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Sentimientos de Jesús

por Lic. Abel Della Costa
Nació en Buenos Aires en 1963. Realizó la licenciatura en teología en Buenos Aires, y completó la especialización en Biblia en Valencia.
Desde 1988 hasta 2003 fue profesor de Antropología Teológica y Antropología Filosófica en en la Universidad Católica Argentina, Facultad de Ciencias Sociales.
En esos mismos años dictó cursos de Biblia en seminarios de teología para laicos, especialmente en el de Nuestra Señora de Guadalupe, de Buenos Aires.
En 2003 fundó el portal El Testigo Fiel.
16 de julio de 2012
Reelaboración de un escrito posteado hace algunos años en los foros de ETF. Se trata de comprender uno de los pocos momentos en que Jesús habla de sus propios sentimientos: «Mi alma está angustiada hasta la muerte».

En Filipenses 2,5 se nos pide que tengamos los mismos sentimientos que Jesús. En realidad ese texto se refiere posiblemente a tener una actitud de servicio con los demás, como Jesús, que se abajó a sí mismo y sirvió a todos los hombres, a pesar de su condición divina. Pero de todos modos me gustaría apropiarme de esa idea de Filipenses: mirar algunos sentimientos de Jesús, que son a la vez nuestro modelo y nuestro límite.

Nuestro modelo porque en su espejo deberíamos mirarnos continuamente, y nuestro límite porque, como discípulos que somos, no podremos nunca ser más que el maestro, aunque algunas veces intentemos sobrepujarlo y convertirnos en especies de dueños de la fe, del compromiso, dueños de todo, como pequeños dioses más que como la grandeza que nos da ser hijos de Dios.

Pero todo esto viene a cuento de una pregunta que me han hecho, y que me parece interesantísima para leer los Evangelios y repensar: ¿sintió Jesús miedo en Getsemaní? y entonces, si sintió miedo, ¿qué validez absoluta puede tener su mandato «no tengáis miedo» (Mt 17,7)?

Se habla tan pocas veces en los evangelios de los sentimientos de Jesús, que cada hallazgo en ellos es una perla, y más cuando ese texto es el de Getsemaní, uno de los que considero textos-nudo, donde se dan cita multitud de referencias, tanto desde el Antiguo como hacia el resto del Nuevo Testamento.

Dentro de esa escena de Getsemaní, quienes propiamente se refieren a los sentimientos de Jesús son Mateo y Marcos, Lucas los reemplaza por la expresión «entró en agonía» (que es un estado, no un sentimiento) y Juan menciona el hecho de ir al huerto con sus discípulos, pero no cuenta la escena. Así que me detendré en los sentimientos explicitados por Mateo y Marcos, ¡y por el propio Jesús! que tan escasamente habla de lo que le pasa.

Es muy difícil sacar un ladrillito de Getsemaní y ponerse a hablar de él, siendo relatos tan complejos, tan bien trabados internamente, donde cada cosa que se dice obedece a una «necesidad». Sin embargo, conformémonos ahora con destacar sólo unas palabritas, en función de pensar esa relación entre los sentimientos de Jesús y el miedo, el fóbos, del que también habrá que hablar.

Lo más curioso de estos dos relatos, Mateo y Marcos, es que siendo evidentísimo que escriben sobra la base de un relato común (no importa ahora si A leyó a B, B a A, o los dos a C), en este aspecto preciso de los sentimientos de Jesús, difieren.

Mateo dice que Jesús «comenzó a lypeisthai y ademonein» (no traduzcamos por ahora, simplemente percibamos las diferencias entre uno y otro), 26,37.

Marcos dice que Jesús «comenzó a exthambeisthai y ademonein», 14,33.

A su vez, los dos dicen, repitiendo la misma frase, que Jesús les dijo a los tres testigos:

«perilypós está mi alma...» (Mt 26,38; Mc 14,34)

perilypós, lypeisthai, exthambeisthai, ademonéin, son los cuatro nombres involucrados para mencionar estos sentimientos de Jesús, de los cuales, naturalmente, el más relevante, el que nos lleva a los demás, es el primero, ya que está puesto en boca del propio Jesús.

