laudio Gordiano Fulgencio nació en Telepte, en el África latina, en el año 467. Conocemos bien su vida, ya que halló en un diácono cartaginés, Ferrando de nombre, discípulo suyo, un biógrafo esmerado.
Fulgencio fue monje; la vocación la debió a la educación cristiana recibida de su madre, y a la lectura de san Agustín; concretamente, la exposición que san Agustín hace del salmo 36 movió a Fulgencio a abrazar la vida monástica. Contra su deseo fue promovido a la sede episcopal de Ruspe, ciudad de la costa africana, en la provincia Bizacena. Junto con más de otros sesenta obispos fue desterrado por el rey vándalo Trasamundo, en 508, a Cerdeña. Repatriado en 515, sufrió un segundo destierro dos años después; pudo regresar a su sede en 523. Allí murió el día primero de enero (fecha de su fiesta) del año 533.
Fulgencio, persona bien formada, conocedor del griego, buen teólogo, pastor celoso y hombre santo, fue uno de los mayores admiradores que haya tenido san Agustín en el mundo antiguo. Participó en la polémica poscalcedoniana, pero es particularmente interesante su obra continuadora de la reacción antipelagiana de Agustín.
Su herencia literaria, considerable, se divide en tratados antiarrianos y antipelagianos. La Liturgia de las Horas recurre con relativa frecuencia a Fulgencio. El 26 de diciembre utiliza un sermón suyo, en el que el santo -según una costumbre patrística- se dedica a contrastar el nacimiento en la carne del Hijo de Dios y el nacimiento al cielo de san Esteban por el martirio.
El viernes de la semana V de Cuaresma tenemos como lectura segunda un fragmento de una de las mejores obras de Fulgencio, el tratado De fide ad Petrum; es una de les descripciones más notables que el mundo patrístico latino haya dejado del sacrificio de nuestro Señor Jesucristo.
El martes de la semana II del tiempo pascual leemos un pasaje, bellísimo por cierto, de la obra Ad Monimum; lo que Fulgencio nos dice de la Eucaristía como sacramento de unidad demuestra que el santo ha asimilado de un modo personalísimo la doctrina de san Agustín sobre el particular.
El fragmento de una carta, usado el jueves de la semana II del tiempo ordinario, se aproxima al citado pasaje, referente al sacrificio de Jesucristo; no deja de aparecer ahí la profunda inspiración teológica de Fulgencio al exponer la actuación intercesora de Cristo ante el Padre.
Nos vuelve a hablar de la Eucaristía como sacrificio y conmemoración de la muerte del Señor y como sacramento de la caridad en el extracto del tratado Contra Fabianum (Fabiano era un arriano) que nos toca leer el lunes de la semana XXVIII; es, probablemente, una de las mejores páginas patrísticas de la Liturgia de las Horas.
Para el lunes de la semana XXXIII disponemos de un pasaje del tratado De remissione, en el que Fulgencio compara la resurrección espiritual que ha de realizarse ya en la vida presente, con la resurrección futura definitiva en la gloria.
Finalmente, para el oficio común de santos pastores, se nos ofrece otra página muy bella de Fulgencio, sacada de un sermón que trata de la responsabilidad del pastor espiritual.
En todas esas lecturas aparece Fulgencio tal como él se caracteriza ordinariamente: como un verdadero teólogo, con una sencillez y una claridad de exposición, que lo hacen agradable.
A. O.