El salmo 86 literalmente canta la gloria de Jerusalén y su maternidad universal. Dios ha colocado en la ciudad santa su morada y la ama con predilección: El Señor prefiere las puertas de Sión a todas las moradas de Jacob. [...]
Por eso, aunque humanamente Jerusalén sea exigua e insignificante a los ojos del mundo, llegará a ser la madre de todos los pueblos; incluso los más poderosos y terribles enemigos de Israel: Egipto y Babilonia, desearán llegar a ser sus hijos: Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles.
Cantar con acentos tan entusiastas la gloria de una ciudad pequeña y sin prestigio, desconocida por las grandes potencias del mundo y frecuentemente pisoteada por los pueblos enemigos, no significa megalomanía por parte del pueblo creyente, sino fe y confianza en las promesas de Dios.
Para nosotros, hijos de la nueva Jerusalén, este salmo debe servirnos para cantar la gloria de nuestra madre la Iglesia. No con sentimientos de un falso triunfalismo -sabemos que la Iglesia es, como la Jerusalén de la antigua alianza, pequeña y exigua por nuestros valores humanos-, sino con adhesión firme a la palabra de Cristo, que tanto amó a su Iglesia que "se entregó a sí mismo por ella, purificándola con el baño del agua, para colocarla ante sí gloriosa, sin mancha ni arruga" (Ef 5,25-27). El Señor prefiere las puertas de Sión a todas las moradas de Jacob; el amor de Cristo a su Iglesia es el fundamento de nuestra esperanza de que, al fin de los tiempos, ella será madre de todos los hombres, aun de aquellos que ahora aparecen como sus enemigos: Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles.
En la celebración comunitaria, si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando las antífonas "Hacia ti, morada santa" (MD 649), o bien "Ciudad celeste, tierra del Señor", sólo el estribillo (MD 601).
Oración I: Señor Jesús, tú que lloraste sobre la Jerusalén de la tierra, que había de ser destruida a causa de su infidelidad, y fundaste la nueva Jerusalén, madre de todos los creyentes, haz que los cristianos nos gloriemos siempre de ser hijos de la Iglesia, tu esposa amada, y que todos los hombres puedan ser contados un día entre los hijos de la Jerusalén del cielo. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Oración II: Señor, tú que amas a la Iglesia y prefieres las puertas de Sión a todas las moradas de Jacob, haz que también nosotros, confiados en tus promesas y no en falsos valores humanos, sepamos decir siempre con nuestras palabras y con nuestras obras: "Todas mis fuentes y alegrías están en ti, nueva Jerusalén, esposa amada de Dios". Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
[Pedro Farnés]