Antes de adentrarnos en el asunto, y de traducir estas palabras (muy complejas, por cierto), hay que recalcar muy vehementemente que Jesús de ninguna manera, ni dicho por sus testigos ni por sí mismo, fobesthai, es decir, tuvo miedo.

El verbo fobeo (tener miedo) se utiliza mucho en el Nuevo Testamento (unas 94 veces), sin embargo nunca para referirse a un sentimiento de Jesús, y siempre que se refiere a los discípulos o a la Virgen o a José es para negarlo: no tengáis miedo, o para declarar una debilidad (Mc 16,8). Mientras que el grueso de las menciones declarativas son para los que no creen en Jesús, como en Mc 12,12: «Trataban de detenerle - pero tuvieron miedo a la gente - porque habían comprendido que la parábola la había dicho por ellos.»

Quede entonces esta aclaración sobre la ausencia de miedo de Jesús, antes de adentrarnos en ese pedacito de alma de Jesús que, para gracia nuestra y con toda la delicadeza que esto requiera, nos dejó ver.

La declaración de Jesús sobre sí mismo

«Mi alma está perilypós» (Mt 26,38 || Mc 14,34): en ese instante único en el que Jesús nos deja ver su alma, no lo dice con palabras azarosas sino ¡citando un salmo!, exactamente igual que cuando entrega al Padre su Espíritu: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (según Lucas, citando Sal 31,6) o «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (según Mt/Mc, citando Sal 22,2).

Es verdad que la narración del momento de la crucifixión -al igual que la narración de Getsemaní- son puntos cumbre de la catequesis de los evangelios, y no recogen palabra por palabra lo que Jesús dijo, sino que lo reelaboran para ayudar al lector a penetrar en toda la densidad de esas escenas; por eso los evangelios no coinciden en los detalles. Sin embargo vemos que en los cuatro la expresión del sentido profundo de lo que Jesús dice y le ocurre está narrado por medio de citas implícitas, principalmente de los salmos, evocación seguramente de que el propio Jesús acostumbraba entrelazar sus palabras con las palabras sálmicas.

Es que los salmos.... ¡ay, los salmos! son la forma misma del habla de Jesús. Incluso aunque no fuera Dios sino sólo un gran maestro, tiene -como todos los grandes maestros- a la poesía como forma de su hablar, hasta el punto de que es muy difícil discernir cuáles son palabras compuestas por él, y cuáles son citas implícitas de sus poemas predilectos.

¿Qué salmo cita Jesús en Getsemaní? el 42/43: «como busca la cierva corrientes de agua». Los versículos 6 y 12 del 42 y 5 del 43 repiten insistentemente:

«¿Por qué estás derrumbada (en la versión griega de los LXX: perilypós), alma mía,

por qué te agitas dentro mío...?,

¡espera en Dios! porque de nuevo lo proclamaremos:

Dicha de mi rostro, Dios mío...»

«Mi alma está 'perilypós'»: es este movimiento de derrumbamiento del que habla el salmo, abatida, «mortalmente triste», como traducen muy acertadamente algunos. Prefiero, de todos modos, la expresión «mi alma está derrumbada», porque señala muy bien ese movimiento «hacia abajo» que es el preludio al descenso que Jesús realizará con su ascenso a la Cruz.

Ahora bien, lo más remarcable en todo esto es que debemos tener presente cómo se realizan las citas en el NT, en la Biblia en general: no se cita por erudición, no hay una sola cita de erudición allí. No se cita un salmo por su expresión bonita, sino por una razón mucho más importante: para hacer ingresar el mundo de ese salmo en el mundo de la escena que está ocurriendo, así que un verso citado no es solamente ese verso, sino aquello a lo que el verso apunta.

