Capítulo I. Introducción. El canto nuevo, que es el Verbo de Dios, es superior y suplanta a las creencias y a los cultos paganos
Fábulas paganas
1.1. El tebano Anfión y Arión de Metimna fueron expertos cantores ambos (aunque los dos eran un mito: incluso todavía es cantada esta canción en el coro de los griegos), porque con el arte de la música uno sedujo a un pez, mientras que el otro rodeó con una muralla a Tebas. Otro sofista tracio (éste es otro mito griego) domaba las fieras con un simple canto, y con la música trasplantaba los árboles, las encinas.
1.2. Podría mencionarte otro mito análogo a esos y a otro cantor: el de la cigarra de Delfos y a Eunomo de Locros. Una fiesta solemne de los griegos celebraba en Delfos la muerte de una serpiente, mientras era Eunomo quien cantaba el epitafio del reptil. No puedo afirmar si la canción era un himno o un canto fúnebre a la serpiente. Ahora bien, se trataba de un certamen y Eunomo tocaba la cítara en la hora de más calor, cuando las cigarras, abrasadas por el sol, cantaban bajo el follaje en los montes. Pero ciertamente no cantaban al dragón deifico muerto, sino [que entonaban] un canto suelto al Dios sapientísimo, mejor que las coplas de Eunomo. Se le rompió una cuerda [de la cítara] al de Locros [Eunomo], y una cigarra voló sobre el yugo y tintineaba en el instrumento como encima de una rama. El cantor, ajustándose a la melodía de la cigarra, suplió la cuerda que faltaba.
1.3. Ciertamente, la cigarra no fue atraída por el canto de Eunomo, como pretende el mito, erigiendo en Delfos una estatua de bronce a Eunomo con aquella cítara y a la aliada del de Locros; más bien, [la cigarra] voló espontáneamente y cantó con naturalidad. En cambio, a los griegos les parecía que era él quien interpretaba la música.
La novedad del cristianismo
2.1. ¿Cómo, entonces, han creído en fábulas (mitos) sin fundamento, pensando que a las fieras se las apacigua con música? Al parecer, piensan que solamente es engañoso el rostro luminoso de la verdad y que ha sido contemplado con los ojos de la desconfianza. En verdad son divinizados y celebrados, mediante los cultos mistéricos del error, el Citerón, el Helicón, los montes de los odrisios y los lugares tracios para la iniciación mistérica.
2.2. Ciertamente, aunque se trate de una fábula, yo difícilmente puedo soportar tales sucesos enfáticamente narrados; en cambio ustedes convierten las descripciones de los males en dramas y a los actores de los dramas en espectáculos de satisfacción. Ahora bien, encerremos en los envejecidos Helicón y Citerón los dramas y poetas que celebran las Leneas, ya completamente borrachos, quizás coronados con hiedra, desvariando de un modo extraño en la ceremonia de iniciación báquica, con los mismos sátiros y en loco arrebato; por el contrario, hagamos descender desde lo alto de los cielos la verdad junto a la inteligencia más brillante sobre el monte santo de Dios (cf. Ez 28,14) y el sagrado coro profético.
La llegada de Cristo
2.3. Así, siendo ella sobre todo una luz que ilumina y resplandece desde lejos, ilumine por completo a los que se agitan en la tiniebla y libre a los hombres del error extendiendo su mano poderosa, la inteligencia, para su salvación. Éstos, librados y repuestos, después de abandonar el Helicón y el Citerón, habitan en Sión (cf. Hb 12,22): "ciertamente de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor" (Is 2,3; Mi 4,2); el Verbo(1) celestial, el legítimo competidor que es coronado en el teatro del mundo entero.
(1) Habitualmente he preferido traducir Logos con la palabra castellana Verbo. Aunque no es una opción exenta de dificultades, creo que es la más conveniente en el caso de la obra presente.
2.4. Mi Eunomo no entona la melodía de Terpandro ni la de Cepión, ni siquiera la frigia, la lidia o la dórica, sino la canción eterna de la nueva armonía, que lleva el significativo nombre de Dios, el nuevo canto levítico, "que disipa pesar y rencor, haciendo olvidar todos los males" (Homero, Odisea, IV,221). Un dulce y verdadero remedio contra el dolor ha mezclado en su canción.
El Verbo vino a liberar al hombre de la esclavitud del error
3.1. A mí me parece que aquel tracio Orfeo, el tebano y el de Metimna, han sido hombres tales que no son hombres: unos embaucadores que corrompen la vida con el pretexto de la música; poseídos por los demonios mediante un hábil encantamiento para destrucción, celebran orgías violentas, divinizan las ceremonias fúnebres y han sido los primeros en llevar de la mano a los hombres hacia los ídolos; sí, ciertamente, con piedras y maderas, es decir, con estatuas y pinturas, reconstruyen la estupidez de la costumbre, unciendo mediante melodías y encantamientos aquella libertad realmente hermosa de los que habitan bajo el cielo con la extrema esclavitud.
3.2. Sin embargo, mi cantor no es así ni viene sólo para disolver la amarga esclavitud de los demonios que [nos] tiranizan durante mucho tiempo, sino para conducirnos hacia el yugo suave y afable de la piedad (cf. Mt 11,30), y llamar de nuevo hacia los cielos a quienes han estado abandonados en la tierra.
Dios se apiada de la dureza de corazón de los seres humanos
4.1. En efecto, sólo [esa canción] amansó a los animales más temibles que hubo nunca, a los hombres: ciertamente [domesticó] a los hombres ligeros como aves, a los mentirosos como reptiles, a los iracundos como leones, a los voluptuosos como cerdos, a los ladrones como lobos. Ahora bien, los necios son piedras y maderas; incluso más insensible que las piedras es el hombre bañado en la ignorancia.
4.2. Sea nuestro testigo la voz profética, que está de acuerdo con la verdad y compadece a los que se consumen en la ignorancia e insensatez: "Porque Dios puede hacer surgir de estas piedras hijos de Abrahán" (Mt 3,9; Lc 3,7). Al apiadarse de la enorme ignorancia y dureza de corazón de los que eran piedras para la verdad, Él suscitó una semilla de piedad, un soplo de virtud, a partir de aquellas piedras, de las naciones que han creído en las piedras.
La transformación realizada por el Verbo
4.3. Por otra parte, también en otro lugar llamó "raza de víboras" (Mt 3,7; Lc 3,7) a algunos que escupían veneno y a los astutos hipócritas que ponían impedimentos a la justicia; no obstante, si una de estas víboras cambia voluntariamente y sigue al Verbo, se convierte en hombre de Dios (1 Tm 6,11; 2 Tm 3,17). A otros los llama simbólicamente lobos (Mt 7,15), vestidos con piel de oveja, dando a entender que son saqueadores con apariencia de hombres. También a todas estas fieras, las más salvajes, y a los que son como las piedras, el canto celestial los ha transformado en hombres apacibles.
4.4. "Porque también nosotros éramos en otro tiempo insensatos, desobedientes, extraviados, esclavos de las concupiscencias y diversos placeres, viviendo inmersos en la malicia y en la envidia, aborrecibles y odiándonos unos a otros" (Tt 3,3) -como afirma la Escritura apostólica-, "pero cuando apareció la bondad y el amor de Dios, nuestro Salvador, no nos salvó por las obras de justicia que habíamos hecho, sino conforme a su misericordia" (Tt 3,4-5). ¡Mira cuánto pudo la nueva canción! Ha hecho hombres de las piedras y hombres de las fieras. Los que de otro modo estaban muertos, los que realmente no participaban de la vida verdadera, sólo por hacerse oyentes del canto ¡revivieron!
Cristo: "el canto puro"
5.1. Ciertamente también lo dispuso todo con medida y ha dirigido la discordancia de los elementos del mundo hacia una disposición de concierto, para que el cosmos entero realizara una armonía juntamente con él. En efecto, permitió al mar embravecerse, pero le prohibió que invadiera la tierra; a su vez solidificó la tierra, que antes era arrastrada y la fijó como límite del mar (cf. Gn 1,9-10; Jb 38,10-11). Sin duda, suavizó el ímpetu del fuego con el aire, como si templara la armonía dórica con la lidia; también mitigó la rudeza glaciar del viento mezclándola con el fuego, combinando con armonía estos sonidos, que son los primeros de todos.
5.2. Así, el canto puro, soporte del universo entero y armonía de todos los seres, extendiéndose desde el medio hasta los extremos y desde los extremos hasta el medio, ha afinado el conjunto, no según la música tracia, semejante a la de Iubal (cf. Gn 4,21), sino conforme a la voluntad paterna de Dios, anhelada por David (cf. 2 S 7,18-29).
La obra de armonización realizada por el Verbo de Dios
5.3. Ahora bien, el Verbo de Dios, que procede de David y existía antes que él, despreciando la lira y la cítara, instrumentos sin alma, armonizó por medio del Espíritu Santo este mundo y el pequeño universo que es el hombre, su alma y su cuerpo; mediante el instrumento polífono [el Verbo] canta para Dios y acompaña con el instrumento que es el hombre. "Porque tú eres para mí cítara, flauta y templo". Cítara por la armonía, flauta por el espíritu, templo por la razón, para que aquella [cítara] vibre, la otra [flauta] sople y el otro [templo] haga un sitio al Señor.
5.4. Ciertamente, el rey David, el citarista, al que recordábamos poco antes, nos ha exhortado a la verdad y a retornar de los ídolos; sobre todo impedía cantar himnos a los demonios, ahuyentándolos con su música de verdad, con la cual, cantando él solo, curó a Saúl cuando estuvo poseído por aquel [espíritu] (cf. 1 S 16,23). El Señor, enviando su soplo sobre ese hermoso instrumento que es el hombre, lo hizo según su propia imagen (cf. Gn 1,27). Sin duda, también Él es instrumento armonioso de Dios, bien proporcionado y santo, sabiduría que está por encima de este mundo, Verbo celestial.
Cristo pasó haciendo el bien por esta tierra
6.1. ¿Qué desea el instrumento, el Verbo de Dios, el Señor y el canto nuevo? Abrir los ojos de los ciegos, destapar los oídos de los sordos, conducir hacia la justicia a los lisiados y a los extraviados (cf. Is 29,18; 35,5-6; Mt 11,5; Mc 7,37; Lc 7,22), mostrar a Dios a los hombres insensatos, detener la corrupción, vencer a la muerte y reconciliar con el Padre a los hijos desobedientes.
6.2. El instrumento de Dios ama a ios hombres: el Señor se apiada, educa, estimula, advierte, salva, protege y como recompensa añadida de nuestro aprendizaje promete el reino de los cielos, aprovechándose de nosotros únicamente en eso, en que seamos salvados. En efecto, el mal apacienta la corrupción de los hombres; pero lo mismo que la abeja no maltrata nada de lo existente, la verdad se felicita únicamente de la salvación de los hombres.
La divinidad del Verbo. La novedad de la verdad. Cristo es el "canto nuevo" para los cristianos
6.3. Si tienes la promesa y posees el amor a los hombres, ¡participa de la gracia! Y no pienses que mi nuevo canto salvador es como un utensilio o una casa; ciertamente existía antes del lucero de la mañana (Sal 109[108],3), y "en el principio era el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios" (Jn 1,1).
6.4. Ahora bien, el error es antiguo, mientras que la verdad se muestra nueva. En efecto, aunque las cabras de los mitos enseñan que los frigios son antiguos, aunque también los poetas escriben que los arcadios fueron anteriores a la luna, aunque incluso algunos hayan soñado que la tierra de los egipcios fue la primera en alumbrar dioses y hombres, sin embargo, antes de este mundo no existió ninguno de ellos, sino que, antes de la fundación del mundo existimos nosotros (cf. Ef 1,4), los que fuimos engendrados primero por Dios, porque era necesario que viviéramos en Él; nosotros, las figuras racionales del Verbo de Dios, estaremos entre los [más] antiguos gracias a Él, porque "en el principio era el Verbo" (Jn 1,1).
6.5. Pero puesto que el Verbo era el origen, era y también es comienzo divino de todas las cosas; y como ahora recibió el nombre santificado desde antiguo, y digno de poder, Cristo, ha sido llamado canto nuevo para mí.
Cristo es la causa de nuestra felicidad
7.1. Por consiguiente el Verbo, Cristo, es causa no sólo de que nosotros existamos desde antiguo (porque Él estaba en Dios), y de que seamos felices. Ahora este mismo Verbo se ha manifestado a los hombres, el único que es a la vez Dios y hombre, y causa de todos nuestros bienes. Aprendiendo de Él a vivir virtuosamente, somos conducidos a la vida eterna.
7.2. Así decía aquel divino Apóstol del Señor: "Se ha manifestado la gracia de Dios, portadora de salvación para todos los hombres, educándonos para que renunciemos a la impiedad y a las concupiscencias mundanas, y vivamos con prudencia, justicia y piedad en este mundo, aguardando la esperanza bienaventurada y la, manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo" (Tt 2,11-13).
El Salvador preexistente
7.3. Éste es el canto nuevo, la aparición que ha brillado ahora entre nosotros, del Verbo que existía en el principio y del que preexistía; apareció hace un instante el Salvador preexistente, apareció el que se halla en el que existe (cf. Ex 3,14), porque "el Verbo estaba junto a Dios" (Jn 1,1), un maestro, apareció un Verbo por el que se creó todo (cf. Jn 1,3); además, otorgándonos el vivir en el comienzo mediante la creación como un demiurgo, [nos] enseñó a vivir virtuosamente manifestándose como maestro, para luego guiar el coro, como Dios, a la vida eterna".
7.4. No es ahora la primera vez que se lamentó de nuestro error, sino antes, en el principio; en cambio ahora, apareciendo, ha salvado a los que ya perecían. En efecto, la malvada y reptante fiera esclaviza y maltrata incluso ahora seduciendo a los hombres, me parece a mí, vengándose como aquellos bárbaros, que dicen que atan a los prisioneros de guerra a cadáveres, hasta que se descomponen también con ellos.
Uno salva a todos y les llama a la salvación
7.5. Ciertamente este mismo malvado tirano y dragón, a los que ha podido captar desde su nacimiento, tras haberlos ligado estrechamente por la atadura fatal de la superstición a las piedras, maderas, estatuas y algunos ídolos de esa clase, los llevó -esto es lo que se dice- a enterrar vivos sepultándolos con aquellos, hasta que también se corrompieran.
7.6. Así, gracias a uno (puesto que uno fue el que engañó a Eva en el comienzo [cf. Gn 3,1 ss.], pero ahora conduce a la muerte a los demás hombres), uno también es el mismo Señor, nuestro protector y defensor, el que desde el principio nos anunciaba previamente de manera profética, pero que ahora también nos llama ya con claridad a la salvación.
Las obras del Verbo en la historia de salvación
8.1. Así, entonces, obedeciendo al precepto apostólico, evitemos al príncipe del poder del aire, del espíritu que ahora actúa en los hijos de la desobediencia (Ef 2,2), y corramos al Salvador, al Señor, el que también ahora y siempre exhorta a la salvación, por medio de prodigios y señales en Egipto (cf. Ex 7,3; Hc 7,36), y en el desierto por medio de la zarza (cf. Ex 3,2) y de la nube (cf. Ex 13,21), que a manera de una sirvienta acompañaba a los hebreos por gracia de su amor al hombre.
8.2. Con este temor exhortaba a los [hombres] de duro corazón; pero también por medio del sapientísimo Moisés y del amante de la verdad, Isaías, y de todo el coro profético vuelve hacia el Verbo, del modo más lógico, a los que tienen oídos; alguna vez desprecia y otras veces también amenaza; incluso a algunos hombres les llora; a otros les canta, como el buen médico que aplica los emplastos a los cuerpos enfermos, haciendo masajes a unos, dando lociones a otros, abriendo con el bisturí a unos, cauterizando a otros, y a veces también amputando, si aún es posible sanar al hombre en algún miembro o parte.
El amor del Señor por el género humano es compasivo
8.3. El Salvador es elocuente e ingenioso respecto a la salvación de los hombres (cf. Hb 1,1): rechazando advierte, amonestando duramente convierte, lamentándose se compadece, salmodiando invita, habla por medio de la zarza (cf. Ex 3,2) (aquellos [hombres] tenían necesidad de señales y prodigios [cf. Jn 4,48]), y con el fuego asusta a los hombres, encendiendo la llamita de una columna, ejemplo de gracia y temor a la vez: si obedeces, [tendrás] la luz, si desobedeces, el fuego. Ahora bien, puesto que la carne es de más valor que una columna y una zarza, después de aquello gritan unos profetas; es el Señor mismo el que habla en Isaías, Él mismo en Elías, Él mismo en boca de [los demás] profetas.
