La celebración sacramental no es una magia, no hay un poder misterioso puesto en movimiento automáticamente por solo recitar unas palabras.
La celebración litúrgica es una acción de la Iglesia en tanto cuerpo de Cristo, que invoca la presencia y la acción en ella de su Cabeza, el propio Cristo.
En los sacramentos siempre hay una materia, indispensable para celebrarlo: si esa materia no está por negligencia de los que celebran (se olvidaron de comprar el vino y toman el que estaba en al cocina), realmente la celebración no ocurre "en el sentir de la Iglesia", y por lo tanto, aunque se reciten todas las fórmulas, no hay consagración.
Se suscitó hace poco el problema de las celebraciones del bautismo que ya no usan la fórmula bautismal de la Iglesia ("Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo") sino que acuden a fórmulas más "inclusivas": "Tu familia que te quiere te bautiza en el nombre....", o "Yo te bautizo en el nombre de tus papis, en el de tus hermanos, de tus abuelos, y en el del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".
Realmente son celebraciones que, aunque simpáticas, no están en el sentir de la Iglesia, no están interesados en celebrar lo que celebra la Iglesia, y por tanto allí no ocurren los "ríos de agua viva" que promete Jesús cuando dona su gracia.
Otra cosa distinta es si celebran fuera del sentir de la Iglesia por inadvertencia, por ejemplo, un enemigo agregó vino sintético al de misa para dañar la celebración, pero nadie lo sabe antes de celebrar, ¿ocurrirá la consagración? No lo sé. Posiblemente no podamos decir que ocurrió la consagración, pero estoy seguro que esa celebración habrá sido de todos modos un acontecimiento de gracia, como cuando se comulga espiritualmente, a pesar de no tener en la boca el signo sacramental real, el pan consagrado.
Me pasó hace unos años que estaba en la misa que en ese momento iba cada domingo, la vespertina, que la celebraba un sacerdote muy mayor. El hombre tuvo una vez su primer desliz de cabeza: se salteó la consagración del vino. La misa avanzó un poco más, pero la verdad que no me quedé conforme, y subí al altar y le pedí que detuviera la misa... como el hombre era casi del todo sordo no iba a estar explicándole demasiado, pero busqué el ordinario en el misal y le marqué desde dónde tenía que leer, y quizás atemorizado por mi aparición (el era delgadito y pequeñajo, y yo soy un oso) retomó la misa consagrando correctamente las dos especies (la historia continúa, pero es larga, a partir de allí fui el lazarillo de ese sacerdote hasta que terminó el ejercicio de su ministerio por falta total de posibilidades mentales... fue una época feliz para mí. A él dediqué en su momento este cuento).
Además de la anécdota personal, lo comento porque creo que uno no se debe quedar tranquilo en estas cosas. A lo mejor si él consagraba una sola especie por inadvertencia, no era -subjetivamente- un abuso, pero lo hubiera sido de toda la asamblea si dejábamos que la cosa ocurriera sin preocuparnos.
Algo distinto es volverse escrupuloso: un sacerdote de USA miró el video de su bautismo y descubrió que él había sido bautizado con esas fórmulas "inclusivas", entonces él y su diócesis se pusieron en movimiento para bautizarlo, confirmarlo y ordenarlo nuevamente (ya que nada de eso era válido si no estaba bautizado), pero además comenzaron a contactar con la gente que se había casado en su ministerio, y que se había confesado, para que volvieran a hacerlo.... un medio conservador lo publicó con aplausos, para demostrar la extrema fidelidad de su obispo y de este sacerote... yo creo que eso no es fidelidad sino escrupulosidad: quizás está bien que lo bauticen, confirmen y ordenen de nuevo (digo "quizás" porque su bautismo inclusivo ocurrió mucho antes de que la Iglesia lo prohibiera, así que no estoy seguro de que no tuviera validez), pero de allí a someter a la gente a una duda nada razonable sobre el perdón recibido o sobre el matrimonio celebrado, me parrece que es pasarse, incluso para un literalista...
Hay algo en sus palabras de que todos debiéramos tomar nota. Me refiero a nuestra PARTICIPACIÓN en la Eucaristía. No somos meros oyentes, ni asistentes. No escuchamos ni oímos misa, sino que la CELEBRAMOS conjuntamente con el resto de la Asamblea reunida. Por eso lo correcto es decir "voy a celebrar la Eucaristía", y no "voy a oír misa", porque los celebrantes somos nosotros, mientras que el sacerdote es quien PRESIDE la celebración.
Digo esto porque, como celebrantes que somos, somos partícipes de este momento con nuestro cuerpo y alma. Por tanto, debemos dejar de lado todos los miedos, inseguridades o vergüenza que puede darnos en un momento dado decir o hacer algo cuando advertimos que lo que sucede en una celebración no es correcto, como el caso que usted nos cuenta. Porque solemos asistir a misa como meros oyentes, como si la cosa no fuese con nosotros. Y si ocurre algo evidente que merezca no ser dejado pasar, como una lectura que se olvida, un lapsus del sacerdote que no consagra el vino, etc, a lo más que llegamos es a decírselo a otros para ver si ellos lo corrigen. Es decir, no nos sentimos parte de la celebración. Sin embargo, es aquí donde se manifiesta el espíritu comunitario de nuestra fe: en ese sentimiento de pertenencia a una misma familia en la que lo más importante es hacer bien las cosas de Dios, por encima de lo que otros puedan opinar de nosotros si en un momento dado tenemos que destacar para corregir algo mal hecho.
Gracias de nuevo por sus palabras.