IUDAD DEL VATICANO, miércoles, 23 marzo 2005 (ZENIT.org).- Por el momento no se sabe cómo participará Juan Pablo II en el Vía Crucis de la noche del Viernes Santo en el Coliseo, lo que sí se sabe es que en este año las meditaciones han sido preparadas por el cardenal Joseph Ratzinger para poner en relación la Eucaristía con la Pasión.
El prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe ha revelado que «el hilo conductor lo ha encontrado en la las palabras del Señor del Evangelio de Juan (12, 24): "si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto"».
«Con estas palabras el Señor ofreció una interpretación eucarística, sacramental, de su Pasión, del Vía Crucis», ha explicado este miércoles a los micrófonos de «Radio Vaticano» el purpurado bávaro.
El Vía Crucis tiene lugar en el año que Juan Pablo II ha querido dedicar a la Eucaristía (octubre de 2004-octubre de 2005). En general, las meditaciones propuestas a los miles de peregrinos reunidos en la antigua Roma imperial son confiadas cada año a un autor diferente: obispos, teólogos católicos o de otras confesiones, etc. En ocasiones, han sido preparadas por el Papa.
El cardenal Ratzinger explica que «el Via Crucis no es una simple cadena de dolor, de hechos nefastos, sino un misterio, el proceso por el que el grano de trigo cae en tierra y da fruto».
«Nos muestra que la Pasión es una ofrenda de sí mismo y que este sacrificio da fruto y se convierte, por tanto, en un don para muchos, para todos», subraya.
«He pensado que en este Año Eucarístico tenemos que comprender el Vía Crucis precisamente en el contexto del misterio eucarístico --confiesa--. En la Eucaristía está presente el Vía Crucis, está presente sobre todo el fruto, la multiplicación del pan, el maná celestial que procede de la muerte del Señor».
«Nos damos cuenta de que podemos participar en el Vía Crucis del Señor --explica-- porque él ha transformado este camino suyo en una forma de vida para nosotros diciendo: "quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará"» (Lucas 9, 24).
Para aclarar este misterio, Ratzinger cita el ejemplo de santos como san Francisco de Asís, quien pronunció «su Cántico de las Criaturas, una de las poesías más bellas del mundo y una de las más gozosas, en un abismo de dolor y sufrimiento, pero a través de este sufrimiento se sentía cerca de Cristo, del amor encarnado».
«San Francisco supo transformar de este modo sus sufrimientos en un acto de resurrección. Transformar el sufrimiento en comunión con Cristo, en amor con Cristo, es un acto de resurrección y, por tanto, preanuncia la resurrección definitiva», concluye el cardenal.