8.4. Pero tú, en cambio, si no crees en los profetas y consideras una fábula tanto a esos hombres como al fuego, el mismo Señor te dirá que, "existiendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a la cual aferrarse, sino que se anonadó a sí mismo" (Flp 2,6-7), Él, que es Dios compasivo y desea ardientemente salvar al hombre. Incluso el mismo Verbo te habla con claridad, llenando de vergüenza la incredulidad de ustedes; sí, lo afirmo, el Verbo de Dios se ha hecho hombre, para que también tú, que eres hombre, aprendas cómo en verdad un hombre puede un día lle gar a ser Dios.
Juan Bautista
9.1. ¿Acaso no es absurdo, amigos, que Dios nos estimule siempre a la virtud, y que nosotros evitemos la ayuda y aplacemos la salvación? ¿Quizás no invita a la salvación también Juan [Bautista], quien viene a ser todo él una voz protréptica? Por lo tanto preguntémosle: "¿Quién eres entre los hombres?" (Homero, Odisea, I,170). Dirá que no es Elias y negará ser Cristo; reconocerá que es una voz que grita en el desierto (cf. Jn 1,20-23). En realidad, ¿quién es Juan? Para resumirlo con una imagen -permítaseme decirlo-, es una voz del Verbo que exhorta gritando en el desierto. ¿Qué gritas, voz? "Dínoslo también a nosotros" (Homero, Odisea, I,10). "Hagan rectos los caminos del Señor" (Mt 3,3; Mc 1,3; Lc 3,4; Jn 1,23; Is 40,3).
9.2. Juan es precursor y voz predecesora del Verbo, voz es timuladora, que predispone para la salvación, voz que incita hacia la herencia de los cielos; por ella, la estéril y solitaria no será ya infecunda (cf. Is 54,1; Ga 4,27). Una voz de ángel me predijo el embarazo; aquella voz también era precursora del Señor, por que anunció una buena noticia a una mujer estéril (cf. Lc 1,7. 13. 19), lo mismo que Juan al desierto.
El Verbo regala a los creyentes la vida eterna
9.3. Por la voz del Verbo la [mujer] estéril es feliz de tener hijos y el desierto produce frutos; las dos voces precursoras del Señor, la del ángel y la de Juan, me insinúan la salvación que encierran, para que, manifestado el Verbo, recibamos el fruto del feliz alumbramiento: la vida eterna.
9.4. Así, uniendo las dos voces en una, la Escritura lo aclara todo: "Escuche la que no dio a luz; prorrumpa en canto la que no tuvo do lores de parto, porque son más los hijos de la solitaria que los de la que tiene marido" (Is 54,1; cf. 1 S 2,5; Sal 113[112],9). Un ángel nos anunció la buena nueva, Juan nos estimuló a conocer al labrador, a buscar al marido.
5. En efecto, es único y el mismo el esposo de la estéril, el labrador del desierto y el que llenó de poder divino tanto a la [mujer] estéril como al desierto. Puesto que son muchos los hijos de la bien nacida, pero por su incredulidad estaba sin hijos la mujer hebrea -desde eí principio con muchos hijos-, la estéril recibe al esposo y el desierto al labrador; en seguida, mediante el Verbo ambas son madres: uno de frutos y la otra de creyentes; no obstante, para los infieles aún sobrevive una [mujer] estéril y un desierto.
El Verbo nos revela los secretos proféticos. Cristo es la puerta
10.1. Juan, el heraldo del Verbo, exhorta de este modo a estar preparados para la venida de Dios'22, de Cristo, y esto era lo que insinuaba el silencio de Zacarías, porque esperaba con paciencia el fruto precursor de Cristo (cf. Lc 1,20 ss.), para que la luz de la verdad, el Verbo, resolviera el silencio misterioso de los secretos proféticos, y lo transformase en buena noticia.
10.2. Pero sí tú deseas ver realmente a Dios, participa en los sacrificios dignos de Dios, no te corones con hojas de laurel, ni con cintas de lana o púrpura, sino con justicia, y rodeado con las hojas de la continencia; busca por todos los medios a Cristo: "Porque yo soy la puerta" (Jn 10,7. 9), afirma en algún sitio; a los que queremos entender a Dios conviene que la conozcamos, para que nos abra de una vez todas las puertas de los cielos.
10.3. Ciertamente las puertas del Verbo son razonables y se abren con la llave de la fe: "Nadie conoce a Dios sino el Hijo y a quien el Hijo se lo revele" (Mt 11,27). Sé bien que el que abre una puerta, cerrada hasta ahora, a continuación revela las cosas que hay dentro y muestra las que ni siquiera era posible conocer antes, excepto las enviadas por medio de Cristo, únicamente a través del cual se contempla a Dios.
Capítulo II. Comienzo de la primera parte (capítulos II al VII): los cultos y los misterios paganos
Crítica de los oráculos y de los nigromantes paganos
11.1. No se ocupen en templos impíos, ni en aberturas abismales llenas de historias inverosímiles, o en las calderas de Tesprotia, en el trípode de Cirra o en el bronce de Dodona; abandonen el añoso tronco de árbol honrado por las arenas desérticas, y el oráculo consumido allí mismo en aquella encina con los envejecidos mitos. Al menos ha enmudecido la fuente de Castalia y la de Colofón, y los restantes arroyos de adivinos han muerto igualmente y se ha demostrado, tarde ciertamente, que estaban llenos de humo, desapareciendo igualmente con los propios mitos.
11.2. Descríbenos también los oráculos no respondidos de la otra adivinación, más bien locura: el de Claros, Delfos, Dídima, Anfiarao, Apolo y Anfíloco, y examina juntamente con ellos, si quieres, a los que observan los prodigios, el vuelo de las aves y a los intérpretes de los sueños, y coloca al mismo tiempo junto al templo de Delfos a los adivinos que se sirven de harina y de cebada para sus vaticinios y a los ventrílocuos, estimados aún por la mayoría (cf. Lv 19,31; 20,6; 1 S 28,7; Is 8,19). Sí, ciertamente; vayan a parar a la tiniebla los santuarios de los egipcios y los lugares de magia negra de los tirrenos.
11.3. Estas locuras son en verdad sutilezas capciosas de hombres incrédulos y casas de juego de un engaño absoluto; compañeros de tal magia son las cabras amaestradas en la adivinanza, y los cuervos adiestrados por hombres para vaticinar respecto de [otros] hombres.
Aberraciones de los misterios paganos
12.1. ¿Y qué, si te enumero los misterios? No parodiaré ciertamente, como dicen de Alcibíades, pero desnudaré muy bien, según la palabra de la verdad, la magia escondida en ellos y a los llamados por sus dioses, cuyas ceremonias místicas haré dar vueltas como en el escenario de la vida para los espectadores de la verdad.
12.2. Unas bacantes celebran orgías al furioso Dioniso (o: Dionisio), realizando el delirio sagrado de comer carne cruda, y distribuyen la carne ritual de las víctimas coronadas con las serpientes, gritando "Eván", aquella Eva a la que siguió de cerca el error; también es símbolo de las orgías báquicas una serpiente consagrada. Ahora, al menos según la pronunciación exacta de los hebreos, el nombre de Evia, con vocal aspirada, significa una serpiente hembra. Deo y Cora se convirtieron ya en un drama teatral místico y Eleusis celebra con antorchas el error, el rapto y el infortunio de ellas.
Las orgías y los misterios entre los pueblos paganos. Su carácter profundamente dañino
13.1. Me parece que también es necesario dar una etimología a las orgías y los misterios; unas porque provienen de la cólera surgida de Deo contra Zeus, los otros del crimen que sobrevino alrededor de Dioniso; pero si [deriva] de un tal Miunte del Ática, que dice Apolodoro que murió en una cacería, no hay que rechazarlo: sus misterios se parecen a una honra fúnebre.
13.2. También es posible además que consideres los misterios [como] tradiciones, al ser semejantes las letras, porque, entre todos, también son éstos los mitos que cautivan a los tracios más bárbaros, a los frigios más insensatos y a los griegos más supersticiosos.
13.3. Perezca, entonces, el iniciador de esta artimaña en los hombres, ya sea Dárdano, el que manifestó los misterios de la Madre de los dioses, o Etión, el que estableció las orgías y las ceremonias de iniciación de los habitantes de Samotracia, o aquel Midas el frigio, quien aprendió junto al odrisio, y después transmitió un ingenioso engaño a los que le estaban subordinados.
13.4. Ciertamente no me seducirá nunca el isleño chipriota Ciniras, quien trasladó de la noche al día las orgías lascivas de Afrodita, porque quería divinizar a una conciudadana prostituta.
13.5. Otros afirman que Melampo, el hijo de Amitaón, trasladó desde Egipto a Grecia las fiestas de Deo: un duelo cantado con himnos. Yo diría que éstos fueron el principio del mal, los padres de mitos impíos y de una funesta superstición, porque sembraron en la vida los misterios como semillas del mal y de la corrupción.
Desenmascaramiento de los misterios y de los relatos paganos
14.1. Pero en este instante, puesto que es el momento oportuno, demostraré que sus mismas orgías están llenas de engaño y de relatos inverosímiles. Y, si están iniciados en los misterios, se reirán sobre todo ahora de esos sus venerados mitos. Proclamaré abiertamente las cosas secretas, sin avergonzarme de decir lo que ustedes no se avergüenzan de dar culto.
14.2. Ciertamente, la nacida de la espuma del mar y en Chipre (Hesíodo, Theogonía, 196. 199), la amante de Ciniras (me refiero a Afrodita, la enamorada de los genitales masculinos, porque nació de ellos, de aquellos amputados de Urano, lascivos, que después de la amputación cayeron en el mar encrespado [Hesíodo, Theogonía, 188-200]), puesto que Afrodita se ha convertido para ustedes en un digno fruto de las partes impúdicas, y en los ritos de esta diosa marina de la voluptuosidad, como indicio del parto, también a los que se inician en el arte de la fornicación se les entrega un grano de sal y un falo; los iniciados le ofrecen una moneda, como los amantes a una concubina.
Los misterios paganos son una burla
15.1. Los misterios de Deo son también las uniones amorosas de Zeus con la madre Deméter (no sé cómo debo llamarla en adelante, si madre o esposa) y el enojo de Deo, debido al cual se dice que se dio el nombre de Brimó; también existen las súplicas de Zeus, el brebaje de hiel, la extracción del corazón y acciones abominables. Estas cosas consuman los frigios a Atis, Cibeles y los coribantes.
15.2. Ellos han divulgado que Zeus, arrancando los testículos de un carnero, como por casualidad los tomó y los arrojó en medio de los senos de Deo, pagando un falso castigo de una forzada relación sexual, como si él mismo se hubiera mutilado.
15.3. Presentados con detalle los símbolos de esta iniciación, sé que moverán a risa, incluso a ustedes que no se reirían por motivos de convicción. "Comí gracias al tímpano y bebí gracias al timbal; llevé los vasos sagrados; penetré en el interior de la cámara nupcial" (Escolio sobre Platón, Gorgias, 497c, bis). ¿Estas cosas no son símbolos de afrenta? ¿No son una burla los misterios?
Impotencia de los dioses paganos
16.1. ¿Y si añadiera lo que queda? En verdad Deméter queda encinta y Cora es alimentada, y de nuevo el mismo Zeus, el que la engendró, se revuelca con Perséfone, su propia hija, después de [hacerlo con] su madre Deo, y olvidado del primer crimen -Zeus fue padre y seductor de una virgen- se unió a ella convertido en serpiente, demostrando él lo que era en realidad.
16.2. Al menos un símbolo de los misterios de las sabacias para los iniciados es el dios a través del seno. Este mismo es una serpiente que se arrastra por el seno de los iniciados, demostración de la impotencia de Zeus.
16.3. También Perséfone da a luz un hijo con forma de toro. Tranquilízate, lo afirma un poeta idólatra: "El toro es padre de la serpiente, y del toro la serpiente, en el monte, boyero, está el aguijón oculto" (¿Rintón de Siracusa?), llamando -pienso yo- aguijón del boyero a la férula con que se coronan los sacerdotes de Baco.
Misterios inhumanos
17.1. ¿Quieres también que te describa la recogida de flores de Perséfone, la canastilla, el rapto por Hades, el resquebrajamiento de la tierra, los cerdos de Eubuleo, que fueron tragados junto con las dos diosas y por esta causa los que actúan como los megarenses arrojan cochinillos en las Tesmoforias? Esta exposición mitológica la festejan las mujeres de forma diversa según la ciudad: son las Tesmoforias, Esciroforias y Arretoforias, que dramatizan de forma diferente el rapto de Perséfone.
17.2. Los misterios de Dioniso son del todo inhumanos. Cuando [Dioniso] aún era un niño, mientras los Curetes bailaban a su alrededor una danza guerrera, se introdujeron con disimulo los Titanes, que lo engañaron con juguetes infantiles y los mismos Titanes lo descuartizaron, a pesar de que era un niñito, como dice el poeta de esta ceremonia religiosa, el tracio Orfeo: "Un trompo, una rueda y unos juguetes articulados, y unas bellas manzanas de oro de las sonoras Hespérides" (Fragmentos Órficos, 34).
El mito dionisíaco
18.1. Para censurarlos, no es inútil presentarles los inútiles símbolos de esta iniciación: una taba, una pelota, un trompo, unas manzanas, un tamboril, un espejo y un vellón de lana. Ciertamente, Atenea, sustrayendo el corazón de Dioniso, fue denominada Palas por el palpitar del corazón. Pero los Titanes, que también lo habían destrozado, colocando una especie de caldero sobre un trípode y arrojando los miembros de Dioniso, inicialmente los colgaron; después, atravesándolos con pequeñas lanzas, los pusieron encima de Hefesto (Homero, Ilíada, II,426).
18.2. Apareciendo luego Zeus (como era dios, al instante recibe allí mismo el olor de la grasa de la carne que estaba cociéndose, cuyo [olor] sus dioses confiesan obtener como homenaje), hiere a los Titanes con un rayo y confía a su hijo Apolo enterrar los miembros de Dioniso. Éste no desobedeció a Zeus y llevándolo hasta el Parnaso deposita el cadáver destrozado.
Los mitos y las aberraciones de los adoradores de la diosa Cibeles (los coribantes)
19.1. Si quieres puedes inspeccionar también las orgías de los coribantes, quienes al matar al tercer hermano, cubrieron ellos mismos la cabeza del muerto con una tela color púrpura, le pusieron una corona y lo enterraron, llevándolo sobre un escudo de bronce al pie del Olimpo. Éstos son los misterios: muertes y enterramientos, por decirlo brevemente.
19.2. Los sacerdotes mismos de estos [misterios], a los cuales llaman jefes de los coribantes los que quieren darles un nombre, añaden prodigios al acontecimiento, al prohibir colocar sobre la mesa perejil con raíz; en efecto, piensan que el perejil ha nacido de la sangre que brota del coribante.
19.3. Ciertamente como las que celebran las fiestas Tesmoforias también procuran no comer las semillas de la granada; en efecto, piensan que de las gotas de sangre de Dioniso caídas en tierra surgieron las granadas.
19.4. Los que llaman cabiros a los coribantes también denuncian la iniciación cabírica; pues esos dos fratricidas recogieron la canastilla en la que se encontraban las partes pudendas de Dioniso y las condujeron hacia Tirrenia, traficantes de una gloriosa mercancía. Allí permanecieron, pues eran fugitivos, y recomendaron a los tirrenos la muy honrada enseñanza de piedad: tributar honores divinos a unas partes pudendas y a una canastilla. Por esta causa, no sin razón, algunos quieren denominar Atis a Dioniso, porque estaba privado de las partes pudendas.
Los misterios escondidos de los atenienses
20.1. Y ¿qué tiene de asombroso el que los tirrenos bárbaros sean así iniciados en placeres vergonzosos, cuando entre los atenienses y el resto de Grecia -me da vergüenza incluso mencionarlo- existe la mitología relativa a Deo repleta de deshonra? En efecto, errante Deo en la búsqueda de su hija Cora, cerca de Eleusis (ésta es una ciudad del Ática) da un rodeo y, afligida, se sienta en un pozo. Aun ahora se prohíbe esto a los que son iniciados, para que no parezca que celebran una fiesta imitando a la que se afligía.
20.2. Los hijos de la tierra habitaban Eleusis en ese momento; sus nombres eran Baubó, Disaules, Triptólemo, Eumolpo y Eubuleo. Triptólemo era boyero, Eumolpo pastor y Eubuleo porquerizo. De ellos florecieron en Atenas la raza de los eumólpidas y la sacerdotal de los céricos.
