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La Biblia en castellano

por Luis Fernando Figari
16 de mayo de 2017
Un interesante resumen histórico de las más importantes versiones al español del texto Bíblico.

Bueno es recordar que la Palabra de Dios nos suele llegar a través de una versión bíblica traducida a una lengua vernácula. Obviamente, todos deben saber que el castellano no es el idioma original de los textos sagrados. Igualmente deben saber que hay traducciones y traducciones, unas mejor logradas que otras. Hoy abundan las ediciones en castellano, ya de la Biblia completa, ya sólo del Nuevo Testamento. Una persona puede elegir si prefiere lo que se ha llamado una «equivalencia dinámica»[1], es decir que al ser traducido el texto se interprete lo dicho, o meramente se lo actualice, o si prefiere una edición que se atenga lo más posible a la literalidad del idioma fuente. Hay quien puede preferir un estilo coloquial, común, o quien prefiere un estilo más cargado, al uso tradicional. Para todos los gustos o intereses existen hoy ediciones de la Santa Biblia en castellano.

En este artículo se pasará rápida revista a las principales traducciones de la Biblia al castellano. Es decir a aquellas que han marcado un hito en la memoria viva de la numerosa porción del Pueblo de Dios que se expresa en castellano. Se procurará dar también noticia de otras traducciones[2]. Ni remotamente se pretende en este trabajo un estudio exhaustivo del tema, sino tan sólo una presentación del mismo.

Antecedentes de las traducciones castellanas

Tras la hegemonía total de la Biblia en griego en el mundo cristiano, en la medida en que el griego popular o koiné fue perdiendo vigencia social, se fue sintiendo la necesidad de traducir la Biblia a lenguas más accesibles al Pueblo de Dios. En el mundo occidental, el latín fue el nuevo idioma de las traducciones populares de la Biblia. Y es que ésa era la lengua de las mayorías.

Los textos en griego de la Sagrada Escritura, usados por la Iglesia en los primeros siglos, fueron traducidos al latín. Así, el Antiguo Testamento de los LXX y el Nuevo Testamento, ambos traducidos al latín, constituyen la `antigua latina? o Vetus Latina. Se trata de la primera traducción completa conocida[3] hecha por la Iglesia. No se sabe bien si es una sola traducción con varias recensiones o un conjunto de diversas traducciones del texto griego[4], según opinan numerosos especialistas. Parece que se puede datar esta primera traducción latina hacia mediados o el tercio final del siglo II d.C. El lugar de las primeras traducciones bien puede haber sido África. Para mediados del siglo III d.C.[5] se tendría ya un texto completo de la Biblia en latín. Estas `ediciones? latinas se difunden ampliamente y ya para el siglo IV muestran la necesidad de ver su texto depurado debido a la gran variedad de diferencias textuales que se han ido incorporando a él, por diversas razones[6].

«La creciente diversidad de variantes, la defectuosa transmisión del texto y la imperfecta lengua de las antiguas versiones latinas inspiraron al papa Dámaso I[7] los deseos de una mejora radical»[8]. Habría que añadir que recién en su tiempo el latín se convierte en el idioma oficial de la Iglesia, por lo cual sería lógico pensar en una traducción uniforme y adecuada de la Biblia, apta para la oración y el uso litúrgico. La persona elegida para realizar la importante tarea fue San Jerónimo[9], quien había sido secretario del Sumo Pontífice[10] y un activo propulsor del movimiento ascético y monástico. Precisamente razones vinculadas a esta filiación lo llevan a viajar a Palestina, donde culminará su famosa traducción. Al parecer revisó en mayor profundidad los Evangelios y sólo superficialmente los restantes escritos neotestamentarios[11]. En Belén habría traducido[12] casi la totalidad de los textos del Antiguo Testamento[13]. La traducción, debidamente completada según el canon de la Iglesia, se denomina Vulgata Latina.

Con la Vulgata, que no logró imponerse fácilmente en el mundo occidental[14], pues la Vetus siguió siendo usada en muchos lugares por varios siglos[15], pasó lo que había ocurrido con la `antigua latina?: pronto hubieron numerosas recensiones. Al menos desde el siglo VI hay una larga lista de personajes que procuraron depurar el texto de la Vulgata, hasta llegar al Concilio de Trento en que se decidió una revisión del texto bíblico latino[16]y griego[17]. Tras diversas vicisitudes, el Papa Clemente VIII[18], en 1592, publicó una revisión crítica de la edición de la Vulgata realizada en tiempos del Papa Sixto V[19], por lo que el texto promulgado se conoce como Vulgata SixtoClementina.

Las traducciones al castellano hasta el siglo XVIII

El primer testimonio histórico de la presencia de la Vulgata en España se encuentra en el siglo IV, en una carta de San Jerónimo a Lucinio de Bética, y luego otra a su viuda Teodora, en la que da cuenta de la copia de los libros del Antiguo Testamento, que hasta ese momento había traducido, así como del Nuevo Testamento revisado, y su transporte a España. Así pues, parte de la Vulgata entra por primera vez a España cerca del año 398[20]. Allí coexiste con algunas formas de la Vetus durante siglos[21]. Habría habido una edición parcial o total de la Vulgata para mediados del siglo V, debida a Peregrino, supuestamente un obispo del norte español. Se cree que en el siglo VII, San Isidoro, Obispo de Sevilla, habría hecho una nueva edición revisada de la Vulgata[22]. A pesar de lo inseguro de los datos, sí es un hecho que la Vulgata circuló extensamente en España, desde donde se difunde a otros pueblos[23].

El proceso de traducciones de los textos bíblicos a lenguas hispánicas se produce hacia el siglo XIII. Habría un curioso antecedente de algunos pasajes del Antiguo Testamento traducidos al castellano por Aimerich Malafaida, quien llegaría a ser el tercer patriarca de Antioquía[24]. También, por entonces se traduce el Salterio a un idioma hispánico, pero desde el hebreo y no desde el griego que venía siendo lo usual. Esta traducción se debería a Mons. Hernán Alemán[25], Obispo de Astorga.

En realidad la famosa obra de Alfonso X el Sabio[26], rey de Castilla y León, Grande e general Estoria que trae una traducción no literal del latín, desde el Génesis hasta el Nuevo Testamento, viene a ser la primera gran traducción del texto bíblico ampliamente reconocida. Se la llama Biblia Alfonsina o Española[27]. Parece que corresponde a la última parte del siglo XIII.

Sin embargo, cabe notar que hay quienes han encontrado claras evidencias de una Biblia prealfonsina, completa, aunque en los códices en que permanece se encuentre mutilada[28]. En realidad existe más de una Biblia traducida de la Vulgata, conteniendo el Nuevo Testamento. Se las conoce en general como prealfonsinas, pues reflejan haber sido traducidas a mediados del siglo XIII[29].

Para el siglo XV se tiene noticia de varios proyectos de traducción del Antiguo Testamento del hebreo y del latín, cuyos manuscritos se encuentran en El Escorial. Al menos dos o tres tienen como destinatarios a creyentes judíos. «La lectura de la Biblia en lengua vernácula era frecuente en el siglo XV, no sólo en las sinagogas y entre los conversos, sino también en no pocos conventos y entre los seglares. Fray José de Sigüenza aporta datos del biblismo entre los jerónimos del siglo XV. Sólo así se explica el crecido número de traducciones y de glosas»[30].

Para 1526 circula una versión en latín de los libros en hebreo del Antiguo Testamento debida a Alfonso de Zamora[31] y Pedro Sánchez Ciruelo[32], que eran cristianos versados en la lengua hebrea. Esta traducción parece haber sido interlineal por lo que declaran sus autores al indicar que «a cada palabra hebrea correspondiese la latina superpuesta»[33]. Del citado Ciruelo hay también una Tetrapla[34] latina en columnas según el texto hebreo, arameo, de los LXX y de la Vulgata. Otra traducción importante de ese tiempo es la llamada Biblia de Alba, por sus poseedores, los de la casa de Alba. Habría sido realizada, del hebreo y del latín, por un rabino de nombre Mosé Arragel de Guadalfajara, hacia el primer tercio del siglo XV[35], a pedido de Luis de Guzmán, Maestre de la Orden de Calatrava. Una importante traducción habría sido una Biblia en catalán de 1407. Otra, también catalana, es la impresa hacia 1478, y vinculada al prior cartujo Bonifacio Ferrer, hermano de San Vicente. Otra traducción veterotestamentaria es la curiosa traducción al castellano impresa en Ferrara, Italia, en 1553, por los judíos Duarte Pinel (Abraham Usque) y Gerónimo de Vargas (Yom Tob Atias). Al parecer una misma impresión básica habría dado lugar a dos ediciones diferentes, con algunas variantes según a quien iban dedicadas, una al Duque de Ferrara y otra a una matrona judía, Gracia Nacy[36].

El rey de Aragón, Alfonso V, apodado el Magnánimo[37], habría encargado una traducción española de todo el Antiguo Testamento realizada del hebreo y el latín según el orden de la Vulgata. Un ejemplar de éste se encontraría en la biblioteca real de San Lorenzo[38]. Al parecer el Cardenal Quiroga obsequia al rey Felipe II una versión análoga.

En 1512, el franciscano fray Ambrosio de Montesinos, traductor de la famosa Vita Christi de Ludolfo cartujano[39], corrige una traducción de las lecciones litúrgicas de los Evangelios y las Epístolas de un laico de Zaragoza, Micer Gonzalo de Santa María[40]. La revisión y corrección de la obra de 1485 la realiza Montesinos por encargo de los Reyes Católicos[41]. Otra traducción es realizada años después; está en El Escorial con el título de Nova traslación y interpretación española de los cuatro Evangelios. También se produce una traducción de los Evangelios y Epístolas directamente del griego al castellano, por un judío converso al catolicismo, Martín de Lucena. Esto ocurría en 1450. Otros traductores de los Evangelios en esos tiempos son el benedictino Dom Juan de Robles[42], monje de Montserrat, y el jerónimo José de Sigüenza.

