«En lo más profundo de la condición humana
descansa la espera de una presencia,
el deseo silencioso de una comunión.»
(Hermano Roger, Taizé)
Las lecturas de cada domingo tienen siempre un tema explícito, que suele ser bastante evidente, junto con sutiles, delicados hilos que se entretejen entre la primera, el salmo, el evangelio, y a veces también la segunda lectura.
En el caso de las de este domingo, el tema central y explícito es netamente eucarístico: dado que el evangelio de san Marcos, que es el que se lee en el ciclo B que estamos atravesando, es mucho más breve que sus otros dos compañeros sinópticos, Mateo (ciclo A) y Lucas (ciclo C), la liturgia aprovecha para insertar en estas semanas intermedias del tiempo ordinario, del domingo XVII al XXI, la lectura completa del capítulo 6 de Juan, más conocida como "Discurso del Pan de Vida".
Este discurso es una densa reflexión eucarística, fruto, sin duda, de la predicación de Jesús, enriquecida y explicitada por años de vida cristiana en las primeras comunidades tanto de judíos como de gentiles que se fueron formando a lo largo de todo el siglo I. Tal como lo conocemos, este fue compuesto ya hacia los años 90 (unos 60 después de la Pascua de Jesús), y supone la memoria creyente de una comunidad comprometida con la vida "en-el-mundo como no-del-mundo".
Nunca se insistirá bastante en que los evangelios no son grabaciones en mp3 de las palabras de Jesús, sino que son "memoria creyente", es decir que unen el recuerdo de la predicación oral del Maestro a la experiencia vital de cómo esas mismas palabras transformaron las vidas de los que se volvieron testigos de Jesús. Cuanto dicen, entonces, hay que entenderlo en sentido fuerte, no son fórmulas sino testimonios de unas vidas transformadas por esas palabras:
"Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado", es, desde luego, una enseñanza de Jesús, pero modelada y dicha por la experiencia vital de una gente que, como nosotros, andaba errante por el mundo y de repente vio que sin mérito propio su vida era elevada y atravesada de sentido por la comunión con Dios, por un llamado a esa comunión que provenía del propio Dios del cielo, aparentemente tan inaccesible y lejano.
Este es el primer testimonio de los primeros cristianos, y tiene que seguir siendo nuestro primer testimonio: frente a un mundo que razonando deduce que, en caso de haber Dios, sólo podría estar lejano y distante, en su infinitud y perfección, nosotros podemos -porque lo hemos experimentado- decir: "Yo no he visto al Padre, pero he visto al Hijo, he comido al Hijo, y en su mirada puedo ver al Padre".
Pero este aun no es todo el testimonio que podemos dar, hay uno más de fondo, que si hurgamos en nuestra experiencia de vida, seguro lo encontraremos, porque no seríamos cristianos sin ello: descubrir, y debemos decirlo con todas las letras, sin ambigüedad, que fue Dios el que nos salió al encuentro, no hicimos nada por tenerlo, no sabíamos cómo alcanzarlo: es él el que se nos dio, y nos enseñó a buscarlo en el alimento que no perece.
Es este uno de los hilos "secundarios" de las lecturas, que teje la sutil red de sentido entre las lecturas: en la primera nos contaba cómo Elías estaba harto ya de esta vida donde cada batalla ganada por la verdad, son diez batallas perdidas, donde todo parece ir siempre a peor, y donde nuestra pequeña verdad, cuanto más verdadera la percibamos, más parece condenada al fracaso. En definitiva Elías no se diferencia de los católicos de hoy, que nos sentimos pasados por arriba por la ola del mundo (unos optan por sentarse en la cresta de la ola, más modernos que los modernos, así no se sienten perder, otros optan por sentarse a llorar recordando tiempos mejores), y en ese camino, en el que una y otra vez diríamos con gusto "basta ya, Señor", es el propio Dios el que sale a proveer la fuerza de una comida: no resuelve el problema del sentido, no resuelve las batallas perdidas ni la inmensidad de la ola del mundo, pero, como Elías, la fuerza de aquella comida se nos muestra suficiente para llegar al monte de Dios, el Horeb del cielo.
No otra es la promesa de Dios. Nunca nos habló de que no habría tribulación, o de que ser cristiano es sonreir y vivir en paz, sin magulladuras, sino de tener ya la vida eterna, y no por nuestras buenas acciones, sino porque, como dice el salmo de hoy: "el ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege".
Esta es la invitación al mundo que estamos invitados nosotros mismos a dirigir: gustad y ved qué bueno es el Señor. Se trata de un testimonio, no de una frase aprendida de memoria.
Gracias ABEL por darnos a conocer este tema, por reflexionar sobre las lecturas bíblicas del próximo domingo, por hacernos entender, comprender y amar mucho más a JESUS SACRAMENTADO. "Gustad y Ved qué bueno es el SEÑOR".Su presencia, su amor, lo sentimos, nos fortalece para seguir adelante, para que seamos instrumentos de paz, para que veamos en el hermano el ROSTRO AMADO DE JESUS .. qué difícil.. pero con su fuerza,y llenos de su SANTO ESPIRITU lo lograremos.
Me ha gustado mucho la primera lectura del Libro 1 Reyes y he visto lo importante que es obedecer a Dios y como Elias a pesar de tener miédo por su vida y estar cansado hasta el extremo de preferirí morir, no obstante obedece al angel y hace lo que le dice y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días. Esta lectura me dice qué aunque muchas veces no entienda nada y esté harta de todo, que confie en el Señor, qué sabe lo qué me conviene