20.3. Así (en efecto, no dejaré de decirlo), la [diosa] Baubó, recibiendo como huésped a Deo, le ofreció un brebaje, pero rechazándolo no quiso recibirlo ni beber (puesto que estaba de luto) y Baubó, quedando muy afligida, porque ahora era despreciada, descubre las partes pudendas y se exhibe a la diosa. Como la [diosa] Deo se divierte con el espectáculo, aunque con esfuerzo, también acepta entonces la bebida, encantada con tal visión.
Los relatos órficos
21.1. Éstos son los misterios escondidos de los atenienses. Estos mismos los consigna también Orfeo. Te ofreceré los relatos mismos de Orfeo, para que tengas al iniciador de los misterios como testigo de la desvergüenza: "Hablando así, se subió el manto y mostró toda una imagen inconveniente del cuerpo; era el niño Yaco que reía, golpeando con la mano por debajo del seno de Baubó. Y cuando sonrió la diosa, sonrió dentro de su corazón, y aceptó el multicolor vaso, en el que se hallaba un brebaje" (Fragmentos Órficos, 215).
21.2. Ésta es la señal convenida en los misterios eleusianos: "Ayuné, bebí el brebaje, tomé del cesto y, después de manipularlo, lo trasladé a una canasta y de la canasta a una canastilla" (Homero, Ilíada, II,547). ¡Hermosos espectáculos dignos de una diosa!
Iniciaciones profanas y ceremonias deshonrosas entre los griegos
22.1. Por consiguiente, son ceremonias dignas de la noche, del fuego y del pueblo magnánimo (Homero, Ilíada, II,547); mejor, del pueblo frívolo de los erecteidas, juntamente también con los otros griegos, "a los que después de morir les aguardan cosas inesperadas" (Heráclito, Fragmentos, 27).
22.2. ¿Para quiénes profetiza el efesio Heráclito? "Para los que deambulan por la noche, para los magos, las bacantes, las lenesas y los iniciados" (Heráclito, Fragmentos, 14); a éstos les amenazan las cosas posteriores a la muerte; a éstos les vaticina el fuego; "porque se consagran con impiedad a lo que los hombres sancionan como misterios" (Heráclito, Fragmentos, 14).
22.3. Sin duda, los misterios de la serpiente son una costumbre y suposición inútiles y un engañoso tributo de honores divinos; en realidad se inician en los misterios con iniciaciones profanas y ceremonias deshonrosas, por la piedad bastarda de los que suplican.
22.4. Así son también los cestos místicos. En efecto, es necesario poner al desnudo sus cosas sagradas y declarar lo indecible. ¿Esas cosas no son pasteles de sésamo y miel, en forma piramidal y esférica, galletas para los sacrificios con varios salientes, granos de sal y una serpiente, el símbolo ritual de Dioniso Basareo? Además de eso, ¿acaso no hay también granadas, ramas de higuera, cañahejas, hiedras y además también pastillitas y adormideras? ¡Ésos son sus objetos sagrados!
22.5. Y aún más, los símbolos inefables de Temis son orégano, una antorcha, una espada y un peine de mujer, que es referir eufemística y misteriosamente al miembro femenino.
22.6. ¡Oh descaro manifiesto! Antiguamente la noche silenciosa era para los hombres sensatos una tapadera del placer; en cambio ahora la noche es para los iniciados la que hace elocuente la tentación de la incontinencia, y la llama de una antorcha sonroja a las pasiones.
22.7. Apaga, hierofanta, la llama; respeta, portador, las antorchas. Tu luz avergüenza a Iaco. Permite que los misterios sean escondidos en la noche. Honra las orgías en la oscuridad. El fuego no disimula, ordena avergonzar y castigar.
Los dioses paganos no existen
23.1. Éstos son los misterios de los ateos; llamo con razón ateos a esos que han ignorado al que es realmente Dios, y adoran desvergonzadamente a un niño destrozado por unos Titanes, a una mujer que está de luto y a unos miembros que no se pueden nombrar verdaderamente por pudor; están poseídos por una doble impiedad: la primera porque ignoran a Dios, no reconociendo al que realmente es Dios; y la segunda por este otro error, al pensar que existen los que en realidad no existen, y por llamar dioses a esos que no lo son en realidad y, sobre todo, que no existen y que no son más que un simple nombre.
23.2. Por eso, el Apóstol nos convence diciendo: "También eran ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo" (Ef 2,12).
Algunos sin conocer la verdad, sospecharon de los mitos paganos
24.1. Muchas cosas buenas sucedieron con el rey de los escitas, el cual era algún tiempo Anacarsis. Éste atravesó con una flecha a un ciudadano suyo que imitaba entre los escitas una ceremonia religiosa de los cícicos en honor de la madre de los dioses, mientras tocaba un tímpano, hacía resonar el címbalo y colgaba del cuello las figurillas sacerdotales de los limosneros de Cibeles, por haberse convertido en un cobarde entre los griegos y maestro para los demás escitas de la enfermedad del afeminamiento.
24.2. Por ello (pues no hay que ocultarlo jamás) me admira con qué motivo han llamado ateos a Evémeros de Agrigento, a Nicanor de Chipre, a un tal Diágoras y a Hipón de Melos, y con éstos a aquel de Cirene (de nombre Teodoro) y a otros muchos que han vivido con sensatez y han contemplado con más agudeza que el resto de los hombres el error referente a esos dioses; aunque no conocieron la verdad misma, sin embargo sospecharon el error, lo cual hace germinar una semilla no pequeña, que vivifica el fuego del entendimiento hacia la verdad.
24.3. Ciertamente uno de esos recomendaba a los egipcios: "Si piensan que son dioses, no se lamenten, ni se golpeen el pecho (por ellos); pero si les lloran, entonces no consideren que son dioses" (Jenófanes, Testimonios, 13).
4. Otro, recogiendo un Heracles [o: Hércules] de madera (mientras cocinaba algo en casa, lo cual es verosímil), dijo: "Ea, Heracles; ahora es ya el momento de que nos ayudes, como a Euristeo, a realizar este decimotercer trabajo y a preparar a Diágoras el alimento" (Herodoto, Historias, IV,76); y así lo arrojó al fuego como leña.
Contra el politeísmo
25.1. En verdad, ateísmo y superstición son cimas de ignorancia; hay que procurar permanecer fuera de ellos. ¿No ves al hierofanta de la verdad, a Moisés, que prohibió participar en la asamblea a un eunuco, un castrado, e incluso al hijo de una prostituta? (cf. Dt 23,1-2).
25.2. Con los dos primeros da a entender la conducta atea, la que está privada de la fuerza divina y fecunda; mediante el tercero que queda [da a entender] al que invoca a muchos dioses falsos en lugar del único Dios verdadero, lo mismo que el hijo de una prostituta demanda a muchos padres por desconocimiento del verdadero padre.
Predisposición del hombre hacia el conocimiento de Dios
25.3. Existía una innata relación antigua del cielo con los hombres, que aunque obnubilada por ignorancia, sin embargo en algún sitio salió repentinamente de la tiniebla y se hizo resplandeciente, como aquello que dice uno: "¿Ves el cielo infinito en lo alto, y a la tierra rodeada por doquier con húmedos brazos?" (Eurípides, Fragmentos, 941). Y también: "Oh soporte de la tierra, que tienes un trono sobre ella; quién seas tú, es difícil de examinar" (Eurípides, Troyanas, 884-885). Y otras cosas parecidas cantan los discípulos de los poetas.
25. 4. Sin embargo son pensamientos engañosos, verdaderamente perniciosos y que apartan del camino recto; desviaron de la casa del cielo a la planta celestial (Platón, Timeo, 90 A), al hombre, y lo arrojaron sobre la tierra, persuadiéndole a adherirse a figuras de tierra.
Siete modos de inventar dioses
26.1. Ciertamente unos, engañados en seguida respecto a la contemplación del cielo y confiando en la sola capacidad de ver, al contemplar los movimientos de los astros, se llenaron de admiración y los divinizaron, llamando a los astros dioses a partir del verbo correr, y adoraron el sol, como los indios, y la luna, como los frigios.
26.2. Otros, cosechando frutos cultivados de los que brotan de la tierra, llamaron al trigo Deo, como los atenienses, y a la viña Dioniso, como los tebanos.
26.3. Otros, fijándose en las expiaciones del mal divinizaron los castigos incluso adorando las desgracias. De ahí que los poetas inventaran en torno al teatro las Erinias, las Euménides, las Palamneas, las Prostropeas e incluso las Aíastoreas.
26.4. También ahora algunos filósofos, siguiendo a los poetas, personifican las clases de pasiones que hay en ustedes: Fobos, Eros, Jara y Elpis, sin duda lo mismo que también el antiguo Epiménides erigió altares en Atenas a la Hibris y a Anaides.
26.5. Otros, apoyándose en los mismos sucesos, son divinizados por los hombres y representados con cuerpo humano; así Dike, Cloto, Laquesis, Átropos, Eimarmene, Auxó y Taló, las atenienses.
26.6. Hay una sexta manera de introducir el engaño, de inventar dioses, según la cual se enumeran doce divinidades, de las que Hesíodo canta el nacimiento en su "Teogonía", y Homero menciona esas divinidades muchas veces.
26.7. Falta una última manera (porque hay en total siete maneras), la originada por el beneficio divino proporcionado a los hombres. En efecto, al no conocer al dios benefactor, imaginaron unos determinados salvadores: a los Dioscuros, a Heracles que alejaba los males, y a un Asclepio médico.
Los cristianos hemos sido arrancados del error y caminamos en la verdad
27.1. Ciertamente éstos son los deslices y las nocivas digresiones de la verdad; lanzan desde lo alto del cielo al hombre y lo hacen caer en un abismo. Pero quiero mostrarles de cerca a los mismos dioses, quiénes son y si existen, para que alguna vez pongan ya fin al engaño y de nuevo vuelvan al cielo.
27.2. "En verdad éramos hijos de la ira como los demás; pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, aunque estábamos muertos por nuestros pecados, nos dio vida en Cristo" (Ef 2,3-5). "Ciertamente, la palabra de Dios es viva" (Hb 4,12) y quien ha sido sepultado con Cristo es elevado hasta Dios (cf. Rm 6,4; Col 2,12). Los aún incrédulos son llamados hijos de la ira, porque se alimentan de ella (cf. Ef 2,3). En cambio nosotros no somos ya criaturas de la ira, porque hemos sido arrancados del error y nos lanzamos hacia la verdad.
27.3. De esta manera nosotros, los que fuimos hijos de la iniquidad en otro tiempo, hemos llegado a ser ahora hijos de Dios por el amor del Verbo al hombre. Pero a vosotros también os insinúa vuestro poeta Empédocles de Agrigento: "Puesto que están inquietos por penosas desgracias, nunca aliviarán el corazón de infelices aflicciones" (Empedócles, Fragmentos, 145).
27.4. Así entonces, la mayor parte de lo relacionado con sus dioses han sido fábulas e invenciones; y otras cosas que se supone han sucedido, ésas se han escrito respecto de hombres que han vivido vergonzosa e impúdicamente: "Caminan con orgullo y locura, y abandonando un sendero directo y en línea recta, marchan a través del de cardos y espinos. ¿Por qué vagan, mortales? Descansen, insolentes; abandonen la oscuridad de la noche y tomen la luz" (Oráculos Sibilinos, fragmentos, 1,23.25. 27).
5. Esto es lo que nos recomiendan las profecías y los poemas de la Sibila. Y nos recomienda también la verdad, desnudando de estas máscaras horribles y espantosas a la multitud de dioses, y refutando esas creaciones imaginarias con otras semejantes.
Las creaciones imaginarias de la mitología pagana
28.1. Así, por ejemplo, hay quienes consignan tres Zeus: el [hijo] de Éter en Arcadia y los otros dos hijos de Crono, de los cuales uno estaba en Creta y otro en Arcadia también.
28.2. Otros suponen cinco Ateneas: la de Hefesto, la ateniense; la del Nilo, la egipcia; la tercera es la de Crono, la inventora de la guerra; la cuarta, la de Zeus, a quien los mesenios llaman Corifasia por la madre; y sobre todas está la [hija] de Palante y de Titán, hija del Océano, la que inmoló sacrílegamente a su padre y se adornó con la piel paterna como con un vellocino.
28.3. Ciertamente, Aristóteles menciona a un primer Apolo al hijo de Hefesto y Atenea (luego Atenea ya no era virgen); un segundo al hijo del coribante en Creta; el tercero al hijo de Zeus, y un cuarto al arcadio hijo de Sileno. Este es llamado Nomio entre los arcadios; además de éstos enumera al libio, el hijo de Aramón. Y el gramático Dídimo añade a éstos un sexto, el de Magnesia.
28.4. ¿Cuántos Apolos hay también ahora, innumerables hombres mortales y destinados a morir, llamados de modo semejante a esos [dioses] antes aludidos?
Los dioses paganos no son más que invenciones humanas
29.1. ¿Pero y si te mencionara a los muchos Asclepios, los numerosos Hermes o los mitológicos Hefesto? ¿Acaso no pareceré que soy también pesado al inundar sus oídos con otros muchos nombres? No obstante, sus mismas patrias, oficios, vidas e incluso las sepulturas explican que son hombres.
29.2. Ares, el honrado entre los poetas como sigue: "Ares, Ares, peste de hombres, asesino, destructor de murallas" (Homero, Ilíada, V,31. 455), éste "inconstante" (Homero, Ilíada, V,831) y "malévolo" (Homero, Ilíada, XXIV,365) era de Esparta, como dice Epicarmo; en cambio, Sófocles lo conoce tracio y otros de Arcadia.
29.3. Homero dice [de él] que estuvo encarcelado durante trece meses: "Ares sufrió, cuando Oto y el poderoso Epialtes, hijos de Aloeo, lo ataron con una fuerte cadena; estuvo recluido en una prisión de bronce durante trece meses" (Homero, Ilíada, V,385-387).
29.4. ¡Muchos bienes obtengan los carios que le sacrifican los perros! Y los escitas no cesen de inmolarles los asnos, como dicen Apolodoro y Calímaco: "Febo se levantó con los sacrificios hiperbóreos de los asnos" (Calímaco, Fragmentos, 492). Éste mismo [dice] en otro lugar: "Los pingües sacrificios de asnos agradan a Febo" (Calímaco, Aetia, 186).
29.5. Hefesto, al que Zeus arrojó del Olimpo, cayendo desde la casa divina (Homero, Ilíada, I,591) en Lemnos, trabajó el bronce; mutilado de ambos pies, sin embargo caminaba ágilmente con unas piernas delgadas (Homero, Ilíada, XVIII,411).
Actividades de los falsos dioses
30.1. También tienes entre los dioses un médico, no sólo un herrero; el médico era amante del dinero, de nombre Asclepio. Y te presentaré a su poeta, el beocio Píndaro: "También lo sedujo con magnífica paga, surgiendo oro en sus manos; pero con su mano el hijo de Crono, sacando el aliento de su pecho, lo lanzó rápidamente, y un ardiente rayo [le] infligió la muerte" (Píndaro, Pythia, 3,97. 100-105).
30.2. También Eurípides [dice]: "En efecto, Zeus es el causante de que matara a mi hijo Asclepio, al arrojarle el rayo a los pechos" (Eurípides, Alceste, 3-4). Así, éste yace fulminado en los confines de Cinosuria.
30.3. Filócoro dice que Poseidón es honrado como médico en Teños, que Sicilia está situada encima de Crono y que allí se le dio sepultura.
30.4. Patroclo el turio y Sófocles el joven narran en algunas tragedias la historia de los Dioscuros; estos Dioscuros fueron hombres destinados a morir, si se confía en Homero, que ha dicho: "A éstos los retuvo ya la tierra fecunda, allá en Lacedemonia, en la querida tierra, patria" (Homero, Ilíada, III,243-244).
30.5. Añade también el que escribió los poemas cipriacos: "Cástor era mortal y le fueron marcados los destinos de la muerte; sin embargo, Pólux era inmortal, vástago de Ares" (Kypria fragmenta, 8).
La historia de las Musas
31.1. Ahora ciudades enteras consagran templos a las Musas, a las que Alcmán dice hijas de Zeus y de Mnemosine, y los demás poetas y escritores divinizan y veneran, cuando en realidad fueron sirvientas misias que adquirió Megaclo, la hija de Macar.
31.2. Este Macar era rey de Lesbos y peleaba siempre con su mujer, pero Megaclo se inclinaba a favor de su madre. ¿Y qué hizo? Compra una cantidad de estas esclavas misias y las llama Moisas conforme al dialecto eolio.
31.3. Les enseñó a cantar y acompañar cadenciosamente con la cítara las hazañas antiguas. Tocando ellas sin interrupción y cantando tan bellamente aplacaron a Macar y lo apartaron de la cólera.
31.4. Por este favor Megaclo las talló en bronce como testimonio de gratitud para con su madre, y ordenó que se veneraran en todos los templos. Tales son las Musas; su historia se encuentra en el lesbio Mirsilo.
