Una mañana, me levanté temprano para corregir unas pruebas. La tarde anterior había recibido las pruebas de galera del prólogo de uno de mis libros y como este prólogo era una afirmación de fe, deseaba leerlo una vez más con mucho cuidado, antes de imprimirlo. Esa mañana lo llevé al estudio en la planta baja, que me había sido ofrecido para el caso de necesitarlo. Mas el anciano ya estaba allí, sentado ante mi mesa de trabajo. Inmediatamente después de saludarme, me pregunto qué traía en mis manos y, cuando se lo hube dicho, me preguntó si no quería yo leérselo en alta voz. Así lo hice, complacido. Me escuchó de manera amistosa, mas claramente sorprendido, con creciente asombro. Terminada la lectura, comenzó a hablar en tono vacilante y luego, arrebatado por la importancia del tema, con creciente apasionamiento. "¿Cómo puede usted repetir 'Dios' una y otra vez? ¿Cómo puede esperar que sus lectores tomarán la palabra en el sentido en el que usted quiere sea tomada? Lo que usted quiere decir con el nombre de Dios es algo muy por encima de todo alcance y comprensión humanas pero al hablar de él lo ha hecho usted descender al plano de la conceptualización humana. ¡Qué otra palabra de habla humana ha sufrido tantos abusos, ha sido tan corrompida, tan profanada! Toda la sangre inocente por ella derramada la ha despojado de todo su esplendor. Toda la injusticia con ella cubierta ha borrado sus rasgos salientes. Cuando oigo llamar 'Dios' a lo más elevado, me parece a veces casi una blasfemia."
Los ojos claros, amables, llameaban. Llameaba la voz misma. Luego quedamos en silencio por un rato, sentados uno frente al otro. La habitación se inundaba de la fluida luminosidad de la mañana temprana. Me parecía como si, de la luz, penetrara en mí una fuerza. Sólo puedo indicar ahora lo que entonces contesté,- no reproducirlo.
"Sí -dije-, es la más abrumada de cargas de todas las palabras humanas. Ninguna ha sido tan envilecida, tan mutilada. Precisamente por esta razón no puedo abandonarla. Generaciones de hombres han depositado la carga de sus vidas angustiadas sobre esta palabra y la han abatido hasta dar con ella por tierra; yace ahora en el polvo y soporta todas esas cargas. Las razas humanas la han despedazado con sus facciones religiosas; han matado por ella y han muerto por ella y ostenta las huellas de sus dedos y su sangre. ¡Dónde podría encontrar una palabra como ésta para describir lo más elevado! Si escogiera el concepto más puro, más resplandeciente, del santuario más resguardado de los filósofos, sólo podría capturar con él un producto del pensamiento, que no establece ligazón alguna. No podría capturar la presencia de Aquel a quien las generaciones de hombres han honrado y degradado con su pavoroso vivir y morir. Me refiero a Aquel a quien se refieren las generaciones de hombres atormentados por el infierno y golpeando a las puertas del cielo. Es cierto, ellos dibujan caricaturas y les ponen por título 'Dios'; se asesinan uno a otros y dicen 'en el nombre de Dios'. Pero cuando toda la locura y el engaño vuelven al polvo, cuando los hombres se encuentran frente a Él en la más solitaria oscuridad y ya no dicen 'Él, El', sino que suspiran 'Tú', gritan 'Tú', todos ellos la misma palabra, y cuando agregan 'Dios', ¿no es acaso al verdadero Dios al que imploran, al Único Dios Viviente, al Dios de los hijos del hombre? ¿No es Él acaso quien les oye? Y sólo por este motivo, ¿no es la palabra 'Dios' la palabra de la súplica, la palabra convertida en nombre consagrado en todos los idiomas humanos para todos los tiempos? Debemos estimar a quienes la prohiben porque se rebelan contra la injusticia y el mal tan prontamente remitidos a 'Dios' en procura de autorización. Pero no podemos renunciar a ella. ¡Qué comprensible resulta que algunos sugieran permanecer en silencio durante algún tiempo respecto de las 'cosas últimas' para que las palabras mal empleadas puedan ser redimidas! Mas no han de ser redimidas así. No podemos limpiar la palabra 'Dios' y no podemos devolverle su integridad; sin embargo, profanada y mutilada como está, podemos levantarla del polvo y erigirla por sobre una hora de gran zozobra."
Se había hecho muy claro en la habitación. Ya no era el amanecer, era el día. El anciano se levantó de su asiento, vino hacia mí, apovó su mano sobre mi hombro y dijo: "Seamos amigos". La conversación se había completado. Pues cuando dos o tres están verdaderamente juntos, lo están en el nombre de Dios.
Del filósofo judío Martin Buber. Siempre deja pensando. mañana sin falta subo ese libro a la biblioteca
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«Mi corazón está vacío de verdadero saber, acógele entre tus brazos.»
De pana.
Y va a tener que ser muy bueno, para superar ese prólogo...
Ya está subido, basta poner Buber en el buscador de la biblioteca y salen los dos que están fichados. El fragmento que copié corresponde a Eclipse de Dios.
http://.www.eltestigofiel.org/lectura/biblioteca.php?idu=13
A mí me gusta mucho Buber, tanto su forma de escribir, como la sencillez con la que transmite la vivencia, tan bíblica, de Dios. Iré subiendo obras de él, porque encontré algunas en español, aunque la más famosa, y que tan decisivamente me influyó en su momento: «Yo y tú», sólo la encuentro en pdf en inglés o en portugués, una lástima.
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«Mi corazón está vacío de verdadero saber, acógele entre tus brazos.»
SEamos Amigos. Genial.
Si, Subí más cuando puedas
«Que el recuerdo de Jesús esté unido a tu aliento»