Jesús no necesita poner toda la estrofa para que le entiendan, basta con que diga esa primera parte, y enseguida, quien comparte el mundo de las Escrituras en el que respira Jesús, puede completar la estrofa: se trata de una cita de esperanza; aunque no de una esperanza voluntarista, del tipo de «espero porque, como en Hollywood, todo terminará bien», sino más bien, «espero porque es Dios quien, aunque no se muestre, está detrás de esto, sé de Quién me he fiado», que es el sentido de la estrofa tres veces repetida en el salmo 42/3.

La declaración de los evangelios sobre los sentimientos de Jesús

En Getsemaní comienza el gran eclipsamiento de Dios en el mundo, es, precisamente el momento «del poder de las tinieblas», como sintetiza Lucas (22,53). Ese eclipsamiento llega a su punto cúlmine con otro salmo: «Elí, Elí, lemá sabactani» (Sal 22,2), «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»

La cita del salmo 42/3 apunta a la esperanza; una esperanza contra toda esperanza humanamente posible, y sin embargo.... sin embargo es el sentimiento que Jesús comparte con nosotros; en la hora cumbre de su Hora, nos conduce al sentimiento que espera de nosotros. Por eso es notable que los dos evangelistas no se ponen de acuerdo en cómo nombrar ese sentimiento de Jesús para no quedarse en la descripción puramente externa sino penetrar en lo que Jesús mismo declara a través de la cita sálmica. 

Tanto Mateo como Marcos están de acuerdo en que comenzó a «ademonéin», a angustiarse. Lo dicen literalmente así: «comenzó a...»; creo que hay muchísima fuerza en esa expresión; hay varios recursos en griego para expresar esta idea de una acción incoativa, en inicio, sin embargo, eligen la más explícita, la que no deja dudas de que lo que quieren marcar no es tanto lo que ocurre, sino el hecho de que eso comienza; «comenzó a angustiarse» es el momento en que Jesús abre su alma y se queda inerme, pero también transparente, no esconde, no nos esconde de su alma absolutamente nada, y en tanto inerme y transparente, las tinieblas, que llenan la escena del mundo por tres días, no pueden contra él. Porque nada puede la fuerza contra aquel que no le ofrece fuerza sino su débil debilidad; nada puede la tiniebla contra la transparencia del alma de Jesús.

La angustia, y quien la haya experimentado la conoce bien, y aunque la haya sentido una única vez ya no la podrá olvidar, no es un temor, un miedo, un pánico, no, nada de eso, es un sentimiento completamente físico, es un dar vuelta el alma en el pecho y sentir cómo se angosta y aprieta, la angustia es una apretura, que amenza aniquilarnos de tanto apretar... pero no puede hacer desaparecer precisamente a aquel que la reconoce, la nombra, la deja a la vista... y eso hace Jesús: mi alma ha comenzado a derrumbarse. Dicho esto, paradójicamente, no con temblor en las palabras, sino con una serena y esperanzada cita sálmica.

Pero una sola palabra no basta llegar a dejar expreso, testimoniado, el abismo de este derrumbamiento, así que Mateo dirá: «comenzó a lypeisthai y angustiarse»; Marcos, por su parte, testimonia: «comenzó a exthambeisthai y angustiarse».

Mateo utiliza un verbo que es el raíz del que Jesús cita con el salmo: si peri-lypeo es derrumbarse, lypeo es simplemente un poco más débil, ya que será reforzado con «angustiarse»: «comenzó a decaer y angustiarse», como cuando decimos de alguien que lo vimos «decaído». Quiero retener que a lo que se apunta con estos sentimientos es a mostrar el movimiento que recorre el alma de Jesús: apretarse, abajarse.

Pero el más sorprendente es el verbo que usa Marcos, «exthambúmai», que es «quedar estupefacto, anonadado»; ¿por qué digo que es sorprendente? porque Marcos hace una apuesta muy fuerte a la comprensión del lector, a que el lector perciba que no se le habla de los sentimientos de Jesús porque sí, sino para dejar testimonio de la apertura de alma con la que Jesús se mueve hacia su pasión. Lo último que diríamos de alguien del que queremos marcar que «pobrecito, le duele mucho lo que pasa y está muy decaído» es que «está estupefacto», que más bien es un verbo estático, contemplativo; sin embargo lo que se quiere decir aquí no es «pobrecito Jesús, cómo le va a doler. cuánto le van a pegar...», sino mostrarnos el lugar donde tiene su cabida nuestra propia angustia, nuestra propio abatimiento, nuestra propia perplejidad ante una verdad que tenemos entre manos y ofrecemos a un mundo que sin embargo no la quiere.