La intemperancia de los dioses paganos
32.1. Por consiguiente, escuchen los amores de sus dioses, las extrañas fábulas de su intemperancia, sus heridas, encarcelamientos, risas y peleas, e incluso también esclavitudes y banquetes, abrazos y después lágrimas, pasiones y placeres lascivos.
32.2. Llámame a Poseidón y al coro de las corrompidas por él mismo: a Anfitrite, Amimone, Alope, Melanipa, Alcíone, Hipotoe, Quione y otras muchas, en las cuales, incluso siendo tantas, las pasiones de su Poseidón eran insaciables.
32.3. Llámame también a Apolo; éste es el mismo Febo, adivino sagrado y buen consejero; pero no dice esto Esterope, ni Etusa, ni Arsinoe, ni Zeuxipe, ni Protoe, ni Marpesa, ni Hipsipila; en efecto, también Dafne fue la única que escapó del adivino y de su violencia.
32.4. Sobre todo que venga el mismo Zeus, "el padre de hombres y dioses" (Homero, Ilíada, I,544), según ustedes; tanto se entregó a los placeres del amor, que las deseaba a todas y satisfacía su deseo con todas. Por lo menos se hartaba de mujeres no menos que el macho cabrío de los cemuitos [se saturaba] de cabras.
Los ilícitos amores de los dioses
33.1. Homero, también son admirables tus poemas: "Decía, y con sus negras cejas el Cronida asintió; entonces los cabellos inmortales ondearon sobre la cabeza del inmortal soberano; el gran Olimpo tembló" (Homero, Ilíada, I,528-530).
33.2. Imaginas, Homero, un Zeus imponente y le atribuyes una inclinación venerable. No obstante, hombre, si mostraras solamente el cinturón bordado, Zeus quedaría confundido y la cabellera deshonrada.
33.3. ¡Cuánta desvergüenza ha celebrado ese Zeus, llevando una vida afeminada tantas noches con Alcmena! En efecto, las nueve noches no resultaron largas al intemperante (al contrario, toda la vida era poca para la incontinencia), con el fin de que engendrara para nosotros al dios que aleja los males.
33.4. El hijo de Zeus, Heracles, hijo de Zeus en verdad, el que nació de la larga noche, el que durante mucho tiempo se fatigó para realizar los doce trabajos, sin embargo, en una sola noche violó a las cincuenta hijas de Testio, convirtiéndose al mismo tiempo en adúltero y esposo de tan numerosas vírgenes. Ciertamente no sin razón los poetas le llaman pernicioso y malvado (Homero, Ilíada, V,403). Pero sería mucho relatar sus adulterios de todo género y las pederastias.
33.5. En efecto, sus dioses ni siquiera se mantuvieron alejados de los niños: uno fue amante de Hile, otro de Jacinto, otro de Pélope, otro de Crisipo y otro de Ganimedes.
33.6. Sus mujeres deberían adorar a estos dioses y pedir les que los maridos fueran como ellos, así de moderados, para que fueran semejantes a los dioses emulando las mismas cosas; sus hijos deberían acostumbrarse a venerarlos, para también llegar a ser hombres formados, tomando a los dioses como claros ejemplos de adulterio.
33.7. Ahora bien, tal vez no sean los dioses varones los únicos que se lanzan a los placeres del amor: "Pero las diosas, más femeninas, quedaron cada una en su casa por pudor" (Homero Odisea, VIII,324), dice Homero, avergonzadas las diosas por su mayor dignidad, al ver que Afrodita había sido seducida.
33.8. Ellas, prisioneras en el adulterio, viven desenfrenadamente con mayor apasionamiento: Eos con Titón, Selene con Endimión, Nereida con Éaco, Tetis con Peleo, Deméter con Jasón y Ferefata con Adonis.
33.9. Y Afrodita, violada por Ares, fue en busca de Ciniras, se casó con Anquises, cautivó a Faetón y se enamoró de Adonis, rivalizó con la de los ojos grandes, y las diosas, una vez que se quitaron los vestidos por una manzana, se presentaron desnudas ante un pastor, para ver cuál de ellas le parecía hermosa.
Certámenes vergonzosos en que participan los dioses paganos
34.1. ¡Ea! Examinemos también en seguida los certámenes y terminemos con esos juegos fúnebres, los Ístmicos, Nemeos, Píticos y especialmente los Olímpicos. En Delfos se venera al dragón Pitón y la fiesta lúdica de la serpiente se llama Pítica. En el Istmo el mar arrojó un excremento lastimoso y los [juegos] ístmicos lloran a Melicertes. En Nemea se rinden las últimas honras a otro niño, Arquémoros, y el epitafio del niño da el nombre a los [juegos] Nemeos. En Delfos tienen, hombres de toda Grecia, el sepulcro de un frigio, conductor de un carro, y las ofrendas funerarias de Pélope -los juegos Olímpicos- se las apropia el Zeus de Fidias. En verdad, los misterios eran, como parece, los certámenes en los que se luchaba junto a los cadáveres, lo mismo también que los oráculos, y ambos fueron declarados de dominio público.
34.2. En cambio, los misterios [celebrados] en Agra y los de Halimonte en el Ática quedaron limitados a los atenienses; pero los certámenes son ya una vergüenza mundial y los falos consagrados a Dioniso, propagados a la vida de mala manera.
34.3. En efecto, Dioniso, ignorando el camino, anhelaba bajar hasta el Hades, pero uno, de nombre Prósimno, promete decírselo, no sin recompensa; pero la recompensa no era perfecta, aunque sí para Dioniso: un placer amoroso era la merced, la recompensa que Dioniso le concedía. La petición le fue hecha al dios complaciente y promete concedérsela, si regresa, confirmando su promesa con juramento.
34.4. Una vez conocido [el camino], se alejó; de nuevo regresó y no encuentra a Prósimno (porque había muerto). Dionisos, cumpliendo la promesa al amante, se lanzó sobre el sepulcro y tuvo deseos de goces impuros. Cortando una rama de higuera al azar, procura una especie de miembro viril y se sienta encima de la rama, para cumplir la promesa con el muerto.
34.5. Un recuerdo misterioso de esta pasión son los falos levantados a Dioniso en las ciudades: "Si no hicieran una procesión a Dioniso y no entonaran una canción a las partes pudendas, se realizarían hechos aún más vergonzosos -dice Heráclito-; el mismo Hades es también Dionisos, por el cual enloquecen y celebran las fiestas del lagar" (Heráclito, Fragmentos, 15), no por la embriaguez del cuerpo, como pienso yo, cuanto por la reprensible acción sagrada de la desvergüenza.
Los dioses sirven a los hombres
35.1. Con razón esos dioses de ustedes se han convertido en esclavos de pasiones; puesto que incluso antes que los denominados ilotas, entre los lacedemonios, Apolo soportó el yugo de la esclavitud con Admeto en Feres, Heracles con Onfale en Sardes; a Laomedonte sirvieron Poseidón y Apolo, como un servidor inútil, porque ciertamente no pudieron obtener la libertad de su primer amo. También entonces fue construida la muralla de Troya para el Frigio.
35.2 Homero no se avergüenza al decir que Atenea aparecía junto a Odiseo sosteniendo una lámpara de oro (Homero, Odisea, XIX,34) en las manos; hemos conocido bien que Afrodita, come una criadita intemperante, lleva el asiento a Helena y lo coloca enfrente del seductor, de esta manera le induce a la relación sexual.
35.3. Paniasis cuenta también que además de éstos, otros muchos dioses sirvieron a hombres, escribiéndolo así: "Fue esclava Deméter, fue esclavo el famoso Hefesto, fue esclavo Poseidón, fue esclavo Apolo, el de arco de plata; estuvieron al servicio de un varón mortal durante un año; y fue esclavo Ares, el de alma ardiente, por orden de su padre" (Paniasis, Heracles, 16,1-4), y lo que sigue a eso.
Los dioses paganos no son inmortales
36.1. Por consiguiente, con razón son presentados sus dioses amantes y apasionados, que tienen idénticas pasiones que los hombres y en todo se comportan de la misma manera. "En efecto, sin duda poseen un cuerpo mortal" (Homero, Ilíada, XXI,568). Homero lo prueba con mucha exactitud al presentar a Afrodita dando grandes y agudos gritos por culpa de una herida, y describe también al mismo Ares, el más belicoso, herido en el costado por Diomedes.
36.2. También Poíemón dice que Atenea fue traspasada por Omito. Sí, ciertamente, también Homero dice que Edoneo222 fue herido por una flecha de Heracles, y Paniasis cuenta lo mismo de Helio Augias. El mismo Paniasis cuenta también que Hera, la que preside los matrimonios, fue herida por Heracles en la arenosa Pilos (Paniasis, Fragmentos épicos, 24). También Sosibio dice que Heracles fue herido por los Hipocoontes en la mano.
36.3. Si hay heridas, hay también sangre; en efecto, el icor (= la sangre de los dioses) poético es más fétido que la sangre, pues se piensa que el icor es la putrefacción de la sangre. Ciertamente hay que prestarles atenciones y alimentos, porque necesitan de ellos.
36.4. Por eso existen banquetes, borracheras, risas y relaciones sexuales; si fueran inmortales, si estuvieran libres de necesidades y si existieran sin envejecer, no mantendrían relaciones al estilo humano, ni tendrían hijos, ni dormirían.
36.5. El mismo Zeus, invitado por el arcadio Licaón, participó con los etíopes de un banquete humano, misántropo e impío; al menos comió carne humana, sin quererlo. En efecto, Zeus desconocía que su anfitrión Licaón, el arcadio, había matado a su propio hijo (su nombre era Níctimo) y lo había preparado al fuego para Zeus.
Los dioses paganos son meras creaciones literarias
37.1. ¡Excelente Zeus, el adivino, el hospitalario, el protector de los que suplican, el afectuoso, el vaticinador de presagios y el vengador de crímenes! Mejor el injusto, el ilegal, el sin ley, el sacrilego, el inhumano, el violento, el corruptor, el adúltero y el apasionado. Pero existía entonces, cuando había uno semejante, cuando existía un hombre; en cambio ahora me parece que incluso sus mitos ya han envejecido.
37.2. Zeus ya no es una serpiente, ni un cisne, ni un águila, ni un hombre voluptuoso; no es un dios que vuela, no es pederasta, no ama, no hace violencia, aunque también ahora hay muchas y hermosas mujeres, que son más bellas que Leda y más atractivas que Sémele; y jóvenes más hermosos y sociables que el boyero de Frigia.
37.3. ¿Dónde está ahora aquel águila? ¿Dónde el cisne? ¿Dónde el mismo Zeus? Ha envejecido con la pluma; en efecto, ciertamente no se arrepiente de sus amoríos, ni aprende a ser sensato. El mito es desnudado para ustedes: murió Leda, murió el cisne, murió el águila. ¿Buscas tú a Zeus? No espíes al cielo sino a la tierra.
37.4. El cretense te lo explicará, en cuya tierra está enterrado; Calímaco [dice] en los himnos: "Oh soberano, tu tumba la han construido cretenses" (Calímaco, In Iovem, 8-9). Así pues, Zeus murió (no te enfades) como Leda, como el cisne, como el águila, como el hombre erótico, como la serpiente.
Son dioses sin vida, de madera y piedra
38.1. Incluso parece que ahora los mismos supersticiosos han comprendido, ciertamente a disgusto, su error respecto a los dioses: "no proceden de una antigua encina, ni de una roca" (Homero, Odisea, XIX,163), sino que "son linaje humano" (Homero, Odisea, IV,63); pero un poco después se convertirán en árboles y piedras.
38.2. En efecto, Estáfilo cuenta que en Esparta se venera a un Zeus Agamenón; Fanocles, en su libro "Los amores" o "Los hermosos", dice que Agamenón, el rey de los griegos, erigió un templo a Afrodita Arginnos en honor de su amante Arginnos.
38.3. Los arcadios ruegan a Ártemis, denominada Estrangulada, según dice Calímaco en "Las causas". También Condilitis [dice] que en Metimna se venera a otra Ártemis. Existe también en la Laconia un templo de otra Ártemis Podagra, según dice Sosibio.
38.4. Polemón conoció una estatua de Apolo, el de la boca abierta, y otra también de Apolo, el goloso; que se venera en Élide. Allí los éleos ofrecen sacrificios a Zeus, el que espanta las moscas; los romanos a Heracles, el que espanta las moscas, a Piretos y a Fobos, a los que inscriben como compañeros de Heracles.
38.5. Y olvido a los argivos y laconios; unos y otros tributan honores a Afrodita, la profanadora de sepulcros, y los espartanos dan culto a Ártemis, la de la tortuga, puesto que el escupir lo llaman "chelúttein".
La adoración de los dioses falsos es una desgracia para el género humano
39.1. ¿Piensas que nosotros hemos inscrito fraudulentamente estas cosas para ganarte? Parece que no reconoces a tus escritores, a los que yo llamo como testigos contra tu incredulidad, porque han llenado de una burla atea, oh infelices, toda la vida de ustedes verdaderamente insoportable.
39.2. En realidad, ¿no se ha rendido honor a un Zeus calvo en Argos, y a otro vengador en Chipre? ¿Acaso los argivos no ofrecían sacrificios a Afrodita Peribaso, los atenienses a una cortesana y los siracusanos a una "de bellas nalgas", a la que el poeta Nicandro llamó en alguna parte "la bien fortificada"?
39.3. No hablo ya de Dioniso el libertino; los siciones adoran a este Dioniso y le encargan de las partes íntimas femeninas, venerando corno guardián de la vergüenza al que es causa primera de la insolencia. Así son sus dioses y así son también ellos mismos, que se divierten con los dioses, pero sobre todo se engañan y se maltratan a sí mismos.
39.4. De alguna manera, ¿no son mejores los egipcios, quienes por pueblos y ciudades adoran a animales irracionales, que los griegos que honran a tales dioses? En verdad los animales, aunque son fieras, sin embargo no son adúlteros, ni lujuriosos, ni persiguen un solo placer contra la naturaleza. En cambio, los otros ¿por qué hay que decir aún cómo son, una vez que se les ha refutado suficientemente?
39.5. No obstante, los egipcios, que ahora he recordado, están divididos según sus propios cultos; de ellos, los sienitas adoran al pez phagro; los que viven en Elefantina al mayote (otro pez); los oxirrincitas al pez que lleva el mismo nombre que su tierra; incluso los heracleopolitas al icneumón, los saítas y tebanos a la oveja, los de Licópolis al lobo, los de la ciudad de los perros al perro, los de Menfis a Apis y los de Mendes al macho cabrío.
La absurda veneración de animales irracionales
39.6. En cambio, ustedes, que en todo son mejores que los egipcios (temo decir peores), y que no cesan de reírse cada día de los egipcios, ¿de qué clase son también respecto a los animales irracionales? Entre ustedes, los tesalios honran a las cigüeñas por costumbre; los tebanos a las comadrejas a causa del nacimiento de Heracles. ¿Y qué [honran] además los tesalios? Cuentan que veneran a las hormigas, porque han sabido que Zeus se hizo semejante a una hormiga para unirse a Eurimedusa, la hija de Cletor, y engendrar a Mirmidón.
39.7. Polemón narra que los habitantes de Tróade veneran a los ratones del país, a los que llaman "esminteos", porque carcomieron los arcos de los enemigos; también a Apolo le apodaron Esminteo a partir de aquellos ratones.
39.8. Heraclides, en las "Fundaciones de santuarios en Acarnania", afirma que se inmolaba un buey a las moscas, donde se encuentra el cabo de Accio y el templo de Apolo Accio.
39.9. No me olvidaré de los samios (Euforión afirma que los samios veneran una oveja), ni de los sirios que habitan Fenicia, de los cuales, unos veneran las palomas y otros los peces, así como veneran singularmente los éleos a Zeus.
Los dioses paganos son ambiciosos y malvados
40.1. ¡Bien! Puesto que no son dioses los que adoran, nuevamente me parece que hay que examinar si en realidad existen demonios que puedan ser catalogados de segundo orden, como ustedes dicen. Por consiguiente, si son divinidades, son ambiciosas y malvadas.
40.2. En efecto, es posible encontrar también demonios locales que reciben honor abiertamente en las ciudades: a Menedemo entre los citnios, a Calistágoras entre los tenios, a Anio entre los delios y a Astrábaco entre los laconios. También en Falero se honra a un cierto héroe en la popa. Y la Pitia ordenó a los habitantes de Platea que ofrecieran sacrificios a Andrócrates, a Demócrates, a Cicleo y a Leucón, cuando tuvieron lugar las Guerras Médicas.
