Hoy, para la celebración de estas I Vísperas del domingo, usamos un salmo que, a primera vista, puede parecer no muy apropiado con el carácter festivo y alegre del día del Señor. El salmo 129 es, en efecto, la plegaria [...]
penitencial de un pecador que, con clara conciencia de su culpa, se ve enfermo y a las puertas de la muerte en castigo de su pecado: Desde lo hondo, a ti grito, Señor; si llevas cuenta de los delitos, ¿quién podrá resistir?
Pero, a pesar de esta primera apariencia, el sentido más profundo de nuestro salmo respira un ambiente muy distinto. Más que la confesión de la propia culpabilidad, el salmista expresa su plena confianza en la salvación de Dios; y esto hace del salmo 129 una plegaria muy propia pare inaugurar la celebración del domingo, porque el domingo es precisamente el memorial de cómo Dios, por la resurrección de Cristo, arrancó al hombre del abismo, de la muerte y del pecado, no llevando cuenta de sus delitos, porque del Señor procede el perdón.
El salmo 129 es uno de los cantos de peregrinación que los israelitas cantaban en su camino a Jerusalén; el nuevo Israel, en peregrinación también hacia la Jerusalén definitiva, repite hoy este salmo a las puertas ya de la celebración dominical, pregustación de su llegada a la Jerusalén eterna. Al acabar la semana, en la que probablemente no han faltado infidelidad ni pecado, no perdemos la confianza: Desde lo hondo de nuestra miseria, a ti gritamos, Señor. El recuerdo de cómo Dios resucitó a Cristo, primogénito de la humanidad, alienta nuestra esperanza: Nuestra salvación no es obra nuestra, sino que del Señor viene la redención copiosa, y él redimirá a Israel, como resucitó a su Hijo de entre los muertos.
En la celebración comunitaria, si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando las antífonas "En Dios pongo si esperanza" o bien "Desde un abismo clamo a ti, Señor".
Oración I: Tu pueblo, Señor, espera en ti, la Iglesia espera en tu palabra; nuestras culpas nos han hundido en el abismo, pero de ti viene la misericordia, y la redención copiosa; devuélvenos, pues, en este domingo que ahora empezamos, la alegría de tu salvación y haznos oír el gozo y la alegría. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Oración II: Señor Dios de poder y de bondad, que nos has dado la redención copiosa, enviándonos a Jesús, para que salvara al pueblo de los pecados; no nos abandones ahora en lo hondo de nuestra miseria, que tus oídos estén atentos a la voz de nuestra súplica, para que no quede defraudada nuestra esperanza de que tú redimirás a Israel de todos sus delitos. Te lo pedimos, Padre, por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
[Pedro Farnés]