Los sentimientos de Jesús no son, si se me permite la expresión, sentimientos «sentimentaloides», de culebrón de las 5, son sentimientos de un alma que se abre y se queda abierta, quieta y callada, afrontando la Hora de unas tinieblas que pasarán a través de ella, para que, por esa misma serenidad, mueran en ella.

Sentimientos que fueron escuchados

Parece extraño que una de las muy pocas veces en que los evangelios nos hablan de manera directa de los sentimientos de Jesús, ¡y que el propio Jesús lo hace!, sea para contarnos uno que consiste en una forma de abatimiento. También la cita inicial de Flp 2,5 tenía que ver con un autoabajamiento de Jesús: «tened los sentimientos de Cristo Jesús», quien «no retuvo ávidamente el ser igual a Dios», sino que «se humilló a sí mismo».

En los «pensamientos positivos» de la era de la «autoayuda» es más bien un dogma lo contrario: ensálzate a ti mismo (que nadie lo hará por ti). Esos «sentimientos positivos» se supone que deberían dar lugar a un «entorno positivo» y así, todos positivados, alcanzar la felicidad.

Lo cierto es que esa felicidad sigue sin alcanzarse, signo quizás de que la cuestión de los sentimientos no debe ser afrontada según esquemas previos y prejuicios voluntaristas, sino según la verdad de las cosas y de sí mismo. Posiblemente Jesús no hubiera encontrado el lugar desde donde arrostrar el poder de las tinieblas si se hubiera dedicado a fabricarse «sentimientos positivos» en la hora de Getsemaní. Por el contrario, reconoció con sencillez la verdad de su propia alma: «Mi alma está derrumbada», lo que quiere decir también: «mi alma ha tocado fondo y desde aquí comenzará a elevarse: espera en Dios».

En Carta a los Hebreos hay un fragmento alusivo a Getsemaní que a mí me resultó siempre de lo más enigmático:

«El cual [Jesús], habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen...» (5,7-9)

Hay varias cuestiones remarcables aquí: Getsemaní es el lugar, dentro del despliegue y realización del plan de Dios, en el que Jesús se convierte en causa de salvación. Es importante distinguir entre que él obedezca al Padre, y por tanto «se» salve, y que se convierta en «causa de salvación» para los que le obedecen a él.

Ser causa de salvación para los que le obedecen significa que el lugar donde deberá ocurrir la obediencia ha quedado desplazado: en el Antiguo Testamento Dios nos ofrecía el lugar al que debíamos obedecer (leyes, trascendencia de Dios, inaccesibilidad); en Getsemaní hay un giro, un «cambio de rumbo» en el plan de Dios (hablando humanamente, aunque ese cambio estuviera eternamente previsto): la causa de salvación no es la obediencia al Padre sino la obediencia al Obediente.

Se abolió en Getsemaní toda la economía antigua de la salvación, se abolió la ley con sus mandamientos y preceptos incumplibles, se abolió la trascendencia inaccesible de Dios, se abolió la barrera absoluta entre Dios y el hombre; no porque Dios se haya ido de su trono, cosa imposible, sino porque la adoración en espíritu y verdad es mirar al Hijo, al Obediente.

Y todo eso, nos dice Hebreos, por la obediencia de Jesús en el momento de ofrecer súplicas y lágrimas. Lo dice de manera un tanto extraña: «fue escuchado por su actitud reverente», ¿qué es eso de que «fue escuchado»? Nos decía el pasaje que Jesús dirigió ruegos y súplicas al que podía salvarlo de la muerte... diríamos nosotros que «fue escuchado» si hubiera sido librado de la muerte, pero no lo fue: al contrario, inmediatamente después de Getsemaní, Jesús es prendido y llevado a la cruz. Entonces, ¿en que sentido Jesús fue escuchado? ¡Humanamente no parece haber sido escuchado!

