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ROMA, 07 Nov. 13 / 11:43 am (ACI/EWTN Noticias).- Casi cien años después del genocidio armenio –que se cumplirán en 2015– el Sínodo de Obispos de la Iglesia Apostólica Armenia ubicó en el centro de la reflexión común la propuesta de canonización como mártires de todas las víctimas del "gran mal" perpetrado en el territorio de Turquía en 1915.
Según la información de la agencia vaticana Fides, el Sínodo, que se celebró recientemente en la sede patriarcal de Echmiadzin, logró reunir por primera vez después de seis siglos a todos los obispos de la Iglesia Apostólica Armenia, y a los que forman parte del Catholicosato de Echmiadzin (gobernado por el patriarca Karekin II, máxima autoridad de la cristiandad apostólica armenia) y los relacionadas con el catholicosato de la Gran Casa de Cilicia (gobernado por el Catholicós Aram I, con sede en el Líbano).
"Está en fase de estudio la posible canonización de las víctimas del genocidio armenio, que representó uno de los puntos más interesantes que se abordaron en el reciente Sínodo", confirmó a el Padre Georges Dankaye, rector del Colegio Armenio de Roma y Procurador de la Iglesia Católica Armenia ante la Santa Sede.
El sacerdote explicó que "hay que tener en cuenta que en la Iglesia Apostólica Armenia los últimos santos fueron proclamados en el siglo sexto".
En este sentido, entre los temas que se explorarán también existe el de una definición precisa de los procedimientos para la canonización de personas que han sufrido el martirio.
¿Qué es el genocidio armenio?
El genocidio u holocausto armenio fue la deportación forzosa y exterminio de un número indeterminado de civiles armenios (católicos), calculado aproximadamente entre un millón y medio y dos millones de personas, por el Imperio turco desde 1915 hasta 1923.
Se caracterizó por su brutalidad en las masacres y la utilización de marchas forzadas con las deportaciones en condiciones extremas, que generalmente llevaba a la muerte a muchos de los deportados.
La fecha del comienzo del genocidio se conmemora el 24 de abril de 1915, el día en que las autoridades otomanas detuvieron a 235 miembros de la comunidad de armenios en Estambul; en los días siguientes, la cifra de detenidos ascendió a 600.
Posteriormente, una orden del gobierno central estipuló la deportación de toda la población armenia, sin posibilidad de cargar los medios para la subsistencia, y su marcha forzada por cientos de kilómetros, atravesando zonas desérticas, en las que la mayor parte de los deportados pereció víctima del hambre, la sed y las privaciones, a la vez que los sobrevivientes eran robados y violados por los gendarmes que debían protegerlos, a menudo en combinación con bandas de asesinos y bandoleros.
Aunque la República de Turquía, sucesora del Imperio otomano, no niega que las masacres de civiles armenios ocurrieron, no admite que se trató de un genocidio, arguyendo que las muertes no fueron el resultado de un plan de exterminio masivo, sistemático y premeditado dispuesto por el Estado otomano.
Para Turquía, estas muertes se debieron a las luchas interétnicas, las enfermedades y el hambre durante el confuso periodo de la Primera Guerra Mundial. Pese a esta tesis, casi todos los estudiosos –incluso algunos turcos– opinan que los hechos encajan en la definición actual de genocidio.