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El Testigo Fiel
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Cómo están organizados los libros en la Biblia (1ª parte)

Algunas nociones sobre el canon bíblico

por Lic. Abel Della Costa
Nació en Buenos Aires en 1963. Realizó la licenciatura en teología en Buenos Aires, y completó la especialización en Biblia en Valencia.
Desde 1988 hasta 2003 fue profesor de Antropología Teológica y Antropología Filosófica en en la Universidad Católica Argentina, Facultad de Ciencias Sociales.
En esos mismos años dictó cursos de Biblia en seminarios de teología para laicos, especialmente en el de Nuestra Señora de Guadalupe, de Buenos Aires.
En 2003 fundó el portal El Testigo Fiel.
4 de marzo de 2012
La cuestión del canon de la Biblia es muy importante, aunque a veces se la pase por alto, o se dé por supuesto que es algo comprensible sin más. En este escrito se explora en la noción de "canon", y se deja preparado el terreno para, en la segunda parte, estudiar en concreto el canon católico.

La palabra Biblia es el plural del diminutivo griego "biblion", es decir, "libritos". Ya desde antiguo se percibió a la Biblia como lo que es: una colección de pequeños escritos cuya unidad no es visible desde adentro, sino que le viene dada por un acto de apropiación: la Biblia pasa a ser "un" libro cuando la comunidad creyente la hace suya. Si miramos uno por uno los distintos libros que la forman, difícilmente encontraremos qué cosa une un libro con el otro... precisamente porque lo que los une no es nada de naturaleza literaria: no son uno porque estén todos en el mismo idioma (no lo están), no son uno porque sean todos de la misma época (se escribieron a lo largo de un milenio, por lo menos), no son uno porque sean todos del mismo autor (no lo son, evidentemente), no son uno por los temas que tratan (muchos otros libros tratan los mismos temas y no forman parte de la Biblia)... Busquemos por donde busquemos, la unidad de la Biblia no surge de su realidad literaria, no surge de lo más palpable de ella. Lo que hace a la Biblia una es el hecho de que ella es "canon", es decir, norma, regla, de la fe de la comunidad creyente.

Una primera aproximación al «canon» de la Biblia

La Biblia es ella misma "canon" de la fe, es decir, como acabo de explicar, regla, medida de la fe. Sin embargo, en el contexto del estudio bíblico esa misma palabra se usa en más de un sentido, y así, cuando decimos "el canon de la Biblia", lo que queremos decir es el conjunto de libros oficialmente admitidos como partes de la Biblia.

Entonces, la Biblia es canon de la fe, porque ella misma está bajo un canon, bajo una regla que dice qué libros la forman, y cuáles no, aunque se parezcan a libros biblicos.

En tanto la Biblia es canon, podemos decir que la Iglesia nace de la Biblia, la Iglesia recibe su fe de la Biblia, y aunque puede formular la fe de muchas maneras en cada época, e incluso arribar a aspectos de comprensión que no están en la Biblia, la Iglesia no puede ir contra la Biblia, su fe tiene su límite en la Biblia.

Pero a la vez, en tanto la Biblia está "bajo canon", también vale la proposición inversa: es la Iglesia la que "decide" cuál es "su" Biblia: la Biblia nace de la Iglesia.

Hay aquí un cierto círculo, que no debemos rechazar, porque forma parte de la fe. Es verdad que en muchos casos el pensar en círculo es un error que atenta contra la lógica, si embargo a menudo pasa lo que dice un pensador contemporáneo: «no queda más remedio que recorrer todo el círculo, pero esto no es ni nuestro último recurso ni una deficiencia. Adentrarse por este camino es una señal de fuerza y permanecer en él es la fiesta del pensamiento, siempre que se dé por supuesto que el pensar es un trabajo de artesano. Pero [este] no es el único círculo, sino que cada uno de los pasos que intentaremos dar gira en torno a este mismo círculo.» (Heidegger, El origen de la obra de arte)