La muy famosa Biblia Políglota Complutense o de Alcalá[43], fue concebida y realizada bajo los auspicios del Cardenal Jiménez de Cisneros, Arzobispo de Toledo. Desde 1502 en que se empezó hasta que fuera impresa en seis volúmenes para 1517, transcurrieron quince años. A pesar de lo extraordinario de su contenido[44] desplegando los textos en bloques de idiomas, en hebreo, arameo[45], latín y griego, según los casos, en ninguno traduce al castellano. El griego aparece con un interlineal en latín. La monumental obra para el estudio, que incluía un revolucionario diccionario hebreo-latino y viceversa, un léxico del Nuevo Testamento y otros libros, y un diccionario etimológico de nombres propios, se inició con la publicación de los textos griego y latino del Nuevo Testamento, finalizado el 10 de enero de 1514[46], siendo el texto griego el primero impreso en todo el mundo[47]. Más adelante, la Biblia Regia o de Amberes[48], realizada bajo los auspicios del rey español Felipe II, fue una erudita revisión crítica y una importante ampliación de la Políglota Complutense.

El proceso de traducción bíblica al vernáculo queda detenido en pleno desarrollo por las severas medidas de la Inquisición española ante el avance del protestantismo[49]. Son varios los textos de partes de la Biblia cuya impresión nunca se autorizó y cuyos manuscritos se encuentran, principalmente, en la famosa biblioteca de El Escorial. Así, dice el hispanista Marcel Bataillon: «Frente a las distintas soluciones posibles para defender la ortodoxia --nueva traducción para uso de la población fiel al catolicismo (como en Alemania), tolerancia sólo para las traducciones hechas por hombres piadosos y católicos (como en Italia, Francia y los Países Bajos), supresión rigurosa de la versión anglicana (como en la Inglaterra de María Tudor)--, España, dice Carranza, optó por la prohibición general de todas las traducciones vulgares de la Escritura»[50]. Excluidas las soluciones moderadas como política general, quedó sólo el camino de las glosas, los comentarios, o algunas breves versiones antológicas como las recogidas por fray Luis de Granada[51]. Al decir del mismo hispanista francés: «España se contentó con las traducciones parciales admitidas desde hacía mucho tiempo, junto con algunas otras que toleró la Inquisición. Se reimprimieron ininterrumpidamente las Epístolas y Evangelios en la revisión de Fr. Ambrosio de Montesinos»[52]. Se ha llamado la atención sobre la poetización de textos bíblicos que se da en el siglo XVI. Así, por ejemplo, los Proverbios de Salomón interpretados en metro español y glosados, del franciscano Francisco del Castillo, realizada hacia 1552, o la Suma de toda la Sagrada Escriptura en verso heróico castellano, obra del dominico Andrés Flórez, en Salamanca en 1597[53].

Entre los traductores protestantes destaca Casiodoro de Reina[54], quien habría traducido el texto del Antiguo Testamento del hebreo, griego y latín y el Nuevo del griego y latín[55]. La Biblia del Oso[56] como se la conoce, por llevar en su portada una imagen de un oso, fue impresa en Basilea[57], en 1569. Esta traducción fue revisada por Cipriano de Valera[58], quien la publicó bajo su nombre[59] en Amsterdam, en 1602, con el título de La Biblia. Que es los Sacros Libros del Viejo y Nuevo Testamento. Revista y conferida con los textos Hebreos y Griegos y con diversas tranflaciones. La «revisión»[60]--que en cuanto a la traducción es considerada de poca monta por múltiples autores-- fue más bien una alteración del orden de los libros y la consecuente creación de una sección intratestamentaria donde colocó los libros y pasajes que no estaban en el canon hebreo confeccionado por los rabinos fariseos después de la destrucción del Templo de Jerusalén, en el año 70 d.C. Ambos, aunque más Reina que Valera[61], constituyen, con todas las limitaciones y reservas que se quieran poner a sus trabajos bíblicos, una expresión de la tradición biblista católica de España, en la que se formaron antes de abandonar la Iglesia; y no cabe duda de que sus obras se construyeron sobre las de aquellos que les antecedieron en la traducción y crítica bíblica de entonces. También se puede nombrar a Francisco de Enzinas[62], nacido en Burgos, quien traduce el Nuevo Testamento en 1543, en Amberes, y se lo dedica al Emperador Carlos V declarando bastante pomposamente «que su intención es salvar el honor de la nación española». Su edición, por ciertas características que la hacían «sospechosa» a la Inquisición, fue prohibida en España y en los Países Bajos[63].

A pesar de la situación no poco sombría para las traducciones a lenguas vernáculas, corriendo el siglo XVI, la exégesis, la metodología y en general los estudios bíblicos, siguiendo las directivas del Concilio de Trento, se desarrollaron ampliamente en España y sus dominios del siglo XVI en adelante[64]. No ha de confundirse la cada vez más reducida lista de traducciones bíblicas al castellano[65], avanzando el siglo XVI, hasta llegar a un alto de unos dos siglos, con un desinterés por la Biblia y los estudios sobre ella. Aquellos grandes monumentos de erudición escriturística que son las políglotas Complutense y Regia, son una inequívoca manifestación del interés por el estudio de la Biblia y el desarrollo del mismo en tierras españolas, en ese tiempo. También en personas vinculadas a América se da un interés bíblico explícito. Por ejemplo, el famoso padre José de Acosta, tan vinculado a la historia de la evangelización en el Perú, publica en 1590 De vera Scripturas interpretandi ratione. En Lima, para 1635, Monseñor Luis de Vera publica su Comentarii in libros Regum, y en México, en 1675, el franciscano Martín del Castillo publica Ars biblica. En realidad, cerca de 350 libros de comentarios, desde la totalidad de los dos Testamentos hasta libros singulares, se publican desde mediados del siglo XVI al siglo XVIII[66]. Algunos fueron publicados en castellano. El padre Johann Specker en su estudio Aprecio y utilización de la Sagrada Escritura en las Misiones Hispanoamericanas da amplia cuenta de muchas traducciones[67] a lenguas indígenas[68], ya de libros de la Sagrada Escritura, ya, con mucho mayor frecuencia, de pasajes, aparecidas en manuscritos, sermonarios, en el género `Vidas de Jesús? o dentro de obras de `Doctrina?, y así en otras variadas formas[69].

Las traducciones clásicas castellanas

Al haber pasado breve revista a la historia de las traducciones en España se ve con toda claridad que existen importantes antecedentes de traducciones bíblicas antes del siglo XVIII. Sin embargo, se considera como las dos traducciones clásicas en castellano a la del padre Felipe Scío de San Miguel y la de Monseñor Félix Torres Amat, que se tratarán más adelante. El largo ayuno de traducciones bíblicas católicas —unos dos siglos— puede ser el responsable de esta calificación. El padre Castellani nunca estaría de acuerdo en llamarlas ‘clásicas’, pues las considera, al igual que a la Reina-Valera, sencillamente «mediocres»[70]. Ciertamente esa visión del autor argentino puede ser discutida o no, pero lo que no puede ser cuestionado, ni siquiera por Castellani, es que tanto la Biblia traducida por Scío como la de Torres Amat son hitos fundamentales, notables, en el proceso de divulgación de la Palabra de Dios en castellano, y precisamente en ese sentido son ‘clásicas’.

A partir de mediados del siglo XVIII reaparecen textos bíblicos traducidos a lenguas hispanas. Así, por ejemplo, para 1777[71] Francisco Gregorio de Salas, traduce Lamentaciones y partes del Oficio de Semana Santa; Ángel Sánchez tradujo Proverbios (1785), el Eclesiastés (1786), los Salmos, Sabiduría y Eclesiástico (1789); el sacerdote benedictino Anselmo Petite, quien fuera abad de San Millán de la Cogulla, traduce los Evangelios y los publica en Madrid, en 1785; en el mismo año Gabriel Quijano publica, también en Madrid, una traducción de las Epístolas de San Pablo; en 1798 se imprime el Cantar de los Cantares y, un año despúes, el libro de Job, traducidos en su día por fray Luis de León[72]; el Salterio traducido por fray Luis de Granada[73] logró ser dado a imprenta en 1801; en el mismo año el peruano Pedro de Olavide publica su versión parafrástica de los Salmos[74]; y así otras traducciones parciales antiguas y nuevas empiezan a ver la luz pública. La causa inmediata de esto fue un decreto de la Inquisición española autorizando las publicaciones en lengua vernácula en tierras bajo dominio de la corona española. Felipe Bertrán, Inquisidor General, señala en su decreto que las «causas han cesado ya por la variedad de los tiempos»[75], en referencia a la prohibición de publicar la Biblia en lengua vernácula. Esto ocurría en 1782.

