Las palabras con las que comienza el anuncio del ángel de Lucas 1,28 son de lo más conocidas, e incluso, puesto que son campo de disputa entre confesiones cristianas, también se han difundido en su propia lengua original, el griego: «Jaire, kejaritomene!», lo que ha pasado, a través del latín, a nuestro hermoso Avemaría: «Dios te salve (jaire), María, llena eres de gracia (kejaritomene)».
La densidad teológica, la profundidad de experiencias religiosas cotidianas que cargan esas pocas palabras es imposible de medir. El saludo del ángel a María da su forma a la vida cotidiana de millones de creyentes que -aunque no lo hagan consciente- expresan con esas palabras, varias veces por día, el valor de un mundo que ha sido hecho por Dios abierto a Dios.
En una vida que una y otra vez se nos cierra y se nos niega, el efecto casi balsámico de esas palabras nos revela algo oculto en los pliegues más profundos de esa misma vida: todo esto tiene sentido, la gracia es posible, el encuentro con Dios es posible, a una simple muchacha de un pueblo perdido en la periferia del mundo civilizado le ha ocurrido.
La palabra «jaire» es un imperativo del verbo jairo, alegrarse; literalmente significa, entonces, «¡alégrate!», como traducen en la actualidad muchas versiones bíblicas.
No obstante, era una forma normal de saludo en el mundo helenístico. Mateo nos cuenta que cuando Judas se acercó a Jesús para entregarlo, primero lo saludó: «Salve, Rabbi!» («jaire, rabbí», Mt 26,49). Con esto, por supuesto, no estoy comparando las dos escenas, sólo muestro que la palabra tiene un sentido normal de saludo, incluso cuando una narración (como la de Mateo) reproduce los usos habituales de Palestina.
Jesús resucitado sale al encuentro de las mujeres, nuevamente en Mateo (28,9), y las saluda del modo habitual: «jairete!» (en plural, ya que se dirige a varias).
Unos cuantos ven en el saludo del ángel mucho más que un saludo. Y es cierto, se puede ver en esa palabra mucho más, siempre que partamos de la sencilla y cotidiana base de que se trata de un saludo. La Virgen misma se pregunta qué significa ese saludo (Lc 1,29).
Es verdad que en Palestina se utilizaría seguramente con normalidad la forma propia de saludar en arameo, «shelám» (cfr. hebreo: shalóm), pero los usos helenísticos estaban muy extendidos entre el pueblo, y no es extraño que, aunque no hablaran griego, estas pequeñas fórmulas de todos los días se utilizaran en ese idioma. Así que no tiene nada de extraño que el saludo del ángel sólo signifique un saludo.
Se relaciona muchas veces esta palabra del ángel con el texto del profeta Sofonías 3,14. «Alégrate, hija de Sión, alégrate y exulta...», sin embargo, como hace notar Fitzmyer, la relación entre los dos textos no va más allá del uso, en la traducción griega del texto profético, del mismo verbo, que es un saludo en Lucas, y una invitación a la alegría en Sofonías.
Para que se entienda el centro de la cuestión. Quizás si la anunciación se produjera hoy, el ángel (criaturas joviales por donde las haya) le dijera a la Virgen: «Hi!», que es una forma normal de saludar entre gente joven. Una vez establecida la teología de la anunciación, 200 años más tarde, un teólogo diría: es que la palabra «hi» está relacionada con «high», alto, así que lo que el ángel le dijo a la Virgen es que se elevara: «Elévate!»... ¡no! ¡la saludó! y eso, con toda su sencillez y cotidianidad, es el significado central de esta pequeña escena.
¿No es lo suficientemente extraño que un ángel te salude? «Ave!», «Dios te salve» (o simplemente «¡Salve!») es la mejor traducción del «jaire» angélico.
Ahora bien, puede verse en ese saludo mucho más, siempre que no olvidemos su primer y más elemental significado. Pero para comprender ese mucho más habrá que adentrarse en el segundo concepto.
Una de las palabras que, como pocas otras, ha sido y sigue siendo campo de batalla de nuestras disputas religiosas...¡si hubiera previsto el ángel el uso que daríamos a sus palabras! seguramente se hubiera quedado sólo en el saludo.
Las dos lecturas se ubican más o menos así:
-En el campo católico, se entiende «Kejaritomene» como «llena de gracia», y se relaciona este saludo con la teología de la predestinación de la Virgen, y todo lo que llevará, con los siglos, a la formulación de los dogmas marianos fundamentales.
-En el campo protestante, se entiende «Kejaritomene» como «muy favorecida», y se minimiza cualquier sentido de predestinación en la gracia que eso pudiera implicar, como si la palabra se limitara a describir lo que está pasando allí mismo: estás siendo en este momento especialmente favorecida.