Más que romper el círculo, entonces, intentaremos entrar por él: es lo que ha hecho la fe de la Iglesia al elaborar la noción de "tradición". Es verdad que esta palabra está un poco vapuleada, y finalmente un tanto desprestigiada, ¡a veces con razón! Hay grupos dentro de la Iglesia que se arrogan el olisquearlo todo, y el juzgar la fe ajena en nombre de la supuesta "tradición" (a los que les va bien la definición de san Pablo de que "no aportan nada pero se meten en todo"), y a la vez hay otros que creen que, mientras la Iglesia siga atada a la "tradición" no podrá hablar decisiva y creiblemente a la "modernidad" (a estos más bien les va la definición de Pablo de aquellos que andan "arrastrados por cualquier viento de doctrina"). En general estas dos maneras extremas de comprender la "tradición" se basan en una mala comprensión de cómo el pasado se hace presente en lo actual.

Tradición y regla de la fe

Veámoslo más en detalle: somos seres de tradición, nuestra propia vida es tradición de sí misma. A pesar de que dicen los biólogos que cambiamos la casi totalidad de las células no sé cuántas veces en la vida, ninguno diría por ello que a los 30 o a los 40 o a los 50 o más años es otra persona que a los 5, 2 o menos años. Reconocemos que hemos "cambiado", precisamente porque "somos los mismos". Eso que "somos", nuestro yo, nuestra persona, se va transmitiendo a lo largo y a través de nuestros cambios: en los cambios aflora lo que somos desde siempre, y eso que somos desde siempre sigue vivo y operante precisamente porque cambiamos. Exactamente eso es la tradición: la transmisión de la identidad esencial de un organismo vivo a lo largo de toda su vida, que lo mantiene siendo él mismo en medio de todos los cambios y adaptaciones.

¿Qué tiene que ver esto con la Biblia? ¡mucho! o más bien ¡todo!

Decia que la Biblia es canon de la fe porque ella misma está "bajo canon", ella misma ha sido "decidida" por la Iglesia para que sea recibida como su libro fundacional: podemos decir que hubo un momento en que la Iglesia de Dios, la Comunidad de quienes se sabían convocados por Dios a realizar su proyecto en este mundo, vio que esos libros, y no otros, y no más, y no menos, sino que esos libros, ese conjunto, venía siendo, desde tiempos inmemoriales, "desde el inicio", la expresión de su fe, aquello donde se podía encontrar su esencia e identidad. En medio de cualquier tormenta de la historia, podían ir a esos libros y encontrarse de nuevo reflejados: nosotros somos esto, estamos en el mundo para esto, la comunidad es "de Dios" cuando "es esto". Como bellamente lo sintetiza el libro del Éxodo: "Vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos" (19,5). A cada momento de la historia, la Biblia está allí para decirle a los creyentes qué quiere decir ese "vosotros", quiénes son ese "vosotros". Podemos decir que el canon bíblico -y por lo tanto la Biblia- tiene su origen en la tradición de la identidad de la fe, en el punto en que la comunidad encuentra su razón de ser en este llamado divino.

Algunos apuntes históricos sobre el origen del canon bíblico

¿Pero en qué momento concreto nació el canon bíblico? nos preguntamos. Puesto que todo lo que tiene que ver con nuestra fe está referido a la historia, nuestra fe se despliega en la historia, nuestra fe misma es historia (¡una historia de salvación!), no hay un único momento, un punto, en el que haya ocurrido ese nacimiento del canon bíblico, más bien el canon fue atravesando etapas, se ha "ido constituyendo". Y esa es una segunda razón para ver la mutua relación entre tradición y Biblia: la Biblia nos viene no sólo como identidad heredada a lo largo de la historia (primer aspecto de la tradición), sino que además ha tardado un cierto tiempo en constituirse: la tradición la ha ido amasando, formando.