La Biblia del padre Scío

El famoso padre Felipe Scío y Riaza nació en Balsaín, Segovia, el 28 de setiembre de 1738. En su bautismo fue apadrinado por el rey Felipe V, de la casa de Borbón. Contando con 16 años de edad ingresó a la orden de clérigos regulares fundada por el aragonés San José de Calasanz, conocida como escolapios o piaristas, por lo de Escuelas Pías[76]. Dos años después hizo su profesión asumiendo, como era costumbre entonces, un nuevo nombre. Tomó el de Felipe de San Miguel. Perteneció a la Provincia Escolapia de Castilla. Fue ordenado sacerdote en 1761, viajando a Roma para completar sus estudios teológicos, donde permanece hasta 1768, en que vuelve a Españ 

La Biblia traducida al castellano

Según cuenta Scío, el rey Carlos III le encomendó en 1780 la traducción de la Biblia completa al castellano. Para acompañar la traducción y corrección de la obra a realizarse fue designado otro sacerdote escolapio, Benito Felíu de San Pedro[77]. Para 1788, el rey Carlos IV asume el proyecto de su padre y decide que se imprima la obra en Valencia. Para entonces Scío se encontraba en Portugal, así que la dirección de la impresión y la corrección de las pruebas se realiza en Valencia bajo la dirección del padre Felíu de San Pedro. El padre Scío envía en ese tiempo los libros pertinentes de su biblioteca a Valencia[78] y los pone a disposición del p. Felíu y los demás escolapios que estaban revisando las pruebas de la primera edición. De 1790 a 1793 se imprime la Biblia traducida por el padre Scío, con la colaboración cercana del p. Felíu. Y tan sólo un año después estaba ya agotada totalmente la primera edición.

La obra lleva multitud de argumentos justificatorios para aparecer en castellano. Se trata de una edición a dos columnas, con el latín y el castellano en paralelo. La traducción es por momentos bastante dura por el deseo de Scío de ajustarse a la letra de la Vulgata. Constituye también un monumento de erudición por las notas a pie de página. La alusión al texto hebreo y griego para ciertos libros del Antiguo Testamento y al griego para otros y para los del Nuevo Testamento evidencian su vasto conocimiento bíblico. Las notas del padre Scío también traen posibles variantes de traducción al castellano[79]. Además hay notas de carácter espiritual. La edición lleva unos bastante completos índices de nombres y lugares, así como una cronología, obviamente según la información de la época, y otros elementos auxiliares. Todo ello habla elocuentemente de la notable calidad científica de quienes participaron en la traducción del siglo XVIII.

Para 1794, como ya se dijo, la primera edición estaba agotada. Así, fue planeada una segunda que procurase acoger algunas críticas levantadas contra faltas de traducción literal. La segunda edición, numerosísimas veces reimpresa, fue revisada en Madrid por un equipo de sacerdotes: Calixto Hornero, Hipólito Leréu, Luis Minguez y Ubaldo Hornero. Sobre una mayor dureza y servilismo al latín en la versión revisada hay ciertas críticas[80].

Una interesante apología de la Biblia de Scío y una sistemática y pormenorizada crítica a diversos juicios emitidos en la obra Historia de los Heterodoxos Españoles, en la que Menéndez y Pelayo tiene un par de poco afortunadas expresiones al paso sobre la traducción de Scío, y que han sido copiadas por algunos, es la realizada por el escolapio Miguel Balague[81].

De la calidad exegética de Scío y su colaborador Felíu no se puede dudar. De la seriedad con la que fue acometida tan magna empresa tampoco. Tanto por el resultado, como por los planteamientos que hace en su Advertencia, Disertación Preliminar, y Disertación Segunda. En cuanto a la literalidad, Scío la justifica con sus razones en los textos mencionados. Pero cabe señalar, como otros han hecho, el espíritu de los tiempos, en particular una actitud de `caza de brujas? que perseguía a las traducciones de la Biblia a lengua vernácula. Basta revisar la argumentación que cree necesaria dar el Inquisidor General Felipe Bertrán cuando en 1782 autoriza la traducción de las Sagradas Escrituras a lengua vernácula, y las condiciones que éstas deben llenar. Gabriel M. Verd, S.J., luego de formular un elenco de los principios de traducción de Scío[82], resume el ambiente cultural en que se dio la famosa traducción: «Tras muchos años de prohibición se permite en España editar la Biblia en lengua vulgar. Naturalmente el recelo y la desconfianza flotan en el ambiente. El P. Scío se inclina por una versión literal en la teoría, aunque sin extremismos en la práctica. Pero no logra evitar las suspicacias»[83]. Esas «suspicacias» son la fuente de las críticas que llevaron a la revisión de la primera edición con la intención de hacer más literal aún el texto.

Las ediciones de la Biblia traducida por el padre Scío se multiplicaron calculándose unas ochenta ediciones[84]. En realidad es difícil determinar con exactitud el número, que bien puede ser mayor, pues si bien se conoce un buen número de ediciones[85], algunas son de dos tiradas, en unos casos una en bilingüe y otra sólo en castellano, o en otros casos una con láminas otra sin láminas. A ello se suman varias ediciones en París, Nueva York y Londres, e incluso la publicación de la traducción Scío, aunque sin notas, por las Sociedades Bíblicas. En América se difundió profusamente al punto que aún hoy no es difícil encontrar ejemplares de diversas ediciones de la traducción de Scío. En América Latina hay al menos dos ediciones, hechas en México con el título de la Biblia Vulgata Latina, 1831 y 1943[86]. Hay también una traducción bilingüe en aimara y castellano de un Evangelio, publicada en Londres con varias reimpresiones desde 1829. El texto castellano es el de la traducción de Scío, el aimara de V. Pazos-Kamki. El título de la obra: El Evangelio de Jesu Christo según San Lucas en aymará y castellano.

La traducción del siglo XIX

El padre José Miguel Petisco Mons. Félix Torres Amat. El asunto de la traducción de la Biblia. Características 

Así se puede designar a la única traducción completa de la Biblia en todo el siglo XIX. Como el siglo XVIII dio a luz a la Biblia del p. Scío, el XIX tuvo también sólo una traducción, conocida como de Torres Amat, aunque no son pocos los que gustan llamarla de Petisco y Torres Amat. ¿Quiénes fueron estos traductores?

 

El padre José Miguel Petisco

Por ser menos conocido que Torres Amat, parece conveniente empezar por José Miguel Petisco. Nació en Ledesma, en las vecindades de Salamanca, el 28 de setiembre de 1724. Sintiendo el llamado de la vocación sacerdotal decidió ingresar a la Compañía de Jesús, lo que hizo a través del noviciado de Villagarcía. Fue ordenado sacerdote, y como es costumbre entre los jesuitas luego de su tercera probación hizo su cuarto voto en 1758. Viajó a Lión donde se especializa durante dos años en el estudio del griego y el hebreo. Por el decreto de expulsión de los jesuitas de España debe salir al destierro. En Córcega y Bolonía enseña Sagradas Escrituras, hasta la supresión pontificia de la Compañía de Jesús, en 1773.

Ante estos acontecimientos decide establecerse en Bolonía. Luego de la traducción al italiano de la Vulgata por Antonio Martini, del breve pontificio a él dirigido y de las nuevas disposiciones de la Inquisición española de 1782, Petisco decide empezar una traducción de la Vulgata al castellano. Inicia sus labores en 1786. Trabaja en Italia y regresa con el texto prácticamente finalizado a España en 1798. El Señor lo llama el 27 de enero de 1800.

Entre sus obras hay unas traducciones de Cicerón, así como una gramática griega publicadas en Villagarcía. Se dice que le fue arrebatada su traducción de Los Comentarios de Cayo César, que salió bajo el nombre del presbítero José Goya y Muniain, publicada en Madrid en 1798. Algo semejante se afirma de su traducción de la Biblia, como se verá más adelante.

 

Mons. Félix Torres Amat

Hijo de J. Torres Cereols y de Teresa de Amat y Pont, nace Félix en Sallent, en la comarca de Bagés, Barcelona, el 6 de agosto de 1772. Entre sus once hermanos tuvo dos que también fueron sacerdotes: Ignacio y Valentín. Desde niño tuvo notable facilidad para los idiomas, estudiando latín en su pueblo natal, y a partir de los doce años griego, hebreo, francés e italiano en Alcalá de Henares. Para 1794 había culminado sus estudios de filosofía y teología. Fue ordenado sacerdote en 1796, dedicándose a la enseñanza de filosofía, matemáticas, retórica y teología. Para 1817 se le encuentra en Barcelona, donde fue nombrado Vicario General. En 1835 es consagrado en Barcelona como Obispo de Astorga. Durante este tiempo desarrolla diversas actividades públicas. El Señor lo llama el 29 de diciembre de 1847.

La vinculación con su tío materno el arzobispo Félix Amat de Palou y Pont[87], vinculado al grupo jansenista y regalista, acusado de afrancesado por el grupo del rey Fernando VII, debido a sus acciones bajo el régimen de José Bonaparte, le trajo a Torres muchas desavenencias. De ideas semejantes a las de su tío escribió en su defensa un par de obras que fueron puestas en el Índice, y que le valieron fuertes críticas del padre Jaime Balmes[88].

Mons. Félix Torres Amat fue miembro de numerosas academias como la de las Buenas Letras de Barcelona, la Geográfica de París, la de Historia de Madrid. Además de la traducción de la Biblia, y de un Indice cronológico de las cosas más notables de la Santa Biblia, en diecisiete tomos, dio a imprenta en Barcelona, en 1836, un diccionario o Memoria para ayudar a formar un Diccionario crítico de escritores catalanes. Sus impugnadores lo han acusado de haber plagiado a su hermano Ignacio[89]. En la noticia que da José Vives Gatell[90], dice: «Su obra principal son las también discutidas Memorias. Confiesa él (Félix) en la introducción que la idea partió de su hermano Ignacio que, como bibliotecario y después deán de Gerona, reunió más de un millar de noticias de autores catalanes, en parte perdidas al huir de Gerona sitiada, parte aprovechadas en las Memorias y se sabe que Torres Amat visitó varias bibliotecas de España en busca de otros centenares de noticias»[91]. Por su parte Bohigas, al dar referencia de la obra, señala: «Parte importante de esta obra la constituyen las papeletas que había hecho Ignacio Torres Amat, hermano de Félix, en la Biblioteca Pública Episcopal de Barcelona, de la que fue bibliotecario. Estos materiales se completaron con otros de las bibliotecas de Barcelona, Madrid, El Escorial, Zaragoza, Valencia, etc., obtenidos bien directamente, bien por medio de amigos, y con datos sacados de bibliografías anteriores y obras eruditas»[92]. Sobre esto y el asunto de la Biblia, G.Ma. Verd es un tanto tendencioso en relación a Mons. Torres, llegando incluso a acusarlo de «plagio»[93].

