La cuestión de las dos genealogías de Jesús, la que nos trae San Mateo (Mt 1,1-17) y la que nos trae San Lucas (Lc 3,23-39), tan diferentes entre sí que no pueden ser las dos verdaderas al mismo tiempo, sigue siendo algo espinosa para muchísimos creyentes. En el pasado se ha despachado la cuestión con una solución bastante ingeniosa aunque -todo hay que decirlo- un tanto artificial; copio esa solución tal cual la transmite aún hoy un sitio católico:
«Lucas registra la genealogía de María y Mateo registra la de José. Mateo sigue el linaje de José (el padre legal de Jesús), a través de Salomón el hijo de David, mientras que Lucas sigue el linaje de María (familiar sanguíneo de Jesús), a través de Natán el hijo de David. No había la palabra griega para "yerno" y José pudo haber sido considerado como un hijo de Elí por haberse casado con María, la hija de Elí. A través de ambas líneas, Jesús es un descendiente de David y por lo tanto elegible para ser el Mesías. El trazar una genealogía por el lado de la madre es inusual, pero igualmente lo fue el nacimiento virginal.» (EWTN)
Otros recurren al simple expediente de indicar que la Biblia no es primordialmente una fuente histórica y que, por lo tanto, no podemos pedirle precisión en esa clase de datos. En realidad esta segunda respuesta ayuda mucho a pensar la solución correcta, pero no responde al problema, sólo indica por qué las dos genealogías no son iguales, pero no explica por qué son distintas, que es lo que causa confusión.
De antemano rechazaré la primera solución porque va absolutamente en contra de lo que literalmente dice el texto de San Lucas, y por la debilidad argumental que la propia respuesta expresa: una genealogía por el lado materno es inusual, ¡y si el propio autor ni siquiera menciona que sea por el lado materno...! Dicho sin ambages: suena a un mero intento desesperado de armonizar datos discordantes para que no nos molesten en nuestras certezas, y no a -como debería ser- un serio esfuerzo por penetrar en la verdad de los Evangelios y en su propio lenguaje y maneras de hablar.
A la segunda, poco se la puede llamar una solución, pero al menos tenemos en ella una pista trazada... ¿y si fuera un problema relacionado con nuestros conceptos de lo histórico?
Hay muchísimos problemas de la Escritura que son problema para nosotros, son problema en nuestra lectura, en nuestra recepción de los códigos con los que habla la Biblia, pero no lo eran para los destinatarios originales.
Es cierto que la discordancia entre las dos genealogías trajo problemas ya en la antigüedad, ya en el siglo III, y que la "solución clásica" que reproduje al inicio proviene precisamente de aquella época, señal de que no todo tiene que ver con una diferencia entre un concepto "antiguo" y otro "actual" de la historia.
Vamos a tratar, entonces, de catalogar los problemas que nos traen estas genealogías, a ver si podemos sistematizarlos mejor para orientar nuestra pesquiza:
1-El problema principal aparece cuando las ponemos juntas; es posible que cada una por separado sonara perfectamente creíble (al menos leídas por encima), pero al colocarse en un mismo corpus y al estar dotadas las dos de la misma clase de autoridad, salta a la vista que una de las dos no puede ser materialmente correcta, o quizás hasta las dos.
2-El segundo problema surge cuando nos metemos más en el entramado de nombres que cada una de ellas trae: ninguna de las dos es exacta en relación a los datos genealógicos de la línea davídica que nos trae el Antiguo Testamento, los libros de Génesis, Reyes y Crónicas, que son los que tienen relación con estas listas y que podrían haber sido las fuentes.
3-El tercer problema tiene que ver con la manifiesta "artificialidad" de cada una de estas listas: de ninguna manera parecen reproducir listas que hayan ocurrido en los cruzamientos matrimoniales de cualquier historia, sino que las dos parecen responder a un esquema aritmético muy definido. Es más notable en Mateo, que explícitamente nos habla de una genealogía dividida en tres bloques de 14, 14 y 14 generaciones; pero no lo es menos en Lucas, que colecciona la nada casual cifra de 77 generaciones.
De estos tres problemas, el único que requiere la comparación entre las dos listas es el primero, por lo cual es lógico que surgiera cuando ya los cuatro evangelios se copiaban juntos, se leían juntos, y eran ya reconocidos por toda la Iglesia como la inequívoca autoridad en la fe. Los otros dos, en cambio, son problemas que son visibles aunque sólo conociéramos las listas por separado. Aceptado pues el principio general, muchas veces repetido, de que la cultura mediooriental tiene verdadero afecto por estas listas genealógicas y que suelen ser muy escrupulosos al consignarlas, deberíamos preguntarnos no por qué surgió el problema al querer armonizar estas listas en el siglo III, sino cómo es que no surgió mucho antes...
