Yo salí de la boca del Altísimo y como niebla cubrí la tierra; habité en el cielo con mi trono sobre columna de nubes; yo sola rodeé el arco del cielo y paseé por la hondura del abismo; regí las olas del mar y los continentes y todos los pueblos y naciones. Por todas partes busqué descanso y una heredad donde habitar.
Entonces el Creador del universo me ordenó, el Creador estableció mi morada: «Habita en Jacob, sea Israel tu heredad.» Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesaré jamás. En la santa morada, en su presencia, ofrecí culto y en Sión me establecí; en la ciudad escogida me hizo descansar, en Jerusalén reside mi poder.
Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad. Crecí como cedro del Líbano, y como ciprés del monte Hermón, crecí como palmera de Engadí y como rosal de Jericó, como olivo hermoso en la pradera y como plátano junto al agua. Perfumé como cinamomo y espliego y di aroma como mirra exquisita, como incienso y ámbar y bálsamo, como perfume de incienso en el santuario.
Si (Eclo) 24,3-15
«María, Sede de la Sabiduría»... ¡cuántas veces hemos dicho y repetido esta frase! Casi lo podemos pasar por alto, mezclado entre los tantos que contienen las letanías marianas. En este escrito sólo desearía introducir a ciertos motivos bíblicos que fueron llevando a darle a María este título, a la vez que tratar de comprender la aplicación a la Virgen que hacemos del hermoso texto del libro de la Sabiduría, que se lee en la primera lectura del Oficio de la Virgen del Pilar.
La «sabiduría», tal cual aplicamos nosotros esa palabra, no es un tema bíblico muy antiguo. Es verdad que se menciona a la sabiduría en los salmos y proverbios y se hace énfasis en la sabiduría de Salomón; sin embargo, en general los libros del AT de original hebrero (los más antiguos), se refieren con esta palabra a lo que nosotros llamaríamos la «prudencia», no la «sabiduría», es decir, la sagacidad concreta para resolver la situación del momento para mayor bien de todos, como en los ejemplos de la «sabiduría de Salomón» que nos da Reyes.
Si esa prudencia está enraizada en Dios, ese «mayor bien de todos» será el abrir camino a que entre los hombres pueda hacerse presente Dios, pero no deja de ser una virtud práctica y cotidiana, no una cualidad que parezca que haya de convertirse en un excelso título.
Sin embargo, el Antiguo Testamento reservaba un lugar importante para otra realidad: la «palabra»; la Palabra de Dios, viva y eficaz, que hace cuanto Dios quiere en el mundo, y no vuelve a él vacía; también la palabra humana, capaz de nombrar al mundo y de hacer del hombre señor de su entorno, como el Adán es llevado a nombrar a los animales para encontrar en ellos la ayuda que requería.
La «palabra», en hebreo «dabar», es un término complejo, porque significa también «cosa», dando a entender que las palabras no son nunca «meras palabras», sino realidades que nos rodean, y nos abren o cierran el mundo. Hasta aquí, en apretada síntesis, lo que puede expresarse de los ideales del AT de época hebrea, centrado en la complejidad de la palabra, y poco dado a pensar en la sabiduría tal como la tematizamos nosotros.
Es en el mundo griego donde la «sabiduría», la «sophía» es meditada en toda su profundidad. Por obra de los filósofos (precisamente: «filó-sophos») la cuestión de la sabiduría es vista por encima de la cuestión práctica y cotidiana de resolver problemas, es ella misma todo un modo de vivir del hombre, y todo un ideal a alcanzar. Sabiduría es atender a lo que dicen las relaciones esenciales del mundo, estar a la escucha de la armonía del cosmos; resuelve cosas concretas, pero no por sí mismas, sino porque el «sabio» ha percibido el sentido de esas cosas...
«Relación» se dice en griego «logos», que también significa «palabra» (y más modernamente: «razón», porque efectivamente en el discurso interior el hombre percibe las relaciones que expresa con palabras). «Sabiduría» será entonces, para el mundo griego, estar a la escucha del «Logos» del mundo. Los hombres sabios son los «logicoi», los que están en el logos, perciben el significado profundo del aparente caos que nos rodea, y son capaces de expresar ese caos en la armonía de un discurso «lógico».
