Está fuera del alcance de cualquiera el hacer una lista exahustiva de los géneros literarios que hay en la Biblia, no sólo por la extensión misma del libro, sino porque, como ya he apuntado, algunos de esos géneros apenas van siendo descubiertos y estudiados. Por ejemplo, los especialistas no terminan de ponerse de acuerdo de si el "evangelio" como realidad literaria (no me refiero aquí al sentido genérico de "evangelio" como anuncio sino al específico de evangelio escrito) debe o no considerarse un género literario propio, creado por las necesidades de la catequesis apostólica y luego caído en desuso, o bien es un escrito-marco en el que se agrupan textos de diversos géneros, pero que no constituye él mismo un escrito que en conjunto responda a un género. Hay argumentos para sostener una y otra posición, y es difícil decidir por una de ella con exclusividad.
Sin embargo hay otros géneros que son suficientemente conocidos, ya sea porque siguen vigentes, o porque sus reglas de funcionamiento han sido ya convenientemente descriptas. Enumeraré algunos más o menos frecuentes, apuntando cuestiones a tener en cuenta al leerlos.
La palabra es amplísima, y hasta se podría decir que toda la Biblia es un poema, porque el lenguaje religioso mismo encuentra su mayor asentamiento en el lenguaje poético. Pero no es a ese sentido amplio de la palabra al que me refiero ahora. Humberto Eco, un poco humorísticamente, dice que "el verso se define porque no llega a ocupar todo el renglón antes de 'dar la vuelta' (versus), mientras que la prosa ocupa el espacio entero, de margen a margen". las diferencias entre prosa y verso son bastante más grandes que eso, sin embargo hay allí una nota digna de tener en cuenta: el verso manifiesta una búsqueda de construir el texto "arquitectónicamente", no sólo por el sentido, sino por el sonido, la disposición de la página, etc.
En la poesía en español (y en algunos otros idiomas) el signo propio de la poesía es el verso rítmico con cantidades de sílabas y acentos dispuestos de maneras regulares, y la rima entre versos. Por supuesto, no toda la poesía española es así, y en particular en el siglo XX se ha avanzado mucho en la construcción de poesía libre de los moldes estrictos de metro y rima.
En el caso de la poesía hebrea, su recurso básico es el paralelismo, es decir, la unión de dos o más cláusulas que se refuerzan (paralelismo sintético), se niegan entre sí (paralelismo antitético), u otras relaciones que sería prolijo detallar aquí (véase mi "Algunos procedimeintos poéticos de la Biblia"). Cuando se unen dos cláusulas hablamos de "dístico", y cuando se unen tres "trístico". Hemos visto un ejemplo en Josué 10:
"Deténte, sol, en Gabaón,
y tú, luna, en el valle de Ayyalón."
Se da la casualidad que estos dos versos también riman en hebreo, aunque la rima no es parte de los recursos de la poesía hebrea, sino algo más bien frecuente, tanto en verso como en prosa, por la existencia, en hebreo, de pocos sonidos finales.
El paralelismo consiste, en este caso, en que las dos cláusulas afirman algo estructuralmente semejante (detente [un astro] [en un lugar]), de tal modo que el sentido se refuerza. La invocación de sol y luna sirve, además, para remarcar la idea de completitud: mencionar los dos extremos de un conjunto sirve en la Biblia para extpresar la totalidad: "el día en que Yahvé Dios creó los cielos y la tierra", es decir: todo; "dia y noche me estás acabando", es decir, siempre. En castellano también existe esa manera de expresarse, pero en la Biblia es más que frecuente. Se entiende entonces que no se está refiriendo a la luna y el sol como entidades diferenciadas, sino como representantes de toda la naturaleza.
En la Biblia la poesía no tiene, como en los libros modernos, una disposición especial en al página: desde el punto de vista visual se escribe igual que la prosa, de margen a margen, sin embargo en cualquier edición moderna de la Biblia se suelen distinguir visualmente los textos poéticos de los prosaicos. Esto es verdaderamente muy útil como ayuda para enfocar adecuadamente la clase de texto que vamos a leer.
Como "poesía" es un género muy amplio (un verdadero género de géneros), podemos distinguir algunas clases de poesías:
Dentro de la poesía didáctica podemos encontrar los poemas "alefáticos", característicos en su construcción: cada verso o cada grupo de versos comienza con la letra siguente del alfabeto; y puesto que el alfabeto (o mejor: alefato) hebreo tiene 22 letras, tendrá 22 versos o 22 estrofas.