El asunto de la traducción de la Biblia

En 1823 inicia Torres la publicación de su traducción sobre la Vulgata en nueve volúmenes, a partir del Nuevo Testamento. En 1824 empezó a publicar el Antiguo Testamento y culminó al año siguiente. Al aparecer el Nuevo Testamento corrieron rumores de que se lo había apropiado de Petisco. Al salir de prensa el primer tomo del Antiguo Testamento traía unas aclaraciones sobre ese asunto, señalando que se había valido de un texto castellano anónimo, que algunos pensaban que era del padre Petisco.

Según el parecer de algunos el asunto está totalmente resuelto: Torres habría tomado el manuscrito de Petisco y lo publicó bajo su nombre. Para otros, la cosa no queda tan clara: «cuya total o parcial originalidad ha dado lugar a muchas y no satisfactoriamente resueltas cuestiones»[94]. Concediendo que Torres conoció el manuscrito, no deciden cuánto lo usó y cuánto se debe a sus propias investigaciones. Por ejemplo, el Comentario Bíblico San Jerónimo, dice: «Se ha afirmado que esta traducción era en realidad obra de José Miguel Petisco[95]; de hecho, ha sido publicada varias veces bajo el nombre de ese jesuita (+1800). Lo más probable es que se trate de una traducción distinta, si bien Torres Amat --como él mismo declara en el prólogo de la obra-- tuvo delante el manuscrito inédito de Petisco»[96].

Por un lado está la duda sembrada por las acusaciones de haber plagiado las introducciones de Mons. Martini, en la traducción italiana. Por otro está el asunto del uso de las investigaciones de su hermano Ignacio, fallecido en 1811, en una obra que Félix Torres Amat publica en 1836, concediéndole el crédito de la idea y de muchas notas. Finalmente está el asunto de Petisco, a quien según opinión de algunos autores le habrían plagiado una obra en 1798, cuando aún vivía y se encontraba en España o muy cerca de estarlo. Todo el asunto resulta extraño y por demás desagradable.

Características

En todo caso, dejando la resolución del polémico asunto a los expertos en esos menesteres, cabe señalar que la Biblia conocida como de Torres Amat presenta una traducción de mejor estilo literario que la del padre Scío. El costo es la multitud de añadidos o glosas que por momentos la hacen parecer parafrástica. Es de lectura fácil y agradable. Varias veces ha sido revisada e incluso se han recortado sistemáticamente sus glosas o paráfrasis.

La traducción ha tenido mucho éxito. Las ediciones se han multiplicado a lo largo de los años. Incluso, en este mismo año se la ha editado en lenguaje electrónico, en un CD adaptado a los multimedios[97].

Primicia mundial desde América Latina

El padre Jünemann. La Biblia del padre Jünemann. La edición de 1992 

Si bien, como ya se ha señalado, en la época del dominio español puede que se haya dado alguna traducción de la Biblia a un idioma nativo de América, no existe clara evidencia de ello, salvo por lo ya indicado en el estudio del padre Specker. Tampoco hay evidencia de una traducción completa de la Biblia en las posesiones españolas de América. Así, pues, con toda justicia corresponde al padre Guillermo Jünemann Beckschaefer el muy honroso título de primer traductor de la Sagrada Escritura en América[98]. Más aún, su traducción directamente del antiguo texto griego de la Biblia al castellano es una verdadera primicia mundial. Lo fue al hacer la traducción castellana y lo sigue siendo hoy, pues no se ha emprendido obra semejante[99].

El padre Jünemann

Aunque nació en la ciudad de Welwer, en Westfalia, el 28 de mayo de 1855, a los ocho años arribó a Chile para quedarse durante toda su vida en su nueva patria. Sus padres, Federico Jünemann y Cristina Beckschaefer, junto con sus cuatro hijos, emigraron de Alemania. Para 1871, Guillermo marcha a Santiago, donde sigue estudios en el Colegio San Ignacio. Dos años después, el joven alumno, que iba destacando en el aprendizaje, ingresa al Seminario Conciliar de Concepción. Ya entonces destacaba por su dominio del latín. A él suma el aprendizaje del griego. Tras los estudios correspondientes de filosofía y teología, recibe el orden sacerdotal, en 1880. Al lado de sus labores ministeriales realiza tareas de enseñanza. De éstas brotan varios libros como su texto de Literatura española, su Antología Universal de los Mayores Genios Literarios o aquél otro de Literatura Universal[100]. La editorial alemana Herder los publica. También traduce la Ilíada, pues era muy aficionado al estudio de los clásicos griegos y también a los latinos.

Para 1920, el sacerdote germano-chileno da inicio a la traducción del Nuevo Testamento directamente del griego. Continúa con el Antiguo Testamento, para lo cual recurre, lleno de devoción por el valor que le concedieron los autores del Nuevo Testamento y los Padres de la Iglesia, a la antigua versión griega, conocida como de los LXX[101]. Unos siete años le lleva realizar su traducción, hasta noviembre de 1928. Realiza su labor en unos pequeños cuadernos manuscritos, de los que en el mismo 1928 entrega a imprenta el Nuevo Testamento, que publica la Editorial Diocesana de Concepción. El Antiguo Testamento, versión de la Septuaginta al castellano, sólo será editado 64 años después, con la aprobación de la Conferencia Episcopal de Chile.

El padre Jünemann fue llamado por el Señor el 21 de octubre de 1938, estando en Tomé, en su querida diócesis de Concepción.

La Biblia del padre Jünemann

El origen de su deseo de traducir la Sagrada Escritura habla mucho de la personalidad de este sensible sacerdote. En sus propias palabras relata así cómo empezó su aventura: «Un día me dice casi de improviso una niña: "Cuando abro el Evangelio, no sé lo que me pasa: me olvido de todo; me parece que no estoy aquí". Y yo: "Cuánto más gozaría Ud., si lo leyese exactamente traducido; no tan mal como lo está". Ella: Y ¿por qué no lo traduce bien Ud.; ya que escribe tantas otras cosas? Yo le copio. Yo: Ud. sabe que mi editor (B. Herder) y Alemania son actualmente, como si no existieran. ¿Quién me lo imprime? Ella: Yo le ayudo a costear la edición... Añadiré que distaba ella mucho de ser rica; y no tengo ya necesidad de decir que el mismo día cogí la pluma, y no la soltaré hasta que termine mi trabajo, si Dios antes no me la quita de la mano. Ésta es la génesis de mi versión de la Biblia»[102].

El Nuevo Testamento fue publicado por primera vez en 1928. Se trata de un texto sumamente literal que se ajusta incluso al orden de las palabras en griego. El padre Jünemann lleva muy metida en las venas la precisión tan querida por el genio alemán de sus antepasados, y elige realizar una traducción lo más literal posible. Se da pocas libertades a pesar que afirma su propósito de «verterla (la palabra divina) de modo que no tuviese yo que avergonzarme delante de Dios por irrespetuoso, ni delante del idioma español, ruborizándome de rigidez y pobreza»[103]. El literalismo que se percibe más parece responder al primer criterio.

Igual sentido literal se aprecia en el texto del Antiguo Testamento, que bien podría servir para una edición interlineal con el texto griego, de conocerse con seguridad de qué obras traduce[104] aquél a quien Mons. Straubinger califica como «excelente conocedor de la lengua griega y formado en la escuela de San Crisóstomo, cuyos escritos eran su lectura predilecta»[105].

La traducción del padre Jünemann constituye aún hoy un testimonio bíblico de valor único. Incluso su literalidad extrema puede servir para seguir desde el castellano el texto griego de los LXX o el del Nuevo Testamento. Precisamente, G.Ma. Verd, hablando en general, señala: «Las versiones literales transparentan el texto original, y pueden ser sumamente iluminadoras en la lectura privada de una persona de cultura»[106], aunque no son para uso general ni pastoral. En todo caso, la magna empresa de Jünemann queda como un hito muy especial en la historia de la traducción de la Sagrada Escritura al castellano, y merece ser mejor conocida.

La edición de 1992

Con ocasión del Quinto Centenario de la Evangelización de América fue impresa en Chile La Sagrada Biblia traducida por Guillermo Jünemann. Al texto castellano ya fijado por la edición del Nuevo Testamento de 1928, se sumó una especie de odisea de copiados que desde los manuscritos originales llegaron a la imprenta.

Los manuscritos originales de la traducción de los LXX, en los ya mencionados pequeños cuadernos, quedaron en posesión del padre Benedicto Guiñez, quien quedó a cargo para cuanto fuera menester. Éste trasmitió luego la responsabilidad al padre Ambrosio Villa, quien pasó a máquina buena parte de la traducción. A su vez éste trasladó todas las responsabilidades a otro sacerdote, que como los anteriores había sido discípulo del padre Jünemann. Esta vez, quien recibió la posta fue el padre Eleazar Rosales Rojas, quien prosiguió la tarea. Finalmente mediante documento notarial el padre Rosales, al enfermar gravemente, pasó los manuscritos y la potestad sobre ellos a Gustavo Leiva Carrasco, en setiembre de 1971. Precisamente Leiva, Vicepresidente del Centro de exalumnos del Seminario Conciliar de Concepción, con la colaboración y apoyo eficaz del presidente Alfonso Naranjo Urrutia y el aliento del Arzobispo de Concepción, Mons. Antonio Moreno, lograron la publicación de una edición de la Biblia completa, cumpliendo así el sueño del padre Jünemann.

