La esperanza en la vuelta del Señor, una clave del Nuevo Testamento
«Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo.» (Hechos 1,11)
La vuelta del Señor sostuvo de manera muy concreta la primera esperanza cristiana; los primeros creyentes no esperaban «ir al cielo», sino que el cielo bajara a ellos, cuanto antes mejor. A tal punto que en uno de los primeros escritos que nos queda de san Pablo, la 2Tesalonicenses, el Apóstol tiene que salir a calmar los ánimos: de tan inminente que imaginaban la vuelta del Señor, alteraban la vida de la comunidad, incluso en aspectos muy prácticos: algunos, apoyados en esa convicción, dejaban de trabajar para dedicarse sólo a esperar el Regreso.
Con el tiempo, esa percepción de la inminencia de la Venida fue cediendo un poco; ya para las décadas en que se compusieron con mayor probabilidad los evangelios, fines de los 60 en adelante, aunque todavía aparecen frases «urgentes» («no pasará esta generación», Mt 24,34), ya la expectativa es un poco distinta: se desea la Venida, pero se empieza a formular la idea de que no se puede deducir de las palabras históricas de Jesús ningún tiempo concreto. Incluso la Iglesia acepta adquirir rasgos más «institucionales», una organización que para el fin del siglo primero ya es compleja, y que la ayuda a pertrecharse para un largo invierno de espera.
Esta dialéctica entre «el Señor ya vuelve» y «pero aun no llega» -«ya, pero todavía no», como se sintetizó en la teología del siglo XX la fórmula de la escatología cristiana-, se mantuvo con acentos hacia un polo o hacia el otro a lo largo de 1500 años. No entra en contradicción una Iglesia fuertemente institucionalizada, hecha una con las instituciones civiles, con una predicación que, por ejemplo en el caso de san Vicente Ferrer, vuelve una y otra vez sobre la inminencia de la Venida. Muchas veces se critica el escatologismo de las sectas actuales, y su lectura literal y catastrofista del Apocalipsis, pero se pasa por alto que esa forma de lectura y predicación fue la nuestra durante siglos, y que la cambiamos no del todo voluntariamente, sino por una exigencia profunda del devenir de la cultura humana.
La gran mutación en la imagen del mundo que comienza en el renacimiento y se va acentuando con el paso de los siglos, hace muy difícil que se pueda mantener las fórmulas bíblicas tradicionales sobre la segunda venida del Señor. Por supuesto que el Credo dice y seguirá diciendo «desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos....», sin embargo, es nuestra percepción inmediata de esa frase lo que ha cambiado enormemente: inminencia en los primeros años, viva imagen, aunque situada en un futuro más o menos lejano, más tarde, hasta que en nuestra época se trasforma en una formulación creída, pero no apta para ser imaginada casi de ninguna manera.
La liturgia, sin embargo, dos veces al año pone su acento en ese acontecimiento refractario a las imágenes: al principio y al final del año litúrgico: las tres primeras semanas del Adviento tienen «tono escatológico» decreciente, hasta que la expectativa de la segunda venida se transforma en la espera de la primera y la celebración de la Navidad; y a partir de la semana XX/XXII del tiempo ordinario, de manera creciente hasta la semana XXXIV, con su celebración de Cristo Rey, los textos van teniendo un creciente tono escatológico, y van apurando con mayor urgencia la meditación sobre la totalización del universo y la vuelta de Cristo. Puesto que el fin de un año litúrgico se une al inicio del otro, se da la paradoja de que si no nos dijeran que a la semana siguiente de Cristo Rey comienza un nuevo año litúrgico, no nos daríamos cuenta por el tono de los textos, ya que la última semana del año litúrgico y la primera del Adviento están en el mismo registro simbólico, hablan con la misma clase de lenguaje: la inminencia de la Venida.
La imagen científica del mundo
A pesar de eso, sin embargo, no podemos artificialmente, sentir lo que no sentimos, y es muy difícil «sentir» que este mundo es provisorio cuando al mismo tiempo controlamos cada vez más los medios por los cuales podemos asegurar, dentro de ciertos límites, la vida nuestra y de algunas generaciones futuras, e incluso podemos «medir» en miles o millones de años los ciclos vitales, no sólo de nuestro planeta sino también del resto del universo, aun del que no nos es visible. Se podrá decir, por supuesto, que la ciencia, o mejor dicho, que el modo humano de enfocar la ciencia está viciado de soberbia; y seguramente hay mucha razón en esa crítica. Es más, el hombre religioso sabe que cualquier cosa que el hombre toca -incluyendo el lenguaje religioso- bien pronto se tiñe de soberbia. Pero eso no quita las grandes líneas que llevaron a una pérdida en las posibilidades de la imaginación de representarse la segunda venida, y en las posibilidades del lenguaje religioso de poder formularlo sin caer en el catastrofismo barato. Realmente la tierra es esférica y no tiene un arriba y un abajo, realmente el universo no tiene un centro, ni tiene propiamente límites materiales, realmente las edades se cuentan por millones de años, realmente en ellos no partició el hombre más que en una ínfima porción, y muchas realidades más que hemos llegado a ver haciendo ciencia moderna.
