«Vuestros caminos no son mis caminos»
¡Cuánto le habrá costado a Israel esta «sencilla» definición religiosa! Pensemos que la metáfora del camino es el núcleo desde el que se despliega toda la fe del Antiguo Testamento: migración de Abraham, éxodo, exilio... el camino, el tiempo de estar en camino, es el lugar donde se ve verdaderamente a Dios, y llega este profeta de época del Exilio que continuó el libro de Isaías y entre los versos finales de su libro remata con este dístico:
Mis planes no son vuestros planes,
vuestros caminos no son mis caminos
¿Pero qué significa eso? ¿qué revela eso del Dios en quien creemos? Yo creo que es una formulación que ha logrado juntar dos elementos difíciles de mantener unidos: la providencia de Dios, su cercanía al hombre, su cuidado personal por cada uno, junto con la absoluta y total trascendencia divina. Las dos miradas sobre Dios deben mantenerse unidas si queremos penetrar en el Dios bíblico:
-El Dios de la Biblia no es nunca un dios lejano y desentendido de los hombres, no está «en su cielo de inmortalidad», como los dioses de los que habla el pagano Píndaro: «a los dioses brinda el cielo para siempre una morada segura».
-Pero el Dios bíblico no es nunca tampoco un dios comodín, un dios disponible por el hombre para tapar sus agujeros y torcidos planes.
Trascendencia divina
Lamentablemente los dos extremos se dan cotidianamente, incluso en la vida de cada uno, incluso a lo largo del día es difícil mantener juntas la percepción de la cercanía de Dios junto con su misterio insondable. Y en el caso de nosotros, los cristianos, quizás seducidos por la cercanía humana de Jesús, tendemos más a olvidar el polo de trascendencia, de inescrutabilidad de Dios. ¡Cuántas veces usamos a Dios sólo para tapar agujeros de nuestro saber o de nuestro obrar!
Por ejemplo, la Biblia enuncia que Dios es Creador, pero eso es más problema y misterio que solución. Que Dios es Creador no resuelve los problemas de cómo comenzó el universo, pone en la pregunta sobre ese comienzo una dimensión de profundidad hacia la pregunta por el sentido de todo en su conjunto, y deja abierto el gran problema -científico y filosófico- del origen material de todas las cosas y de cada una.
Por ejemplo, la Biblia enuncia que Dios es Juez, pero eso no quita valor a que ha dado a los hombres una libertad «a su imagen, según su semejanza»: el juicio de Dios no vendrá a reparar aquí y ahora lo que no nos animemos a establecer como justicia los hombres, en este tiempo, que es el de acción nuestra, de nuestra libertad. Si los creyentes no somos capaces de construir con humildad estructuras de justicia en este mundo, Dios no vendrá a construirlas por nosotros; su Juicio es un juicio trascendente a nuestros criterios y modos de comprender y ejercer la justicia, incluso Jesús enuncia que ese Juicio ya ha ocurrido, con su sola presencia.
Otro ejemplo, la Biblia enuncia que Dios es Rey. ¿De cuántas maneras nosotros los cristianos no pretendemos aprovecharnos de ese enunciado para exigir que las estructuras de gobierno del mundo se acomoden a nuestras ideas y conveniencias! ¡Es Él, Dios, quien es Rey, no nosotros, no la Iglesia, no ninguno de los cristianos! Él, exclusivamente Él, y ejercerá su reinado cómo y cuándo le plazca, como nos lo ha demostrado una y otra vez en la historia retirando su apoyo a cada uno de nuestros planes de «hacerlo reinar entre los hombres», por muy bulados que vinieran tales planes... Que Dios es Rey es un misterio para nosotros ante todo, para los creyentes más que para los no creyentes: somos súbditos de un Reino que no quiere manifestarse más que de las humildes maneras que Jesús eligió anticipar como signo y realización.