Una traducción en Argentina

Una primera versión. La traducción. Características 

Para 1927 Américo Castro, A. Millares y A.J. Batistessa imprimen una Biblia Medieval Romanceada, según manuscritos prealfonsinos de El Escorial[107]. Hacia 1938 la Obra Cardenal Ferrari produce una hermosa edición de los Evangelios. Este interés por la Biblia se expresa también años antes con las Concordancias de Luis Macchi, S.D.B. Posteriormente se publica la edición de los Evangelios realizada por el padre Réboli, en 1944, según una versión suya de la traducción de Torres Amat, con amplias notas y con grabados alusivos a pasajes evangélicos de Víctor Delhez[108].

Pero será Mons. Juan Straubinger el autor de la primera traducción de la Biblia hecha en Argentina. Nació en Esenhausen, en Alemania, el 26 de diciembre de 1883. Por la situación que entonces sufría su patria, en 1938 viaja a la Argentina y se establece en la ciudad de Jujuy. Allí publica una «humilde hojita»[109] bíblica. Al año siguiente decide fundar la Revista Bíblica. En 1940 viaja a La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, y se desempeña como profesor de Sagrada Escritura del Seminario Mayor. Permanece allí hasta 1951, enseñando diversas materias. Al parecer, luego retorna a Alemania, radicándo en la ciudad de Stuttgart. El Señor lo llama el 23 de marzo de 1956.

Una primera versión

Alternó sus labores docentes con una actualización crítica de la traducción al castellano de la Vulgata de Mons. Torres Amat. Mons. Juan Straubinger, entonces profesor de Sagrada Escritura en el Seminario Arquidiocesano San José de La Plata, publicaba, por la Librería e Imprenta Guadalupe, un Nuevo Testamento revisado y anotado. Era el año 1941. La obra tenía como especial particularidad que las numerosas glosas en bastardilla de la edición de Torres desaparecen en la edición de Straubinger, más ajustada a la Vulgata. El clérigo alemán siguió publicando la traducción de la Vulgata en una edición libre de las «viruelas», como llamaba graciosamente el padre Castellani[110] a las glosas en cursivas que llenan la edición de Torres Amat.

La traducción

En setiembre de 1944 aparecía una edición de los Evangelios, con 186 xilografías. La traducción, según el griego, le fue encargada a Straubinger con ocasión del IV Congreso Eucarístico Nacional Argentino. Llevaba prólogo del Cardenal Santiago L. Copello. Al año siguiente el autor tenía traducidos los Hechos. En 1947 salieron a la luz las Cartas de San Pablo. Un año después, terminada la traducción del Nuevo Testamento, se difundió en una edición completa.

Straubinger optó por traducir el Antiguo Testamento del texto hebreo masorético y de la Vulgata, lo que tenía terminado para 1951. La traducción de Mons. Straubinger ha sido varias veces reeditada en diversos lugares de América, incluso en una edición ecuménica de la Biblia, publicada en Chicago en 1971.

Características

La traducción del Nuevo Testamento y del Antiguo muestra una cierta influencia de la Vulgata, a la que el autor expresamente dice seguir para los libros veterotestamentarios que no se encuentran en hebreo. Para los demás libros del Antiguo Testamento sigue el texto masorético. Straubinger señala que ha tenido en cuenta las traducciones españolas de Nácar y Colunga, así como la de Bover y Cantera, publicadas en la Biblioteca de Autores Cristianos, de Madrid. Un juicio certero sobre la obra señala que: «El trabajo realizado con minuciosidad, refleja una buena crítica textual y una sólida exégesis. Desde el punto de vista estilístico el texto es correcto y claro»[111].

Otras traducciones al castellano

Como se desprende de lo dicho, para tiempos de finalizar la traducción de Straubinger, ya se habían publicado otras. La más conocida de ellas es la de Eloíno Nácar Fuster y del dominico Alberto Colunga, La Sagrada Biblia, traducción al castellano del hebreo y del griego, para el Antiguo Testamento, y del griego para el Nuevo. La primera edición es de 1944. Hasta hoy se han difundido millones de ejemplares. M. García Cordero dirige un equipo que revisa la traducción en 1965. Es posible que en un futuro no muy lejano se vuelque a lenguaje electrónico esta famosa traducción, que estaría en proceso de una nueva revisión.

En 1947 aparece una traducción más ajustada a lo literal, realizada de los textos hebreo, arameo y griego. Se debe a José María Bover, S.J., y Francisco Cantera Burgos. Precisamente, este último, junto con Angel Sáenz-Badillos, Natalio Fernández Marcos y el padre Manuel Iglesias, S.J., han producido en 1975 una nueva edición de la traducción Bover y Cantera.

Dirigida por Luis Alonso Schökel y Juan Mateos, aparece una Nueva Biblia Española (1975), que usa una metodología de traducción dinámica. El origen `remoto? de la misma son unos trabajos para uso litúrgico, encomendados a los autores por el episcopado español. El Nuevo Testamento realizado por Juan Mateos, es de 1974. La colección Los Libros Sagrados del Antiguo Testamento, de Ediciones Cristiandad, tiene en germen esta traducción de cariz literario. En cierto sentido, y guardando debidamente las distancias, se la puede poner en la línea de las traducciones con glosas, aunque en este caso más que con glosa se traduce buscando la equivalencia dinámica[112] de las palabras.

Otra traducción importante es la realizada por el equipo de traductores dirigido por Evaristo Martín Nieto, La Santa Biblia (1964). La edición reclama haber sido realizada «con la más rigurosa lealtad al sentido primigenio de la Biblia y, al propio tiempo, con la más adecuada adaptación al lenguaje del hombre de hoy»[113]. Las Ediciones Paulinas ha producido ya distintas ediciones y en diverso formato. La traducción aspiraba a ser «realmente "La Vulgata" entre todos los pueblos de habla española»[114]. Es la primera traducción realizada en castellano en equipo, y las virtudes y defectos de este tipo de traducciones se dejan ver. El estilo es claro, y el lenguaje es formalmente correcto, aunque muestra algunos anacronismos. Hay una nueva edición revisada (1988).

Famosa y muy influyente es la traducción de la Biblia de Jerusalén, que se atiene a las variantes textuales de la Bible de Jérusalem, publicada bajo la dirección de la Escuela Bíblica de Jerusalén. La versión castellana es bastante conocida y responde a una lectura textual que toma en cuenta el uso de los Santos Padres de los primeros siglos. La unidad e interdependencia de las lecturas es un objetivo explícitamente perseguido por los grupos de traductores. Es interesante señalar que en no pocos pasajes, en especial en el Nuevo Testamento, tiene un aire a la traducción del padre Jünemann, probablemente por seguir muy de cerca el texto griego, pero con la clara salvedad de un mejor estilo y construcción. Desde su aparición en 1966 ha tenido varias revisiones. Hace algunos años, para la traducción castellana, la Biblia de Jerusalén es accesible al computador electrónico a través de la herramienta norteamericana Findit, novedosa en su tiempo pero hoy superada tecnológicamente[115].

La Biblia Latinoamericana (1972) es una traducción realizada en Chile, al parecer en la Arquidiócesis de Concepción, y muy difundida[116]. Los traductores fueron los padres Ramón Ricciardi y Bernardo Hurault. El primero sigue en Chile, en Tomé; el segundo está radicado en Taipei, Taiwan. Hurault publicó en 1980 una interesante Sinopsis Pastoral de Mateo - Marcos - Lucas - (Juan), con notas exegéticas y pastorales. En ella aparece un traducción más enfática que en la edición de la Biblia. La obra conjunta de los dos, Ricciardi y Hurault, apareció con un sesgo muy influido por perspectivas ideológicas de moda en la década de los años 70, lo que aún se percibe en algunas notas. Este sesgo motivó numerosas críticas y una revisión. La edición actual apela al lenguaje coloquial, lo que la hace fácil de leer. Sin embargo, su traducción es en algunos casos interpretativa. Por otro lado, lamentablemente, en algunas notas se percibe poca precisión teológica y cierta oscuridad en lo expresado. Por suerte esto no está extendido a todas, pues hay notas bastante claras y acertadas teológicamente.

En 1981 se publicó una muy curiosa traducción argentina, El Libro del Pueblo de Dios, bajo la dirección de los padres Armando Levoratti y Alfredo Trusso. Esta obra presenta el Antiguo Testamento según el orden del canon hebreo (La Ley, Los Profetas, Los demás Escritos)[117]. Al mismo tiempo, se extrae del Antiguo Testamento los pasajes y libros que no fueron aceptados por quienes elaboraron el canon judio-fariseo con posterioridad a la caída de Jersulén, en el siglo I, y se los deporta a una sección entre ambos Testamentos denominada «Escritos "deuterocanónicos"». El texto en sí mismo tiene un estilo claro y fluido, aunque la traducción y las notas son desiguales. Estas últimas en general son puntuales y concretas. Se habla de una futura edición electrónica en multimedios. Es de esperar que para ella se salve la alteración del orden de los libros y sobre todo se mantenga su integridad textual .

Recientemente, en 1994, ha aparecido para América Latina una edición auspiciada por la Casa de la Biblia de Madrid, denominada Biblia de América. La edición ha sido revisada por un equipo latinoamericano para adaptarla al uso de estas tierras. La traducción es con lenguaje coloquial y se hace fácil de leer. Sin embargo, unas cuantas notas e introducciones tienen la falta de traer hipótesis y presentarlas como hechos. Ciertamente, ese vicio afecta no poco a las traducciones nuevas.