¿Y quién tiene razón? Dicho así, rápidamente, ninguno de los dos.
Ahora bien, le asisten a cada uno razones para ver en esta palabra algo más y algo menos que lo que el saludo dice. En suma: mientras no pretendamos endilgarle al ángel una teología desarrollada, tanto en dirección mariológica, como reacia a reconocer el papel especialísimo de María, podemos ver en esta palabra una densidad que efectivamente tiene, y que san Lucas quiso imprimirle al hacerla jugar, de manera tan musical y cadenciosa, con la anterior.
Vayamos a la forma de la palabra: se trata de un partipio perfecto en femenino, del verbo jaritóo. Este verbo se utiliza muy escasamente en el NT, apenas dos veces. Una es aquí, en el saludo del ángel, y otra es en la carta a los Efesios 1,6 (anque no en la misma forma de participio), en un contexto en el que se habla de la predestinación de los creyentes en la gracia. Es, sin embargo, un verbo usual en griego clásico, lo encontramos varias veces con el sentido de «agraciado», en su sentido más «estético», visible.
Los verbos griegos terminados en «óo» tienen matiz causativo, así que «jaritóo», de «jaris», «gracia, favor, don», indicaría: que favorece, que da gratuitamente. Ahora bien, como en el saludo del ángel está en pasiva, indica que recibe favor o gracia, por tanto la traducción «muy favorecida» es adecuada. Pero ya que se trata de un participio perfecto, de una acción acabada, no es incorrecto entender que esa gracia se le ha dado, no sólo se le está dando en el momento, sino que viene ya favorecida, agraciada.
Es un título que el ángel brinda a María con la vista puesta no en lo ocurrido sino en lo que va a ocurrir: eres agraciada, que es la adecuada preparación a lo que va a ocurrir en ti.
De allí ha tomado la teología a partir del siglo II la idea de que en María hay una plenitud de gracia divina, presente ya en ella, que le permite y le da las armas para responder favorablemente al convite divino. Desde allí ha pasado a la traducción latina (siglo III): «gratia plena». Y por reflexión teológica sobre esa plenitud de gracia, profundizando en ello, se ha abierto al lenguaje de la fe la profundidad del alma de María, y ha quedado a la vista la obra eterna de Dios en ella.
Pero no debemos olvidar que eso no es inmediatamente visible en la palabra «kejaritomene», sino a través de un proceso de reflexión que va de las palabras a vida de fe, de la vida de fe a la meditación, y de allí de nuevo a las palabras, por lo que hacemos muy bien si atendemos a la reprensión de nuestros hermanos protestantes: la palabra que usa Lucas no dice por sí misma tanto.
Pero si no dice tanto teológicamente, sí dice mucho poéticamente, «da que pensar».
«Jáire kejáritoméne»: sí, así suena, musical. Y no sólo musical en el sonido, sino que el verbo jaire que hace el saludo, y el verbo jaritóo que hace el título, están lingüísticamente emparentados.
Las dos palabras se unen en la raíz jar/jair, que evoca las idea de gozo, gratuidad, alegría, conceptos fundamentales en la Biblia, pero que están presentes en el idioma griego desde sus remotos orígenes, y son profusamente rastreables en su poesía.
Sin dejar de ser un saludo y un título, juntos forman una misma realidad que rodea a María: el imperativo que habla haciaa el futuro y el título en participio que habla de lo que ya existe: se le pide alegría/gracia, porque se le ha dado alegría/gracia: «¡sé graciosa, agraciada!», «¡alégrate, alegrada!»
Dios pide mucho, sin duda, a esta Niña, pero junto al pedido el anuncio -por medio del título- de que eso que se le pide ella lo puede dar, porque lo posee de antemano: Dios mismo se lo ha dado. Si el saludo apunta a un pedido de actuar con gratuidad y generosidad (jaire! / alégrate/agráciate!), el título compromete al propio Dios en la posibilidad de María de realizar eso que el ángel le pide: te pido que te alegres puesto que ya te ha sido dada la alegría que se te pide.
En esta escena de la anunciación el creyente puede ver el modelo mismo de la actuación de Dios con cada ser humano: las exigencias de Dios, la misión que nos encomienda, la generosidad a la que nos convoca están de antemano rebasadamente posibilitadas por el propio don de Dios, que nunca deja de dar antes lo que luego pide.
La bibliografía es muy amplia; me animaría a recomendar dos obras:
-Para quien quiera ver una argumentación en torno a por qué el "jaire" del ángel no debe entenderse en relación a Sofonías 3, Fitzmyer: El evangelio según Lucas, tomo 2, notas a este versículo.
-Para una confrontación de posiciones exegéticas católicas y protestantes en torno a este texto, el profundo María en el Nuevo Testamento, de Brown y otros, el capítulo dedicado a esta escena.