En un comienzo, la fe bíblica no tiene relación con ningún libro, sino más bien con un conjunto de relatos orales, de experiencias vividas por "los Padres" en relación a un misterioso Dios que los ha elegido. Esos relatos van formando una comunidad que se percibe idéntica y por lo tanto elegida en sus padres; esos relatos se van transmitiendo, repitiendo, encontrando formas literarias típicas, moldes. Esos mismos relatos, en tanto expresan la identidad del grupo -y la identidad más esencial: la relación con Dios- van siendo regla de comprensión (es decir: ¡canon!) de las nuevas situaciones históricas, de las nuevas experiencias. Si escudriñamos la Biblia, sobre todo sus relatos más antiguos, veremos cómo las distintas experiencias históricas han trabajado en un mismo episodio, a veces en una mínima narración, depositando a lo largo de siglos su propia vida de fe. A este respecto es ilustrativo el ejemplo (pero hay muchísimos más) de Génesis 6,17-20: lo que allí habla puede resumirse en el versículo 17: "Crecieron las aguas y levantaron el arca que se alzó de encima de la tierra", los restantes versículos no hacen sino repetir esto, pero en otras maneras de apropiárselo, correspondiente a la sensibilidad narrativa de distintas épocas: ¡hay no menos de 5 siglos de literatura sacra en esos 4 versículos!

Toda esa primera etapa pre-escrita abarca siglos, desde lo que podemos datar, aproximadamente en el siglo XVIII a.C., que es el contexto histórico de los relatos patriarcales (Abrahán, Isaac, Jacob), hasta un momento que los especialistas no consiguen señalar con certeza, y que sería el punto en el que comienza la Biblia como hecho literario. Hay muchas hipótesis al respecto, y como cada una entraña una comprensión de la fe, me detendré un poco en ello:

-Algunos opinan, y en la hipótesis más clásica dentro de las actuales, que la escritura bíblica comienza con el asentamiento y esplendor del reino de Israel (siglo X a.C.) específicamente en época de Salomón; constituido el templo y el culto, sus escribas se habrían dado a la tarea de recopilar las tradiciones antiguas, especialmente aquellas que mostraran, pusieran de manifiesto, el favor de Dios hacia la Casa de David.

-Otros piensan que el inicio de la escritura bíblica como tal hay que situarlo en las colecciones de oráculos proféticos y por tanto hacia el siglo VII a.C.

-Hay otros también que opinan que el verdadero nacimiento de la Biblia como hecho literario hay que situarlo en el gran fracaso del reino de Judá, es decir en el exilio babilónico, siglo VI a. C., y que precisamente el impulso para coleccionar las tradiciones literarias antiguas y comprenderlas orgánicamente viene del intento de compaginar la optimista fe de Israel en la elección divina con el palmario y aparentemente irreversible fracaso histórico.

Posiblemente las tres hipótesis tengan cierto grado de razón, y no se pueda escoger un único punto de la historia en el que haya comenzado la realidad literaria de la Biblia. Lo cierto es que hacia el siglo V a.C. tenemos ya una cierta conciencia de que hay un conjunto de escritos que deben considerarse sagrados, de alguna manera provenientes de Dios mismo. Si deseamos, sin embargo, poner fecha al inicio del canon, debemos más bien dirigirnos al episodio narrado en el libro de Nehemías (8,1ss.), En el que Esdras lee públicamente la Ley de Dios, es decir, según entienden los especialistas, aproximadamente lo que nosotros llamamos hoy El Pentateuco (los cinco primeros libros de la Biblia).

Ahora bien, aunque no tengamos testimonios muy claros al respecto, la comunidad judía debía percibir como libros sagrados no sólo al Pentateuco sino también a muchos otros escritos de los que forman hoy nuestra Biblia, especialmente los profetas y los salmos, del momento en que unos dos siglos más tarde de esa lectura de la Ley, se realiza la traducción al griego de la Biblia judía, para aquellos que vivían fuera de Israel, sin contacto vital con el idioma hebreo y que constituían un aspecto muy potente del judaísmo del momento: el judaísmo de la diáspora. Esa traducción, llamada de los Setenta, aunque contiene más libros que el AT de nuestras biblias actuales, contiene prácticamente la totalidad de nuestro Antiguo Testamento, lo que muestra que para ese momento el canon de la fe judía estaba ya perfectamente conformado. No obstante hay que aclarar que el judaísmo no había hecho hasta ese momento ningún movimiento explícito, ningún acto de autoridad por el cual definiera el canon.