Los dioses paganos no buscan el bien de los hombres
41.1. Hay también quien ha visto a otros muchos demonios: "Tres mil son sobre la tierra fértil los demonios inmortales, guardianes de los hombres mortales" (Hesíodo, Opera et dies, 252-253).
41.2. Beocio, no te opongas a manifestar quiénes son los guardianes. Es evidente que ésos y los que reciben más honor que ésos, las grandes divinidades: Apolo, Ártemis, Leto, Deméter, Core, Plutón, Heracles y el mismo Zeus. Pero no vigilan para que no nos escapemos, habitante de Ascra, sino justamente para que no pequemos, ¡ciertamente, ellos que no tienen experiencia de pecados! Aquí hay que responder de manera proverbial: "Un padre que no se deja reprender, regaña a su hijo" (Anónimo, Fragmentos, 1257).
41.3. En verdad, si también éstos son guardianes, no están apasionados hacia la benevolencia por ustedes, sino que, reteniendo su propia perdición, persiguen la vida como los aduladores, seducidos por el humo. Estos mismos demonios confiesan públicamente su glotonería, diciendo: "De la libación y grasa de víctimas recibimos nuestra honra" (Homero, Ilíada, IV,49).
41.4. Si los dioses egipcios tuvieran voz, como los gatos o las comadrejas, ¿qué otra voz proferirían sino la homérica y poética, la amiga de la grasa de las víctimas y del arte culinario?
Conclusión del capítulo segundo
Tales son, ciertamente, sus demonios y los dioses, y también hay algunos llamados semidioses, como los mulos. No, en efecto, ¡no tienen escasez de nombres para la uniones de la impiedad!
Capítulo III: continuación de la primera parte (crítica de los cultos y los misterios paganos)
Los dioses paganos se deleitan con las víctimas humanas
42.1. Añadamos también a esto [lo dicho en el capítulo precedente] que sus dioses son demonios deshumanizados y enemigos de los hombres, y no sólo se alegran con la demencia humana, sino que también disfrutan del homicidio; así, unas veces se procuran gladiadores deseosos de victoria en los estadios, y otras veces numerosas ambiciones en las luchas, que son para ellos motivo de placer, de modo que sobre todo puedan saciarse absolutamente de víctimas humanas; entonces, como si fuesen plagas caídas sobre ciudades y pueblos, exigieron libaciones salvajes.
42.2. Así, Aristomenes de Mesenia dio muerte a trescientos [hombres] en honor de Zeus Itome, porque pensaba que tantas y tan grandes hecatombes eran un sacrificio bien recibido por los dioses. Entre aquellos también estaba Teopompo, rey de los lacedemonios, ¡una noble víctima sacrificial!
42.3.Las gentes táuricas, los que viven en el Quersoneso Táurico, sacrifican rápidamente a Ártemis Táurica a los extranjeros que encuentran entre ellos, después de haber naufragado en el mar; Eurípides presenta estos sacrificios suyos sobre la escena en una tragedia ["Ifigenia en Táuride"].
Testimonios que confirman la abominable costumbre de los sacrificios humanos
42.4. Mónimo cuenta en su libro "Conjunto de maravillas" que en Pelas de Tesalia es sacrificado un hombre aqueo en honor de Peleo y Quirón.
42.5. Antíclides, en sus "Regresos", muestra que los lictios (éstos son un pueblo de Creta) degüellan a hombres en honor de Zeus, y Dósidas dice que los lesbios ofrecen el mismo sacrificio a Dioniso.
42.6. Pitocles, en el tercer libro "Sobre la concordia", cuenta que los focios (porque no los olvidaré) ofrecen en holocausto un hombre a Ártemis Taurópola.
42.7. El ático Erecteo y el romano Mario ofrecieron en sacrificio a sus propias hijas; uno de ellos a Ferefata, como afirma Demarato en el primer libro de sus "Representaciones trágicas", y Mario a los dioses tutelares, como cuenta Doroteo en el cuarto libro sobre los "Itálicos".
42.8. A partir de estos [testimonios] los demonios se muestran amantes de los hombres. ¿Cómo no van a ser santos analógicamente los supersticiosos? A unos se les celebra como salva dores, otros solicitan una salvación de parte de quienes conspiran con ella. Por lo menos, al tiempo que dan a entender que ofrecen sacrificios agradables a los dioses, se les olvida que matan a hombres.
42.9. En efecto, el asesinato no se vuelve sagrado por el lugar, ni tampoco sería mejor, si uno degollara a un hombre en honor de Ártemis o Zeus en un lugar sin duda sagrado por cólera o avaricia -otros demonios semejantes-, en los altares o en los caminos, pronunciando el ritual sagrado, sino que tal sacrificio es un asesinato y una matanza.
Los dioses paganos no son amigos de los hombres
43.1. Así entonces, hombres más inteligentes que el resto de los vivientes, escapamos de las fieras salvajes, y si nos encontramos en un lugar con un oso o un león, nos apartamos, "como cuando uno, al ver una serpiente en los valles de un monte, se aleja retrocediendo, y un temor se apodera de sus miembros y retrocede de nuevo" (Homero, Ilíada, III,33-35). En cambio, presintiendo y comprendiendo que son demonios funestos y criminales, insidiosos, enemigos del hombre y destructores, ¿por qué no se apartan ni se desvían?
43.2. Los malvados ¿qué verdad pueden decir o a quién pueden aprovechar? Al momento puedo mostrarte que el hombre es mejor que esos dioses de su país, los demonios; Ciro y Solón son mejores que el adivino Apolo.
43.3. El Febo de ustedes es dadivoso, pero no amigo del hombre. Traicionó a su amigo Creso y, olvidándose de lo que le debía (tan ambiguo era), condujo a Creso a través del Halis a la hoguera. Amando de este modo, los demonios guían hacia el fuego.
43.4. Ahora bien, hombre, tú que eres más humano y más sincero que Apolo, compadécete del que está atado sobre la pira de fuego; y tú, Solón, adivina la verdad, pero tú, Ciro, manda apagar la pira. Finalmente sé prudente, Creso, porque has aprendido con el sufrimiento; es un desagradecido ese a quien adoras, toma la paga y, después del oro, te engaña de nuevo. "Ten en cuenta el fin" (Apotegmas, 2,1; Jámblico, Theologumena arithmeticae, XXVI,8; Epicuro, Gnomologium, LXXV,2; Estobeo, Anthologium, II,7,18) te dice un hombre, no un demonio. Solón no vaticina ambigüedades; únicamente encontrarás este oráculo verdadero, extranjero; lo podrás probar en el fuego.
Los templos paganos son sólo tumbas
44.1. Por ello, tengo pendiente el admirar a los provocados en algún momento con determinadas imaginaciones, los primeros [hombres] engañados que anunciaron la superstición a los hombres y mandaron venerar a los demonios criminales; así aquel Foroneo, Merops o algún otro fueron los que les erigieron templos y altares y, además, se dice que fueron los primeros en establecer los sacrificios.
44.2. En un tiempo posterior se modelaban dioses, para adorarlos. Seguramente a este Eros, que se dice fue el primero en ser honrado entre los dioses más antiguos, no lo fue antes de que Carmos capturara a un muchacho y estableciera un santuario en la Academia, como agradecimiento a la realización de su deseo; y se llama Eros al desenfreno de la enfermedad, divinizando una lujuria desenfrenada.
44.3. Tampoco los atenienses conocían quién era Pan antes de que se lo dijera Filípides. Con razón la superstición, que tuvo, en efecto, un comienzo, llegó a ser fuente de maldad sin sentido. Después no se ha detenido, sino que progresando y brotando con más fuerza, se ha convertido en creadora de muchos demonios, inmolando un gran sacrificio, celebrando panegíricos, erigiendo estatuas y construyendo templos.
44.4. A los que -y no los voy a silenciar, sino que incluso los refutaré- se les llama templos de manera eufemística, pero que son tumbas (es decir, las tumbas son denominadas templos). Ahora bien, ustedes, aunque sea ahora, olvídense de la superstición, avergüéncense de venerar las tumbas.
Los paganos han puesto su confianza en dioses muertos
45.1. En el templo de Atenea, en la acrópolis de Larisa, está la tumba de Acrisio, y la de Cecrops en la acrópolis de Atenas, como afirma Antíoco en su noveno libro de las "Historias". ¿Y Erictonio? ¿No recibió los honores fúnebres en el templo de la Políade? ¿Immarado, el hijo de Eumolpo y Daeira no [está enterrado] en el recinto del Eleusino, al pie de la acrópolis? ¿Las hijas de Celeo no están sepultadas en Eleusis?
45.2. ¿Te enumero a las mujeres de los hiperbóreos? Se llaman Hiperoce y Laodice, y están enterradas en Delos, en el Artemisio, el que se encuentra en el templo de Apolo Delio. Leandro asegura que Cleoco está sepultado en Mileto, en el Dídima.
45.3. Aquí, siguiendo a Zenón de Mindos, no es digno que pasemos de largo el monumento conmemorativo de Leucofrine, que recibió honores fúnebres en el templo de Ártemis en Magnesia, ni el altar de Apolo en Telmeso; cuentan que este monumento conmemorativo es también el del adivino Telmeso.
45.4. Ptolomeo, el hijo de Agesarco, en el primer libro de su "Sobre Filopator dice que en Pafos, en el santuario de Afrodita, recibieron honras fúnebres Ciniras y sus descendientes.
45.5. Pero si recorriera las tumbas que adoran, "ni todo el tiempo me bastaría" (Anónimo, Fragmentos de los trágicos griegos, 109a,1). Y si no se desliza en ustedes una cierta vergüenza por los atrevimientos, terminarán cadáveres, porque han puesto su confianza realmente en los muertos: Desgraciados, ¿qué mal sufren? Sus cabezas están cubiertas por la oscuridad" (Homero, Odisea, XX,351-352).
Capítulo IV: continuación de la primera parte (crítica de los cultos y los misterios paganos)
Los paganos adoran estatuas de piedra y madera
46.1. Pero, si les propusiera más cosas, les presentaría las estatuas para que las observaran, y al mirarlas descubrirían como verdaderamente una necedad la costumbre de suplicar a obras insensibles "hechas por manos humanas" (Sal 113,12 [115,4]; 135[134],15; Sb 13,10).
46.2. Antiguamente los escitas adoraban la cimitarra, los árabes la piedra, los persas el río, y, entre los demás hombres, incluso los más antiguos colocaban en un sitio visible trozos de madera y asentaban columnitas de piedra; entonces las llamaban también "xoanon" [figuras talladas en madera] por la raspadura de la madera.
46.3. Seguramente la estatua de Ártemis en Ícaro era un trozo de madera no trabajada, y la de Hera del Citerón, en Tespias, un tronco de árbol cortado; y la Hera de Samos, como afirma Aetlio, primero era un tablón grueso y después se hizo parecida a una estatua, durante el arcontado de Proeles. Cuando los "xoanon" comenzaron a representar a hombres recibieron el sobrenombre de "brete" [estatua de madera] porque deriva de "brotos" [hombre, mortal].
46.4. En Roma, el escritor Varrón dice que antiguamente el "xoanon" de Ares era una lanza; todavía los artistas no se habían lanzado a este agradable artificio. Pero cuando floreció el arte, creció el error.
Crítica de las estatuas veneradas como dioses o diosas
47.1 De este modo, se hicieron estatuas con figura humana de piedras, de madera y, en una palabra, de la materia inerte, con las cuales simulan la piedad calumniando a la verdad, cosa que es ya evidente por sí misma; sin embargo, puesto que una demostración tal necesita de un argumento no hay que rehusarlo.
47.2. De alguna manera es sabido por todos que Fidias imaginó el Zeus de Olimpia y la Polias de Atenas con oro y marfil; Olímpico cuenta en sus "Samiaces" que el "xoanon" de Hera en Samos fue realizado por Esmilidis, hijo de Euclides.
47.3. No duden sobre si Escopas hizo, de la piedra llamada licneo, dos de las diosas que en Atenas se llaman venerables, y Calos la que se encuentra en el centro; puedo mostrarte que Polemón lo indica en el libro cuarto "Contra Timeo".
47.4. Ni tampoco [duden] si Fidias hizo de nuevo aquellas estatuas de Zeus y Apolo en Patara de Licia, así como los leones que se erigen junto a ellas; y como afirman algunos, si fue obra de Briaxis, no lo discuto, porque tienes también a ese escultor. Se las puedes atribuir a quien quieras de los dos.
47.5. De Telesias de Atenas, como afirma Filócoro, son obra las estatuas de nueve codos (aproximadamente: 2,5 metros) de Poseidón y de Anfitrite, que son veneradas en Tínos. Demetrio, en su segundo [libro] de la "Historia" de Argos, escribe del "xoanon" de Hera en Tirinto que era de madera de peral y el artífice fue Argos.
47.6. Tal vez muchos se extrañarían, si supieran que el Paladio, llamado "Diopetes" (= que cayó de Zeus), el que se dice que Diomedes y Ulises robaron de Troya y entregaron a Demofonte, fue preparado a partir de los huesos de Pélope, lo mismo que el Olímpico [fue hecho] con otros huesos de una fiera de la India. Presento a Dionisio que lo narra en la quinta parte del "Ciclo".
47.7. Apelas dice en las "Délficas" que hubo dos Paladio, pero que ambos fueron realizados por hombres. En cambio, para que nadie suponga que también yo admito esto por ignorancia, citaré la estatua de Dioniso Mórico (= manchado con vino) en Atenas, que fue hecha de la piedra llamada felata, y obra de Sicón, el hijo de Eupálamos, como dice Polemón en una carta.
47.8. Hubo también otros dos escultores, creo que eran cretenses (llamados Escilis y Dípoino); éstos realizaron en Argos estatuas con los Dioscuros, la de Heracles, con figura humana, en Tirinto y el "xoanon" de Ártemis Muniquia en Sición.
El dios egipcio Serapis
48.1. ¿Cómo gasto el tiempo con estas cosas, cuando les puedo mostrar quién es el mayor demonio, el que oímos que es considerado por excelencia digno de veneración por todos y al que se han atrevido a llamar el no hecho por mano humana, al egipcio Serapis?
48.2. Algunos cuentan que éste fue enviado en agradecimiento por los sinopeos a Ptolomeo Filadelfo, rey de los egipcios, el cual Ptolomeo había hecho prisioneros a los que, afligidos por el hambre, habían ido a buscar trigo en Egipto, y que este "xóanon" era una estatua de Plutón; al recibir él la estatua, la colocó sobre la acrópolis, que ahora llaman Racotis, donde también se venera el santuario de Serapis; el sitio queda muy cerca de estos lugares. Una vez muerta en Canope la concubina Blistice, Ptolomeo la trasladó y la enterró en el sepulcro indicado.
48.3. En cambio, otros dicen que Serapis era un ídolo del Ponto y que fue trasladado a Alejandría con gran honor. Solamente Isidoro dice que la estatua fue transportada desde los seléucidas a Antioquía, porque, cuando se encontraban en carestía fue ron abastecidos por Ptolomeo.
48.4. Sin embargo, Atenodoro, el hijo de Sandón, no sé cómo se contradijo al querer hacer más antigua a [la estatua de] Serapis demostrando que se trataba de una imagen fabricada; afirma que Sesostris, rey de Egipto, tras dominar a la mayor parte de los pueblos griegos, al regresar a Egipto, se trajo consigo grandes artistas.
48.5. Él mismo les ordenó que embellecieran suntuosamente a su abuelo Osiris; esculpió la estatua el artista Briaxis, no el ateniense, sino otro del mismo nombre que aquel Briaxis; el cual utilizó para la obra una materia compuesta y variada. Tenía limadura de oro, plata, bronce, hierro, plomo e incluso estaño; no le faltaba ni una de las piedras preciosas de Egipto: trozos de zafiro, hematita y esmeralda, e incluso de topacio.
48.6. Una vez pulverizado y mezclado todo lo coloreó de azul, por lo que el color de la estatua es más oscuro, y mezclando todo con el tinte sobrante del funeral de Osiris y Apis modeló a Serapis; de ahí también que el nombre significa la relación del funeral y de la obra del sepulcro, resultando el compuesto Osirapis de Osiris y Apis.
Un dios honrado por su lujuria
49.1. En Egipto -poco faltó también entre los griegos- el emperador romano estableció a otro nuevo dios con grandes honores, divinizando al que más amaba, Antínoo, al que consagró como Zeus a Ganimedes; ciertamente no se aparta con facilidad una pasión sin el temor; ahora unos hombres adoran estas noches sagradas de Antínoo, que el amante conocía como vergonzosas cuando las pasaba en vela con él.