Quizás ahora nos damos cuenta que Jesús no pide ser librado de la muerte, sino de algo que contenía la muerte que la hacía «a-tea», de algo que la hacía vacía, hueca, sin sentido; pide ser librado de este cáliz en la que las muertes se ofrecen vanamente, no a Dios sino a la muerte misma; en resumen, pide ser librado de la maldición de Adán: «quedarás sujeto a la muerte».

¡Y fue escuchado! nos dice Hebreos, fue escuchado por su «eulabeia», expresión que en el fondo es intraducible: por su «actitud reverente», pone Biblia de Jerusalén, y es correcto, la eu-labeia es una actitud reverente, en el sentido de una «actitud de abajada humildad»; la «eu-labeia» es la humildad de aquel que se agacha hasta el suelo en homenaje a Dios, no en miedo sino en reconocimiento, en homenaje. Sólo una vez más aparece esta palabra en el NT, también en la Carta a los Hebreos, en 12,28, para declarar la clase de culto que el cristiano debe dar a Dios.

Aunque no utilice esa palabra, es la actitud descripta en la parábola del fariseo y el publicano de Lucas 18, el publicano, ante Dios, se abaja hasta el suelo, reconociendo su nada. Y en respuesta a la eulabeia de Jesús, Dios, que levanta del polvo al desvalido y alza de la basura al pobre para hacerlos sentar entre príncipes, lo levanta, lo exalta. Puesto en tierra oraba, y fue escuchado porque su ponerse en tierra era un abajarse humildemente ante Dios.

Fue escuchado-obedeció-fue hecho causa de salvación para los que le obedecen: no nos suena, al tratarse de una traducción, el ronroneo hermoso que hay aquí:

escuchar: eis-akúo

obedecer: hyp-akúo

Fue escuchado... porque el mismo permaneció a la escucha (obedeció). La gran paradoja de ser escuchados por Dios es que no nos escucha (eisaukúo) cuando hablamos como paganos, sino cuando permanecemos a su escucha (hypakúo).

Estas especies de «juegos de palabras» del texto bíblico deben ser recuperados, por la gran deformación a la que fue sometida la noción bíblica de obediencia, mezcla de prácticas que no tienen nada que ver con la obediencia de Jesús al Padre. Quizás cuando leemos que Jesús «con lo que padeció experimentó la obediencia», o más aun, como lo dice la traducción litúrgica: «aprendió, sufriendo, a obedecer», imaginamos a un Dios sádico, sanguinario, las manos callosas de sostener el látigo, mientras le da en la espalda a su Hijo, una y otra vez, hasta que aprende a obedecer: «si no me obedeces te voy a descargar encima todo mi poder, todo mi Todopoder», ¿no es acaso esa la imagen que nos hacemos del sufrimiento de Jesús? ¡mucho sufrimiento, mucha sangre, mucho dolor!

¡Cuántas veces transmitimos esa imagen, atea, absurda, de un Dios ensañado con enseñar a obedecer al hombre, dando palo y palo hasta que el hombre, infinitamente más débil que Él, reconoce su superioridad! ¡Qué triste y lamentable una religión construida sobre esa forma de leer Hebreos 5,8!

Sin embargo, lo que verdaderamente dice Hebreos es: «con lo que padeció», es decir, los padecimientos que comenzaron en Getsemaní y culminaron en la cruz, que fueron todos padecimientos «intramundanos», no padecimientos donde baje Dios a pegarle, no baja Dios a pegarle a nadie, no baja Dios a pegarnos. ¡Dios no puede entrar en nuestro mundo! el pecado le tiene cerrada la puerta, el mal, el dolor, el padecimiento, son hechos intramundanos. No hace falta Dios para explicar el mal, nosotros, herederos y autores de una historia de mal y opresión de unos hombres contra otros somos quienes más debemos saber que el mal es cosa intramundana, intrahumana.

