo de Salto, y Milton Luis Tróccoli, obispo de Maldonado-Punta del Este–Minas. En ese tiempo, los dos enviados vaticanos peinaron 55 centros de formación españoles, además del Colegio Internacional Bidasoa y el Centro de Formación Comillas.
Tras elaborar el correspondiente informe, los pastores españoles fueron convocados por el Pontífice argentino para el martes 28 de noviembre. Vida Nueva adelantó, tal y como reconocieron fuentes del departamento vaticano, que el resultado de esta auditoría había sido “problemático”. Únicamente con esta referencia, se levantó una polvareda porque varios medios, y los propios prelados, dedujeron que la convocatoria papal se traduciría, cuanto menos, en un ajuste de cuentas. Lo cierto es que, con el que el Papa convoque a un Episcopado entero, basta como alerta grupal.
Contenido reservado
Con todo, a fecha de hoy, no se ha desvelado el contenido del informe y, menos aún, la letra pequeña. Tampoco en el transcurso de la cita episcopal, que duró más de cinco horas y arrancó oficialmente a las ocho de la mañana en el aula sinodal del Vaticano. La ‘finezza’ propia de la diplomacia de la Santa Sede y el dialecto vaticanés, ese que insinúa más que dice, ese que sugiere más que atiza, fue el estilo elegido tanto por el Obispo de Roma como por quienes llevan las riendas del ‘ministerio’ del Clero. Sin exabruptos ni confrontaciones.
En cualquier caso, todos los obispos consultados por esta revista se alinearían con el sentir de cordialidad y serenidad expresado por el presidente de la Conferencia Episcopal, el cardenal Juan José Omella, en la rueda de prensa tras el encuentro celebrada en el Colegio Español de Roma.
Para borrar todo atisbo de tensión, el primero en tomar la palabra en el auditorio fue el cardenal capuchino Raniero Cantalamessa, algo más que un telonero papal. El predicador de la Casa Pontificia guió en un perfecto castellano una meditación en la que deslizó algún que otro recado sobre cómo evangelizar hoy a la luz de Pentecostés. Quienes escucharon con atención su alocución, ponen en valor cómo subrayó que “aquellos que construyeron la Torre de Babel eran gente buena y creyentes, pero acabaron construyendo una ciudad sin Dios, sin el Espíritu”. “Si, como obispo y responsable último del seminario, no te sientes interpelado, no te has enterado de qué iba la historia”, apunta un asistente con experiencia curial que insiste en que, de principio a fin, “en el Vaticano nadie da puntada sin hilo”. Avisos para navegantes los hubo, pero la estrategia no pasaba por el tono bronco.
Media hora más
A mitad de la exposición del purpurado, se incorporó Francisco, que fue recibido con aplausos del auditorio. Tras el saludo del presidente de la Conferencia Episcopal, el cardenal Juan José Omella, el Papa sorprendió a todos. No dio discurso alguno y restó importancia a que el tú a tú fuera en Roma y no en España. Cero condicionantes ante sus interlocutores. Optó por situarse como receptor, instando a los obispos españoles a que compartieran sus inquietudes. “Vomiten lo que haga falta”, les habría llegado a verbalizar en el inicio del diálogo para romper el hielo. De inmediato, se sucedieron las peticiones de palabra. Tal fue “el clima de confianza y de sinodalidad” que se generó, como desvelan los pastores presentes, que la hora y media de encuentro prevista se quedó corta. De hecho, fueron muchas las preguntas y reflexiones que quedaban en el aire. El Papa se ofreció a quedarse media hora más. Y cumplió.
Uno tras otro, salieron temas como el retrato del cura hoy, la crisis de la natalidad, las dificultades para atraer a los jóvenes, las carencias afectivas y sexuales, el riesgo de no seleccionar candidatos con tino, la adaptación de los seminaristas migrantes, la tendencia a los roquetes preconciliares, la proliferación de alarmantes procesos formativos paralelos a través de la dirección espiritual o de redes sociales, los riesgos de neomovimientos ideologizadores que se cuelan en las comunidades, los vínculos con la piedad popular, el cuidado de los sacerdotes mayores …
No se le escapa una
El Pontífice se explayó. Un prelado comparte con Vida Nueva que Jorge Mario Bergoglio no se mostró especialmente incisivo e hiriente, pero de sus palabras se deduce “qué modelo quiere de sacerdote y cuál es el que no”. “Con ese perfil, basta repasar el seminario que tenemos cada uno para saber si estamos formando según ese estilo”, añade. “Francisco es listo, estuvo sublime en los matices y, quien quiera entender que nos ha dicho que todo es maravilloso y que nos vamos con una palmadita en la espalda, es que no ha analizado en profundidad sus indirectas”, expone otra voz episcopal.
“Quiere curas de calle y de periferias, y no es el perfil de los jóvenes que estamos ordenando; no neguemos la realidad de que los nuevos sacerdotes tienen carencias de madurez personal y partidismo escorado”, lamenta un tercero. Un cuarto detalla que “dibujó perfectamente que para el modelo de Iglesia en salida no encaja cualquier cura. Nos insistió en que se necesitan hombres de Dios que, tocados por el Misterio, son sensibles sí o sí a los necesitados y se sienten llamados a ir a la periferia”. “Esto conlleva pastores que salgan a los caminos, no que se queden enredados en laboratorios doctrinales”, deduce este mismo prelado. “Francisco estuvo habilísimo y lucidísimo; no se le escapa una y no sé si fuimos capaces de captar todo lo que quiso decir”, remata otro obispo más.
Una vez que el Pontífice abandonó la sala y, tras una pausa de unos veinte minutos, con café incluido, los responsables de Dicasterio para el Clero compartieron con los obispos españoles la hoja de ruta que les sugieren para renovar los seminarios españoles, sin hacer referencia directa a los intríngulis del expediente uruguayo. O, dicho de otro modo, no se vio conveniente sacar en público las vergüenzas del seminario con aires tridentinos ni del obispo que hace la vista gorda para recibir al primero que llame a la puerta con tal de que le cuadren, sea como sea, los números de antaño.
Algunas “banderillas”
Todo hace pensar que estos detalles podrían comunicarse en un foro episcopal más específico y reducido o que se transmitirá de forma personalizada a cada obispo. Delicadeza pontificia en la persona de quien ejerció de moderador, el secretario chileno del ‘ministerio’ vaticano, Andrés Gabriel Ferrada Moreira. En este tramo de la reunión también se abrió un turno de preguntas.
La dinámica del dicasterio que dirige el surcoreano Lazzaro You Heung-Sik pasó por lanzar algunas “banderillas” con finezza diplomática; esto es, utilizando la técnica del “refuerzo positivo” en lugar de la regañina, expone un prelado que sabe que sus compañeros de filas habrían recibido de uñas una amonestación en frío. Sí se les entregaron 12 folios con recomendaciones y criterios de mejora en sus seminarios. El documento elude toda reprimenda explícita, pero sí deja recados “entre líneas” que dejan entrever que no todo funciona de manera correcta y ejemplar en los centros formativos. Solo como ejemplo: se desliza una petición de mayor autonomía para los propios rectores de los seminarios; lo que hablaría de una injerencia no justificada del obispo.