Cuando el mundo hebreo y el mundo griego entraron en relación -en época de Alejandro Magno-, muchos creyentes vieron en el lenguaje de los griegos un enemigo mortal, porque ponía al hombre en el centro del mundo, lo ponía a manejar la palabra, el logos, tal como la Biblia ponía en ese lugar a Dios.
Sin embargo, no todos los creyentes rechazaron de plano todo lo que venía de ese mundo, algunos fueron capaces de encontrar en el lenguaje griego una nueva manera de expresar la verdad de Dios más tradicional.
Así, el libro del Eclesiástico o Siracida, cuya versión griega es canónica para nosotros (es decir, que es a esa versión a la que le reconocemos el carácter de inspirada) llega a reelaborar los temas tradicionales de la Palabra de Dios, y la acción de esa palabra en el mundo, con un lenguaje que se mezcla profundamente con el vocabulario griego del «logos» y la «sophía», a tal punto que el autor, aunque rechaza la helenización de los judíos, llega verdaderamente a poner en diálogo las dos culturas.
De ese diálogo surge como resultado el texto de Siracida 24,3-15 que nosotros aplicamos en contextos mariológicos, como por ejemplo en la primera lectura de un oficio de la Virgen.
Allí la Sabiduría es presentada con dos rasgos:
- Es creada
- Pero al mismo tiempo permanece a la vez en la mano de Dios, y en el centro del Pueblo de Dios.
Ya no es la «Sophía» de los griegos, que tenía su centro exclusivo en el hombre, sino una sabiduría que permite unir el mundo de Dios y el mundo de los hombres, permite que la Palabra de Dios sea escuchada y comprendida en el horizonte de las palabras humanas.
Esta Sabiduría, entonces, tiene tanto rasgos de creada como de increada, a la vez muy humana y muy divina. Permitió que el Antiguo Testamento fuera abriendo su lenguaje, de a poco, a la revelación que nos esperaba en Jesús: la de que por voluntad de Dios mismo ha caído el muro que nos separaba de él, y así podría Dios hacerse hombre, y el hombre verdaderamente ser hecho como Dios.
Sin embargo, puesto que el hombre se hace ilusión de que podrá divinizarse a sí mismo, ya desde el principio el mensaje cristiano fue muy tajante en advertir que esta Sabiduría de Dios hecho hombre no es la que el hombre alcanza por sí, sino que es un don de lo alto, una «sabiduría escondida», portadora de una verdad y una acción de Dios que «ni ojo vio ni oído oyó».
Es precisamente por eso que en la tradición cristiana se han aplicado estos textos a la Virgen, a pesar de que en la Biblia no se les aplican a ella de manera directa, para expresar por un lado que el ser humano, incluso una simple muchacha de aldea, es capaz de contener la Sabiduría de Dios, de ser su «sede», y por el otro que esa Sabiduría no se manifiesta en los criterios lógicos y ordenados de los hombres, sino en la apertura del corazón a lo imprevisto y creador de los planes de Dios.
Siempre nos conduces a diferentes lugares dear Abel esta vez veremos María Sede de la Sabiduría escrita el 7 de Juno 2006 . Cuando el mundo hebreo y el mundo griego entraron en relación en época de Alejandro Magno . Sabiduría será entonces a el mundo griego, estar a la escucha del logos del mundo . En el discurso interior del hombre percibe las relaciones que expone con y todo un ideal a alcanzar sabiduría es atender a lo que dicen las relaciones esenciales del mundo, estar a la escucha de la armonía del cosmos; resuelve cosas concretas, pero no por si mismas, sino porque el sabio ha percibido el sentido de esas cosas... Crecí como palmera de Engali y como rosal de Jericó, como Olivo hermoso en la pradera y como platano junto al agua. Perfumé como cinamomo y espliezo y di aroma como mirra exquisita, como incienso y ambar y bálsamo, como perfume de incienso en el santuario. Esto es hermoso cuando piensas a quien le estás escribiendo y lo plasmado en el escrito y el que lo lee conoce our mood