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El Testigo Fiel
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«Mira que estoy a la puerta y llamo,
si alguno oye mi voz y me abre la puerta,
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San Pablo Miki y compañeros, mártires, memoria obligatoria
Común de mártires
Salterio: jueves de la cuarta semana
Pablo nació en Japón entre los años 1564 y 1566. Ingresó la Compañía de Jesús y predicó con mucho fruto el Evangelio entre sus conciudadanos. Al arreciar la persecución contra los católicos, fue encarcelado junto con otros veinticinco, entre ellos san Pedro Bautista, franciscano español, con cinco hermanos de hábito. Después de soportar graves ultrajes, fueron crucificados en Nagasaki el 5 de febrero de 1597.
Oficio de Lecturas
Inicio

(se hace la señal de la cruz sobre los labios mientras se dice:)
V/. -Señor, ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.
Salmo 94: Invitación a la alabanza divina
[Salmo 94] [Salmo 94] [quitar]
en el rezo privado, puede decirse la antífona sólo al inicio y al fin
Ant: Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy» (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant: Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.
Si Oficio de Lecturas es la primera oración del día se reza el Invitatorio. Si no:

(se hace la señal de la cruz mientras se dice:)
V/. -Dios mío, ven en mi auxilio.
R/. -Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya
 
Himno
Pléyade santa y noble de mártires insignes,
testigos inmortales del Cristo victimado;
dichosos, pues sufristeis la cruz de vuestro Amado
Señor, que a su dolor vuestro dolor ha unido.

Bebisteis por su amor el cáliz de la sangre,
dichosos cireneos, camino del Calvario,
seguisteis, no dejasteis a Jesús solitario,
elevasteis vuestra cruz junto a su cruz unida.

Rebosa ya el rosal de rosas escarlatas,
la luz del sol tiñe de rojo el cielo,
la muerte estupefacta contempla vuestro vuelo,
enjambre de profetas y justos perseguidos.

Vuestro valor intrépido deshaga cobardías
de cuantos en la vida persigue la injusticia;
siguiendo vuestras huellas, hagamos milicia,
sirviendo con amor la paz de Jesucristo. Amén.
Primer Salmo
Salmo 43 - I: Oración del pueblo en las calamidades
Ant: No fue su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y la luz de tu rostro.
En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado (Rm 8,37)
Oh Dios, nuestros oídos lo oyeron,
nuestros padres nos lo han contado:
la obra que realizaste en sus días,
en los años remotos.

Tú mismo con tu mano desposeíste a los gentiles,
y los plantaste a ellos;
trituraste a las naciones,
y los hiciste crecer a ellos.

Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,
ni su brazo el que les dió la victoria,
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.

Mi rey y mi Dios eres tú,
que das la victoria a Jacob:
con tu auxilio embestimos al enemigo,
en tu nombre pisoteamos al agresor.

Pues yo no confío en mi arco,
ni mi espada me da la victoria;
tú nos das la victoria sobre el enemigo
y derrotas a nuestros adversarios.

Dios ha sido siempre nuestro orgullo,
y siempre damos gracias a tu nombre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant: No fue su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y la luz de tu rostro.
Segundo Salmo
Salmo 43 - II:
Ant: No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os convertís a él.
Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas,
y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:
nos haces retroceder ante el enemigo,
y nuestro adversario nos saquea.

Nos entregas como ovejas a la matanza
y nos has dispersado por las naciones;
vendes a tu pueblo por nada,
no lo tasas muy alto.

Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean;
nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones.

Tengo siempre delante mi deshonra,
y la vergüenza me cubre la cara
al oír insultos e injurias,
al ver a mi rival y a mi enemigo.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant: No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os convertís a él.
Tercer Salmo
Salmo 43 - III:
Ant: Levántate, Señor, no nos rechaces más.
Todo esto nos viene encima,
sin haberte olvidado
ni haber violado tu alianza,
sin que se volviera atrás nuestro corazón
ni se desviaran de tu camino nuestros pasos;
Y tú nos arrojaste a un lugar de chacales
y nos cubriste de tinieblas.

Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios
y extendido las manos a un dios extraño,
el Señor lo habría averiguado,
pues él penetra los secretos del corazón.

Por tu causa nos degüellan cada día,
nos tratan como a ovejas de matanza.
Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
Levántate, no nos rechaces más.
¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión?

Nuestro aliento se hunde en el polvo,
nuestro vientre está pegado al suelo.
Levántate a socorrernos,
redímenos por tu misericordia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant: Levántate, Señor, no nos rechaces más.
Lectura Bíblica
V/. Haz brillar tu rostro, Señor, sobre tu siervo.
R/. Enséñame tus leyes.

La lucha de Jacob
Lectura del libro del Génesis
Gn 32,2-31 (del lecc. par-impar)
En aquellos días, Jacob siguió su camino y se encontró con unos ángeles de Dios. Al verlos, dijo: «Este es el campamento de Dios». Y llamó aquel lugar Majanáin.
Jacob envió mensajeros por delante a su hermano Esaú, a la tierra de Seír, al campo de Edón, con este mensaje: «Decid a mi señor Esaú: “Esto dice tu siervo Jacob: He estado viviendo con Labán, deteniéndome allí hasta ahora. Tengo bueyes, asnos, ovejas, siervos y siervas; he enviado a informar a mi señor, para obtener su favor”». Los mensajeros volvieron a Jacob y le dijeron: «Hemos ido adonde tu hermano Esaú y él mismo viene a tu encuentro con cuatrocientos hombres».
Jacob sintió mucho miedo y angustia, y dividió en dos campamentos su gente, sus ovejas, vacas y camellos, pues pensó: «Si Esaú llega a un campamento y lo destruye, se salvará el otro». Luego dijo Jacob: «Dios de mi padre Abrahán y Dios de mi padre Isaac, Señor que me dijiste: “Vuelve a tu tierra nativa que yo seré bueno contigo”; no merezco los favores ni la lealtad con que has tratado a tu siervo, pues con un bastón crucé este Jordán y ahora vuelvo con dos campamentos. Líbrame de la mano de mi hermano, de la mano de Esaú, pues temo que venga y mate a las madres con los hijos. Pues tú me dijiste: “Yo seré muy bueno contigo, haré tu descendencia como la arena del mar, tan numerosa que no se puede contar”». Y pasó allí la noche.
Después, de lo que tenía a mano, escogió un regalo para su hermano Esaú: doscientas cabras y veinte machos cabríos, doscientas ovejas y veinte carneros, treinta camellas de leche con sus crías, cuarenta vacas y diez bueyes, veinte asnas y diez asnos. Y se los confió a sus criados, cada rebaño por separado, y les dijo: «Id delante de mí, dejando un espacio entre cada rebaño». Al primero le dio esta orden: «Cuando te encuentre mi hermano Esaú y te pregunte: “¿De quién eres, a dónde vas, para quién es eso que llevas?”, responderás: “Es de tu siervo Jacob, un regalo que envía a mi señor Esaú; y él viene también detrás de nosotros”». Al segundo, al tercero y a todos los que llevaban los rebaños, les dio esta orden: «En los mismos términos hablaréis a Esaú cuando lo encontréis. Aseguraos de decirle: “Mira, también tu siervo Jacob viene detrás de nosotros”». Pues pensaba: «Le calmaré con el regalo que va por delante y luego le veré; quizá me ponga buena cara». Mandó, pues, el regalo por delante y él pasó aquella noche en el campamento.
Todavía de noche se levantó Jacob, tomó a las dos mujeres, las dos criadas y los once hijos, y cruzó el vado de Yaboc. Después de tomarlos y hacerles pasar el torrente, hizo pasar cuanto poseía. Y Jacob se quedó solo.