¿Nuevamente Scío?

En 1994 apareció la Biblia Americana San Jerónimo. En una cuidada edición, la editorial Edicep, de Valencia, ha publicado una tercera edición de la Biblia del padre Scío. Se trata en realidad de una versión bastante nueva. Ante todo los varios y grandes volúmenes de las ediciones de la primera y de la segunda versiones de la Biblia traducida por Scío, se han reducido en la presente a un solo volumen de fácil manejo. Esta nueva edición ha recortado abundantemente las notas de Scío, aunque trae algunas. También trae un buen reflejo de las introducciones del ilustre escolapio. La traducción es totalmente moderna. El estilo es sumamente claro y ágil, manifestándose el cuidado tenido en transformar y simplificar las construcciones sintácticas. Declara seguir los textos hebreo y griegos más que la Vulgata. La obra coordinada por el escolapio Jesús María Lecea ha procurado mantener una política de renovación del texto buscando introducir las variantes necesarias para una mejor lectura de cara al Tercer Milenio.

La Biblia Americana San Jerónimo ha sido aprobada por la Conferencia Episcopal de Santo Domingo, y trae un prólogo del Arzobispo Primado de América, Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, quien resume muy bien el sentido de esta nueva versión de la traducción de Felipe Scío de San Miguel, Sch.P. «La "Biblia Americana San Jerónimo" responde a un plan bien definido, de suerte que, siendo fiel a su primer traductor, puede ser comprendida sin dificultad por el lector de nuestros días. Así, un patrimonio escriturístico y literario del pasado puede ser compartido perfectamente en el presente, con las mayores garantías, no sólo de ortodoxia y plena fidelidad a la fe católica, sino también de lenguaje inteligible y ameno que invita a la lectura»[118].

Dado que esta edición, que ha aparecido primero, está orientada hacia América Latina, tierra donde radica no sólo el mayor número de católicos de habla castellana, sino la tierra del mayor número de católicos del mundo[119], se estaría preparando una edición adaptada al hablar castellano en España. Por lo demás, como van las cosas en el mundo de la informática, no parece que se haga esperar mucho una edición electrónica de la traducción revisada de la Biblia de Scío.


Notas

[1] La teoría estaría fundada en las tesis del lexicólogo E.A. Nida. Julio Trebolle la resume así: «un proceso de versión en tres fases: análisis de la expresión en la lengua fuente para determinar su significado, transferencia de este significado al contexto de la lengua término, y reestructuración del significado en el mundo expresivo de la lengua término» (p. 138).

[2] Ver Andrés (1976), p. 319.   [3] Por lo mismo, la traducción de textos en arameo o hebreo con ocasión del Nuevo Testamento no obstan.

[4] El hecho es que se han podido establecer tipos y subtipos.

[5] San Cipriano de Cartago (c. 205-258) al citar la Biblia usa una traducción que coincide sustancialmente con la que aparece en manuscritos posteriores (ver González, p. 538). Sobre el uso de una traducción latina ya por Tertuliano (c. 160 - c. 220) ver Gutiérrez (p. 44), citando la opinión favorable de Teófilo Ayuso Marazuela.

[6] Una buena idea de la situación la da Basevi cuando dice: «Pero San Agustín no se limitó a emplear los códices a su disposición, sino que entre el 394 y el 403, se dedicó, por lo menos por lo que se refiere a los Evangelios y casi seguramente también al `corpus? paulino, a una revisión personal. En esta revisión, dejando de lado el texto africano entonces en uso, se puso a revisar los códices `italianos? según el texto griego, y a traducir ex novo si fuera el caso» (pp. 121-122; ver también pp. 223-224).

[7] C. 304-384, Papa desde el 366.

[8] Ausejo, col. 2010.

[9] C. 348 - c. 420.

[10] San Jerónimo fue secretario del Papa del 382 al 384.

[11] Esto lo habría realizado a partir del año 384 d.C. También por este tiempo revisó el Salterio en relación a los Setenta --la versión del Antiguo Testamento realizada en Alejandría a partir del siglo III a.C.--.

[12] Hay especialistas que consideran que se trata en muchos libros de una revisión más que de una traducción (ver Lifschitz, p. 401).

[13] Su convicción de la hebraica veritas lo llevó progresivamente a acercarse a la escuela rabínica y a traducir según esa orientación (ver Ausejo, col. 2011; también ver Kamesar, Jerome and his Jewish Sources, en ob. cit., pp. 176ss). Por ejemplo, dejó de traducir libros como 1 y 2 Macabeos, Eclesiástico y Sabiduría (ver Barr, pp. 26ss; Artola, pp. 88-92). Los procedimientos de Jerónimo son resumidos en la conclusión de la investigación monográfica de Kamesar (ver p. 193).

[14] En el Oriente la versión griega antigua siguió en uso.

[15] «Por otra parte, la versión antigua había sido escrita en la lengua vernácula del pueblo, muy alejada de la lengua literaria de la época. Estos factores determinaron que la VT (Vetus Latina) fuera desplazada, aunque nunca del todo por la Vg. de Jerónimo» (González, p. 538). Se tiene noticia de manuscritos hasta del s. XIII.

[16] Ver Mestre, pp. 424ss. Sobre el tema de la depuración de la Vulgata ver Andrés (1983), p. 642.

[17] Ver Pastor, p. 189.

[18] 1536-1605, su pontificado se inició en 1592.

[19] 1520-1590, su pontificado se inició en 1585. En 1587 publicó una edición de la versión griega de los Setenta, por el impresor Zannetti: Vetus Testamentum iuxta Septuaginta. Ex Auctoritate Sixti V Pont. Max. (1586-87). Y, al año siguiente una traducción al latín de la misma: Vetus Testamentum secundum LXX. Latine Redditum (1588) en la Imprenta Vaticana, que había inaugurado el mismo Papa Sixto. Sobre la Septuaginta Sixtina y el asunto de la Vulgata publicada por el Papa Sixto, ver Pastor, pp. 188ss. Sobre la Septuaginta Sixtina ver Swete, pp. 174ss. 

[20] Ver González, p. 554. También García-Moreno, pp. 117ss. Para una noticia más extensa ver Bover, pp. 18ss. Primera época: El texto prerecensional (s. V-VIII).

[21] El padre Bover da noticia de la notable supervivencia de la Vetus (ver pp. 26ss). Además, debido a las investigaciones de Teófilo Ayuso Marzuela, se ha planteado la posibilidad de una Vetus Latina Hispana con características propias (ver Andrés (1987), p. 668; Ausejo, cols. 2008s. Una síntesis de los trabajos de Ayuso sobre la Vetus se puede ver en Gutiérrez, pp. 30-31).

[22] Los datos y el alcance de las características de esta edición no son del todo claros.

[23] Ver García-Moreno, p. 122.

[24] Ver J.M. Sánchez Caro, La Biblia en España, en González, pp. 557s; Verd (1971), pp. 320s.

[25] + 1272.

[26] 1221-1284.

[27] Ver en Vigouroux, cols. 1953s, un resumen de las características y contenidos de esta primera traducción de la Biblia; también Verd (1971), pp. 325s. Los manuscritos no parecen tener todos los libros. [28] Ver Tuya-Salguero, p. 584; también Pérez, p. 90.

[29] Ver González, p. 558. También Verd (1971), pp. 326ss. Pérez (p. 90) señala que «A. Castro, A. Millares y C. y A.J. Batistessa iniciaron la publicación de una ed. crítica con el Pentateuco». Esto ocurría en Buenos Aires en 1927, y el título de la edición fue Biblia Medieval Romanceada (ver Martín, XXV). Ver también Morreale, p. 70.

[30] Andrés (1976), p. 322.

[31] Alfonso de Zamora, cabeza de la escuela hebraísta de Alcalá, habría sido un converso a la fe de la Iglesia, muy versado en hebreo y gran conocedor de la exégesis judía. Se puede ver Complutense, p. 44.

[32] Sánchez Ciruelo es retratado por Andrés (1977) como «teólogo seguro» y crítico de la cábala (ver p. 76).

[33] Cita tomada de Andrés (1977), p. 73.

[34] Tetrapla seu quatrifida interpretatio Genesis. Existe una edición anotada de M. Pérez Rodríguez, impresa en Madrid, en 1941.

[35] Morreale da como fechas 1422-1433 (p. 88; ver también p. 96); igualmente ver Verd (1971), pp. 338ss.

[36] Ver Scío, Disertación preliminar, SS III, p. 22; también Verd (1971), pp. 344ss. Una edición modernizada de esta traducción de Ferrara apareció en Argentina en 1946 (ver González, p. 599).

[37] Reinó de 1416 a 1458.

[38] Scío, Disertación preliminar, SS III, p. 23.

[39] Ver Bataillon, p. 44; también Andrés (1976), p. 373; también Seibold, p. 73.

[40] Esta obra se titulaba Evangelios e Epistolas, siquier liciones de los domingos e fiestas solemnes de todo el anyo e de los santos, publicada en Zaragoza en 1485.

[41] Evangelios y Epístolas para todo el año (Madrid 1512, Zaragoza 1525, Sevilla 1526, Toledo 1532 y 1535, Sevilla 1536 y 1540, Amberes 1544, 1550 y 1608, Madrid 1601). Al parecer hay dos ediciones de la obra a la que corresponden las fechas, la segunda con el título de Epístolas, Evangelios, Lecciones y Profecías. Ver las versiones discordantes de Pérez, p. 93 y Bataillon, pp. 45s.