Ejemplo notable de este género es el salmo 119, el largo poema dedicado a la Ley, donde además del recurso arquitectónico del alefato, cada par de versos paralelísticos contiene al menos un sinónimo de la palabra Ley: en 22 estrofas de 8 dísticos cada una, ¡notemos la cantidad de sinónimos (a veces repetidos) que utilizó!:
«Tu palabra, Señor, es eterna,
más estable que el cielo; (Ley = palabra de Dios)
tu fidelidad de generación en generación,
igual que fundaste la tierra y permanece; (Ley = fidelidad de Dios)
por tu mandamiento subsisten hasta hoy,
porque todo está a tu servicio. (Ley = mandamiento divino)
Si tu voluntad no fuera mi delicia,
ya habría perecido en mi desgracia; (ley = voluntad divina)
jamás olvidaré tus decretos,
pues con ellos me diste vida; (Ley = decretos de Dios)
soy tuyo, sálvame,
que yo consulto tus leyes.
Los malvados me esperaban para perderme,
pero yo meditaba tus preceptos; (Ley = preceptos de Dios)
he visto el límite de todo lo perfecto:
tu mandato se dilata sin término.» (Ley = mandato divino) (salmo 119,89-96, estrofa 12, letra inicial Lamed)
A lo largo de toda la Biblia hay varios poemas alefáticos, pero, naturalmente, los más conocidos pertenecen a los salmos.
Hay, también dentro de la poesía didáctica, un subgénero de los poemas numéricos:
«Por tres cosas tiembla la tierra y cuatro no puede soportar:
Por esclavo que llega a rey, por idiota que se ahíta de comer,
por mujer odiada que se casa, por esclava que hereda a su señora.» (Prov 30,21-23)
En estos poemas, aunque se traduzca literalmente: "tres... y cuatro...", o "dos... y tres....", el sentido exige que utilicemos para el segundo número un ordinal: "por tres cosas tiembla la tierra y una cuarta no puede soportar"
Los capítulos 1 y 2 del profeta Amós consisten en un encadenamiento de oráculos condenatorios expresados de forma numérica:
"Así dice Yahveh:
¡Por tres crímenes de Judá
y por cuatro, seré inflexible!
Por haber despreciado la Ley de Yahveh,
y no haber guardado sus preceptos,
porque los han extraviado sus Mentiras,
las que ya habían seguido sus padres,
yo enviaré fuego a Judá que devorará los palacios de Jerusalén." (Amós 2,4-5)
Los pequeños poemas de Amós no están siempre tan bien construidos como éste que puse de muestra, defecto quizás de la transmisión del texto, o de que el profeta utilizó el género, pero sin ceñirse del todo a su rígida estructura.
En general estamos ante poesía cuando hay un uso deliberado y extenso del paralelismo, lo que se une casi por naturaleza a la repetición regular de palabras o frases enteras. Notese la regular estructura poética de Génesis 1, con su esquema de "atardeció y amaneció: día tal", superpuesto al otro esquema entretejido con las frases "dijo Dios.... y vio Dios que era bueno".
No está de más advertir que la poesía es un género de lo más difícil de traducir en cualquier idioma... ¡y no digamos de interpretar! En la poesía forma y contenido están tan imbricados, que posiblemente no se puede decir lo que transmite un poema más que con las palabras del propio poema. Aunque la poesía es capaz de llegar a verdades muy profundas, a intuiciones de lo más elevadas, y es, por tanto, el lenguaje más connatural al contacto con lo Sagrado, no siempre puede traducirse a conceptos propios de la prosa, como la doctrina, por ejemplo. Hay que tener especial cuidado de no entender la poesía como una simple doctrina en verso.
Por ejemplo, alguna gente al leer el salmo 51:
"Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre."
puede creer que se trata de la doctrina del pecado original. Es verdad que la doctrina del pecado original, tal como la expone por primera vez san Agustín en su polémica con los pelagianos, se desarrolla a partir del dato bíblico, pero en la Biblia no encontraremos la doctrina, encontraremos algunas intuiciones poéticas como ésta del Salmo 51 que no pueden ser encerradas en ninguna doctrina; más bien habla de un sentimiento de pecado en el que se siente inmerso todo creyente, incluso aquel que ya ha sido librado del pecado original, y que evoca mucho más al publicano de la parábola de Jesús que a la doctrina del pecado original.
Si, por ejemplo, leyeramos estos textos poéticos de manera literal ¡haríamos estragos!:
«Mirad: los sabios mueren,
lo mismo que perecen los ignorantes y necios,
y legan sus riquezas a extraños.
El sepulcro es su morada perpetua
y su casa de edad en edad,
aunque hayan dado nombre a países.
El hombre no perdura en la opulencia,
sino que perece como los animales.» (salmo 49)
Está mucho más emparentado con las coplas de Manrique que con una doctrina sobre la vida ultraterrena y el destino de los muertos, doctrina que se desarrolló bastante más tarde que la composición del salmo:
"allí van los señoríos,
derechos a se acabar
e consumir
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
e más chicos
allegados, son iguales
los que viven por sus manos
e los ricos." (Coplas de J. Manrique a la muerte de su padre)
La lectura doctrinaria del lenguaje poético suele destruirlo, y es preferible no poder "traducir" un poema a conceptos claros y distintos, antes que quedarse con un poema deshecho y una doctrina mal fundamentada.
