Bajo diversas imágenes, frecuentes en el lenguaje bíblico -Dios guerrero victorioso, dolores de la mujer cuando da a luz-, nuestro cántico anuncia a los desterrados de Babilonia la libertad que se acerca. Los años de la cautividad han sido largos [...]
cronológicamente y, sobre todo, psicológicamente: "Desde antiguo guardé silencio, me callaba y aguantaba, permitiendo que los caldeos oprimieran a mi pueblo; pero está llegando la hora en que saldré como un héroe, excitaré mi ardor como un guerrero, y así salvaré a mi pueblo de la cautividad, guiándole, por senderos que ignora, hacia la tierra de Canaán. El camino será como una procesión de alegría y, bajo los pies de los desterrados que retornan, se agostarán montes y collados y ante ellos convertiré lo escabroso en llano". Los pueblos vecinos, al contemplar las caravanas que retornan, clamarán desde la cumbre de las montañas y darán gloria al Señor.
También nosotros experimentamos nuestras pruebas, también conocemos lo que es el destierro y, con frecuencia, creemos que nuestras dificultades no terminarán; pensamos que el Señor desde antiguo guarda silencio y se calla. La celebración cotidiana de Laudes nos debe recordar que está cercano el fin de nuestras pruebas; en esta primera hora de la mañana, el Señor salió como un héroe, excitó su ardor como un guerrero, mostrándose valiente frente al enemigo, cuando destruyó la muerte al salir del sepulcro. Con esta acción gloriosa, Dios no salvó ya a un pueblo de la esclavitud de Babilonia, sino que libró a la humanidad entera de toda esclavitud, cuando libró de la corrupción del sepulcro y de la esclavitud de la muerte a su Hijo Jesucristo, primogénito de una nueva humanidad.
En la celebración comunitaria, si no es posible cantar la antífona propia, este cántico se puede acompañar cantando alguna antífona que exprese la alabanza o la acción de gracias por la victoria, por ejemplo: "Grandes, maravillosas son tus obras", sólo la primera estrofa (MD 607) o bien "Cantemos al Señor, sublime es su victoria" (MD 737).
Oración I: Señor Jesús, tú que, como primogénito entre muchos hermanos, excitaste tu ardor como un guerrero, destruyendo el imperio de la muerte, condúcenos a nosotros, ciegos que no conocemos el camino, y guíanos por senderos de esperanza, convirtiendo nuestras tinieblas en luz, hasta que lleguemos a contemplar aquel día que ya no tendrá más noche. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Oración II: Oh Dios, libertador nuestro, que, por la victoria de Cristo sobre la muerte, has manifestado a todos los hombres el poder invencible de tu amor, ayúdanos a librar el noble combate de la fe y haz que trabajemos para que nuestros hermanos sean liberados de la injusticia y del error; que, a través de un nuevo éxodo, lleguen a ser el pueblo de los salvados y, guiados por Jesucristo, tu Hijo, alcancen tu reino de felicidad y de paz. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén. [Pedro Farnés]