"Aprender a reírse un poco de las propias miserias" es casi un tópico de los "manuales de auto-ayuda". Como corresponde al género de la auto-ayuda, la frase viene generalmente avalada por la cita de algún ignoto autor chino o hindú y cuyo pensamiento nos es imposible contrastar al común de los mortales.
La Biblia, nacida mucho tiempo antes que las modas de la "Nueva Era", no tuvo la previsión china de dejar esa doctrina tan explícitamente expresada, pero sí acude, con completa naturalidad y de manera constante, a encontrar en las escenas que narra el lado distendido y humorístico que tiene todo hecho donde interviene el hombre, incluso el más dramático.
Sólo cuando no le queda otro remedio (por ejemplo: en la Creación, que todavía no hay hombre, o en el momento central de la Pasión) la Biblia adopta un tono estrictamente solemne. En todo lo demás, la recorre una fina ironía, que se vuelve sarcasmo por momentos, e incluso algunas veces franco humor.
Pero esto no lo aprendemos en los manuales sobre la Biblia, sino en la lectura directa de sus textos, porque no es una propiedad de su doctrina sino de su narratividad
En Gn 18, 14-33 se nos narra que YHVH revela a Abraham su plan de destruir Sodoma y Gomorra, y nos cuenta de los intentos de Abrahán de hacer recapacitar de su enojo al "Juez de la toda la tierra". Ya desde la antigüedad se veía en este texto una doctrina sobre el poder de la oración (flaco poder... ¡las ciudades igual fueron destruidas!), incluso los Padres, con su exquisita sensibilidad simbólica, señalaban que lo que restó eficacia a la intercesión de Abrahán fue no haber visto que Dios estaba dispuesto a perdonar a todos en nombre de un solo Justo: su propio Hijo.
Pero lo que ninguna doctrina puede reproducir de este relato es su aire de "regateo turco", esa forma de narrar que hace de la "Oración de Abraham" un momento casi cómico que acentuará, por contraste, el dramatismo de la destrucción que se narra unas pocas líneas más abajo:
Levantáronse de allí aquellos hombres y tomaron hacia Sodoma, y Abraham les acompañaba de despedida.
Dijo entonces Yahveh: "¿Por ventura voy a ocultarle a Abraham lo que hago, siendo así que Abraham ha de ser un pueblo grande y poderoso, y se bendecirán por él los pueblos todos de la tierra? Porque yo le conozco y sé que mandará a sus hijos y a su descendencia que guarden el camino de Yahveh, practicando la justicia y el derecho, de modo que pueda concederle Yahveh a Abraham lo que le tiene apalabrado."
Dijo, pues, Yahveh: "El clamor de Sodoma y de Gomorra es grande; y su pecado gravísimo. Ea, voy a bajar personalmente, a ver si lo que han hecho responde en todo al clamor que ha llegado hasta mí, y si no, he de saberlo."
Y marcharon desde allí aquellos individuos camino de Sodoma, en tanto que Abraham permanecía parado delante de Yahveh.
Abordóle Abraham y dijo: "¿Así que vas a borrar al justo con el malvado? Tal vez haya cincuenta justos en la ciudad. ¿Es que vas a borrarlos, y no perdonarás a aquel lugar por los cincuenta justos que hubiere dentro? Tú no puedes hacer tal cosa: dejar morir al justo con el malvado, y que corran parejas el uno con el otro. Tú no puedes. El juez de toda la tierra ¿va a fallar una injusticia?"
Dijo Yahveh: "Si encuentro en Sodoma a cincuenta justos en la ciudad perdonaré a todo el lugar por amor de aquéllos.
Replicó Abraham: "¡Mira que soy atrevido de interpelar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza! Supón que los cincuenta justos fallen por cinco. ¿Destruirías por los cinco a toda la ciudad?"
Dijo: "No la destruiré, si encuentro allí a cuarenta y cinco."
Insistió todavía: "Supón que se encuentran allí cuarenta."
Respondió: "Tampoco lo haría, en atención de esos cuarenta."
Insistió: "No se enfade mi Señor si le digo: "Tal vez se encuentren allí treinta"."
Respondió: "No lo haré si encuentro allí a esos treinta."
Díjole: "Cuidado que soy atrevido de interpelar a mi Señor! ¿Y si se hallaren allí veinte?"
Respondió: Tampoco haría destrucción en gracia de los veinte."