49.2. ¿Por qué me mencionas a un dios que es honrado por su lujuria? ¿Por qué me mandas llorarle incluso como a un hijo? ¿Por qué expones su belleza? La belleza que se marchita por el orgullo es vergonzosa. No seas un tirano, hombre, ni ultrajes la belleza en la flor de su juventud; guárdala pura, para que sea hermosa. Hazte rey de la belleza, no tirano; ¡permanece libre! Conoceré entonces tu belleza, cuando hayas conservado pura la imagen (cf. Gn 1,26): entonces veneraré la belleza, cuando ella sea el verdadero arquetipo de las cosas bellas.
48.3. Ahora hay una tumba del amado, un templo y una ciudad de Antínoo; pero, según creo, los templos son admirados como unas tumbas, pirámides, mausoleos o laberintos, y otros templos de los muertos como aquellas tumbas de los dioses.
Las enseñanzas de los "Oráculos Sibilinos"
50.1. Les presentaré como maestro a la profetisa Sibila: "No un oráculo del engañoso Febo, al que inútiles hombres llamaron dios, y denominaron sin razón adivino, sino del gran Dios, al que no han modelado las manos humanas como a los ídolos mudos hechos de piedra tallada" (Oráculos Sibilinos, 4,4-7).
50.2. En realidad ella da el nombre de ruinas a los templos, anticipando que el de Ártemis de Éfeso iba a ser destruido por abismos y terremotos (Oráculos Sibilinos, 5,294) de la siguiente manera: "Acostado de espaldas gemirá Éfeso, llorando en los acantilados y buscando un templo, que nadie habita" (Oráculos Sibilinos, 5,296-297).
50.3. Dice que los de Isis y Serapis, en Egipto, serán derribados e incendiados: "Isis, diosa completamente infeliz, permaneces a orillas del Nilo sola, furiosa y muda sobre las arenas del Aqueronte" (Oráculos Sibilinos, 5,484-485). Exponiendo a continuación: "Y tú, Serapis, coloca encima muchas rocas sin tallar, reposa, inmenso cadáver, en el Egipto completamente infeliz" (Oráculos Sibilinos, 5,487-488).
Insensibilidad de los dioses paganos
50.4. Ahora bien, si no escuchas a una profetisa, al menos escucha a tu filósofo, Heráclito de Éfeso, que reprocha a las estatuas la insensibilidad: "Suplican a estas estatuas como si uno hablara con edificios" (Heráclito, Fragmentos, 5).
50.5. ¿Acaso no son asombrosos los que ruegan a las piedras y después en realidad las colocan delante de las puertas, como si fueran productivas? ¡Adoran a Hermes como dios y colocan a Aguiea (= protector de las calles) como portero! Si los insultan como [seres] insensibles, ¿por qué los adoran como a dioses? Si piensan que ellos tienen sensibilidad, ¿por qué los colocan como porteros?
Las estatuas de los dioses son despreciables
51.1. Los romanos, aunque atribuyen a la [diosa] Fortuna las mayores empresas y piensan que es una gran divinidad, sin embargo la colocan sobre una cloaca, atribuyendo el retrete como templo digno para la diosa.
51.2. Ahora bien, a una piedra insensible, a un trozo de madera o al oro precioso, no les importa nada la grasa de las víctimas, ni la sangre, ni ser ennegrecidas por el humo con el que son honradas y a la vez ahumadas; tampoco les importa el honor ni el ultraje; estas estatuas son menos dignas de honor que cualquier ser vivo.
51.3. Así, es imposible para mí el comprender cómo se han divinizado objetos insensibles y compadecer a los equivocados por esa necedad como desdichados; pues aunque algunos seres vivos no poseen todos los sentidos, como los gusanos, las orugas y cuantos aparecen defectuosos desde el primer momento de su nacimiento, como los topos y la musaraña, que Nicandro afirma que es "ciega y horrible" (Nicandro, Theriaca, 815).
51.4. Pero al menos son mejores que esos "xoanon" y estatuas, que son perfectamente inútiles; en efecto, tienen un determinado sentido, por ejemplo, el oído, el tacto o algo análogo a la acción de oler o de gustar; pero las estatuas no tienen ni un solo sentido.
51.5. Hay muchos seres vivos que no tienen vista, ni oído, ni voz, como la variedad de las ostras, pero viven y crecen, e incluso sienten por influjo de la luna; en cambio las estatuas son inútiles, improductivas, insensibles, atadas, colocadas, fijadas, fundidas, limadas, serradas, raspadas alrededor y talladas.
51.6. Ciertamente, los escultores maltratan una tierra insensible, trastocándola de su propia naturaleza y persuadiendo a adorarla por efecto del arte. Ahora bien los que fabrican a los dioses no adoran a los dioses ni a los demonios, según mi parecer, sino a la tierra y al arte, que eso son las estatuas. En efecto, verdaderamente la estatua es un material muerto modelado por manos de un artista; en cambio, para nosotros la estatua no es algo sensible, de una materia perceptible por los sentidos, sino espiritual. La estatua de Dios -realmente el único Dios- es espiritual y no perceptible por los sentidos.
La insensibilidad de las estatuas de los dioses paganos
52.1. Por otra parte, los que de alguna manera temen a los dioses en las mismas circunstancias, los adoradores de las piedras, han aprendido por experiencia a no venerar una materia insensible; vencidos por la propia necesidad, sucumben bajo la superstición. Despreciando igualmente las imágenes, aunque no quieran manifestar que las desprecian por completo, son refutados por los mismos dioses a los que se les dedican las estatuas.
52.2. Así, el tirano Dionisio, el más joven, envolviendo el vestido áureo de Zeus, en Sicilia, mandó que le colocaran uno de lana, diciendo con ironía que éste era mejor que el de oro, más ligero para el verano y más caliente en invierno.
52.3. Antíoco de Cícico, cuando necesitó dinero, ordenó fundir la estatua de oro de Zeus, que medía quince codos de altura, y colocar nuevamente una estatua parecida a aquella, pero de otro material menos noble, recubierta con láminas doradas.
52.4. Las golondrinas y la mayoría de las aves, volando dejaban sus excrementos sobre aquellas estatuas, sin pensar si eran de Zeus Olímpico, de Asclepio de Epidauro, de Atenea Polias o de Serapis de Egipto. Pero ni siquiera por esos animales comprenden la insensibilidad de aquellas estatuas.
52.5. También hay algunos malhechores o enemigos que las atacan, los cuales devastan los santuarios por avaricia, roban las ofrendas e incluso funden las estatuas mismas.
52.6. Y si un Cambises, Darío u otro frenético emprendieran tales cosas o si alguien diese muerte al Apis de Egipto, ciertamente yo río el que se mate a su dios, pero me indigno si lo ha realizado en aras de una ganancia.
El fuego y los cataclismos destruyen los templos y las estatuas de los dioses paganos
53.1. No insistiré de buena gana en esa fechoría, teniendo en cuenta que son acciones de codicia, no una prueba de la debilidad de los ídolos. Ahora bien, ni el fuego ni los sismos son interesados, tampoco temen ni respetan a los demonios y a las estatuas más que los guijarros a las olas que se acumulan en los litorales.
53.2. Yo sé que el fuego es propio para convencer y medicina contra la superstición. Si quieres abstenerte de la necedad, el fuego te iluminará. Ese fuego también consumió en Argos el templo juntamente con la sacerdotisa Críseida, y en Éfeso el de Ártemis, que era el segundo después del de las Amazonas, y en Roma devastó repetidas veces el Capitolio; tampoco estuvo alejado del santuario de Serapis en la ciudad de Alejandría.
53.3. En Atenas también derribó el templo de Dioniso Eleutereo, y un huracán devastó primero el de Apolo en Delfos y luego lo hizo desaparecer por completo un fuego prudente. Esto te presenta un preludio de lo que se encarga el fuego.
53.4. ¿Los fabricantes de las estatuas no los confunden a los sensatos, para que desprecien la materia? El ateniense Fidias escribió en el dedo del Zeus Olímpico: "Pantarces es hermoso" (Pausanias, Descripción de Grecia, V,11,3); en efecto, para él no era hermoso Zeus, sino el amante.
53.5. Praxíteles, como dice claramente Posidipo en el libro "Sobre Cnido", al esculpir la estatua de la Afrodita de Cnido la hizo casi igual en la forma a la amante Cratina, para que los desdichados tuvieran que venerar a la amante de Praxíteles.
53.6. Cuando Frina, la cortesana de Tespis, estaba en la flor de su belleza; todos los pintores modelaban las imágenes de Afrodita mediante la belleza de Frina, al igual que también los canteros en Atenas copian los Hermes conforme a Alcibíades. Falta aducir tu opinión, sí es que quieres también adorar a las cortesanas.
Hombres que se proclaman dioses
54.1. De ahí que los antiguos reyes, pienso yo, se agitaran y despreciaran esos mitos, proclamándose libremente a sí mismos dioses por la falta de peligro de parte de los hombres, y enseñando así que también aquellos [dioses] habían sido inmortalizados por razón de la fama: Ceyx, hijo de Eolo, fue llamado Zeus por la mujer de Alcíone, y, a su vez, Alcíone fue llamada Hera por el marido.
54.2. Ptolomeo IV era llamado Dioniso; también Mitríades del Ponto era llamado Dioniso; y Alejandro quiso aparentar ser hijo de Ammón y que le representaran en las esculturas llevando cuernos, intentando agraviar el hermoso rostro del hombre con un cuerno.
54.3. Y no sólo los reyes, sino también los simples particulares se honraron a sí mismos con denominaciones divinas, como Menécrates, el médico, el que fue llamado Zeus. ¿Conviene citar a Alexarco (el gramático, en cuanto a la ciencia, que se transformaba a sí mismo en el [dios] Sol, como narra Aristos de Salamina)?
54.4. ¿Es necesario recordar también a Nicágoras (su estirpe era de Zelea y vivió en los tiempos de Alejandro; Nicágoras se llamaba a sí mismo Hermes y usaba la vestimenta de Hermes, como él mismo testifica), (54.5.) cuando naciones enteras y ciudades con todos sus habitantes se ocultan bajo la adulación, desprecian los mitos de los dioses, representándose los hombres a sí mismos como dioses, envanecidos por la gloria y atribuyéndose a sí mismos unos honores desmedidos? Ahora dan leyes para que se adore en Cinosargo al macedonio de Pelas, Filipo, el hijo de Aminto, el que tenía la clavícula rota y la pierna mutilada, el tuerto (= el del ojo mutilado).
54.6. Otra vez proclaman también dios al mismo Demetrio; incluso allí, donde bajó del caballo para entrar en Atenas, está el santuario de Demetrio Catebates (= el que desciende) y altares por todas partes. También habían preparado los atenienses el matrimonio de Atenea con él, pero despreció a la diosa, al no poder tomar por compañera a la estatua; teniendo a la cortesana Lamia, subió a la acrópolis y se acostó en el lecho de Atenea, mostrando a la antigua virgen las formas de la joven cortesana.
Los dioses paganos son ídolos y demonios
55.1. Acaso no es indignante que Hipón inmortalice su propia muerte. Hipón mismo ordenó que se escribiera en su monumento funerario este dístico: "Esta es la tumba de Hipón, al que el Destino hizo semejante a los dioses inmortales después de muerto" (Hipón, Fragmentos, 2). ¡Bien nos muestras, Hipón, el engaño humano! En efecto, si no te han creído cuando hablabas, ¡nazcan discípulos del muerto! Éste es el oráculo de Hipón, reflexionemos sobre él.
55.2. Los venerados entre ustedes alguna vez fueron hombres, y en realidad murieron; el mito y el tiempo los honró. Así, es habitual despreciar las cosas presentes por acostumbramiento, pero las cosas pasadas, alejadas a la vez de la prueba por la incertidumbre de los tiempos, son honradas con la fábula; así aquéllas no son creídas y, en cambio, éstas son admiradas.
55.3. Por eso, actualmente, los muertos antiguos se han hecho dignos de estima por el largo tiempo de engaño y después les han considerado dioses. Una prueba para ustedes son sus propios misterios, fiestas, lazos, heridas y dioses que lloran: "¡Ay de mi! Porque a Sarpedón, el más querido de los mortales, me lo mata el destino con Patroclo el de Meneceo" (Homero, Ilíada, XVI,443-444).
55.4. El querer de Zeus ha sido dominado y el Zeus de ustedes, vencido, se lamenta a causa de Sarpedón. Con razón ustedes mismos los llaman ídolos y demonios, puesto que Homero, honrando con infamia a la propia Atenea y a otros dioses, los proclamó también demonios: "Ella ha llegado al Olimpo, al palacio de Zeus, el armado de égida, junto a otros demonios" (Homero, Ilíada, I,221-222).
55.5. Por consiguiente, ¿cómo van a ser dioses los ídolos y demonios, espíritus realmente infames e impuros, confesados públicamente por todos como hechos de tierra y cenagosos, inclinados hacia abajo, "que van y vienen sin cesar alrededor de las tumbas y los monumentos funerarios", junto a los cuales también aparecen sin distinguirse "fantasmas sombríos" (Platón, Fedro, 81 c-d).
La veneración de los dioses paganos despoja a la divinidad de su verdadera esencia
56.1. Éstos son sus dioses: los ídolos, las sombras y junto a ellos, aquellas "rengas, de ceño fruncido y de ojos extraviados" (Homero, Ilíada, IX,502-503), las Suplicantes, hijas de Tersites más que de Zeus, como me parece que manifiesta Bión con gracia, ¿cómo van a suplicar justamente los hombres a Zeus una buena descendencia, si ni siquiera pudo procurársela a sí mismo?
56.2. ¡Ay de mí, qué impiedad! Entierran la esencia incorruptible, según ustedes, y lo que es inmaculado y santo, y lo han ensuciado en las sepulturas, despojando a la divinidad de la esencia realmente verdadera.
56.3. En efecto, ¿por qué atribuyeron los privilegios de Dios a los que no son dioses? ¿Por qué abandonando el cielo, han honrado a la tierra? ¿Qué es el oro, la plata, el diamante, el hierro, el cobre, el marfil o las piedras preciosas? ¿Acaso no es tierra y proveniente de la tierra? Todas esas cosas que ves ¿no son descendientes de una única madre, la tierra?
56.4 Ciertamente, ¿por qué, oh frívolos y superficiales (nuevamente lo repetiré), blasfemando del lugar supracelestial arrastraron la piedad por el suelo? ¿Por qué modelando de nuevo para ustedes dioses de tierra y siguiendo a esos engendros en vez del Dios inengendrado, se han hundido en una más profunda oscuridad?
56.5. Es hermosa la piedra de Paros, pero todavía no es Poseidón; es hermoso el marfil, pero todavía no es Olimpio; la materia siempre está necesitada de arte, en cambio, Dios no carece de nada. Cuando despuntó el arte, la materia asumió una forma, y la riqueza de la sustancia está en relación con la ganancia del provecho, pero solamente por la forma se hace respetable.
56.6. Tu estatua es el oro, la madera, la piedra y la tierra; si reflexionas desde el principio, es la que recibió forma del artista. Yo he procurado pisotear la tierra, no adorarla; en efecto, no me es lícito confiar las esperanzas del alma a cosas carentes de vida.
No se debe utilizar el arte para favorecer la idolatría
57.1. Así, entonces, hay que estar más cerca de las estatuas, para que se revele por la mirada el engaño característico; ciertamente, las formas aparentes de las estatuas dejan impresas con mucha claridad la disposición de los demonios.
57.2. Es decir, que si uno, al ir de un sitio a otro, viera pinturas o esculturas, reconocería rápidamente a sus dioses por sus reprobables características: a Dioniso por el vestido, a Hefesto por el arte, a Deo (= Deméter) por la desventura, a Ino por el velo, a Poseidón por el tridente, a Zeus por el cisne; asimismo, la pira muestra a Heracles y, si uno ve pintada a una mujer desnuda, piensa en la Afrodita dorada (Homero, Odisea, IV,14).
57.3. Así, aquel Pigmalión, el chipriota, se enamoró de una estatua de mármol; era la estatua de Afrodita y estaba desnuda; el chipriota es vencido por la figura y se une con la estatua; y esto lo narra Filostéfano. Había asimismo en Cnido otra Afrodita de mármol, y también era bella; otro [hombre] se enamoró de ella y se unió con la piedra: lo narra Posidipo; el primer [autor] en el libro "Sobre Chipre" y el segundo en el libro "Sobre Cnido". ¡Tanto pudo engañar un arte que incitó a hombres enamoradizos hacia un abismo!
57.4. Ciertamente deber ser diligente la condición del artista, pero no hasta el punto de engañara un [ser] racional ni a los que han vivido según el Verbo; así, unos pichones volaron hacia unas pinturas, por la semejanza de una paloma pintada, y unos caballos relincharon a [otros] caballos hermosamente pintados. Dicen que una mujer joven se enamoró de una imagen y un joven hermoso de una estatua de Cnido, pero los ojos de los espectadores fueron engañados por el arte.