[42] El padre Réboli llama Diego de Robles, O.S.B., al autor de Traducción clásica de los Evangelios (ver p. 58). La obra fue escrita en 1573, y editada en 1906; ver Espasa-Calpe, p. 80.

[43] Complutense, todo; Andrés (1977), pp. 63ss.

[44] A pesar del extraordinario valor de la Políglota Complutense, en su tiempo se tejió sobre ella un manto de silencio (ver Andrés (1977), pp. 63ss), y aún hoy no aparece en muchos lugares donde se trata de la historia de traducciones.

[45] Esta transcripción y traducción en el Pentateuco proviene del Targum Onquelos.

[46] Natalio Fernández Marcos, El Texto Griego, en Complutense, p. 33. Lamentablemente la Políglota Complutense sólo fue puesta en circulación pública para 1521/1522, a pesar de haber sido la primera edición crítica de la Biblia en ser impresa. Ver también Andrés (1983), pp. 635ss.

[47] «También el texto griego del Nuevo Testamento es edición princeps, terminada de imprimir el 10-1-1514, anterior a la edición de Erasmo, preparada desde abril de 1515 a febrero de 1516, superior a ella en calidad textual y en cuidado editorial. Influyó en muchas ediciones posteriores» (Andrés (1977), p. 69). El padre Castellani dice: «Erasmo publicó cinco ediciones diversas del texto griego, de las cuales la única que puede llamarse crítica es la cuarta, del año 1527. La primera es tan inescrupulosa que puede llamarse fraude...» (p. 77). Andrés (1977) trae noticia de un par de traducciones del griego al latín, al menos una de mediados del siglo XVI (p. 72, n. 8).

[48] Ver Mestre, pp. 421ss; Andrés (1983), pp. 645s.

[49] Ver Vigouroux, col. 1956. Ver desde su usual enfoque, Menéndez y Pelayo: «El "Índice Expurgatorio" internamente considerado» (t. V, pp. 464ss).

[50] Bataillon, p. 555; ver Andrés (1983), p. 721, n. 89.

[51] Ver Bataillon, p. 597; también Mestre, p. 667. En realidad poco se sabe del alcance de traducciones como los Proverbios de Salomón, por Alfonso Ramón (1629) y el Apocalipsis, por Gregorio López (1678), y otras semejantes.

[52] Ver Bataillon, p. 556. Ver nota 41.

[53] Ver Andrés (1987), p. 150.

[54] El traductor es un personaje curioso. Se le tiene por protestante y ciertamente termina de pastor luterano. Pero la edición de la Biblia trae unos pasajes del Concilio de Trento en el contrafrontispicio, los que aduce para avalar su traducción al castellano, en la Amonestación del Intérprete de los Sacros Libros al Lector y à toda la Iglefia del Señor, en que da razon de fu traslacion anfi en general, como de algunas cofas efpeciales. Y, por si fuera poco en la misma dice: «Quáto à lo que toca àl autor de la Translació, fi Catholico es, el q fiel y fenzillaméte cree y profeffa lo q la fancta Madre Iglefia Chriftiana Catholica cree, tiene y mátiene... Catholico es, y injuria manifiefta le hará quien no lo tuuiere por tal...». Aunque Menéndez y Pelayo (1856-1912) repara en esta autoconfesión, dice que es «quizá para engañar a los lectores españoles». Citando una versión del texto arriba recogido, juzga él que Reina al declarar ser católico «lo hace en términos ambiguos o solapados, que no dejan lugar a duda sobre su verdadero pensamiento» (t. V, p. 158). Claro que el polígrafo español escribe en el siglo XIX (de 1880 a 1882), cuando el asunto de la filiación religiosa de Reina estaba por demás esclarecida.

[55] Según noticia de Gordon, la traducción de la Biblia la habría empezado siendo fraile jerónimo en el monasterio de San Isidro de Santipone --el Comentario Bíblico "San Jerónimo" (69:184) y otros varios lo llaman Isidoro de Sevilla--. Casiodoro de Reina no era su verdadero nombre de familia, sino más bien el de profeso religioso jerónimo, que al parecer mantuvo siempre. A pesar de los datos de interés que ofrece, Gordon, en una perspectiva sesgada hacia el protestantismo llega al punto de afirmar: «Todas las versiones españolas de las Sagradas Escrituras hechas durante el siglo XVI, período clásico de la traducción de la Biblia, fueron producidas por exiliados excluidos de su patria por intolerancia religiosa» (p. 2). Por la breve reseña histórica que se ha realizado aquí se ve claramente que ello no se ajusta a la verdad (ver arriba). Sobre otro asunto, el mismo Gordon señala que Reina copió «palabra por palabra» varios libros del Nuevo Testamento de otra traducción al castellano (p. 7). En el Antiguo Testamento para los pasajes en hebreo se trataría de hecho de una revisión y actualización de la traducción al latín realizada en 1528 por el dominico Sancti Pagnini (la grafía de su nombre y apellido varía en diversas referencias) y de la impresa en Ferrara (ver arriba) como se sigue de lo dicho por el mismo Reina en su Amonestación del Intérprete de los Sacros Libros.

[56] Es digno de mencionarse que la edición de Casiodoro de Reina se ajusta bastante al canon católico de la Sagrada Escritura, esto es incluye en el lugar tradicional los libros discutidos o suprimidos por los protestantes, como Judit, Tobías, Sabiduría, Eclesiástico, la Epístola de Jeremías y no los llama «apochrypho» como hace con el III y el IV libro de Esdras. En algunos casos Reina se ajusta al texto hebreo, como en Ester, y suprime lo que trae el texto griego y latino, o como en Daniel señala: «Hafta aqui fe lee el texto de Daniel en Hebrayco, loque fe figue en eftos dos capitulos poftreros es trasladado dela verfion de Theodocion» (p. 354). [57] No la pudo imprimir en Ginebra como era su deseo pues los protestantes de ese lugar no lo veían bien (ver Gordon, p. 6). En Basilea también tuvo diversos problemas, incluso fue obligado a recortar sus anotaciones. Después de muchos avatares terminó su vida como pastor luterano de una comunidad de habla francesa en Alemania.

[58] Menéndez y Pelayo (t. V, p. 186), fustiga incesantemente a Valera, también antiguo jerónimo, destacando su labor de libelista contra el Papa. Dice que luego de abandonar la fe de la Iglesia se pasó al calvinismo y que tradujo las Instituciones de Calvino, hacia el 1597.

[59] Aunque se llama Segunda Edición, «sin embargo, (Valera) pone su nombre, y calla el de Casiodoro, en la portada» (Menéndez y Pelayo, p. 194).

[60] Ya Valera se presenta como abiertamente protestante. Entre las reformas que introduce a la Biblia de Reina está la alteración del orden de los libros bíblicos, relegando los que los protestantes no aceptan a un lugar intratestamentario bajo el epígrafe de «Los libros Apochryphos». Para mayor claridad de su posición, antes del referido epígrafe y al finalizar Malaquías, pone «Fin del Viejo Testamento». Quizá sea esta alteración de la Biblia del Oso lo que hace que a partir de la segunda edición --precisamente la que hace Valera-- los protestantes la asuman como su versión en castellano.

[61] Menéndez y Pelayo, afirma que «es lo cierto que Valera ni de docto ni de hebraizante tenía mucho. Los veinte años que dice que empleó en preparar su Biblia deben ser ponderación e hipérbole andaluza, porque su trabajo, en realidad, se concretó a tomar la Biblia de Casiodoro de Reina y reimprimirla con algunas enmiendas y notas que no quitan ni ponen mucho» (t. V, p. 193). Lo de «ni quitan ni ponen mucho» depende de lo que se trate, pues si del canon se trata su posición ya es claramente protestante a diferencia de Reina, y en cuanto al orden mismo de los libros responde también a una concepción del todo diversa de la Biblia de Reina.

[62] Ver Menéndez y Pelayo, t. IV, pp. 306ss.

[63] Ver Bataillon, p. 551. Menéndez y Pelayo da noticia de cómo Enzinas, por consejo de un fraile dominico, cambia el título de su obra para no parecer protestante, y de cómo un Obispo presenta al autor y la obra al Emperador (t. IV, pp. 311ss). La historia del inicial protestantismo de Enzinas es oscura, aunque Menéndez no se detiene mucho en ello y lo da por hecho desde un primer momento. Ver en Bataillon (lug. cit.) cómo por ese mismo tiempo se permitía la circulación de diversas traducciones de partes del Nuevo Testamento en castellano, catalán y valenciano. Tan sólo a partir de 1551 aparecen las prohibiciones expresas en el Índice (allí mismo, p. 552). Debe decirse, sin embargo, que a pesar de ello la situación sobre las ediciones en lengua vernácula es en todo ese tiempo muy confusa, por decir lo menos. Ver nota 41.

[64] Ver Andrés (1977), pp. 629ss. El padre Seibold insiste en el cultivo de la Sagrada Escritura en España bajo el epígrafe: «No amordazamiento de la Palabra de Dios en el "Siglo de Oro" español», pp. 82ss. Propiamente para América Latina ver Specker, pp. 90-97.

[65] Tampoco el asunto de las polémicas en torno a la Vulgata y su letra, aunque cabrían interrogantes ante la ausencia de una versión crítica. Los debates llegaron a extremos, entre ellos desconfiar totalmente del texto de los LXX al igual que del texto hebreo usual (ver Mestre, p. 427). Melquíades Andrés (1983) parece señalar que al menos un grupo de los defensores de la Vulgata no rechaza a los LXX, aunque sí desconfía del texto hebreo recibido (ver pp. 642s). El alcance de estas posiciones no se puede medir con claridad, pero resulta interesante considerar el efecto de la Políglota Complutense, así como de la Regia, y por otro lado de la edición de los LXX realizada nada menos que en la imprenta vaticana a impulso del Papa Sixto V.

