El salmo 123 es literalmente una plegaria de los "pobres de Yahvé", que todo lo han perdido a excepción de la vida: Hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador. El autor de este salmo tiene [...]
muy presente la catástrofe de Jerusalén en el año 587 -nos asaltaban los hombres, nos habrían tragado vivos-, y está muy vivo en su mente el recuerdo, aún reciente, de las humillaciones del destierro. Pero, en medio de tanta dificultad, hay que decir, con todo, que el Señor estuvo de nuestra parte: humillados, sí, pero salvados; pobres ahora y desposeídos de todo, pero escapados de algo aún peor que hubiera podido acontecer. Y esta salvación es obra de Dios: Bendito el Señor, que no nos entregó en presa a sus dientes.
Esta plegaria de los pobres de Yahvé cuadra muy bien con la oración cristiana, sobre todo al final del día. Dios permite, con frecuencia, que las dificultades y angustias de la vida nos hagan experimentar nuestra propia debilidad: "Por fuera, luchas; por dentro, temores; pero Dios, que consuela a los débiles" (2 Co 7,5-6), también, al final, nos saca de nuestras tribulaciones. Por eso, también nosotros, podemos concluir nuestro día dando gracias a Dios con el salmista: El Señor no nos entregó en presa a sus dientes; nuestro auxilio es el nombre del Señor; bendito el Señor.
En la celebración comunitaria es recomendable que este salmo sea, en algunas ocasiones, proclamado por un salmista; si no es posible cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el salmo cantando las antífonas "En Dios pongo mi esperanza", "La verdad del Señor, mi escudo y salvación" o bien "El auxilio me viene del Señor", sólo el estribillo.
Oración I: Señor Jesús, que anunciaste a tus discípulos que serían odiados por causa de tu nombre, pero que ni un cabello de su cabeza perecería, sin la permisión de tu Padre, haz que nosotros, en medio de las pruebas de esta vida, sintamos la protección de tu Espíritu Santo y nos veamos alentados por su consuelo, de tal forma que, salvados de la trampa del cazador, confesemos siempre que nuestro auxilio es tu nombre, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.
Oración II: Apártanos, Señor, de la trampa del cazador, que nos asalta y quiere tragarnos vivos; que nuestro auxilio sea tu nombre, para que no caigamos como presa de sus dientes, antes, cubiertos con tus plumas y refugiados, bajo tus alas, podamos bendecirte, viendo cómo la trampa se rompió y nosotros escapamos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
[Pedro Farnés]