Un hombre luchó con él hasta la aurora. Y viendo que no podía a Jacob, le tocó la articulación del muslo y se la dejó tiesa mientras peleaba con él. El hombre le dijo: «Suéltame, que llega la aurora». Jacob respondió: «No te soltaré hasta que me bendigas». Él le preguntó: «¿Cómo te llamas?». Contestó: «Jacob». Le replicó: «Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido». Jacob, a su vez, preguntó: «Dime tu nombre». Respondió: «¿Por qué me preguntas mi nombre?». Y le bendijo. Jacob llamó aquel lugar Penuel, pues se dijo: «He visto a Dios cara a cara y he quedado vivo».
Gn 32,30. cf. Gn 32,28
R/. He visto a Dios cara a cara, y he quedado vivo.
V/. Y me dijo: «Ya no te llamarás Jacob, sino Israel.»
R/. Y he quedado vivo.
Lectura Patrística
Seréis mis testigos
De la Historia del martirio de san Pablo Miki y compañeros, escrita por un contemporáneo
(Cap 14, 109-110: Acta Sanctorum Februarii, I, 769)
Clavados en la cruz, era admirable ver la constancia de todos, a la que les exhortaban el padre Pasio y el padre Rodríguez. El Padre Comisario estaba casi rígido, los ojos fijos en el cielo. El hermano Martín daba gracias a la bondad divina entonando algunos salmos y añadiendo el verso: A tus manos, Señor. También el hermano Francisco Blanco daba gracias a Dios con voz clara. El hermano Gonzalo recitaba también en alta voz la oración dominical y la salutación angélica.
Pablo Miki, nuestro hermano, al verse en el púlpito más honorable de los que hasta entonces había ocupado, declaró en primer lugar a los circunstantes que era japonés y jesuita, y que moría por anunciar el Evangelio, dando gracias a Dios por haberle hecho beneficio tan inestimable. Después añadió estas palabras:
«Al llegar este momento no creerá ninguno de vosotros que me voy a apartar de la verdad. Pues bien, os aseguro que no hay más camino de salvación que el de los cristianos. Y como quiera que el cristianismo me enseña a perdonar a mis enemigos y a cuantos me han ofendido, perdono sinceramente al rey y a los causantes de mi muerte, y les pido que reciban el bautismo.»
Y, volviendo la mirada a los compañeros, comenzó a animarles para el trance supremo. Los rostros de todos tenían un aspecto alegre, pero el de Luis era singular. Un cristiano le gritó que estaría en seguida en el paraíso. Luis hizo un gesto con sus dedos y con todo su cuerpo, atrayendo las miradas de todos.
Antonio, que estaba al lado de Luis, fijos los ojos en el cielo, y después de invocar los nombres de Jesús y María, entonó el salmo: Alabad, siervos del Señor, que había aprendido en la catequesis de Nagasaki, pues en ella se les hace aprender a los niños ciertos salmos.
Otros repetían: «¡Jesús! ¡María!», con rostro sereno. Algunos exhortaban a los circunstantes a llevar una vida digna de cristianos. Con éstas y semejantes acciones mostraban su prontitud para morir.
Entonces los verdugos desenvainaron cuatro lanzas como las que se usan en Japón. Al verlas, los fieles exclamaron: «¡Jesús! ¡María!», y se echaron a llorar con gemidos que llegaban al cielo. Los verdugos remataron en pocos instantes a cada uno de los mártires.
R/. Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo: en él está nuestra salvación, vida y resurrección, Él nos ha salvado y libertado.
V/. A vosotros se os ha concedido la gracia de estar del lado de Cristo, no sólo creyendo en él, sino sufriendo por él.
R/. Él nos ha salvado y libertado.
Final

Oremos:

Oh Dios, fortaleza de todos los santos, que has llamado a san Pablo Miki y a sus compañeros a la vida eterna por medio de la cruz; concédenos, por su intercesión, mantener con vigor, hasta la muerte, la fe que profesamos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

(se hace la señal de la cruz mientras se dice:)
V/. Bendigamos al Señor.
R/. Demos gracias a Dios
 
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