Me detengo en esto porque la Biblia está tan llena de lenguaje explícita y concientemente poético, y nuestra tradición lectora tan llena de doctrinarismo, que pienso que gran parte del choque entre la Biblia y los lectores corrientes está provocado por la falta de contacto con el genero poético en general, además del escaso adiestramiento en los recursos propios de la poesía bíblica. Por mi parte no dudo de que la mejor escuela bíblica es la lectura frecuente de poesía de progresiva complejidad, sea o no poesía bíblica o religiosa.
Muy próximo al poema es el "mashal", que traducimos generalmente como "proverbio", aunque es un concepto mucho más amplio, como veremos. De hecho, muchas veces un texto puede ser analizado como poesía -según su forma- o como mashal -según su intención-, como ya hemos visto en el caso del poema numérico que tomamos del libro de los Proverbios, y que puede clasificarse como poema o como mashal.
Un mashal es una enseñanza desarrollada de forma enigmática, ingeniosa o proverbial, generalmente en un breve dístico o trístico.
Tan emparentado está el mashal con la poesía, que cuando los sabios judíos del medioevo desarrollaron el sistema de acentuación de su Biblia (es decir, de nuestro AT), concibieron dos sistemas: uno aplicable a casi todos los libros, y el otro aplicable sólo a tres: Job, Proverbios y Salmos, los tres libros especialmente poéticos. A este sistema de acentuación lo llamaron `emet, como acróstico de las iniciales de Job (alef: `), M (por Mashalim o Proverbios) y T (por Tehilim o Salmos). Se da la curiosidad, por supuesto en absoluto casual, que la palabra "`emet" es la palabra hebrea para decir "verdad".
Aunque el AT está lleno de mashalim, no sólo en el libro de ese nombre, sino desperdigados a lo largo de todo su texto, ya que el hombre oriental era (y es) muy afecto a la frase ingeniosa, también se encuentra en el NT, y el propio Jesús habló no sólo en parábolas, sino también, y muy abundantemente, en mashalim:
«Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá.
Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.»
(una acumulación de conceptos fácilmente memorable, en forma de paralelismo sintético-progresivo, para transmitir uno de los temas centrales de Jesús: la absoluta confianza en la providencia del Padre)
«Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado,
os hemos entonando endechas, y no habéis llorado.»
(un breve enigma, en forma de paralelismo antitético, para introducir la explicación de la semejanza y diferencia entre Juan Bautista y el propio Jesús, y de la similar negatividad de Israel ante uno y otro)»
Si tuviéramos que citar todos los mashalim de Jesús, prácticamente deberíamos transcribir la mitad de los evangelios, al menos de los sinópticos.
Otro género que aparece abundantemente en la Biblia, no sólo en el AT sino también en el Nuevo (Mateo 1, Lucas 3). Todos sabemos lo que es una lista genealógica, sin embargo, las convenciones culturales de las listas genealógicas de la Biblia son tan distintas de las nuestras, que merece que nos detengamos aunque sea un poco, en ello (para verlo de manera más amplia, remito a mi "Las genealogías de Jesús", o mejor aun, al capítulo II de "El nacimiento del Mesías", de Raymond Brown).
La lista genealógica es la lista de los ascendientes, hasta donde es posible el rastreo, de una persona; en ese aspecto, no hay diferencia entre una lista bíblica y una actual. Hasta allí lo que son iguales, pero en lo demás, las listas genealógicas bíblicas -y en general del próximo oriente antiguo- son muy distintas a las nuestras, están regidas por una mentalidad completamente distinta y, o aceptamos por un rato esa mentalidad, o mejor no leerlas.
Por lo general son patrilineales, esto es, siguen la línea paterna, conforme a una cultura de tipo patriarcal. Además de eso, y este es el punto central de la diferencia entre aquellas y las nuestras, su precisión no se corresponde con nuestro sentido notarial, no cumplen, como las nuestras, la función de registros exactos, porque su primer utilidad no es garantizar la transmisión de la propiedad, como en nuestras genealogías.
La función propia de una genealogía es delimitar un clan y exponer el destino de ese clan a la luz de los miembros que lo forman. Tiene mucho que ver con la noción -muy bíblica y oriental, pero ausente en nuestros conceptos- de "personalidad colectiva": el individuo no es concebido como una unidad que, sumada a otras, forma el grupo, sino que más bien el grupo es una realidad primera, y se va desplegando en los individuos que forman el clan. Quizás la mejor comparación sea la matrioshkas, las muñecas rusas de encastre: la matrioshka es el conjunto, desde dentro del cual se va extrayendo cada muñeca.
La exactitud no está puesta en el individuo sino en la captación del conjunto.
