Esta web utiliza cookies, puedes ver nuestra política de cookies, aquí Si continuas navegando estás aceptándola
Política de cookies +
El Testigo Fiel
formación, reflexión y amistad en la fe, con una mirada católica ~ en línea desde el 20 de junio de 2003 ~
rápido, gratis y seguro
conservar sesión
  • Por sobre todo, los miembros registrados dan forma y sentido a este sitio, para que no sea solamente un portal de servicios sino una verdadera comunidad de formación, reflexión y amistad en la Fe.
  • Además tienes ventajas concretas en cuanto al funcionamiento:
    • Tienes reserva del nombre, de modo que ningún invitado puede quedarse con tu identidad.
    • En los foros, puedes variar diversas opciones de presentación (color de fondo, cantidad de mensajes por página, etc.), así como recibir mail avisándote cuando respondan a cuestiones de tu interés.
    • También puedes llevar un control sobre los mensajes que leíste y los que no, o marcarlos para releer.
    • Puedes utilizar todas las funciones de la Concordancia Bíblica on-line.
registrarme
rápido, gratis y seguro
«Mira que estoy a la puerta y llamo,
si alguno oye mi voz y me abre la puerta,
entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo...»
formación, reflexión y amistad en la fe, con una mirada católica ~ en línea desde el 20 de junio de 2003 ~
Documentación: Ogerio de Lucedio

Dios Padre flagela a la Iglesia para que crezca más vigorosa y fecunda

fuente: Sermones (Serm. 10, 13-14: PL 184, 927-928)
Se utiliza en: Viernes, XXII semana del Tiempo Ordinario (impar)

La viña del Señor es la Iglesia universal, consorte y esposa de Cristo, de la que Dios Padre dice al Hijo: Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa. El viñador que ama a la viña que produce el fruto esperado a su debido tiempo, cuando llega el tiempo de la poda, no deja en ella nada mustio ni seco. Después, cava en derredor hasta sus más profundas raíces, remueve profundamente la tierra con un buen azadón, y si ve que alguna raíz echa brotes, los corta con la podadera. Y cuanto más a conciencia arranca los brotes superfluos o inútiles, tanto más crece y produce frutos lozanos y abundantes.

Del mismo modo, Dios castiga y azota a los que ama: castiga a sus hijos preferidos. Aceptar la corrección aquí sobre la tierra es propio de aquellos a quienes es dado gozar de la eternidad; en cambio, el que murmura de la corrección no se acerca al que está sobre él. Más aún: pierde la herencia de la felicidad eterna, si no acepta con paciencia y amor la corrección de Dios Padre. Y si, además, murmurase de la corrección del Señor, tenga por cierto que incurrirá en la pena de los murmuradores.

Así que, amadísimos hermanos, vosotros no murmuréis si en alguna ocasión cayereis bajo la corrección del Señor; ni perdáis el ánimo al ser reprendidos por él. Ningún castigo nos gusta cuando lo recibimos, sino que nos duele; pero después de pasar por él, nos da como fruto una vida honrada y en paz. Con los castigos del Señor se debilita el ardor de los placeres carnales, a la vez que se robustecen las virtudes del alma. La carne pierde lo que tenía de superfluo; y el espíritu adquiere las virtudes de que carecía. De esta suerte, mediante los castigos del Señor aumentan las virtudes y son extirpados los vicios; se desprecian las cosas terrenas y se aman las celestiales.

Nosotros que esperamos, impacientes, los premios eternos, si nos sobreviniere alguna grave enfermedad o una fuerte tentación o incluso un notable detrimento en bienes materiales, debemos crecernos en tales dificultades, pues al arreciar la lucha, no cabe duda de que nos espera una victoria más gloriosa. La medida del ardor con que anhelamos a Dios se demuestra en esto: si caminamos hacia él no sólo en la tranquilidad y en la prosperidad, sino también en circunstancias adversas y difíciles. A los eternos gozos ya no nos es posible volver, si no es perdiendo los bienes temporales: y por eso en la esperanza de la alegría que no pasa, debemos considerar todas las cosas adversas como una no despreciable prosperidad.

Ln divina severidad no permite que nuestros pecados permanezcan impunes, sino que la ira de su juicio comienza al presente con nuestra corrección, para apaciguarse con la condenación de los réprobos. Porque el médico está en nuestro interior, y amputa el contagio del pecado, que no puede consentir se adhiera a la médula de los huesos: saja el virus de la corrupción con el bisturí de la tribulación. Es lo que dice la Verdad: A todo sarmiento mío que da fruto, Dios Padre lo poda, para que dé más fruto: pues el alma que se halla en la tentación, cuando considera lo que le aleja de su prístina solidez en la virtud, se echa a temblar preocupada ante la simple posibilidad de perder definitivamente lo que hace algún tiempo había comenzado a ser. Entonces empuña la espada de la oración, el llanto de la compunción, debilitando así la tentación y reportando sobre ella una gloriosa victoria. Aunque no el alma, sino la gracia de Dios por su medio.

Y así sucede que, el alma que en la prosperidad yacía perezosa y como infecunda, se alza más fuerte y vigorosa dispuesta a dar fruto.

Otras lecturas del mismo autor

Esta es la escuela de Cristo: la caridad - [Sermones (Sermón 5: PL 184, 901-902)]
© El Testigo Fiel - 2003-2025 - www.eltestigofiel.org - puede reproducirse libremente, mencionando la fuente.
Sitio realizado por Abel Della Costa - Versión de PHP: 8.2.29