Pero antes de continuar quizás deberíamos cuestionarnos si es verdad que la cultura mediooriental, la que dio origen a la Biblia, es verdaderamente tan rigurosa al consignar las genealogías. Ciñéndonos exclusivamente a la Biblia, está claro que parece disfrutar mucho con presentar listas genealógicas, pero ¿son estas listas verdaderamente rigurosas? ¿o sólo lo son para nosotros, que como desconocemos los personajes de los que hablan, nos da lo mismo si hay 15 que 20 generaciones, y si esas generaciones las forman estos o aquellos antepasados?
Tengo la sospecha de que los cristianos venidos de la gentilidad, y en especial la cristiandad occidental, se siente tan ajena al sentido de las tradiciones genealógicas, que sólo se ha ocupado de ellas porque molestó la discordancia al referirse las listas nada menos que a Jesús... pero como nos falta conocimiento de la función de las genealogías en la Biblia, y de su modo de composición, y hasta de la noción misma que la Biblia tiene del "rigor" de una genealogía, no acertamos con la solución.
Lo primero que debemos hacer, entonces, no es tratar de pasar a la Bilia por nuestras licuadoras lógicas, donde todo termina armonizando con todo, así nos podemos quedar tranquilos e ignorantes de lo que hablan esos fragmentos de Evangelio. Si queremos realmente recuperar esos fragmentos de Evangelio para que sigan diciéndonos algo, y no sólo para quedarnos tranquilos, sino para recibir lo que ellos dicen -que es Buena Noticia, ¡también las genealogías!-, no podemos desoir lo que las genealogías bíblicas dicen y cómo lo dicen.
La Biblia tiene muchas genealogías, decenas. Es verdad entonces que podemos decir que hay un gusto cultural por cultivar la genealogía, que llega a ser un verdadero "género literario", es decir, un verdadero molde expresivo portador de sentido, como lo pueden ser otros géneros mucho más conocidos y cultivados por nosotros, la carta, el poema, etc.
No todas las genealogías son iguales, algunas -para poner unos pocos ejemplos- trazan la lista por primogénitos, o al menos por el que queda como heredero, aunque no haya nacido primero, como la de Génesis 5,1ss; se consigna en este caso también la edad en que se produce el relevo de una generación a otra; otras son más imprecisas, podríamos decir que proceden por "recuerdos heroicos" más que por primogenituras, como la de Génesis 14,17ss. El primer libro de las Crónicas comienza, precisamente, con 9 capítulos de una genealogía que pretende ser "objetiva y abarcadora", tratando de consignar cuantos más nombres mejor, con escasísimos detalles secundarios, lo que hace que muchos personajes sean apenas un nombre perdido en la memoria colectiva. El libro de los Números recibirá ese nombre precisamente por comenzar con listados a medio camino entre la genealogía y el censo, clase de lista que encontraremos también en el libro de Esdras.
Además de estas listas y sus semejantes, practicamente todos los personajes -importantes o secundarios- son presentados a través de su linaje.
¿Son estas genealogías reflejo de lazos de sangre efectivos y completamente reales?
¡Es muy difícil responder a esa pregunta! Ante todo porque para la mayoría de los nombres carecemos de otras listas paralelas conocidas por otras fuentes con las que podamos contrastar los datos; además, en muchísimos casos las genealogías se refieren no a personas sino a pueblos, clanes o ciudades; en muchos casos también la palabra "hijo de" significa simplemente "descendiente", sin que necesariamente sea el primer grado, por lo que es difícil contrastar la rigurosidad de la secuencia de generaciones.
Por ejemplo, he aquí un fragmento de genalogía tomado de Gn 25,1-4:
«Abraham volvió a tomar otra mujer, llamada Queturá. Ésta le dio a Zimrán, Yoqsán, Medán, Madián, Yisbaq y Súaj. Yoqsán engendró a Seba y a Dedán. Hijos de Dedán fueron los asuritas, los letusíes y los leumies. Hijos de Madián: Efá, Efer, Henoc, Abidá y Eldaá. Todos éstos, hijos de Queturá.»
Se ven en estos pocos versículos los rasgos antes mencionados: nombres de etnias como nombres personales (asuritas, letusíes, etc), y la filiación aplicada a varias generaciones ("Todos éstos, hijos de Queturá", para querer decir "todos estos, de la línea de Abraham que se abre con Queturá").
