Mis hermanas y hermanos en Cristo:
No siempre es fácil alegrarse en el Señor. La liturgia de este domingo nos llama a alegrarnos, pero a veces nuestro corazón no puede hacerlo. El Libro Segundo de las Crónicas nos cuenta de las infidelidades de nuestros antepasados en la fe. Ellos simplemente no podían permanecer fieles a Dios, e iban de mal en peor. Hoy a veces parece que nuestro mundo sigue en la misma dirección. Baste sólo pensar en la innumerable gente inocente que muere en cualquier ataque terrorista alrededor del mundo. ¿Cómo puede ocurrir eso en nuestro mundo?
Dios permite el mal, pero Dios no hace el mal. A veces nuestros corazones resisten a Dios porque el mal ha tocado demasiado cerca de nosotros. En el relato del Libro Segundo de las Crónicas, Dios permite a su pueblo retornar a su tierra. Esto no ocurre porque el pueblo se haya vuelto bueno, sino sólo porque Dios es misericordioso. No vuelve nuestros pecados contra nosotros.
El Evangelio de San Juan refleja también eso: mira al Señor de la misericordia y quedarás curado. Juan es muy claro: Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara a través de él. Cada vez que nos enfrentamos con una imagen de Dios que hace aparecer a Dios como alguien que está esperando destruirnos o condenarnos, debemos pensar en este pasaje. Dios nos ama mucho más de lo que nosotros nos amamos a nosotros mismos.
La Carta a los Efesios nos dice que cuando estábamos muertos por nuestras transgresiones, Dios nos levantó para que viviéramos con él. Muy a menudo los cristianos no creemos realmente que Dios pueda amarnos tanto, y nos representamos imágenes limitadas del amor de Dios por nosotros. Pensemos en la parábola del hijo pródigo: el padre corre a recibir al hijo antes de que este tenga oportunidad de pedir disculpas. Sería un sinsentido que Dios tratará a su pueblo de otra manera que con amor.
Frecuentemente ocurre que no nos amamos a nosotros mismos porque no confiamos en Dios. Permitamos que Dios nos ame en este tiempo de Cuaresma. ¿Llegaremos a confiar en que él nos ama más de lo que podemos imaginar? ¡Entonces podemos alegrarnos en el Señor!