Se puede decir que durante algunos siglos el canon de la Biblia (es decir, aún sólo el Antiguo Testamento) permaneció en una cierta indeterminación; los maestros de la ley en la época de Jesús utilizaban una expresión que nosotros la conocemos mucho precisamente porque lo utilizaba también Jesús: "la Ley y los Profetas". Es esta una forma de referirse al canon, a que hay ciertos libros que, aunque son distintos entre sí, pueden ser reunidos por un criterio de unidad que está por encima de sus características literarias, de sus autores, de sus épocas, de sus idiomas incluso.

Y en esas condiciones, con un canon en cierto sentido constituido, pero sin que haya habido ningún acto formal de promulgación de ese canon, llegamos a la época de los inicios del cristianismo. Veremos más adelante como esa indefinición del canon del Antiguo Testamento resultó el núcleo de discusión del canon bíblico quince siglos más tarde, en época de Lutero. La diferencia entre lo que llamamos el "canon católico" y el "canon protestante" no es otra que dos modos de apropiarse de un canon del Antiguo Testamento que el judaísmo no había definido, ya que en el Nuevo Testamento no hay diferencias.

El cristianismo inicial heredó muchas cosas del judaísmo, y entre las más importantes, ciertos moldes mentales de la fe, como por ejemplo la relación entre la fe vivida y unos libros, o mejor aún unos escritos, donde se da cuenta de esa fe vivida. En un principio, cuando los cristianos se referían a las escrituras sagradas, o santas, no era sino un modo de decir "la Ley y los Profetas". Hay muchos ejemplos de este uso; por citar sólo algunos: Jn 5,39, Hech 17,2, o Rom 16,25. Incluso algunas citas del Nuevo Testamento, como por ejemplo 1Cor 15,4, que dice "que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, según las Escrituras"; nosotros, acostumbrados a que nuestras Escrituras son fundamentalmente los Evangelios y luego todo lo demás, entendemos que estas "escrituras" se refieren a los Evangelios, pero cuando san Pablo escribe sus cartas a los Corintios, los Evangelios aún no existen, faltan algunos años para que se comiencen a escribir, por lo tanto a lo que él se refiere sigue siendo "la Ley y los Profetas".

Sin embargo un escrito bastante tardío del Nuevo Testamento -algunos dicen que el último en escribirse- como es la segunda carta de Pedro, dice en 3,15-16: "La paciencia de nuestro Señor juzgadla como salvación, como os lo escribió también Pablo, nuestro querido hermano, según la sabiduría que le fue otorgada. Lo escribe también en todas las cartas cuando habla en ellas de esto. Aunque hay en ellas cosas difíciles de entender, que los ignorantes y los débiles interpretan torcidamente - como también las demás Escrituras - para su propia perdición." Vemos aquí que la expresión "las Escrituras" se refiere ya no sólo a "la Ley y los Profetas", sino también a las cartas de Pablo, aceptandolas dentro del círculo de autoridad de las Escrituras. Aunque todavía falte un tiempo para que podamos hablar de un canon del Nuevo Testamento -¡aún no se había terminado de escribir!-, Vemos que ya está la comunidad espiritualmente preparada para eso; la tradición de la fe, aunque oscuramente, aunque sin planteárselo explícitamente como tema, entiende que la novedad de Jesús implica también una renovación de "la Ley y los Profetas".

Podemos afirmar con toda seguridad que menos de 100 años después de haberse terminado la escritura del Nuevo Testamento, existía ya una conciencia clara de cuáles eran los libros canónicos. Efectivamente hay un documento precioso al respecto: el "Canon de Muratori". Este documento proviene, casi con total certeza, de entre los años 160 y 180 de nuestra era, está escrito en latín, y contiene una lista de los libros aceptados por la Iglesia de Roma, que coincide en casi todos los aspectos con nuestro canon del Nuevo Testamento; sin embargo este documento, llamado "de Muratori" por el sabio que lo descubrió en 1740, estuvo perdido durante siglos, así que de alguna manera podemos decir que aunque no tenemos testimonios etapa por etapa de la constitución del canon, tenemos una indicación indirecta, a través de este documento, de cómo en ese proceso se ha mantenido la identidad, de cómo la tradición ha hecho su trabajo.

