Forum Libertas, 13/02/06
San Agustín es uno de los autores más influyentes en la historia de la teología y de la espiritualidad. Además tiene una rara característica y es que guarda una buena relación con los hombres de todas las épocas. Agustín es contemporáneo de todos los hombres. Si es verdad que eso podría, en principio, decirse de cualquier santo, no lo es menos que sucede de una forma especial con el obispo de Hipona. De ahí que siendo fuente en la que han bebido incansablemente los estudiosos de la teología de todas las épocas también ha sido autor de referencia para los que buscaban crecer en la vida espiritual.
El P. Galindo ha seleccionado más de cuatrocientos textos agustinianos que tienen que ver con la vida espiritual. Partiendo de la doctrina del pecado y del camino ascético recorre las virtudes (especialmente la caridad y la humildad), la vida de oración, la mediación cristológica y el término a que se dirige el hombre que es la vida bienaventurada.
Agustín es el Doctor de la Gracias (contra los pelagianos que se fiaban de sus solas fuerzas y despreciaban el auxilio divino sin el que no podemos nada), pero también el de la caridad. Desde el amor entiende a Dios, el destino del hombre (“amor meus, pondus meus” “mi amor es mi peso”), y el sentido mismo de la historia (“Dos amores fundaron dos ciudades”).
La primacía de la caridad es tan grande (resumida en el amor a Dios y al prójimo) que en su comentario a la primera carta de san Juan llega a decir “ama y haz lo que quieras”. En el amor se cumple todo y el pecado no es sino un desorden en el amor.
Agustín es también maestro de oración. Su Carta a Proba sigue siendo escuela en la que aprender el trato con Dios. En ese escrito en que reduce toda verdadera oración al Padrenuestro, indica también la necesidad del hombre de encontrar tiempo para Dios.
Un verdadero pozo de ciencia y de amor a Dios. Ese es Agustín. Capaz de elevarse a las alturas de la especulación estudiando el misterio de la Trinidad, o de exponernos los recovecos de su alma en las Confesiones. Es el mismo que estudia el sentido de la historia y comenta como nadie los textos de la Sagrada Escritura o aconseja cómo debe instruirse en la catequesis a los principiantes.
Galindo Rodríguez ha seleccionado unos textos que deben acercarnos al autor. Leer a los santos, y más a los que como Agustín comparten el doble título de Padre de la Iglesia y Doctor, es siempre fuente de gran deleite intelectual y espiritual. Las dos cosas porque el camino que nos indica Agustín, tanto en sus desarrollos como en preciosas intuiciones, están lejos de un mero intelectualismo.
Estoy seguro de que este libro, válido para estudiosos pero también para los que buscan formación espiritual, ayudará a cumplir lo que señaló este santo: “Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti”.