Insistió: "Vaya, no se enfade mi Señor, que ya sólo hablaré esta vez: "¿Y si se encuentran allí diez?""
Dijo: "Tampoco haría destrucción, en gracia de los diez."
Partió Yahveh así que hubo acabado de conversar con Abraham, y éste se volvió a su lugar.
(Génesis 18,16-33)
Es lugar común hoy día citar la fábula de "La Burra de Balaam" (Números 22) y el relato edificante de Jonás como ejemplos de esta "vis comica" de la Biblia, sobre todo en este último, en el que la acumulación de desgracias que le suceden al díscolo profeta logran narrativamente explicitar lo que es la "obediencia a la voluntad de Dios" de una manera mucho más eficaz que lo que lo hace cualquier tratado teológico solemne sobre el tema. Todo el relato roza el límite del ridículo. ¿Alguno puede imaginar, por ejemplo, cómo hacen penitencia las vacas y las ovejas? El libro de Jonás sí:
Jonás comenzó a adentrarse en la ciudad, e hizo un día de camino proclamando: "Dentro de cuarenta días Nínive será destruida."
Los ninivitas creyeron en Dios: ordenaron un ayuno y se vistieron de sayal desde el mayor al menor.
La palabra llegó hasta el rey de Nínive, que se levantó de su trono, se quitó su manto, se cubrió de sayal y se sentó en la ceniza. Luego mandó pregonar y decir en Nínive: "Por mandato del rey y de sus grandes, que hombres y bestias, ganado mayor y menor, no prueben bocado ni pasten ni beban agua. Que se cubran de sayal y clamen a Dios con fuerza; que cada uno se convierta de su mala conducta y de la violencia que hay en sus manos. ¡Quién sabe! Quizás vuelva Dios y se arrepienta, se vuelva del ardor de su cólera, y no perezcamos."
Vio Dios lo que hacían, cómo se convirtieron de su mala conducta, y se arrepintió Dios del mal que había determinado hacerles, y no lo hizo.
(Jonás 3,4-10)
Y sin embargo la expresión final de la misericordia universal e infinita de Dios le devuelve al libro toda su profundad y seriedad.
Adán, pillado "in fraganti" por Dios, reparte la culpa hacia todos lados, tal vez gracias a que la "sabiduría" recientemente adquirida le impide ver que la culpa no es sino de él mismo: "La mujer que tú me diste por compañera me dio el fruto y comí" (Gn 3,12). Una brillante ironía en medio de una escena cuya tragedia no es necesario acentuar.
No habrá que esperar a las "Relaciones peligrosas" de De Laclós para encontrar enredos de alcoba narrados con la gracia y la picardía que el tema requiere:
A la vuelta del año, al tiempo que los reyes salen a campaña, envió David a Joab con sus veteranos y todo Israel. Derrotaron a los ammonitas y pusieron sitio a Rabbá, mientras David se quedó en Jerusalén.
Un atardecer se levantó David de su lecho y se paseaba por el terrado de la casa del rey cuando vio desde lo alto del terrado a una mujer que se estaba bañando. Era una mujer muy hermosa. Mandó David para informarse sobre la mujer y le dijeron: "Es Betsabé, hija de Eliam, mujer de Urías el hitita."
David envió gente que la trajese; llegó donde David y él se acostó con ella, cuando acababa de purificarse de sus reglas. Y ella se volvió a su casa.
La mujer quedó embarazada y envió a decir a David: "Estoy encinta."
David mandó decir a Joab: "Envíame a Urías el hitita." Joab envió a Urías adonde David. Llegó Urías donde él y David le preguntó por Joab, y por el ejército y por la marcha de la guerra. Y dijo David a Urías: "Baja a tu casa y acuéstate con tu mujer." Salió Urías de la casa del rey, seguido de un obsequio de la mesa real. Pero Urías se acostó a la entrada de la casa del rey, con la guardia de su señor, y no bajó a su casa.
Avisaron a David: "Urías no ha bajado a su casa." Preguntó David a Urías: "¿No vienes de un viaje? ¿Por qué no has bajado a tu casa?
Urías respondió a David: "El arca, Israel y Judá habitan en tiendas; Joab mi señor y los siervos de mi señor acampan en el suelo ¿y voy a entrar yo en mi casa para comer, beber y acostarme con mi mujer? ¡Por tu vida y la vida de tu alma, no haré tal!"
