Bien sabemos que vosotros, amados hijos, habéis orado sin intermisión al Padre celestial por vuestro obispo, y habéis hecho dulce violencia al Sagrado Corazón de su divino Hijo con vuestros ruegos para que volviéramos (a la diócesis). Dios nos ha oído, y ha querido nuestra vuelta; vosotros lo habéis celebrado de un modo extraordinario, y Nos viviremos siempre agradecidos a vuestras oraciones y demostraciones de afecto, que es lo que queremos manifestar en este escrito para que quede memoria perpetua de nuestra gratitud.
Tal es la recompensa que deseamos para todos vosotros, amados hijos, y que pediremos a Dios nuestro Señor con instancia todos los días de nuestra vida. Vuestra eterna salvación es el deseo ardiente de nuestro corazón de Obispo y de Padre; pero no solo os ofrecemos como recompensa a vuestros obsequios ese buen deseo, sino que os ofrecemos también duplicar nuestros esfuerzos en bien de vuestras almas. Confesamos nuestra flaqueza y debilidad; pero bien sabéis que nuestro escudo de armas es la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, y que a esa imagen preciosa rodean estas palabras: “Fortitudo mea et refugium meum es Tu. Tú eres mi fortaleza y mi refugio”. Colocamos de intento estas palabras alrededor del Divino Corazón para que fueran una confesión constante de nuestra propia debilidad, acto continuo de nuestra confianza en él, y perpetua jaculatoria que le mueva a protegernos. No hay momento en que no hablen esas palabras al Corazón de Jesús, porque ésa es nuestra intención de siempre, ni instante en que no le repitamos con ellas: “Tú eres mi fortaleza y mi refugio”; y nos parece que este Divino Corazón nos contesta diciendo: “Ergo ero tecum”. Yo estaré contigo. Esto nos anima en medio de nuestra propia debilidad, y confiando en el Corazón del Omnipotente es como os prometemos seguir luchando por su gloria y por la salvación de vuestras almas hasta el último momento de nuestra vida.
Bien sabemos lo que nos espera en esa lucha, y demasiado lo sabéis vosotros también, amados hijos, porque ya lo habéis visto: burlas, ultrajes, calumnias, persecución, continuo sufrir; pero ¿qué cosa puede haber más dulce para Nos, que sufrir por la gloria de Dios y por vuestro bien, por vosotros, que tan acreedores os habéis hecho a eso y a más que pudiéramos daros? ¿De qué otro modo pudiera corresponder mejor a vuestro afecto que sufriendo por vuestras almas y salud eterna? ¿A qué mayor bien, además, podemos aspirar que a sufrir por Aquel que sufrió por nosotros hasta la muerte, y muerte de Cruz? De esa manera, y con la gracia de Dios, quisiéramos pasar el poco tiempo que nos quede de vida temporal, como la mejor preparación para pasar a la vida eterna y feliz de la gloria, único bien positivo al que todos debemos aspirar con toda nuestra alma, y procurar con todas nuestras fuerzas.