Veamos un ejemplo interesante de esto:
La lista de los reyes de Judá desde David hasta el destierro en Babilonia es, posiblemente, de las genealogías mejor atestiguadas en la Biblia. Es difícil confundirse en ello. Sin embargo, en la genealogía de Jesús según san Mateo nos encontramos con lo siguiente:
«Joram engendró a Ozías» (versículo 8)
Si vamos a la lista de reyes de Judá (2Re 8ss, o 1Cro 3,11-13) vemos que la sucesión fue: Joram, Ocozías, Joás, Amasías y Ozías... ¡en Mateo faltan nada menos que tres generaciones de las mejor atestiguadas de la genealogía davídica! No es la única falta de exactitud de la lista de Mateo, pero es la más llamativa porque los datos se pueden consultar con facilidad en la propia Biblia. Posiblemente Mateo no confeccionó la lista, sino que la recibió por tradición, aunque no sabemos de qué fuente. ¿Desconocía Mateo la omisión de esos nombres? quizás sí, pero lo más seguro es que no sólo no la desconocía, sino que consideró apropiada esa omisión. En realidad no sabemos exactamente por qué no están, pero Brown expone, entre otras, una hipótesis muy sugestiva:
"La maldición sobre la casa de Ajab, rey de Israel, que se recoge en 1 Re 21,21 pudo pasar a la casa de Judá por medio de Atalía, la hija de Ajab y esposa del rey Jorán. Según las leyes bíblicas, esta maldición habría afectado a la descendencia de Jorán hasta la tercera y cuarta generación (Ex 20,5), es decir, a su hijo Ocozías, a su nieto Joás y a su bisnieto Amasías, precisamente los reyes omitidos en la lista de Mateo." (El nacimiento del Mesías, pág. 77)
Aunque desde nuestro punto de vista, ligado a la exactitud notarial, esos reyes "malditos" forman parte del linaje de Jesús, una mentalidad clánica los entendería más bien como intrusos, precisamente porque es el clan que transmite la bendición lo que existe, y por tanto sus miembros no pueden sino, de alguna manera, estar vinculados con esa bendición, o al menos no estar explícitamente excluidos de ella.
Este tipo de "inexactitudes" es de lo más normal en las genealogías bíblicas, que, desde nuestro punto de vista, son siempre un tanto artificiales y arquitectónicas, más que registrales. Las discusiones acerca del linaje davídico de Jesús desde el punto de vista genealógico están, en realidad, completamente fuera de lugar, porque las genealogías disponibles, la de Mateo y la de Lucas, no sólo son distintas entre sí (y las dos son por línea paterna), sino que ninguna de las dos -como buenas genealogías bíblicas- está bajo el imperativo de la exactitud.
Mucho más que buscar el dato exacto, que no lo hay en ninguna genealogía, ni del AT ni del Nuevo, es preguntarse, ante cada una, qué se despliega antes o después de ella, o en relación a ella, por qué el texto necesita de la genealogía para avanzar; en general la genealogía en la Biblia cumple una función muy alejada a la que le asignamos nosotros de garantizar la identidad biológica de un individuo, se concentra en ella un propósito salvífico, que luego se irá revelando en el relato de los hechos. A este respecto es interesante comparar dos genealogías de muy distinta procedencia, pero muy cercanas una de otra. la que cierra la historia de Caín, en el capítulo 4 del Génesis, donde sus siete generaciones posiblemente estén relacionada con la promesa de séptuple venganza de Gn 4,15; y la genealogía de Set a Noé, que va desde Gn 4,25 hasta el final del capítulo 5.
Este género es muy antiguo, y se encuentran testimonios en las más diversas culturas; sin embargo, recién fue reconocido y descripto a fines del siglo XIX. Consiste en el relato por medio del cual la literatura popular de tipo oral nos cuenta quién es el héroe (de la nación, del grupo, etc), a través de los signos que precedieron a su nacimiento, y las pruebas que tuvo que sufrir para poder ser reconocido como héroe.
De este género hay muchos relatos notables y muy conocidos: la leyenda de Sargón de Acad (siglo XXIII aC), Edipo de Tebas, Rómulo y Remo, y dentro ya de la Biblia, la del máximo héroe del AT, Moisés, aunque responden también a aspectos del género los relatos del nacimeinto de Jesús, especialmente el de Lucas.
Algo característico del género de "instalación del héroe" es que, si bien su nacimiento va precedido de señales y anuncios, el que llegará a ser héroe tiene que sortear dos obstáculos: la persecución por parte de los poderosos, y la acusación de ilegitimidad, con desconocimiento de su auténtico linaje.