Hay un caso especialmente interesante y para nada resuelto:
En Génesis 36 se dan las últimas noticias que tendremos del personaje Esaú, que tan importante fue para el establecimiento de la línea patriarcal, al vender la primogenitura a su hermano Jacob. En los versículos 8 y 9 se dirá que «Esaú se estableció en la tierra de Seír... estos son los descendientes de Esaú, padre de Edom, en la montaña de Seír»
Está claro que Seír es un lugar; un lugar que las pocas veces que se nombra está asociado al personaje Esaú (Josué 24,4: «A Isaac le di por hijos a Jacob y Esaú. A Esaú le di en propiedad la montaña de Seír. Jacob y sus hijos bajaron a Egipto.»).
Sin embargo, en el mismo Génesis 36, pero un poco más adelante, en los vv 20-21, dirá: «He aquí los hijos de Seír el jorita, que habitaban en aquella tierra: Lotán, Sobal, Sibeón, Aná, Disón, Eser y Disán. Estos son los jeques de los joritas, hijos de Seír, en el país de Edom.»
El gentilicio de "jorita" se utiliza en todo el AT sólo para este "Seír", y no está en ninguna de las listas de pueblos, excepto un par de menciones, en Gn 14 y en Dt 2,8, donde se lo da como un clan exterminado por los edomitas, es decir los descendientes de Esaú.
Tal vez esta vacilación de la tradición en torno a si Seír debe considerarse un lugar o un personaje explique que en 1Cro 1,38, sin ninguna clase de continuidad con la genealogía que viene trazando, diga:
«Hijos de Seír: Lotán, Sobal, Sibón, Aná, Disón, Eser y Disán.», y desde allí hasta el versículo 42 exponga los datos que ya vimos en Gn 36,20ss, que tenían contexto en Gn, pero que carecen completamente de relación con el entorno en la genealogía de 1Cro, y en donde el gentilicio de "jorita" ya no se utiliza.
Es verdad que estas discontinuidades no se perciben con claridad, porque la danza de nombres que se suceden como en una catarata hace que al lector le dé un poco lo mismo si le hablan de un pueblo, de una ciudad, de una persona, o de cualquier otra cosa, porque desconocemos todo lo relacionado con la casi totalidad de estos nombres, salvando precisamente el puñado de diez o quince que son los héroes del relato bíblico, pero basta sentarse un par de tardes lápiz en mano e ir recorriendo las genealogías con cuidado, para percibir que el panorama es mucho menos homogéneo de lo que parece a simple vista.
¿Qué extraeríamos de ese recorrido por estas antiguas genealogías y con la percepción de estas pequeñas discontinuidades?
Algo que creo que es muy importante para acercarse a la cuestión genealógica en la Biblia; se suele decir que para la mentalidad bíblica era tan importante la genealogía, que eran muy meticulosos al consignar los datos... pero ¿lo eran realmente? Que la genealogía era importante, no cabe duda, así sea por la cantidad de esos textos que nos trae la Biblia ¿pero implica eso que eran meticulosos en el mismo sentido en que lo sería un botánico de fines del XIX? Quizás eran muy meticulosos, ¿pero lo eran en el sentido en que nosotros entendemos esa palabra? ¿les importaba tanto como imaginamos la exactitud del dato individual?
Opino que la meticulosidad taxonómica que atribuimos a los genealogistas de la Biblia es sólo un prejuicio nuestro; eran meticulosos, sí, pero no en el sentido de la exactitud del dato. Ese aspecto -la exactitud del dato individual- es algo que forma parte de nuestras preocupaciones, no de las de la mentalidad genealogística de la Biblia. Por eso, un aspecto que me gustaría destacar, y aun antes de poner una al lado de la otra, es que las discontinuidades que se perciben en las genelogías de Jesús, tanto en la de Mateo como en la de Lucas, no son casos aislados ni anomalías; sólo las vemos más porque nos importa más y estudiamos con mayor detalle lo referido a Jesús que lo referido a «Seír el jorita», pero forman parte de lo esperable en las genealogías bíblicas, donde la exactitud del dato individual no es un objetivo ni una preocupación.
¿Pero para qué puede servir una genealogía en cuya exactitud no podemos confiar? ¡Ése es nuestro problema! Que no utilizamos las genealogías más que para conservar la exactitud de ciertos vínculos parentales, y no imaginamos que puedan tener ninguna otra función, y desde luego, no imaginamos para qué pueden servir en la Biblia. Pero la "verdad de un texto" no es que concuerde con nuestras expectativas, sino que responda a las expectativas del lugar al que pertenece; lo "verdadero" de las genealogías de Jesús no está dado por nuestro modo de analizar sus datos, sino por si responde o no a las expecttivas que la Biblia tiene al consignar una genealogía. Quizás esté ahí la explicación de por qué los primeros que se toparon con la diferencia entre Mateo y Lucas, no la tomaron en cuenta, y el problema quedó sin plantearse hasta bien entrado el siglo II o III: eran todavía público original, no eran lectores subsidiarios, que tienen que adaptar su mentalidad a la Biblia, como lo fueron los cristianos que provenían de la gentilidad, o como lo somos nosotros.