El hito histórico siguiente lo constituye el canon 59 del concilio de Laodicea (no es un concilio general o ecuménico, sino local, pero importante para la historia de la canonicidad de la Biblia), que hacia el año 364 determina que "Salmos compuestos por individuos particulares o libros no canónicos no deben leerse en la iglesia, sino sólo los libros canónicos del Antiguo y del Nuevo Testamento" (Schaffe, NPNF2-14); la expresión es rara para la época, y da cuenta ya de una conciencia muy establecida del canon. Lamentablemente la lista de libros canónicos que da es de autenticidad muy discutible y no puede ser utilizada como fuente para determinar cuál era en concreto en esa época la lista de libros canónicos. Hay sin embargo otras listas elaboradas más o menos por los mismos años, de las cuales la más importante es el decreto del Concilio de Roma del año 382 (también un concilio local), donde se encuentra la primer lista considerada oficial del canon completo de las Escrituras, que, con apenas diferencias de detalle en el orden, pero no en la sustancia de los libros mencionados, se repetirá en el famoso decreto del Concilio de Trento (1546) que establece de manera definitiva el canon de la Biblia para la fe católica.

Además de lo interesantes que puedan ser en sí mismas estas cuestiones, puede ser importante conocerlas para percibir los límites de cierta interpretación puramente jurídica del canon, que circula muchas veces, tanto para atacarlo como para -incorrectamente- defenderlo. En efecto, no es raro encontrar que se objete a nuestra fe el basarse en unos escritos que "un grupo de unos cuantos obispos decidieron que son palabra de Dios", o bien que se crea estar defendiendo la fe al afirmar que estos escritos son inspirados porque "así lo enseña la Iglesia en el Concilio de Trento". Ninguna de estas dos afirmaciones son ciertas: la constitución del canon es un proceso muy largo y muy -si se me permite el término- "natural", progresivo, gradual, lo que echa por tierra que se pueda decir que estos libros son inspirados porque la Iglesia lo ha decidido. Lo contrario, en cambio, sí es cierto: la Iglesia lo ha puesto en un decreto conciliar (o más bien en varios) porque ha encontrado que su propia historia, lo que la hace ser Iglesia, remite a esos y no a otros textos. He aquí, reproducido en otro nivel, el mismo círculo del que hablaba al inicio: el canon de las Escrituras da existencia a la Iglesia, que sanciona entre sus dogmas fundamentales la extensión auténtica del canon.

Una noción un poco más completa de "canon"

Hasta ahora hemos hablado de canon en un sentido genérico de "regla, medida", que en este caso sería la extensión y nombres de los libros que conforman las Escrituras. Sin embargo, cuando utilizamos la expresión "canon de las Escrituras" en general estamos diciendo, aunque sea implícitamente, mucho más que eso. La palabra "canon" podría, en esta cuestión, sistematizarse en tres aspectos: extensión, orden y organización.

-Extensión: efectivamente, lo primero en que pensamos al hablar de "canon de las Escrituras" es en cuántos y cuáles libros la forman. Decimos que el "canon católico" tiene 73 libros, mientras que el "canon protestante" tiene 66; la "lista canónica" del decreto de Trento mencionado contiene una enumeración de los 73 libros que forman nuestro canon, cantidad y nombres que se deben considerar como dogmáticamente definidos, es decir, establecidos para siempre. Esto significa, por ejemplo, que si se encontrara una carta con la firma autógrafa de san Pablo que no fuera ninguna de las del "Corpus Paulino", sería un escrito muy importante desde un punto de vista arqueológico, teológico, literario, etc., posiblemente muy venerable, pero no pasaría a formar parte del "canon", y a la vez, aunque en la lista de escritos canónicos algunos escritos han entrado en el "paquete de escritos" de san Pablo, o de san Pedro, o de David, o de Moisés, en muchos casos motivados en el prestigio de la firma, si se llega tiene la completa certeza de que no son de esos autores (como se puede afirmar hoy en muchísimos casos), no por eso "se van" del canon. La extensión del canon está completa y cerrada, cosa muy lógica si atendemos al sentido fundamental del canon: del momento en que el canon refleja aquellos escritos donde la comunidad creyente, en toda la extensión de su densidad histórica, ha encontrado su identidad de cara a Dios, donada por el propio Dios, no depende de vicisitudes externas y ocasionales, como puede ser la determinación de una autoría.