El mal es precisamente esa ausencia de Dios, y la Cruz, la ausencia extrema («Dios mío, por que me has abandonado»). Dios no está en el mundo, no está ni puede estar; y ese es el mayor dolor y el mayor sufrimiento, y la mayor angustia y apretura. Dios no está ni puede estar; no se aleja del mundo por venganza ni impiedad. Está del otro lado de la puerta, llorando, o quizás llamando, o las dos cosas («estoy a la puerta y llamo», Apoc 3,20), pero no puede entrar si no le abrimos; y no podemos hacerlo, porque somos impotentes.

Jesús descubrió el «método»: aprendió con sus sufrimientos, a permanecer a la escucha, y por esa escucha, fue constituido causa de salvación para quienes lo escuchan... Hay una íntima vinculación entre los gritos del dolor y la escucha, entre el clamor de las víctimas y la «ob-audiencia», hypakoé, permanecer a la escucha.

Jesús no aprendió «quién manda aquí» por el hecho de que Dios le haya reventado la espalda; Dios no le reventó la espalda. Jesús aprendió, en el medio de sus tormentos, que hay un misterio de gracia en esos tormentos, en esos gritos se produce un silencio y un vacío, y en ese silencio y vacío rodeado de los gritos de las víctimas, Dios, que alza de la basura al pobre y lo sienta entre príncipes, puede ser escuchado, y escuchar.

Se escucha a Dios que golpea la puerta. Y quien lo escucha le abre, y quien le abre cena con él.

Comentarios
por Ewan (i) (190.221.181.---) - mi , 18-jul-2012, 19:58:41

Interesante artículo con profundas enseñanzas en la fe muchas gracias!!!

por Rosy (189.164.217.---) - lun , 23-jul-2012, 04:56:28

Mi alma está angustiada hasta la muerte "Mi alma está derrumbada" Abel que triste y doliente es creerse abandonado cuando te cierran puertas y no te dejan pasar se sentiría una persona abandonada? El caso de Jesús fué superior sobre lo que estaba pasando sobre lo que estaba ocurriendo se sentía abandonado, Abel cuando se quiere cuando se ama cuando el Padre y Él eran Uno,sentirse abandonado que sentimiento a el que lo ha experimentado es la persona que sabría comprender lo que es la angustia "Mi alma ha tocado fondo" es como cuando te dejan en el fondo del mar y no hay ni a quien tus ojos volver .

Ser escuchados por Dios es que no nos escucha cuando hablamos como paganos sino cuando permanecemos a su escucha y en silencio , leer toda esta historia de los sentimientos de Jesús te pone dentro de su alma dentro de su persona y te hace vivir el ayer Abel Dios te Bendiga y gracias!

por Ricardl del Corral Landeros (i) (187.198.74.---) - vie , 27-jul-2012, 16:45:27

Ciertamente Jesús ora cuando habla y lo que expresa refiere a los Salmos como expresión de su alma que los acoge y asume con la confianza de quien es escuchado y será restablecido pues Jesús mismo tiene el poder para dar y volver a tomar pero se confía al Padre que es uno con Él y con el Espíritu Santo

por Janett (i) (190.152.189.---) - vie , 29-mar-2013, 16:48:07

Sentirse con el alma derrumbada, sentir que la angustia comienza, que el corazón se estrecha y se anonada el ánimo, es sentir la debilidad más grande, la impotencia mayor, la miseria más cruda, en la que la única mirada viene de Dios. En esta nada solo Dios existe, solo la misericordia y el amor divino me acompaña, solo El toca a la puerta de mi corazón y me dice déjame entrar, déjame acompañarte, déjame amarte, acéptame como soy: humilde de corazón. Sígueme.
Ven señor Jesús. Llena mi corazón, mi corazón te pertenece. Ven.
Gracias Dios mío por tu infinita bondad, gracias Dios mío por tu inmensa misericordia. Perdóname por mi sordera.por mi falta de docilidad, por mi falta de amor a ti y a los demás.
Bendito seas por siempre señor.

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