La victoria del rey de Israel, que acabamos de cantar en el salmo 20, es como figura o profecía de la victoria pascual de Cristo, victoria completa y definitiva que da sentido a todas las luchas y sufrimientos del pueblo [...]
de Dios. Y es esta victoria la que canta el himno del Apocalipsis que ahora vamos a hacer nuestro.
Entonemos nuestra acción de gracias al Dios creador, que lo ha llevado todo a la existencia para nuestro bien: Por su voluntad lo que no existía fue creado.
Entonemos nuestro himno a Cristo, el Cordero inmolado, porque con su misterio pascual seca las lágrimas de los que lloramos desconcertados, como el vidente de Patmos, porque, si por nuestras luces personales no alcanzamos a comprender cómo Dios permite el mal, a la luz del misterio pascual de Cristo comprendemos, en cambio, la historia del mundo -el libro cerrado con los sellos- y el sentido del sufrimiento de los buenos. También Cristo sufrió hasta la muerte, y Dios Padre lo resucitó. Esta exaltación de Cristo, que sigue a su muerte, nos abre el libro de la historia y sus sellos, es decir, nos da a comprender el sentido de los breves sufrimientos presentes.
Asociémonos, pues, al canto de los Ancianos -figura de los santos del antiguo Testamento, que ven realizadas en Cristo sus esperanzas- y a los himnos de los ángeles, que contemplan cómo la Iglesia, por la sangre de Cristo, ha sido hecha pueblo real y sacerdotal.
Que este himno sea el modelo de nuestro homenaje a Dios Padre, creador del mundo, y a Cristo, que con su sangre nos ha comprado.
Oración I: Señor, Dios nuestro, que has creado el universo para nuestro bien y, en el misterio pascual de Cristo, tu Hijo, nos has abierto el sentido de la historia; haz que los hombres de toda raza, pueblo y nación canten con nosotros la salvación que tu Hijo ha realizado y disfruten de su triunfo, por los siglos de los siglos. Amén.
Oración II: Señor, Dios nuestro, que has hecho de nosotros un reino de sacerdotes, para que, en nombre de la creación, cantemos tu gloria y demos gracias por la redención de los hombres; ábrenos el sentido del libro sellado, para que comprendamos, en el misterio de la muerte y resurrección de tu Hijo, el Cordero degollado y viviente ahora por los siglos de los siglos, el sentido de la historia humana y de sus dolores y contrariedades. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
[Pedro Farnés]