(2 Samuel 11,1-11)
A veces el detalle humorístico no está en la escena sino en la propia mirada del narrador: YHVH manda al profeta Samuel para que encuentre a David y lo unja. Según su costumbre, en vez de compartir sus planes, lo pone a Samuel en el compromiso de tener que adivinar en cuál de los hijos de Jesé se fijó YHVH. Como era de esperar, Samuel falla en su vaticinio y elige al mayor, que es alto (y seguramente apuesto); YHVH le da una pequeña lección de teología:
Pero Yahveh dijo a Samuel: "No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo le he descartado. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira el corazón."
(1 Samuel 16,7)
Samuel aceptó dócilmente la enseñanza y rechaza a los seis que siguen, porque a ninguno de ellos eligió YHVH, el Dios que no se guía por las apariencias sino por el corazón.
Sin embargo, falta David, el más pequeño; cuando lo traen, YHVH le dice exultante: "Úngelo, es éste" pero si esperábamos conocer el corazón de David, habrá que aguardar todavía unos capítulos, porque lo que ahora dice el narrador no puede menos que desconcertar:
Preguntó, pues, Samuel a Jesé: "¿No quedan ya más muchachos?" Él respondió: "Todavía falta el más pequeño, que está guardando el rebaño." Dijo entonces Samuel a Jesé: "Manda que lo traigan, porque no comeremos hasta que haya venido."
Mandó, pues, que lo trajeran; era rubio, de bellos ojos y hermosa presencia. Dijo Yahveh: "Levántate y úngelo, porque éste es."
(1 Samuel 16,7)
El nombre de "Libros Sapienciales" que damos a todo un conjunto de textos bíblicos nos puede hacer olvidar que en ellos esa sabiduría se expresa muy escasamente en intuiciones teológicas demasiados elaboradas, y más bien lo hace a través de la muy cotidiana mordacidad:
Con el insensato no multipliques las palabras, con el tonto no vayas de camino; guárdate de él para evitar el aburrimiento, y para que su contacto no te manche. Apártate de él y encontrarás descanso, y no te enervarán sus arrebatos.
Qué hay más pesado que el plomo? ¿qué nombre dar a esto sino "necio"?
Arena, sal, o una bola de hierro son más fáciles de llevar que el hombre tonto.
(Eclesiástico 22,13-15)
El gran ícono trágico de San Juan: Jesús, el Traspasado, exhibido ante el mundo atrayendo a todos hacia sí, viene precedido del bufonesco personaje de Poncio Pilato, creído de su propio poder, e impotente no sólo ante Jesús sino incluso frente a la ruidosa chusma popular:
Dícele Pilato: "¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?" [...] Desde entonces Pilato trataba de librarle. Pero los judíos gritaron: "Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César."
(Juan 19,10.12)
E incluso Jesús gusta de desconcertar a sus oyentes con frases irónicas:
Cuando quedó a solas, los que le seguían a una con los Doce le preguntaban sobre las parábolas.
Él les dijo: "A vosotros se os ha dado el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les presenta en parábolas, para que "por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no entiendan, no sea que se conviertan y se les perdone.""
(Marcos 4,10-12)
Respuesta que sigue descolocando a muchos lectores.
Desconocer este lenguaje tangencial de la Biblia nos puede hacer perder ante algunas palabras de Jesús, e incluso malinterpretarlas o escandalizarnos de ellas. Como la parábola del Administrador Infiel (Lc 16, 1-8) en la que Jesús alaba al "administrador injusto" por no ser tan tonto como los "hijos de la luz" o sea, nosotros.
Casi a punto de entrar en su Pasión, Jesús hace un chiste a dos de sus discípulos:
Él le dijo: "¿Qué quieres?" Dícele ella: "Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino."
Replicó Jesús: "No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?" Dícenle: "Sí, podemos."
Díceles: "Mi copa, sí la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre.
(Mateo 20,21-23)
Es decir, " por bocazas, por no escuchar lo que pregunté, váis a compartir mi Pasión... de lo otro, dirigirse a quien corresponde"
Si de la Biblia interesara sólo su doctrina, podríamos prescindir de ella: los manuales de teología son mucho más claros. Pero no es sólo la doctrina lo que hace a nuestro Dios diferente de los ídolos: nuestro Dios, que es invisible, es sin embargo narrable, con todos los infinitos e imprevistos matices que la palabra humana es capaz de expresar.