En ese conjunto de realidades que forman nuestra imagen del mundo más inmediata, el lenguaje del Nuevo Testamento para hablar de la esperanza cristiana resulta, o simplista, o tan alejado de lo posible, que sólo cabe relegarlo al mundo de la metáfora. Lo que hacemos prácticamente todo el tiempo es eso: entender esas frases como metafóricas. Pero entiéndaseme: no es lo que «hace el mundo», ni lo que «hacen los secularizados».... ellos no leen el Evangelio, ni tienen por qué. Eso es lo que hacemos nosotros: lo digamos o no, en la práctica la segunda venida no entra en lo que formulamos en nuestras expectativas religiosas. No podemos ponernos el casco de «cosmovisión religiosa» cuando pensamos en la fe, y el de «cosmovisión científica» cuando nos movemos todos los días. Hace cinco siglos un terremoto podía ser sentido como una expresión inmediata de la voluntad de Dios, hoy tenemos que hacernos fuerza para «sentirlo» así, cuando sabemos perfectamente que cualquier movimiento de las placas tectónicas puede ser calculado con anticipación; otra cosa es si tenemos o no herramientas para prevenir sus consecuencias, sobre todo las humanas.
Frente a esta pérdida de densidad de la dimensión escatológica, última, del Nuevo Testamento, no podemos hacer demasiado. Los «experimentos con el lenguaje» son eso, experimentos, y pueden fallar. En la primera mitad del siglo XX Teilhard de Chardin intentó integrar gran parte de ese lenguaje escatológico con una imagen evolucionista del mundo y del hombre. Y por muchos errores que se puedan señalar en sus resultados, una mirada honesta debe reconocer que llegó más lejos en ello que cualquier otro, y superó algunos de los problemas de la mirada opuesta -que la podemos situar en el biblista Bultmann-, que declaraba la completa incompatibilidad -la incompatibilidad de raíz- del lenguaje del Nuevo Testamento con la imagen moderna del mundo. Las líneas maestras del pensamiento de Theilard siguen siendo atractivas y sugerentes. Por supuesto, ya no estamos en su época, y aunque se sigue usando la palabra «evolución», la misma ciencia ha reemplazado el contenido que tenía esa palabra por otro ligeramente distinto, y no se puede hoy identificar al hombre como corona de nnguna línea evolutiva, y es difícil que la «esfera de la conciencia» de la que hablaba Theilard pueda cumplir alguna función en la nueva imagen. En la práctica, la palabra «evolución» significa hoy solamente «mutación», no «cambio a mejor», e incluso hay una chocante desconfianza científica en el valor del ser humano, que no estaba aun tan desarrollada en la época de Theilard.
Leer hoy los textos escatológicos
Declarar sin más, como Bultmann, que el lenguaje de la escatología cristiana pertenece al reino del mito y debe ser abandonado en bien de una interiorización y personalización del lenguaje religioso, parece, no sólo radical, sino altamente injusto con la verdad interior y profunda del Evangelio. Es cierto que Bultmann hizo profundas salvedades en sus conceptos de «mito» y «mitología», pero esas salvedades no suavizan la sospecha de generalizada falsedad lanzada hacia el Nuevo Testamento.
Debemos sin embargo tomarnos en serio las dificultades que nuestra cosmovisión nos plantea, y reconocer que debemos salir a la reconquista del lenguaje escatológico del Nuevo Testamento. Las palabras que Jesús utiliza para referirse a la futura venida del Hijo del hombre y la implantación definitiva del Reino tienen seguramente una dimensión de realidad que hoy se nos escapa. No está nada mal que comencemos por reconocer ese simple hecho: tal lenguaje se nos escapa, y no podemos ya acceder a él de manera inmediata. Es mucho mejor que andar haciendo malabarismos catastrofistas, que querer superponerle a la historia un preesquema que el coonocimiento histórico no valida, y desde luego mucho mejor que declarar como nulo y superado el Nuevo Testamento. reconocer la propia imposibilidad permite ponerse en movimiento hacia aquella reconquista.