-Sin embargo la extensión, con ser el aspecto fundamental y el único dogmáticamente definido, no es el único que contiene la palabra "canon", que también alude al orden de esos libros. Es verdad que la Biblia no dejaría de ser Biblia si yo edito primero el Apocalipsis, luego coloco las cartas de san Pablo, atrás el Pentateuco, luego los Salmos, y remato con los Evangelios... una vez puestos todos, seguiría teniendo mi canon de 73 libros; sin embargo, hay una cierta marcha que va de Génesis a Apocalipsis, del origen de todo, al fin de todo. Es curioso esto: la Biblia se salta la mayoría de nuestros criterios de rigor histórico, diría que es desesperante desde el punto de vista histórico, y que cuando parece que nos vamos a asegurar de la historicidad completa y sin discusiones de tal versículo, siempre aparece algún motivo que nos hace ver que lo histórico allí era completamente secundario; N. Frye sugiere que si encontramos algún fragmento histórico, está allí no por ser histórico sino por alguna otra razón (ver El Gran Código, pág. 67). Sin embargo no hay duda de que hay un cierto criterio de orden histórico en el desenvolvimiento de los 73 libros del canon; no sólo porque comience por el comienzo absoluto y termine por el fin absoluto, sino porque en medio nos narra una "historia de salvación" en escenas y personajes que no pueden ser arbitrariamente alterados: la esclavitud precede a la liberación de la esclavitud, y la caída al perdón, necesariamente. 

Entonces, aunque este aspecto del canon no está "dogmáticamente definido", el orden de los libros, sin hacer de él un absoluto, tiene también su relativa importancia, Veremos que de hecho las ediciones de la Biblia varían ese orden en muy pocos detalles; luego trataremos un poco más extensamente acerca de él.

-Un tercer aspecto contenido en la noción de canon es el de organización. Este aspecto alude a las relaciones de importancia entre un libro y otro, si el de orden nos hablaba de un antes y un después, el de organización nos habla de un mayor y menor, de unos libros que están por encima de otros. A nadie escapa que el libro de Tobías, por ejemplo, es un libro menor y subordinado; y a nadie se le pasaría por la cabeza poner en pie de igualdad la epístola a Filemón con el Evangelio de San Mateo. Los libros de la Biblia no están organizados entre sí solo desde el punto de vista del orden sino también desde el punto de vista de la importancia, de lo esencial y el matiz. Trataremos también luego más extensamente de este aspecto, baste por ahora indicar que desde el punto de vista de la organización la Biblia tiene dos focos alrededor de los cuales gira todo: la "Ley" y los Evangelios; todos los demás libros giran en torno a interpretar, discutir, apropiarse, de estos focos. Ya desde antiguo se tenía en cuenta esta organización canónica, por ejemplo en el modo como los judíos se referían a las Escrituras: "la Ley y los Profetas", o como llaman en la actualidad a su Biblia: "TaNaJ", las siglas de "Torah, Nebiim, Jetubim", que significa "La Ley, los Profetas y los [otros] Escritos", o en nuestro caso en el modo como tratamos en la liturgia las distintas partes del Nuevo Testamento, la solemnidad con la que se lee el Evangelio es distinta a aquella con la que se lee el resto de la Biblia, aún cuando dogmáticamente reconocemos que todo es palabra de Dios y que todo es canónico.

 

Extensión, orden, organización, son entonces las tres direcciones en las que se desenvuelve el canon de la Biblia. En la segunda parte de este escrito veremos en concreto el canon de nuestra Biblia en esas tres dimensiones, y también de otras formas de recibir la Biblia que, aunque no sean la nuestra, nos afectan, es decir: el canon protestante y el judío, que nos ayudarán a entender mejor el nuestro.

 
Comentarios
por MARTIN BETANCOURT (i) (186.88.48.---) - miércoles , 4-jul-2012, 12:39:37

DIOS LE CONTINUE BENDICIENDO POR LAS EN CEÑANZA A TRAVEZ DE ESTA PAJINA

por José (i) (212.227.58.---) - lunes , 4-ago-2014, 6:09:02

Espero que la segunda parte sea tan buena como la primera (¡y que haya segunda parte!)

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