El Señor nos ha dejado, en la parábola de las diez vírgenes (Mt 25,1ss), una ocasión preciosa para pensar en aquello que es el objeto absoluto de nuestra esperanza, lo que está más allá de toda nuestra experiencia real y posible. El Novio aun no ha vuelto, y en este tiempo del sueño de las vírgenes, esperamos y deseamos su regreso.
Esta parábola inaugura el capítulo que san Mateo dedica por entero a meditar sobre aquello que es el destino último del hombre: acompañar las bodas del Novio, iluminar el camino del Hijo del hombre que llega.
Lo último es, en el lenguaje del NT, el "ésjaton", que a la vez que último, es definitivo, y enteramente nuevo. A eso la teología latina lo denominó los "novissima", o novísimos, realidades enteramente nuevas.
Con ese nombre pasaron a la teología popular y al catecismo, así que hasta hace unas décadas cualquier cristiano estaba enterado de los novísimos, sistematizados en cuatro acontecimientos: muerte, juicio, infierno y gloria, tantas veces representados por los pintores, y tan excitantes para la imaginación.
En Eclesiástico 7,36 (num Vlgt: 7,40) decía "en todas tus obras ten presente el fin, y nunca pecarás", que posiblemente significaba en su origen que en nuestro obrar había que tener en cuenta las consecuencias, para prevenir el pecado; esto al latín pasó como "en todas tus obras recuerda tus novísimos, y nunca pecarás". Dado que la Vulgata latina rigió la comprensión de la Biblia durante siglos, terminó llevando a ese adagio popular que da título a este escrito, y que nos exhorta a no olvidarnos de los novísimos, sobre todo del juicio y del infierno, para refrenar el pecado.
Notemos qué distinta la genuina perspectiva de la Escritura frente a esta forma legaslista de la fe: no son los actos y el horror al mal que podemos prever en algunas de sus consecuencias lo que nos previenen de pecar, en suma, no es el ejercicio de la responsabilidad lo que nos previene de pecar, sino el miedo al castigo, a algo de lo que no tenemos experiencia ni imaginación concreta posible.
Llevar una existencia sin pecado es un gran ideal, que lamentablemente ninguno de nosotros conoce por sí mismo. En Prov 24,16 dice que "el justo cae siete veces, pero se levanta.", de donde viene la expresión popular "hasta el justo cae siete veces al día", que es como decir: si los más santos pecan, ¿no pecaré yo? Conformista o alentador, según se mire….
Sin embargo la misma Escritura, en 1Jn 3,6, luego de exhortarnos en los cap 1 y 2 a reconocer nuestros pecados, dice una frase difícil de entender, y en cierto modo contradictoria con esos capitulos anteriores y con la experiencia misma: "Todo el que permanece en él, no peca.", doctrina que vuelve a repetir en 1Jn 5,18: "todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno no llega a tocarle."
Pienso que la contradicción en cierta medida se resuelve si tenemos en cuenta la condición que pide: "el que permanece en él": sería imposible que estuvieran unidos el pemanecer en él y pecar, a tal punto la santidad de Cristo excluye el pecado: Así que el creyente en realidad se encuentra siempre a un medio de camino: busca estar con él, y eso, por sí mismo, lo preservaría del pecado ("el Engendrado de Dios le guarda"), pero al mismo tiempo su presencia es un advenir, es un estar viniendo, no estamos aun én él, y en esa medida, permanecemos en el pecado.
La vida del hombre se desenvuelve en un "entre", entre una inmanencia completamente alejada de Dios, y el recuerdo de una Venida: recuerdo de pasado, puesto que ya ha venido, y recuerdo de futuro, pues el Hijo del hombre vendrá.
En este sentido "pensar en los novísimos" nos ayuda, no solo a no pecar, que es solo el aspecto negativo de tal pensamiento, sino sobre todo a expandir nuestro ser, limitado e inmanente, hacia una existencia que está cargada de futuro, cargada de eternidad.
Lo que diferencia una orientación legalista de la fe, que busca adecuar el obrar del hombre a la tablita del buen comportamiento, y que llama "no pecar" al adocenado de una conducta convencional y previsible… lo que diferencia esto, decía, de una orientación de la fe apoyada en la espera (Hebreos 11,1), es que la fe que piensa en la novedad de los novissima es una fe creativa, que siempre encuentra un modo nuevo de llenar la alcuza de aceite, y no por miedo a que en un futuro se la encuentre vacía, sino por deseo de ir iluminando con su luz la espera del Banquete.
"Piensa en tus novísimos", sí, no con miedo sino con deseo. No para no pecar, sino para crecer en ese deseo de eternidad, de vida, de luz, lo que también ayudará a que el pecado, presente como una sombra en la vida de todos los hombres, no domine, sin embargo, en nuestra vida como sentido último de nuestros actos.
Hace tiempo encontré una frase de Dag Hammarskjöld (que fué secretario general de la ONU) que dice: "En última instancia, es nuestra concepción de la muerte la que decide nuestras respuestas a todas las preguntas que la vida nos plantea."
Muy cierto