Cercanía de Dios
Pero una vez que hemos aprendido la lección de la trascendencia, no cabe que olvidemos el otro polo, el de la compañía amorosa y personal: el camino de Dios es un camino por el que Él transita y nos lleva de la mano. Pensamos quizás «mis caminos no son vuestros caminos» de una manera judicativa y tremenda, en cierto sentido negativa. Sin embargo Jesús concreta ese mensaje profético con una simple pregunta, aunque tan radical que tiene que ser puesta en el centro de una parábola:
«¿Acaso tendrás tú envidia porque yo soy bueno?»
Esta pregunta se dirige al creyente, al cercano, al hombre «de Dios», al cristiano «de misa», al hermano mayor de la parábola del hijo pródigo, o lo que es lo mismo, a los obreros de la primera hora que estuvieron siempre allí, se leyeron todas las encíclicas, rezaron todos los rosarios, etc. Es precisamente el que más cerca está de las cosas de Dios el que más peligro tiene de querer suplantar el juicio de Dios por el propio juicio, de suplantar el criterio de Dios por el propio, y de confundir lo que a él le ha tocado hacer, con lo que Dios espera de cada uno de los hombres.
Misterio
«Yo soy bueno», ese es el resumen del camino de Dios que es distinto de nuestros caminos. Lo enuncia en una parábola, porque poner esa frase en lenguaje directo es exponerla a que la atropellemos con nuestras nociones de lo que es ser bueno y no serlo. Un pagano de muchos siglos antes que Cristo, Heráclito de Éfeso, tuvo hermosas intuiciones de la trascendencia divina; una de ellas decía: «para el dios, todas las cosas son buenas, y bellas y justas, en cambio para los hombres las hay unas que lo son y otras que no lo son» (frg. 102). Por supuesto, no podemos elevar esta frase de Heráclito a principio práctico de vida, porque nuestro mundo, tendiente al caos, llegaría más rápido aun a ese caos, y el pecado de los hombres, escondido bajo la apariencia de criterios contrapuestos, reinaría más de lo que ya lo hace. Más bien a los hombres nos toca organizar y distinguir, lo bueno, lo malo, lo que tiende al bien, lo que inclina al mal... sin embargo, nada de todo eso es la bondad de Dios, nada de todo eso es el juicio y el reinado de Dios, nada de todo eso es el sentido de esta Creación. La bondad de Dios aguarda escondida en el misterio divino, se formula como misericordia extrema, como perdón incondicional, como providencia mínima que tiende la mano al pobre cuando todas las ayudas humanas han fallado.
El camino de Dios es un camino oculto, a los no creyentes y también a los creyentes. No podemos desvelar ese camino, ni pretender adelantarlo, por mandato del propio Dios, y por la índole misma, misteriosa y trascendente, de esos planes divinos. Lo que toca a los creyentes, a diferencia de los no creyentes, no es saber más sobre Dios, ni tener manejo de sus cosas, sino poder disfrutar ya desde ahora de haber recibido la gracia de poder trabajar para él, desde esta misma hora.
Bueno Abel es bueno saborear lo que escribes todo el tiempo aunque muchas personas tomen algunas palabras como que son para ellos yo se que no es que tienes que decirlo asi nomás, porque no sacan lo bueno y limpio que escribes: La bondad de Dios aguarda escondida en el "misterio divino" que tiende la mano al pobre cuando todas todas las ayudas humanas han fallado . El camino de Dios es un camino por el que que Él transita y nos lleva de la mano yo se que caminar siempre será nuestro objetivo porque esa palabra nos trae buenos y lindos recuerdos vamos a caminar además que las primeras cuatro letras "Cami" preciosas y hermosas porque definen el nombre de tu mamá la señora Camila Nungaray Hernandez que conocí en aquel entonces en Yahualica fue una invitación al cielo. Volvamos a tu escrito "¿Acaso tendrás tú envidia porque yo soy bueno?" mas bien a los hombres nos toca organizar y distinguir, lo bueno, lo malo, lo que tiende al bien lo que inclina al mal.
La bondad de Dios aguarda escondida en el misterio divino se formula como misericordia extrema, como perdon incondicional, como providencia mínima. ah que bellos recuerdos refrescan mi mente después que me encontraba diré en un meo-llo Abel muchas gracias Dios que te ama te Bendiga