Por ejemplo, Sargón es descripto como un hijo ilegítimo de una sacerdotisa de Ishtar y padre desconocido, que abandonó al pequeño en una cesta de juncos, y fue recogido por un jardinero. En el de Edipo, el héroe, aunque de familia real, es dejado al cuidado de unos campesinos por miedo al trágico destino anunciado por el oráculo. En Rómulo y Remo los gemelos, abandonados a su suerte son amamantados por una loba y recogidos por unos campesinos (algunos sostienen que la cuestión de la loba es un eufemísmo posterior, ya que desde antiguo en latín, al igual que hoy en italiano, la palabra "loba" también significa "prostituta" -lupa, de donde proviene lupanar-, esto acentuaría aun más la acusación de ilegitimidad).
En el caso de Moisés nos encontramos con una doble inversión: por un lado él es de familia sacerdotal, pero perteneciente a un pueblo de esclavos, que es recogido por una princesa egipcia, así que a los ojos del mundo, su suerte mejoró, pero a los ojos bíblicos, Moisés quedó exiliado de su verdadero linaje, y en cierto sentido su crianza en palacio lo convierte en ilegítimo para dirigir a su pueblo (nótese la reticencia inicial de los hebreos ante Moisés). También en el caso de Jesús, su realeza se ve eclipsada por la necesidad de huír pobremente a Egipto y la latente acusación de ilegitimidad por lo que el lector sabe (pero los vecinos no) que es su concepción virginal.
¿Significa esto que nada de todo eso "ocurrió"? No, significa que debemos contar con que algunos aspectos de estas narraciones son como la aflicción de los hijos de Don NNN: una convención del género. Los hijos de Don NNN pueden estar verdaderamente afligidos y Moisés pudo haber sido realmente abandonado en una cesta en el Nilo, pero esos detalles no están contados allí porque ocurrieron, sino porque el género los exige, y da lo mismo si ocurrieron o no: el lector del género está invitado por el género a pasar por alto esa información, y centrarse en el personaje como héroe, que es lo que el género ayuda a transmitir. ¿Entonces no sabemos cómo nació Moisés? Exacto: ni lo sabemos, ni es probable que lo sepamos nunca, ya que la Biblia -la única interesada en este hijo de esclavos en medio de un pueblo exiliado-, no se preocupó por registrarlo.
El caso de Jesús, aunque tiene rasgos del género, no cumple exactamente con el esquema de una "instalación del héroe", porque en realidad es probable que pertenezca a otro género: el midrash, que enseguida veremos.
Está aun discutido si debe entenderse "midrash" como un género literario o como un conjunto de técnicas compositivas que dan lugar a textos de distintos géneros (leyes, homilías, etc). El término hebreo significa "enseñanza", y los rabinos de época posterior a Jesús lo usaron en el sentido de un texto que actualiza el texto bíblico para una nueva época, en forma de un desarrollo legal, homilético, etc. y distinguieron dos clases fundamentales de midrash: el midras halákiko, que es la actualización de una ley, por ejemplo atendiendo a nuevas circunstancias, y el midrash haggadiko , que es la recreación de un fragmento bíblico en una nueva narración, que añade detalles que extraen enseñanzas de la narración original. El midrash sería una especie de literatura sobre literatura que usca rescatar el valor permanente de las enseñanzas antiguas y, de alguna manera, ya ininteligibles.
Hay ciertos aspectos de las narraciones de infancia de Jesús, por ejemplo, en particular la de san Mateo, en la que se retoma una narración antigua en especial, el nacimiento de Moisés, y se va moldeando sobre ella la narración del nacimeinto de Jesús; los aspectos de "instalación del héroe" que son perceptibles en la narración de Jesús se deberían a la supervivencia en el midrash del género literario original del nacimiento de Moisés.
No todos están de acuerdo en que la narración del nacimiento de Jesús responda a un género que podamos clasificar como midráshico, pero lo que si parece completamente indudable en la actualidad es que el relato del nacimeinto de Jesús no es un fragmento de historia "historiográfica", sino que los datos de ese nacimiento han sido subordinados a la exigencia homilética y didáctica, y que el principal interés es que el lector vea el nacimeitno de Jesús en el espejo de el de Moisés.
Volvemos entonces a preguntar, ¿quiere esto decir que lo que cuentan los relatos del nacimiento de Jesús no ocurrió? no, quiere decir que lo acontecmientos originales del nacimiento del hijo de un carpintero y una muchacha de pueblo, insignificantes para sus vecinos, aunque tremendamente significativos para la historia universal, son, para nosotros, irrecuperables como "datos puros", ya que nos han sido transmitidos en el molde de unos géneros altamente especializados en "extraer enseñanzas de los hechos": los hechos de la concepción virginal de Jesús, del nacimiento humilde, del crecimiento en una pequeña familia de profunda religiosidad, de la manifestación ya temprana de una personalidad extraordinaria, son auténticos hechos, aunque entremezclados con tantas referencias interpretativas de la Biblia que dan cuenta de lo que se pudo saber sobre Jesús después de su resurrección, que nos es imposible ir más allá de esa enumeración genérica. En lo demás, no sólo los relatos de Lucas y Mateo son distintos, sino que incluso se contradicen, signo de que para su época no eran entendidos como datos que debían ser compatibilizados.
