a breve nota que encabeza la memoria del filósofo y mártir, el día primero de junio, ya da razón de la importancia que tiene san Justino (que murió mártir en Roma en el año 165) como escritor en la historia de la Iglesia. Por su entronque cronológico con la época apostólica, su testimonio es de primer orden. La misma nota biográfica enumera las tres obras de Justino que han llegado hasta nosotros (sabemos que escribió otras, que no se han conservado): las dos Apologías y el Diálogo con el judío Trifón.
Si bien el Diálogo es, seguramente, la obra principal de Justino, del filósofo mártir leemos en la Liturgia de las Horas sólo dos pasajes de la Apología primera, en la que tenemos la descripción entera más antigua de la liturgia cristiana. Si se hubiese perdido el texto que leemos el domingo tercero de Pascua, donde Justino describe la eucaristía y donde encontramos ya todos los elementos esenciales del rito de la misa, la historia del culto cristiano habría sufrido una laguna imposible de subsanar por cualquier otra fuente antigua. Es el texto que ha sido leído con mayor curiosidad por los investigadores de la historia de la celebración de la eucaristía.
El miércoles de la misma semana III de Pascua leemos el pasaje en que Justino describe y justifica teológicamente el sacramento del bautismo. Igualmente ese es uno de los documentos de primerísima importancia para la historia de la tradición cristiana relativa a la vida sacramental. En él vemos ya condensada toda la doctrina referente a la iniciación cristiana.
El día de la memoria de san Justino leemos no una página de él, sino de las Actas de su martirio y de los compañeros que con él murieron por la fe que profesaban. Se trata de unas actas auténticas. Su estilo sobrio acusa la naturaleza del documento, que procede de unas actas notariales oficiales romanas, copiadas por los cristianos contemporáneos (ya que se trataba de un documento público) y ligeramente retocadas para ser leídas en el culto. La historicidad, por tanto, del documento le confiere un máximo interés. Nos muestra la simplicidad, al tiempo que la valentía o constancia, con que los mártires primitivos respondían ante los tribunales romanos.
A. O.