Hace unos años le preguntaban a un escritor israelí contemporáneo (lamentablemente no recuerdo su nombre) si su estilo tenía que ver con el de tal otro escritor judío norteamericano, y él respondía algo muy interesante para nuestro tema:
«[...] mi estilo no puede tener que ver con alguien que escribe en inglés porque yo escribo en hebreo, lo único en lo que sí nos parecemos es que, como buenos judíos, somos familieros, narramos historias de familias.» ésta es una clave muy bíblica, que permite entender muy bien el universo de la mentalidad bíblica: la Biblia entera es la historia de una familia. Las genealogías no están para consignar la exactitud de unos datos útiles fuera de la Biblia, sino para establecer, dentro de ella, el objeto de la narración: la familia humana, la familia de Abraham, la familia de Judá, la familia de David. Se comprende con facilidad que no son "cuatro familias" sino una progresiva concentración del objeto narrativo, círculos concéntricos donde va quedando cada vez más destacado el punto sobre el que gira la historia.
Mateo ha sido muy explícito -a la manera simbólica en que suele ser explícita la Biblia-, al mostrar que Jesús pertenece a lo más central de esos círculos familiares: ha dividido su genealogía en bloques de 14 generaciones; 14 puede ser escrito en hebreo como Daleth+Vau+Daleth, que son las letras del nombre de David.
Lucas le habla a otro público, a un público que probablemente conoce mucho más superficialmente la tradición veterotestamentaria que el de Mateo, así que su genealogía, aunque también recurre a un artificio numérico, es más directo: 77 generaciones -número muy obviamente místico-, con referencias a la familia de David más fácilmente rastreables en el AT que las de Mateo, y terminando, como corresponde a un cristiano abierto a la evangelización de los gentiles, en el círculo de la humanidad, de Adán, no de la familia del pueblo elegido, Abraham.
Son genealogías que expresan el sentido del personaje Jesús a la luz de la tradición y de la historia salvífica. No carecen de base histórica, pero la utilización de esa base histórica está al servicio de un procedimiento de tipo poético, habitual en el resto de la Biblia, que trata los vínculos familiares en función de los grandes conjuntos y del valor simbólico de los personajes que consigna, y por lo tanto sus datos no pueden ser recibidos como si se tratara de una colección de actas de nacimiento.
Estas genealogías entonces -tanto la de Mateo, más elaborada, como la de Lucas, más sencilla-, hablan, en el horizonte de la tradición del Antiguo Testamento, y de manera que sólo resulta perceptible si hacemos primero el pasaje por esa tradición -si nosotros mismos nos incluimos en ella-, de que esa tradición ha llegado a su punto más alto de concentración, ha dado ya todo lo que tenía para dar, pero... no ha quedado abolida, ¡la necesitamos precisamente para poder decodificar este mensaje!
Expresar el sentido de un personaje no es la única función de las genealogías en la Biblia, también deberían señalarse la función de expresar fusiones entre clanes y la función de prestigiar personajes, pero mostrar ejemplos y variaciones de esto nos alejaría demasiado del tema central.
Creo que debería quedar por completo claro que no le hacemos ningún favor a la verdad bíblica imponiéndole esquemas de comprensión que no sólo no le pertenecen sino que ocultan y desvían la mirada de los que sí le pertenecen.
Es posible que para nuestra mentalidad sea frustrante no tener las actas de nacimiento de Jesús ni de sus familiares a lo largo de la historia; pero no adelantamos nada con inventárnoslas. El Nuevo Testamento no consigna las genealogías de Jesús para calmar nuestras expectativas sino las propias de la Biblia: presentarnos quién es Jesús, anunciarnos lo que él representa, y sobre esa presentación y anuncio, dejar ante nosotros la responsabilidad de aceptar o rechazar que él es quien concentra todas las direcciones abiertas en la historia salvífica.
Las genealogías son anuncio, angélion, y en tanto lo que nos anuncian es la esperada plenitud de la historia salvífica, son eu-angélion: evangelio.
Lucas y Mateo no concuerdan entre sí en las genealogías, como muchos otros pasajes entre los evangelios no concuerdan en el dato histórico, que ha sido tratado en la catequesis de las comunidades cristianas iniciales con plasticidad y suma libertad narrativa. Los intentos de armonizarlos no sólo son vanos e imposibles para el estado de nuestro conocimiento histórico, sino que distraen de lo que propiamente hablan los textos, y del peculiar modo como hablan.