Sobre esta cuestión del midrash, y en especial del midrash aplicado a estos relatos de Lucas y Mateo, trata ampliamente el ya citado "El nacimiento del Mesías" de Raymond Brown.
A partir de los estudios que realizó en la primera mitad del siglo XX Vladimir Propp sobre el cuento folclórico ruso, el enfoque sobre esta rica tradición literaria de todos los pueblos encontró un nuevo cauce: si bien los cuentos y narraciones tradicionales son muy diversos, es posible reducirlos a estructuras comunes que se repiten prácticamente sin cambios en toda la geografía humana, tanto en el pasado como en la actualidad. Propp reconoce la existencia de un número limitado (y en realidad pequeño: unas 30) funciones de sentido que, adecuadamente combinadas, dan lugar a la rica variedad de relatos fantásticos que se reproduce en el folclore de los pueblos (aunque en nuestra civilización más racionalizada parece haberse refugiado casi con exclusividad en la literatura infantil y más recientemente en el cine de ficción).
Ahora bien, aunque hoy reconocemos como folclóricos a todos esos relatos, es verdad que no todos ellos cumplen en los pueblos la misma función; de hecho las culturas tradicionales distinguen aquellos que se pueden contar en cualquier momento, por ejemplo en el fogón del hogar, a la noche, de aquellos que requieren una especial ritualidad para ser narrados, y que no pueden ser contados por cualquiera. En este segundo caso, distinguidos por su función pero no por su forma, se suelen llamar relatos "mitopoiéticos" más que "folclóricos", porque tienen a su cargo la transmisión de los valores fundamentales del grupo, y aseguran la perpetuación de la identidad de una comunidad humana.
Incluso secularizada, esta mitopóiesis se sigue ejerciendo. Por ejemplo, para nuestra civilización de fundamentacción científica es muy importante narrar los padecimientos de Galileo a manos del "oscurantismo religioso", de lo cual nace la luz de la ciencia moderna, etc. etc. etc. Lo que esa mitopóiesis narra no es literalmente cierto, pero en lo profundo tampoco es falso, ya que asegura la transmisión por parte del público moderno de un valor tan importante para nuestro mundo como es el de la autonomía de la razón humana. Los valores de una comunidad humana no son verdaderos ni falsos, o mejor dicho: son verdaderos sin condiciones para ese grupo, y pueden ser falsos, pero sólo para otros grupos.
Es una lástima que esta mitopóiesis se haya construido en choque con los valores religiosos, ya que nos obliga a muchos creyentes modernos a vivir escindidos entre sistemas de valores que son todos importantes pero se encuentran enfrentados. La superación del choque, sin embargo, sólo vendrá de la mano de una nueva mitopóiesis (es decir, de una nueva época, si es que llegamos a ella), y no de impugnaciones mutuas o de "partir la diferencia" entre lo verdadero de una y lo verdadero de la otra.
No hay cultura humana donde no haya relatos mitopoiéticos. Su contenido no se mide por la verdad "histórica" sino por la vigencia de los valores que pone en acción a través de historias ejemplares ocurridas "al inicio de los tiempos". Esas historias son sagradas por su función, aunque por su forma no se distingan de las historias folclóricas en general. El lector ya habrá adivinado que me estoy refiriendo al peculiar género literario al que pertenecen las "historias" de Génesis 2 al 11: Adán y Eva, Caín, Noé y Torre de Babel, que en conjunto nos enseñan una impactante y profunda comprensión del hombre frente a un Dios que lo elige personalmente y lo prepara para realizar una Alianza que cambiará el curso de su historia, desde ese momento inicial hasta hoy, para quien se sabe inmerso y perteneciente a esa "historia del Pacto".
Ante esas narracioens de peculiarísimo género, y que como literatura sagrada deben ser leídos con especial cuidado y atención, precedidos del impresionante poema (Gn 1) que sirvió en su última etapa de redacción para unificar los cabos sueltos que esas historias traían de su etapa oral, no cabe preguntarse si son "históricos": la literatura sagrada es siempre histórica cuando se pertenece a sus tradiciones (como pertenecemos nosotros), a la vez que no transmite datos de ninguna clase sobre los tiempos primordiales.