57.5. En efecto, ningún hombre sensato se unió con una diosa, ni se enterró con una muerta, ni se enamoró de un demonio o de una piedra. En cambio, a ustedes los engañó el arte con cualquier brujería, y aunque no los llevó al enamoramiento, sí a honrar y adorar las estatuas y las pinturas.
57.6. Parecida es la pintura; el arte sea alabado, pero que no engañe al hombre como [si fuera] una verdad. Permanezca en silencio el caballo; el pichón sin moverse, la pluma inactiva. La vaca de Dédalo, la que estaba hecha de madera, conquistó a un toro salvaje, y el arte engañó entonces a la fiera, a la que obligó a subir encima de una mujer enamorada.
La idolatría es una impiedad
58.1. Las artes provocaron tanto arrebato al seducir a los necios. Sin embargo, los cuidadores y guardianes tienen que sorprender a los monos, porque no se les engaña con imágenes y juguetes de cera o arcilla; en cambio ustedes, ciertamente, son peores que los monos, porque se aferran a estatuas de piedra, madera, oro y marfil, y a pinturas.
58.2. Los fabricantes de estos juguetes funestos son los talladores de piedras y los escultores, como así también los pintores, carpinteros y poetas, al introducir una multitud de objetos de esta especie: Sátiros y Panes en los campos, las Ninfas "oréadas" y "hamadríadas" en los bosques, también, sin duda, las otras Náyades junto a las aguas, los ríos y las fuentes, y finalmente las Nereidas en el mar.
58.3. Ahora se vanaglorian unos magos de los que los demonios sean servidores de su propia impiedad, enrolándolos como sus propios criados y con encantamientos han conseguido hacerlos esclavos por la fuerza. Por consiguiente, matrimonios, descendencias, partos de dioses que he recordado, adulterios cantados, festines ridiculizados y risas introducidas junto a la bebida me obligan a gritar (aunque quisiera callar): ¡Ay de mí, cuánta impiedad!
58.4. Han hecho del cielo un escenario, lo divino es para ustedes un drama y han ridiculizado lo santo con máscaras de demonios, parodiando la verdadera piedad con la superstición.
El ser humano es imagen de Dios
59.1. "Una vez que el citarista empezó a cantar bellamente" (Homero, Odisea, VIII,266), cántanos, Homero, la hermosa canción: "Sobre la amistad de Ares y Afrodita, la bien coronada; cómo se unieron por primera vez en la casa de Hefesto, en secreto; entregó mucho, pero violó el lecho y la mansión del regio Hefesto" (Homero, Odisea, VIII,267-270).
59.2. ¡Cesa el canto, Homero! No es hermoso y enseña el adulterio. Impidamos nosotros fornicar también a los oídos; nosotros, en efecto, somos los que llevamos la imagen de Dios en esta estatua que vive y se mueve, en el hombre; una imagen inseparable, consejera, compañera, cómplice, simpatizante y afectuosa; somos una ofrenda para Dios en nombre de Cristo.
59.3. "Nosotros somos el linaje escogido, el sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido; los que un tiempo no éramos pueblo, pero ahora somos pueblo de Dios" (1 P 2,9. 10). Los que, según (san) Juan, no somos de abajo (Jn 8,23), porque hemos aprendido todo del que vino de lo alto (cf. Jn 3,31; 4,25), los que hemos meditado la economía salvífica de Dios, los que hemos procurado "caminar en una vida nueva" (Rm 6,4).
Los paganos piensan que una vida incontinente es una forma de piedad
60.1. Pero la mayoría no piensa esto; rechazando en casa el pudor y el temor inculcan los deseos impuros de los demonios. Por consiguiente, han adornado con insolencia las alcobas que poseen con tablillas pintadas y colocadas en el techo, porque consideran el desenfreno una piedad.
60.2. Así, estando acostados en el lecho, incluso entre abrazos, miran aquella Afrodita desnuda, prisionera en su relación sexual, y sirviéndose de la imagen del pájaro que vuela alrededor de Leda, enamorado de aquella femineidad, lo representan en las cintas para la cabeza, coloreadas con la imagen relativa a la intemperancia de Zeus.
El paganismo conduce al rechazo de lo mejor y a honrar lo peor
61.1. Éstos son los modelos de la intemperancia de ustedes, éstas son las doctrinas divinas de la insolencia, éstas las enseñanzas de los dioses que se prostituyen con ustedes; "lo que se desea, eso es también lo que cada uno piensa" (Demóstenes, Olynthiaca, III,19), según el orador ateniense. A su vez, ustedes tienen asimismo otras imágenes parecidas: pequeños Panes, muchachas desnudas, sátiros borrachos, miembros erectos, puestos al desnudo en las pinturas y que prueban la incontinencia.
61.2. Tampoco se avergüenzan de contemplar manifiestamente todos juntos las figuras que representan toda clase de desenfreno; aún más, procuran que estén sobre todo dedicadas, sin duda, las imágenes de sus dioses; consagrando en casa columnas de impudencia, representando por igual las imágenes de Filenis y los combates de Heracles.
61.3. No sólo anunciamos una amnistía de la práctica de esas cosas, sino también de la mirada y de la escucha misma. Sus oídos se han prostituido, los ojos han fornicado (cf. 2 P 2,14) y lo más novedoso es que sus miradas han cometido adulterio antes de la relación sexual (cf. Mt 5,28).
61.4. ¡Ay de quienes han forzado al hombre y le han arrancado con violencia el soplo divino de la creación! Desconfían de todo, para estar vivamente apasionados. También creen ciertamente en los ídolos, porque envidian su intemperancia; en cambio, no creen en Dios, porque no soportan la moderación. Han rechazado lo mejor y han honrado lo peor. Así, se han convertido en espectadores de la virtud y en actores de la maldad.
Los cristianos veneran a un Dios creador
62.1. Ahora bien, los únicos dichosos (Oráculos Sibilinos, 4,24), por así decirlo, son todos aquellos que, según la Sibilia, "rechazan todos los templos que ven, y los altares, construcciones vulgares de piedras insensibles, "xóanes" de piedra y estatuas fabricadas por mano humana; manchadas con sangre viva y sacrificios cruentos de cuadrúpedos, de bípedos y de fieras aladas" (Oráculos Sibilinos, 4,27-30; 3,29).
62.2. En efecto, se nos prohíbe con claridad practicar un arte engañoso. Dice el profeta: "No harás una imagen de cuanto hay arriba en el cielo ni abajo en la tierra" (Ex 20,4; Dt 5,8).
62.3. ¿Acaso hemos de considerar aún como dioses a la Deméter de Praxíteles, a Core y al Yaco místico, a las obras de Lisipo o a las manos de Apeles, que han imaginado en la materia la forma de la gloria divina? En cambio, ustedes tratan sin parar de que se labre la estatua lo más bellamente posible, y no piensan que ustedes mismos, por necedad, terminan siendo semejantes a las estatuas.
62.4. Por eso, muy clara y concisamente la palabra profética condena esta costumbre: "Todos los dioses de los pueblos son representaciones de los demonios; sólo Dios hizo los cielos" (Sal 96[95],5) y lo que hay en el cielo.
Debemos adorar al Dios Creador, no a su creación
63.1. Algunos que están equivocados no sé cómo en vez de adorar a Dios, adoran una obra divina: el sol, la luna, el coro restante de los astros, sosteniendo irracionalmente que éstos, los instrumentos del tiempo, son dioses. "Por su Verbo fueron hechos y por el aliento de su boca tienen todo su poder" (Sal 33[32],6).
63.2. Ahora bien, el arte humano fabrica casas, naves, ciudades y pinturas, pero ¿cómo enumeraría yo cuanto Dios hace? ¡Mira el mundo entero, es obra suya! Cielo, sol, ángeles y hombres "son obras de sus dedos" (Sal 8,4). ¡Qué grande es el poder de Dios!
63.3. Su sola voluntad creó el cosmos; en efecto, sólo Dios lo hizo, puesto que también es en realidad es el único Dios. Crea con el simple querer, y el existir sigue al sencillo acto de desear (cf. Sal 33[32].9; Gn 1,3).
63.4. En este punto se equivoca el coro de los filósofos, quienes confiesan públicamente que el hombre ha nacido muy bien para la contemplación del cielo, pero adoran los fenómenos celestiales y los que se descubre con la vista. Aunque las obras que hay en el cielo no sean humanas, sin embargo han sido creadas para los hombres.
63.5. Que ninguno de ustedes adore el sol, sino que desee vivamente al Creador del sol; que no divinice el cosmos, sino que busque al Artífice del cosmos. Según parece, el único refugio que queda para quien desea a las puertas salvadoras es la sabiduría divina; por eso, como en un asilo sagrado, el hombre ya no es mercancía de ninguno de los demonios y se apresura hacia la salvación.
Capítulo V: continuación de la primera parte (crítica de los cultos y los misterios paganos)
Las opiniones de los filósofos
64.1. Recorramos también, si quieres, las opiniones de los filósofos, aquellas con las que se enorgullecen respecto de los dioses, para descubrir cómo también la filosofía misma, por su amor a la vanagloria, idolatra la materia, y de pasada podamos establecer que, al divinizar algunos demonios, ha visto en sueños la verdad.
64.2. Así, en efecto, al celebrar los primeros elementos, Tales de Mileto consideró el agua; Anaxímenes, también él milesio, el aire, al que siguió más tarde Diógenes de Apolonia. Parménides de Elea propuso el fuego y la tierra como dioses, pero luego Hipaso, el metapontino, y Heráclito de Efeso, sólo consideraban dios a uno de esos [dos elementos], el fuego. Empédocles de Agrigento, cayendo en la pluralidad, además de estos cuatro elementos, enumera la discordia y la amistad.
64.3. Éstos son también ateos, porque adoraron con una cierta sabiduría indocta la materia y, aunque no honraron las piedras o la madera, sin embargo divinizaron la tierra como madre de todo y, aunque no se fabricaron un Poseidón, sin embargo se volvieron suplicantes del agua misma.
64.4. ¿Qué otra cosa es Poseidón sino una sustancia húmeda, que forma la palabra por onomatopeya de la acción de beber? Sin duda, también Ares ha sido apodado el belicoso por la acción de levantar y de destruir.
64.5. Por eso también me parece que muchos, sobre todo después de haberse limitado a clavar la espada en el suelo, la ofrecen un sacrificio como honrando a Ares.; esto es lo propio de los escitas, como dice Eudoxo en el segundo [libro] de su "Movimiento circular de la tierra". Entre los escitas, los sármatas veneran una cimitarra, como dice Hicesio en su [libro] "Sobre los misterios".
64.6. Esto mismo sucede también a los discípulos de Heráclito, que veneran el fuego como principio generador; ciertamente otros llamaron a este fuego Hefesto.
Los filósofos deben reconocer que sus maestros fueron los persas, los sármatas, los magos
65.1. Entre los persas honraron al fuego los magos y muchos habitantes de Asia, y los macedonios, como dice Diógenes en su primer [libro] "Sobre los persas". ¿Para qué tengo yo que recordar a los saurómatas, de los que narra Ninfodoro en sus "Costumbres extranjeras", que veneran el fuego, o a los persas, medas o magos? Dinón afirma que éstos ofrecen sacrificios a cielo raso, porque únicamente consideran como imágenes de los dioses el fuego y el agua.
65.2. Ni siquiera he disimulado su ignorancia. En efecto, aunque piensen sobre todo que van a huir del error, sin embargo caen en otro engaño. No han admitido maderas y piedras como imágenes de los dioses al igual que los griegos, ni las aves sagradas o icneumones (= animales que siguen la pista; o mangosta; o una especie de avispa) como los egipcios, sino el fuego y el agua como los filósofos.
65.3. En realidad, muchos períodos de años después, Beroso, en su tercer [libro] "Sobre los caldeos", sostiene que ellos veneran imágenes de figura humana, y esto mismo lo introdujo Artajerjes, el hijo de Darío Ocos, el primero que erigió la estatua de Afrodita Anaitis en Babilonia, Susa y Ecbátana y propuso venerarla a persas y bactrianos, en Damasco y en Sardes.
65.4. Así, los filósofos han de reconocer que sus maestros fueron persas, sármatas o magos; de ellos han aprendido el ateísmo de esos principios venerados por ellos, desconociendo al Autor que lo gobierna todo y al Creador de los mismos principios, al Dios sin principio; en cambio, suplican a esos elementos sin fuerza y sin valor (Ga 4,9), como afirma el Apóstol, elementos creados para el servicio humano (cf. Ga 4,9).
Los filósofos no conocieron al Padre del universo
66.1. De los demás filósofos, algunos pasaron por alto los elementos y se ocuparon de algo más elevado e importante, los que cantaron la infinitud, como Anaximandro (de Mileto), Anaxágoras de Clazomene y el ateniense Arquelao. Éstos dos últimos colocaron el entendimiento en la infinidad, pero Leucipo el milesio y Metrodoro de Quíos dejaron, al parecer, dos principios: lo lleno y lo vacío.
66.2. Demócrito de Abdera reteniendo esos dos [principios] añadió los ídolos (o: imágenes). Alcmeón de Crotona pensaba que los astros eran seres con vida. No callaré su desvergüenza: Jenócrates (el calcedonio) insinuaba que los siete planetas eran dioses y que el octavo era el cosmos, constituido por todas las estrellas fijas.
66.3. Tampoco pasaré por alto a los del Pórtico, quienes afirman que la divinidad penetra a través de toda la materia, incluso de la menos noble; éstos deshonran por completo la filosofía.
66.4. Me parece que, llegado a este punto, no es difícil tampoco recordar a los peripatéticos; el fundador de esta escuela filosófica, por desconocer al Padre del universo, pensaba que el denominado altísimo era el alma de todo (Aristóteles, De motu animalium, 4,700a 1; Seudo Aristóteles, De mundo, 397b 25); es decir, al sostener que Dios era el alma del mundo, se contradecía a sí mismo. Ciertamente el que limita la providencia hasta la luna misma, después se equivoca al considerar Dios al mundo, porque considera Dios lo que está desprovisto de Dios.
5. Aquel Teofrasto de Éreso, el discípulo de Aristóteles, sostenía que Dios era de alguna manera cielo y aire. Así, obrando deliberadamente, pasaré por alto sólo a Epicuro, el cual, por su absoluta impiedad, piensa que Dios no se ocupa de nada. ¿Y [qué recordaré] de Heraclides del Ponto? No hay donde él mismo no se haya dejado arrastrar por los ídolos de Demócrito.
Capítulo VI: continuación de la primera parte (crítica de los cultos y los misterios paganos)
Crítica de las escuelas filosóficas que divinizaron los fenómenos celestiales
67.1. También flota sobre mí esa gran multitud [de filósofos], como si fuera un espantajo que presenta una apariencia absurda de demonios extraños, contando fábulas con bobería de anciana; así, es muy necesario a los hombres abandonar la escucha de tales relatos, con los que ni siquiera acostumbramos calmar a los propios hijos -es lo que se dice-, cuando lloran, contándoles aquellas fábulas, temiendo que crezca en ellos la impiedad, proclamada por la opinión de estos sabios, que en nada conocían lo verdadero mejor que los niños.
67.2. Así entonces, en aras de la verdad, ¿por qué muestras a los que han creído en ti sometidos con un flujo, un movimiento y unos remolinos desordenados? ¿Por qué me llenas la vida de ídolos, imaginando que vientos, aires, fuego, tierra, piedras, madera, hierro, y el cosmos son dioses, y también dioses los astros errantes, con los que en realidad son engañados los hombres por medio de esa famosa astrología, no astronomía, que parlotea y diserta sobre fenómenos celestiales? Anhelo al Señor de los vientos, al Señor del fuego, al Creador del mundo, al que trae la luz del sol; voy en busca de Dios, no de las obras de Dios.
El Verbo es el sol del alma
68.1. ¿Qué colaborador encuentro en ti para la investigación? Porque no te rechazo en absoluto. Si quieres, [vayamos] a Platón. ¿Cómo hay que descubrir a Dios, Platón? "Es tarea imposible encontrar al Padre y Creador de todo y una vez encontrado explicarlo a todos" (Platón, Timeo, 28C). Porque, en efecto, ¿cómo se puede hablar de Él? "Ciertamente no es expresable de ninguna manera" (Platón, Epístola, VII,341C).
68.2. Bien, Platón; has acariciado la verdad, pero no te canses. Emprende conmigo la búsqueda en torno al bien; en efecto, a todos los hombres por completo, pero sobre todo a los que pasan el tiempo en razonamientos, les asiste un determinado influjo divino.