Puede comenzar entonces la lenta tarea de recuperar al menos algunos aspectos de ese lenguaje escatológico. Si es verdad, por ejemplo, que la cosmovisión física del mundo excluye un arriba y un abajo, el mundo ha conservado unos muy concretos arriba y abajo políticos, Norte y Sur realmente quedan arriba y abajo desde el punto de vista político, económico, racial; y a la inconmensurabilidad del cosmos podemos oponer la limitada medida de la justicia humana, la parcialidad de nuestros juicios, parcialidad que clama por un juicio auténticamente justo y total. Es cierto que no es lo mismo decir que en el Reino de Jesús no habrá unos hombres que manejen con sus alegres jueguitos de bolsa el pan de cada día de millones y millones de seres humanos, que decir que el Hijo del hombre vendrá con gloria sobre las nubes del cielo; pero apropiándonos concretamente de alguna de las consecuencias de esa Venida, estamos más cerca de mantener la seriedad de la creencia, aunque no podamos imaginarla.
Nuestro mundo conquista para el hombre, día a día, grandes sectores de realidad. No sólo nadie negaría eso, sino que no podemos dejar de valorarlo positivamente. Todas las perversas consecuencias éticas del creciente dominio del hombre sobre el misterio del nacimiento, no quitan ni un ápice del valor de esa conquista. Pero no dejan de ser conquistas que revierten sobre las vidas individuales de los hombres. No hemos avanzado, y quizás no se pueda avanzar con nuestras herramientas científico técnicas, en el valor y en el goce de ser-muchos, de haber sido creados como comunidades, como grupos, como familias, como una humanidad colectiva cuyo destino se gana y se pierde para todos en los actos de cada uno. Nuevamente, aunque no podamos imaginar la segunda venida, el Reino que anuncia tiene una muy concreta y radical comunitariedad que se plasma incluso en fórmulas-límite, como la de que Cristo será todo en todos (cfr. Col 3,11, Ef 1,23). Ninguna expectativa del progreso intramundano propuesto por la ciencia, ni ninguna expectativa de salvación personal propuesta por el lenguaje religioso corriente, logra expresar esa dimensión presente en las fórmulas escatológicas de Cristo inhabitando en todos, no sólo en cada uno, sino en todos, de tal manera que también podemos decir que inhabitarán «todos en todos», desarrollando la hermosa imagen de Hebreos 8, según la cual ya no habrá que instruirse entre los seres humanos, porque el conocimiento de Dios formará parte del interior de cada uno, y de la lengua común.
Finalmente, el lenguaje escatológico, mucho más que el de la salvación personal, proclama que la creación entera, en su conjunto, no sólo cada uno, sino toda ella, tiene una finalidad, tiene un destino, y tiene un inmenso valor, y que ese valor, lo podamos imaginar o no, está ligado con muy fuertes ataduras al valor de cada hombre, y al de toda la humanidad. «Todo fue crado por él y para él», en tanto ese él se refiere al Dios que se hizo hombre, significa también que todo tiene su sentido y su broche puesto en el hombre. Es inevitable que al conocer más mecánicamente al hombre, al conocer cómo funciona cada uno de sus músculos y órganos, al poder incluso reemplazar maravillosamente partes de ellos, al poder crear partes artificiales del hombre e imitar su pensamiento con máquinas, perdamos un poco el encanto por el modelo; es inevitable que olvidemos que el motivo por el que deseábamos «repararlo» era precisamente por su inmenso valor. La escatología del Nuevo Testamento, el recuerdo de una totalización del universo y del mundo humano, de las comunidades y de cada una de las personas que las forman, nos vuelve a recordar ese centro de interés sobre el que gira el universo entero.
¡Ven, Señor Jesús!
La bibliografía sobre el tema de la escatología en el cristianismo es enorme, porque abarca muchos aspectos, tanto el de las creencias judías, la formación del profetismo de significación escatológica, las creencias que se cultivaban en época de Jesús, como el devenir de esas creencias en relación a la historia del cristianismo, y cómo la realidad de la vida de la Iglesia va ayudando a reinterpretarlas. Pero el hombre es también naturalmente un ser de esperanza, y la espera de "un mañana mejor" forma parte incluso de escatologías seculares, como la marxista u otras. Por eso me limitaré a indicar sólo algunos aspectos que creo que es bueno que los cristianos revisemos cada tanto, y es cómo esa fe en la Venida era expresada y creída en el horizonte de la predicación de Jesús y del Nuevo Testamento. Para ello hay aquí algunos títulos que pueden ayudar a la reflexión personal. Todos ellos pueden encontrarse en nuestra Biblioteca:
-Yves-Marie Blanchard, Edouard Cothenet y otros: Evangelio y reino de Dios, CB Verbo Divino nº 84, 1995
-Elian Cuvilier: Los apocalipsis del Nuevo Testamento, CB Verbo Divino nº 110, 2002
-Comentario Bíblico San Jerónimo, especialmente tomo V, David M. Stanley, SJ y Raymond E. Brown, SS: «Aspectos del pensamiento neotestamentario» parr 64ss. (la escatología del Nuevo Testamento)
-John P. Meier: Un judío marginal, tomo II-1, Verbo Divino, 1999, es un acercamiento riguroso a la cuestión de lo que Jesús predicó "históricamente"´acerca del Reino.