Después de malleer durante siglos estos textos, pretendiendo compaginar detalles "históricos" que se volvían más absurdos cuando más se los pretendía racionalizar, hasta el propio Magisterio de la Iglesia llegó a la conclusión en un documento de la Pontificia Comisión Bíblica, en 1948 (Dz 2302) que "La cuestión de las formas literarias de los once primeros capítulos del Génesis es mucho más oscura y compleja [comparado con las que venía hablando el docuemnto]. Estas formas literarias no responden a ninguna de nuestras categorías clásicas y no pueden ser juzgadas a la luz de los géneros literarios grecolatinos o modernos. No puede consiguientemente negarse ni afirmarse en bloque la historicidad de estos capítulos sin aplicarles indebidamente las normas de un género literario bajo el cual no pueden ser clasificados. Si se admite que en estos capítulos no se encuentra historia en el sentido clásico y moderno, hay que confesar también que los datos científicos actuales no permiten dar una solución positiva a todos los problemas que plantea... Declarar a priori que sus relatos no contienen historia en el sentido moderno de la palabra, dejaría fácilmente entender que no la contienen en ningún sentido, cuando en realidad cuentan en lenguaje sencillo y figurado, adaptado a las inteligencias de una humanidad menos desarrollada, las verdades fundamentales presupuestas a la economía de la salvación, al mismo tiempo que la descripción popular de los orígenes del género humano y del pueblo escogido..."
Es una lástima que el lenguaje del Magisterio estuviera atado a mediados del siglo XX a la idea colonialista de que los que no eran "modernos y europeos" pertenecían por ello a una "humanidad menos desarrollada"... pero se ve aquí con claridad cómo el lenguaje del Magisterio está siempre atado a los valores de su época, y que los documentos no son aerolitos intemporales, sino que responden a problemas y circunstancias muy concretas. Hoy, 60 años después de esos documentos tenemos que reconocer que las narraciones de Génesis 1-11 se dirigen a una mentalidad tan desarrollada como la nuestra, que sin embargo hacía uso de potencialidades lógicas que nosotros tenemos posiblemente atrofiadas y adormecidas. Sin embargo, lo que afirma el documento de 1948 sigue siendo plenamente válido: Génesis 1-11 pertenece a géneros literarios que aun nos toca explorar y comprender mejor, aunque es un gran paso adelante que quitemos del medio el estrecho corsé de los géneros historicos grecolatinos, que en nada iluminan estas historias, y confunden la lectura, ya que hacen que la gente se pregunte una y otra vez "¿pero esto ocurrió?, ¿aquello ocurrió?". Esas preguntas sólo tienen sentido ante relatos que transmiten datos historiográficos, y carecen completamente de sentido y de respuesta ante relatos mitopyéticos de la profundidad y riqueza de Génesis 1-11. Quien quiera comprenderlos hoy -en una cultura completamente ajena a la suya de origen- no puede menos que estudiarlos y dejarse impregnar por ellos, no basta con saberse más o menos las líneas básicas del "cuentito" de la primera pareja, de la serpiente parlanchina o del diluvio y su imposible arca zoológica. Y los datos que aquí nos puede aportar la historia o la arqueología, como si hay o no algún fragmento de un leño que pueda ser atribuido a la dichosa arca, son en realidad completamente irrelevantes. Incluso la investigación científica sobre la evolución humana es irrelevante a la comprensión de Adán y Eva, como no sea para descartar la burda lectura literalista. Esos relatos transmiten valores, transmiten una comprensión del hombre bíblico, nos enseñan a nosotros mismos a ser ese hombre que es "capaz de pacto con Dios", y nos invitan a participar del Pacto. Quien sella el Pacto comprende realmente estos textos y quien no acepta ese Pacto queda fuera de él (fuera del Arca, fuera del Edén, errante por el mundo), pero ni uno ni otro "conocen" ni un miligramo más del origen fáctico del mundo y de los seres humanos.
Respecto de las supuestas "pruebas" de la historicidad de la Biblia que dentro de cierto fundamentalismo bíblico suelen presentarse popularmente como reivindicación de la verdad revelada, explica muy acertadamente Nortroph Frye:
«En el siglo XVIII se utilizaban fósiles y fenómenos geológicos similares para demostrar la veracidad del relato del Génesis acerca del Diluvio. En una era de ciencia ficción, la visión de Ezequiel, de una carroza con "ruedas dentro de ruedas", parece más importante si lo que vio era una nave espacial de otro planeta. Una era en la cual se rinde culto a la droga, una era de ocultismo popular, se siente atraída por la idea de que Jesús y sus discípulos fueron devotos del hongo agárico o de que Moisés realizó milagros tales como el de extraer agua de una roca gracias a su preparación en magia egipcia, que por supuesto habría incluido la búsqueda con varita rabdomante. No descarto tales explicaciones: sin duda debemos tener la mente abierta, a pesar de que la mente abierta debe estarlo en ambos extremos, como el sistema digestivo, y tener capacidad de aspiración y de excreción. Lo que quiero decir es que toda explicación es una forma de prueba sustituta, y la prueba implica un criterio de verdad externo a la Biblia, que ni la Biblia misma reconoce.» (El gran código, pág 69-70, libro que recomiendo vivamente para quien queira profundizar en la dimensión literaria de la Biblia)
Verá el lector que me detuve especialmente en este género, no porque haya conseguido definirlo muy adecuadamente, y tan siquiera que haya conseguido transmitir algunas claves de lectura, sino porque me parece una verdadera lástima que los creyentes en general hayan dejado de prestar atención a textos de tal profundidad como los de Génesis 1-11, adoptando el falso enfoque de que han sido "superados por la ciencia" (que habla en verdad de otra cosa), o bien que muchos otros crean que la única lectura posible es la que propone gente de mentalidad obtusa para quienes la Biblia sólo sería verdadera si pueden medir el Arca en el monte Ararat. Si consigo que alguno, al menos, descubra que estos relatos son verderamente centrales para nuestra fe, y merecen y deben ser leídos, transmitidos y comprendidos, con todas los condicionamientos y exigencias de nuestra época, daré por muy cumplido el sentido de este apartado.