[66] Ver Miguel Avilés Fernández, Historia de la exégesis bíblica española (1546-1700), en Andrés (1987), p. 116.

[67] Muchas de estas traducciones han llegado de forma manuscrita, pues para las publicaciones de traducciones bíblicas a lengua vernácula existía en América la misma política que en España, aunque al parecer algo menos exigente.

[68] «El hecho de que en 1576 se elevase a la Inquisición mexicana una queja por causa de los mu- chos textos de la Escritura en lengua vernácula que circulaban entre los indios, muestra que muy pronto se pusieron manos a la obra para traducir a lenguas nativas textos de la Sagrada Escritura, particularmente las Epístolas y los Evangelios de los domingos y días de fiesta» (Specker, p. 112).

[69] Ver Specker, pp. 97ss. [70] Ver Castellani, pp. 84ss. El famoso escritor llega al extremo de decir: <>. [71] Para 1757, el Papa Benedicto XIV promulgó un breve autorizando la lectura de las Sagradas Escrituras en lengua vulgar.

[72] 1527-1591.

[73] 1504-1588.

[74] Recientemente reimpresa en Lima.

[75] Citado en Mestre, p. 669.

[76] San José de Calasanz vio su fundación aprobada en 1617 con el largo nombre de: Congregatio paulina clericorum regularium pauperum Matris Dei scholarum piarum (ver Hostie, pp. 204s; ver igualmente López, pp. 471ss).

[77] Nace Benito Felíu en la provincia de Teruel, en 1732. Vistió el hábito escolapio a los 15 años de edad, ingresando a la Provincia Escolapia de Aragón y Valencia. Simultáneamente con Scío, como provincial de Castilla, Felíu fue provincial de Aragón de 1778 a 1781. Era un notable filólogo. Entre sus publicaciones se encuentra una denominada Investigaciones Filológicas acerca de la integridad y autoridad de los Códices hebreo y griego del Antiguo y Nuevo Testamento, acerca de los principales dogmas de la Religión Cristiana y acerca de la antigüedad de la Iglesia Española. Fue llamado por el Señor en 1801.

[78] En un catálogo de 1888, la Biblioteca escolapia de Valencia muestra lo rico de su fondo bibliográfico. Tiene 309 volúmenes de Sagrada Escritura, 332 de comentarios a la misma, 18 de árabe y hebreo, y 275 de Santos Padres, entre sus más de trece mil volúmenes (ver Blay, p. 16).

[79] Las notas sobre la manera de traducir ciertas palabras al castellano, constituyen un remoto, aunque diverso, precedente del trabajo que realizó José O?Callaghan sobre las formas en que distintas traducciones vierten al castellano las variantes importantes del texto griego del Nuevo Testamento.

[80] Ver p. ej., Blay, p. 14, n. 4; ver también Balague, pp. 28ss; igualmente para una opinión algo diversa ver Verd (1973), pp. 144ss. Él cree que en algunos casos los revisores mejoraron la traducción, aunque reconoce su tendencia al literalismo «a veces a costa de la claridad y forzando el hipérbaton» (p. 147).

[81] Ver las puntuales críticas y hasta ataques de Balague en relación a juicios de Menéndez en su artículo La Santa Biblia del P. Scío. Como una especie de subtema el artículo se orienta a explicitar los errores de juicio de Menéndez y Pelayo, para lo que incluso llama en su ayuda a Dámaso Alonso en un artículo, luego ampliado en Menéndez y Pelayo. Crítico Literario. (Las palinodias de Don Marcelino). En él, Balague, también analiza críticamente a otro detractor de Scío y su obra: A.M. García Blanco. Habría que sopesar y evaluar las diversas críticas argumentadas, independientemente de los ataques. Sobre el asunto de las frases de Menéndez ver también Verd (1973), pp. 150ss, quien luego de ponderados análisis concluye: «Creo que la obra del P. Scío fue muy meritoria en su conjunto y en sus efectos».

[82] Ver Verd (1973), pp. 142ss.

[83] Verd (1973), p. 144.

[84] Ver González, p. 569.

[85] Ver Balague, pp. 451ss.

[86] Así aparece en ob. cit., p. 453. [87] 1750-1824.

[88] Ver Balmes, pp. 179ss.

[89] 1768-1811.

[90] Al momento de escribir aparece como Director de la Biblioteca Balmes de Barcelona y Exdirector del Instituto Enrique Flórez, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y uno de los codirectores del Diccionario de Historia Eclesiástica de España.

[91] Aldea, vol. IV, pp. 2582s.

[92] Bohigas, p. 83.

[93] Aldea, Suplemento I, p. 614.

[94] Aldea, IV, p. 2582.

[95] Ver J. March, La traducción de la Biblia de Torres Amat es sustancialmente la del padre Petisco (Madrid, 1936).

[96]  "San Jerónimo", 69:189; ver también Tuya, p. 588. [97] El CD-ROM preparado en Colombia ofrece la notable vistosidad y sonido de los multimedios, así como un tan breve como útil índice de temas que lleva a los textos. Pero, en eso quedan los avances. Las notas aparecen a pie de página, respondiendo al esquema de texto impreso. Las ayudas hipertextuales y el entorno Windows no han sido adecuadamente aprovechados en esta edición electrónica. Sin embargo le cabe ser la primera edición electrónica latinoamericana, al menos por lo que tenemos noticia. La Biblia de las Américas y la Reina Valera Actualizada que han sido editadas en lenguaje electrónico son versiones no-católicas, por un lado, y por otro han sido hechas en los Estados Unidos de Norteamérica. 

[98] Straubinger lo califica como «el primer traductor de la Biblia en la América católica» (p. 12). Quizá la calificación «católica» se deba a que conocía de la American Standard Version, de 1901, pero ésta es tan sólo una revisión de la inglesa Revised Version de la década de los ochenta del siglo XIX, o la edición conocida como Biblia de Chicago (1931), cuyo Nuevo Testamento fue publicado por E.J. Goodspeed en 1923; los libros del Antiguo Testamento según el canon protestante, fueron publicados por J.M. Powis Smith, T. Meek y otros, en 1927; y los demás libros para, recién, completar la Biblia según el canon de la Iglesia fueron añadidos en 1939 (ver "San Jerónimo" 69: 161 y 164). Tenemos noticia de una Biblia protestante traducida por H.B. Pratt, aunque no la hemos podido confirmar.

      De 1931 a 1933 en México, Galbán Rivera publica en una traducción del francés, en veinticinco volúmenes, la Bible de Vence (1748-1750), que a su vez recoge otra traducción francesa del siglo anterior: la Bible de Sacy (1672/1695). Ver Alonso, pp. 709 y 734; Tuya, p. 591.

[99] En nuestros días se está realizando una edición francesa con abundantes notas. Por ahora está en el Pentateuco. Además de las varias traducciones latinas, hay también al menos una en inglés.

[100] Una buena presentación de la vida y obra del padre Jünemann la ofrece Mons. Antonio Moreno Casamitjana, actual Arzobispo de Concepción, en el prólogo que hace a la edición La Sagrada Biblia del recordado clérigo de Concepción. Los datos han sido tomados de la obra de Jünemann, Mi Camino, de los que aparecen en su edición de la Biblia, y de algún dato tomado del prólogo de Mons. Juan Straubinger a su propia traducción.

[101] Ver Benoit, pp. 155-192; Swete, pp. 381-477; también: Rahlfs, p. LVII; Lifschitz, pp. 397s; Koester, pp. 252ss.

[102] Guillermo Jünemann, Mi camino, Imprenta San Francisco, Chile, 1939, pp. 533s.

[103] Lug. cit.

[104] Mons. Moreno Casamitjana señala: «No sabemos exactamente qué texto empleó el señor Jüne- mann. El "Diccionario Biográfico del Clero Secular Chileno", de don Raymundo Arancibia, habla de una traducción hecha por don Guillermo Jünemann, "según los Códigos Vaticano, Sinaítico y Alejandrino", lo que permitiría pensar que usó alguna de las ediciones de Tischendorf-Nestlé» (Jünemann (1992), p. 21).

[105] Straubinger, p. 11.

[106] Verd (1971), pp. 350s. Sobre la traducción literal se puede ver Scío, Disertación Preliminar, epí- grafes IV y V. [107] Ver nota 29.

[108] Ver Zuretti, p. 436.

[109] Lug. cit.

[110] Ver Castellani, p. 85.

[111]  "San Jerónimo", 69:192. [112] Ver nota 1.

[113] Martín, X.

[114] Martín, XXV.

[115] La traducción original francesa se puede encontrar también en CD-Rom, editada por Les Temps qui Courrent. Claro que una versión en CD no necesariamente significa una modernización de la herramienta de búsquedas y otros novedosos avances que se vienen dando en el mundo de la informática. Ver nota 97 sobre la Biblia de Torres Amat en CD-ROM.

[116] Su influencia se deja ver incluso en Estados Unidos. Por ejemplo, en el Leccionario para misas en castellano, empleado en el país del norte, se toman las lecturas de esta Biblia combinadas con los salmos tomados del Leccionario español.

[117] Para esto se puede ver Tanakh, nombre que proviene de Torah (La Ley); Nevi?im (Los Profetas); Kethuvim (Los demás Escritos). [118]  "Biblia Americana San Jerónimo", Presentación.

[119] Ver S.S. Juan Pablo II, Mensaje del Papa al I Congreso Latinoamericano de Vocaciones, 2/2/ 1994, 1. ________________________

 

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Tomado del archivo de www.mercaba.org, sin mención de fuente.

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