La parábola nos es conocida y usual gracias a que el Nuevo Testamento está lleno de ellas, como uno de los géneros preferidos por Jesús. La parábola le permitía transmitir de manera vívida enseñanzas en algunos casos difíciles de formular en prosa por lo chocante de su doctrina, como la de los obreros de la última hora, la de las vírgenes necias y las prudentes, la de los invitados al banquete de bodas, o enseñanzas llenas de matices y sutilezas, como la del hijo pródigo o la que le viene aneja del hermano mayor; podía incluso jugar al límite con la ironía, como en la del rico Epulón y el pobre Lázaro, o en la del administrador infiel; o simplemente utilizarla para transmitir una enseñanza clara y memorable, como en la de la oveja/la dracma perdida, la perla de gran precio, etc.
Siglos de predicación cristiana y de contacto con los evangelios hacen que la parábola nos sea un género bastante familiar y lo tengamos bastante bien precomprendido, que es lo ideal para cualquier género literario. Sin embargo esta misma transparencia puede esconder algún aspecto engañoso, ante el que tenemos que tener cuidado: las parábolas no son alegorías, y por lo tanto no todos sus elementos deben interpretarse ni encontrársele un equivalente doctrinario. La parábola siempre juega con la exageración y la deformación de la realidad (es eso lo que la hace, precisamente, una parábola), y por tanto su "traducción" a lenguaje llano debe hacerse concuidado de no tomar como "enseñanza" lo que a lo mejor es un elemento constructivo del género.
Tomemos como ejemplo la parábola de los talentos de Mateo 25,14ss (paralela a la de las minas, que es la versión que recogió Lucas); si pretendemos una interpretación de tipo alegórica, donde cada elemento tiene un significado concreto, deberíamos interpretar que el señor que se ausentó es Dios, pero claro, esto no cierra muy bien con la "doctrina" que enseña el versículo 24: "Llegándose también el que había recibido un talento dijo: "Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo." ¿Podemos imaginar que Jesús esté enseñando qeu Dios es un patrón duro y calculador, que se va de viaje dejando solos a sus siervos con la total responsabilidad, para ir luego a reclamar despiadadamente el fruto del trabajo? esa imagen no cierra para nada con la enseñanza de Jesús; más bien debemos entender que esas caracterizaciones no son una doctrina sobre Dios, una teología, sino propias de la parábola, con la que el narrador delinea a cada uno de sus personajes, y no tienen más valor que el que tienen internamente, por ejemplo para que entendamos la estrechez de miras del tercero.
Ni que hablar de la parábola del administrador infiel (Lc 16,1-8), al cual Jesús alabó por su astucia, ¡completamente carente de la más mínima moralidad! A la parábola, de por sí sujeta a las reglas de exageración e ironía propias del género, le sigue en este caso un precioso "mashal", un dicho enigmático, que posiblemente se nos conservó un poco deformado del estilo paralelístico con el que lo habrá dicho Jesús en su enseñanza oral:
El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues
«los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz.»
Además de este uso tan abundante en el NT, hay también algunos relatos parabólicos en el Antiguo, como el libro de Jonás ya mencionado, pero de todos modos, quien realmente lleva el género a su esplendor fue Jesús, quedando la parñabola como un carácter distintivo de su predicaciónl.
Hay muchos otros géneros literarios de los que la Biblia se sirve, que sólo a los efectos de dar un panorama un poco más amplio, pero sin pretenciones exahustividad, podemos listar: El código legal, la crónica histórica, la historia edificante, la alegoría, la homilía, la carta, él oraculo profético, la visión apocaliptica, por no mencionar la abundante variedad de subgéneros poéticos como la lamentación, el himno, el poema "de subidas" (también llamados "cánticos graduales"), el poema deprecatorio, así como algunas otras formas que siguen siendo estudiadas, como el relato de milagro, la teofanía, y otros.
La dimensión literaria de la Biblia abre una auténtico mundo para quien está verdaderamente preocupado por penetrar más adecuadamente en la comprensión del diálogo que a través de ella sigue realizando Dios con los hombres.