68.3. Por consiguiente, gracias a ello y ciertamente a pesar suyo reconocen que hay un solo Dios, que es increado e imperecedero, que realmente está siempre por encima de la espalda del cielo (cf. Platón, Fedro, 247C), en su atalaya propia y particular. "Dime, ¿cómo debo imaginarme a Dios? El que todo lo ve sin ser visto", dice Eurípides (Fragmentos, 1129).
68.4. Por eso, me parece que Menandro se equivocó donde afirma: "Sol, es necesario adorarte como el primero de los dioses, gracias a ti nos es posible contemplar a los demás dioses" (Menandro, Fragmentos, 678). En efecto, ningún sol podrá mostrar al Dios verdadero, pero el Verbo fuerte, que es sol del alma (cf. Platón, República, VI,508C), y sólo Él es el que da luz a la mirada cuando se despliega en la profundidad de la mente misma (cf. Platón, República, VII,533D).
68.5. De ahí que Demócrito, no sin razón, afirme que "algunos pocos hombres sensatos, elevando entonces las manos hacia lo que ahora los griegos llamamos aire, hablaban con Zeus de todo, porque él lo sabía, concedía y quitaba todo, y él mismo era el rey de todo" (Demócrito, Fragmentos, 30). Por este motivo, también Platón, al pensar en Dios, insinúa que "todo gira alrededor del rey universal y que es causa de todo lo bello" (Platón [o Seudo Platón], Epístola, 2,312E).
Dios es peso, medida y número de todas las cosas
69.1. Por consiguiente, ¿quién es el rey de todo? Dios es la medida de la verdad de lo que existe. Así, lo mismo que lo mensurable está comprendido en la medida, así también la verdad es medida y comprendida en el pensar sobre Dios.
69.2. El verdaderamente admirable Moisés dice: "No tendrás en tu bolsa pesa grande y pesa chica, no tendrás en tu casa una medida grande ni chico, sino que tendrás un solo peso verdadero y justo" (Dt 25,13-15), considerando a Dios como peso, medida y número de todas las cosas.
69.3. Ciertamente, los ídolos injustos e inicuos están ocultos en casa, en la bolsa y en el alma manchada, como suele decirse. La única medida exacta es en realidad el Dios único, que es siempre igual a sí mismo y permanece del mismo modo; mide y pesa todo, como si abarcara y sostuviera de manera inmutable la naturaleza de todas las cosas en una balanza fiel.
69.4. "Dios, según un antiguo dicho, puesto que tiene el inicio, el fin y el medio de todos los seres, avanza marchando conforme a una recta naturaleza; siempre le acompaña el derecho, verdugo de los que descuidan la ley de Dios" (Platón, Leyes, 4,715E-716A).
Las leyes verdaderas fueron proporcionadas por los hebreos
70.1. ¿Por que insinúas la verdad, Platón? ¿De dónde el suministro bienhechor de razonamientos con que adivinas el culto divino? Más sabios que éstos -dice-, son las gentes bárbaras (Platón, Fedro, 78A). Conozco a tus maestros, aunque quieras ocultarlos; aprendes geometría de los egipcios, astronomía de los babilonios, recibes sanos conjuros de los tracios y los asirios te enseñaron muchas cosas; pero las leyes que son verdaderas y una opinión sobre Dios [te] fueron facilitadas por los hebreos, (70.2) "éstos no honran con engaños, ni obras humanas de oro, bronce, plata o marfil, ni ídolos de madera o piedra de hombres mortales, lo cual hacen los mortales con insensato deseo; sino que elevan las manos puras hacia, el cielo, levantándose pronto del lecho, purificando siempre el cuerpo con agua, y honran solamente al que siempre se preocupa de todo, al Inmortal" (Oráculos Sibilinos, 3,586-588. 590-594).
El único Dios
71.1. Para mí no existe únicamente este Platón, oh filosofía; por el contrario, debes esforzarte en presentarme a otros muchos que han proclamado que Dios es realmente el único Dios, y bajo cuya inspiración, alguna vez se han apoderado de la verdad.
71.2. Ciertamente, Antístenes, no como discípulo cínico, sino corno oyente de Sócrates, pensó esto: "Dios no se parece a nadie -dice-, porque nadie puede conocerlo a partir de una imagen" (Antístenes, Fragmentos, 24).
71.3. Jenofonte, el ateniense, hubiera escrito también él mismo con claridad sobre la verdad y habría dado testimonio, como Sócrates, si no hubiese temido la cicuta de Sócrates; y en no menor medida lo insinúa: "Así, quien todo lo hace temblar y lo hace estar quieto, es claro que se trata de alguien grande y poderoso; pero qué forma tiene, es secreto; tampoco el sol, que parece visible, permite que nadie lo vea; mas si alguno lo mira imprudentemente, quedará sin vista" (Jenofonte, Memorabilia, 4,3,13-14).
71.4. ¿En qué, pues, se apoya el hijo de Grilo (= Jenofonte) si no es, sin duda, en lo que la profetisa hebrea vaticina de la siguiente manera?: "¿Qué carne puede ver con sus propios ojos al celestial, inmortal y verdadero Dios, que habita en el polo [o: cielo polar]? Ahora bien, ni siquiera frente a los rayos del sol pueden pararse los hombres, puesto que son mortales" (Oráculos Sibilinos, 1,10-13).
Dios es uno y gobierna el universo
72.1. Cleantes de Pedasa, filósofo estoico, no enseña una teogonía poética, sino una teología realista. No ocultó lo que pensaba sobre Dios: (72.2) "¿Me preguntas cómo es el bien? Escucha, porque: es ordenado, justo, santo, piadoso, dueño de sí mismo, útil, hermoso, recio, austero, severo, siempre benéfico, intrépido, inofensivo, provechoso, inocuo, ventajoso, agradable, seguro, amable, estimado, reconocido, afamado, modesto, diligente, manso, enérgico, perdurable, irreprochable, siempre perseverante (Cleantes, Fragmentos, 557). No es libre todo el que busca la opinión favorable, tratando de obtener algún bien de ella" (Cleantes, Fragmentos, 560).
72.3. Pienso que aquí enseña con claridad cómo es Dios y de qué manera la fama común y la costumbre esclavizan a los hombres que las persiguen, pero no buscan a Dios.
72.4. No hay que ocultar a los discípulos de Pitágoras, quienes afirman: "Dios es uno solo y no está -como creen algunos- fuera del orden del universo, sino en el universo mismo, estando todo entero en el orbe entero como observador de todo devenir, combinándolo todo, siempre existente y autor de su propia actividad y de sus obras, como iluminador de todo lo que hay en el cielo, padre de todos, mente y aliento en todo el ciclo, movimiento de todos los seres" (Pitágoras, Fragmentos, 186).
72.5. Para el conocimiento de Dios son suficientes también estas cosas escritas bajo su inspiración; nosotros las hemos elegido para el que sea capaz de considerar la verdad, aunque sea un poco.
Capítulo VII: conclusión de la primera parte (crítica de los cultos y los misterios paganos)
Los poetas paganos no dan testimonio de la verdad
73.1. Venga también a nosotros (pues no es bastante sólo la filosofía) la misma poesía, ocupada enteramente en la invención, que con dificultad dará ahora testimonio de la verdad y sobre todo reconocerá ante Dios la digresión mítica. ¡Venga, entonces, el primer poeta que lo desee!
73.2. Ciertamente, Arato piensa que el poder de Dios atraviesa por medio de todo: "Para que todo crezca con constancia, a Él se dirigen siempre, al principio y al final. Alégrate, Padre, gran maravilla, gran ayuda para los hombres" (Arato, Phaenomena, 13-15).
73.3. También Hesíodo de Ascra alude a Dios con lo siguiente: "En efecto, Él es rey y dueño de todo. Ninguno de los inmortales ha rivalizado con Él en poder" (Hesíodo, Fragmentos, 308).
Los "destellos" de la verdad en los escritores griegos
74.1. Incluso también en la escena [los dramas] manifiestan la verdad. Así, Eurípides, mirando hacia el éter y el cielo, dice: "Considéralo Dios" (Eurípides, Fragmentos, 941).
74.2. Y Sófocles, el hijo de Sofilo: "Uno en las cosas verdaderas, uno es Dios, el que hizo el cielo y la tierra inmensa, la brillante ola del mar y la fuerza de los vientos. La mayoría de los mortales, equivocados en el corazón, dirigimos el consuelo de los sufrimientos a estatuas de dioses de piedra, o a imágenes de bronce, de oro fundido o de marfil. Concediéndoles sacrificios y vanas asambleas festivas, pensamos que así obramos piadosamente" (Seudo Sófocles, Fragmentos, 1025). Éste mismo introdujo de forma temeraria en la escena la verdad a los espectadores.
74.3. El tracio Orfeo, hijo de Eagro, era a la vez hierofante (= el que explica los misterios sagrados) y poeta. Después de la presentación de las ceremonias religiosas y de la teología idolátrica, introduce una retractación de la verdad, aunque tarde, entonando una palabra realmente sagrada:
74.4. "Gritaré a los que es permitido. ¡Profanos, cierren las puertas todos por igual! Escucha tú, Museo, hijo de la luminosa Luna, porque diré la verdad, y lo que antes se te mostró claro en el corazón, no te prive de la vida feliz. Una vez contemplada la palabra divina, permanece junto a ella, enderezando tu corazón, urna de la inteligencia. Camina bien por el sendero y mira al único Señor inmortal del cosmos" Orfeo, Fragmentos, 246).
74.5. Prosiguiendo después, añade en términos precisos: "Es uno, nacido de sí mismo. Todo lo nacido ha sido hecho por Él; y Él mismo circula en todos ellos, y no le ve ninguno de los mortales, pero Él ve a todos" (Orfeo, Fragmentos, 246). De este modo, Orfeo comprendió con el tiempo que había estado equivocado.
74.6. "Pero tú no dudes, mortal ingenioso, ni te retrases, sino volviendo a andar lo desandado aplaca a Dios" (Oráculos Sibilinos, 3,624-625).
74.7. En efecto, aunque los griegos, al recibir los mejores destellos (o: chispas; también: lo que estimula) respecto del Verbo divino, proclamaron unas pequeñas cosas de la verdad, testimonian que el poder de la misma no está oculto y se acusan a sí mismos de débiles por no llegar hasta el fin.
No se puede alcanzar la verdad plena sin el auxilio del Verbo
75.1. Así, pienso que ya es claro para todos que quienes hacen o dicen algo sin el Verbo de la verdad se parecen a los que se esfuerzan en caminar sin pies. Deben empujarte hacia la salvación las refutaciones sobre sus dioses, a quienes los poetas, violentados por la verdad, ridiculizan en sus comedias.
75.2. En efecto, el cómico Menandro, en el drama "El auriga supuesto", dice: "No me asusta ningún dios que pasea fuera con una anciana, y que entra en las casas con una documentación" (Menandro, Fragmentos, 202), como mendicante de Cibeles, porque así se comportan los sacerdotes de Cibeles.
75.3. Por eso Antístenes, con razón, a los mendicantes les decía: "Yo no alimento a la madre de los dioses, porque la alimentan los dioses" (Antístenes, Fragmentos, 70).
75.4. Y, de nuevo, el mismo autor cómico (= Menandro), en el drama "La sacerdotisa", al enojarse contra esa costumbre, intenta refutar el orgullo ateo del error, declarando con sensatez: "En efecto, si un hombre arrastra al dios con sus címbalos hacia donde él quiere, quien hace eso es más grande que el dios; ahora bien, ésos son instrumentos de audacia y violencia, inventados por hombres" (Menandro, Fragmentos, 245).
Los escritores paganos son los primeros en cuestionar a los falsos dioses
76.1. Y no sólo Menandro, sino que también Homero, Eurípides y otros numerosos poetas refutan a sus dioses y no temen ultrajarlos como pueden. Por ejemplo, llaman a Atenea "mujer desvergonzada" (o: mosca canina; Homero, Ilíada, XXI,394. 421), a Hefesto "lisiado de ambas piernas" (Homero, Ilíada, I,607; XIV,239), y Helena dice a Afrodita: "No volverás con tus propios pies al Olimpo" (Homero, Ilíada, III,407).
76.2. Homero escribe abiertamente respecto de Dionisio: "Un día persiguió él (= Licurgo) a las nodrizas del frenético Dioniso en el sagrado [monte] Nisa; pero ellas, todas a la vez, arrojaron sus sacrificios en tierra, por el homicida Licurgo" (Homero, Ilíada, VI,132-134).
76.3. Eurípides es verdaderamente digno de la escuela socrática quien, al mirar hacia la verdad y despreciar a los espectadores, refutó una vez a Apolo, "que mora en el templo del centro de la tierra, distribuyendo a los mortales las palabras más sabias. (76.4) 4. Persuadido por aquél, maté yo a la madre; considérenle criminal y mátenle. Pecó aquél, no yo, porque es más ignorante del bien y del derecho" (Eurípides, Orestes, 591-592. 594-596. 417). (76.5) algunas veces presenta en la escena a Heracles furioso y en otras ebrio e insaciable. Ciertamente, ¿cómo no? Él, saciado de carnes, "comía higos verdes, gritando tan extraño que sólo un bárbaro lo habría entendido" (Eurípides, Fragmentos, 907).
76.6. Cuando en el drama "Ión", hace dar vueltas a los dioses en el teatro con la cabeza descubierta: "¿Cómo va a ser justo que ustedes, que han dispuesto leyes para los mortales, sean acusados de injusticia? En efecto, no sucederá, pero utilizo el razonamiento, si sometieran a juicios humanos sus matrimonios forzados, tú también Poseidón y Zeus, que eres dueño del cielo, al pagar sus injusticias, vaciarían los templos" (Eurípides, Ión, 442-447).
Capítulo VIII: comienzo de la segunda parte (argumentación a favor de la nueva religión: el cristianismo)
La fuerza salvadora de las divinas Escrituras
77.1. Una vez que hemos tratado en orden todas esas cosas, es el momento de acudir a las Escrituras proféticas. En efecto, los oráculos que exponen claramente los puntos de partida hacia la piedad también nos fundamentan la verdad. Las divinas Escrituras, además de un género de vida prudente, son caminos cortos de salvación; desnudas de adorno, sonido agradable, originalidad y de adulación, levantan al hombre vencido por la maldad y refuerzan lo resbaladizo que hay en la vida; con una única y la misma palabra ofrecen muchos servicios: nos apartan del error funesto y nos empujan con claridad hacia la salvación manifiesta.
77.2. Que al instante nos entone en primer lugar la Sibila profética el canto salvador: "Mira, Él es visible a todos y se presenta estable; vengan, no persigan siempre la tiniebla y la oscuridad. Mira, la luz del sol de mirada dulce brilla en gran manera. Conózcanla, los que han puesto sabiduría en sus pechos. Es un único Dios el que envía lluvias, vientos, sismos, relámpagos, hambres, pestes, funerales luctuosos, nevadas y heladas; ¿por qué menciono cada una de estas cosas? Él rige el cielo, gobierna la tierra y existe por sí mismo" (Oráculos Sibilinos, 1,28-35).
77.3. Comparando mediante gran inspiración divina el error con la tiniebla, el conocimiento de Dios con el sol y la luz, y cotejando ambas cosas con sensatez, nos enseña [cuál debe ser] la elección. Ciertamente, el engaño no se disipa por comparación con la verdad; se destierra forzándolo con la práctica de la verdad.
El testimonio de los profetas
78.1. Jeremías, el profeta sapientísimo, o mejor, el Espíritu Santo en Jeremías nos muestra a Dios. Dice: "Yo soy un Dios cercano, no un Dios lejano. Si un hombre hiciera algo a escondidas, ¿yo no lo vería? ¿No lleno los cielos y la tierra? Dice el Señor" (Jr 23,23-24).
78.2. Por otra parte, de nuevo dice por Isaías: "¿Quién medirá el cielo con la palma y toda la tierra con el cuenco de la mano?" (Is 40,12). Mira la grandeza de Dios y conmuévete (cf. Ef 1,19). Adoremos a este de quien afirma el profeta: "Ante tu rostro se derretirán los montes, como ante la faz del fuego se derrite la cera" (Is 64,1). Éste, dice, es Dios, "el que tiene como trono el cielo y la tierra como taburete" (Is 66,1), "el que si abriera el cielo, un temor se apoderaría de ti" (Is 64,1).
78.3. ¿Quieres también oír lo que dice este profeta (= Jeremías) sobre los ídolos? Serán expuestos como modelos delante del sol y sus cadáveres servirán de alimento a las aves del cielo y a las fieras de la tierra, y se pudrirán bajo el sol y la luna, a quienes ellos honraron y a quienes sirvieron, y su ciudad será incendiada (cf. Jr 8,2; 34,20; 4,26).
78.4. Dice que los elementos y el cosmos serán destruidos juntamente también con ellos: "La tierra -afirma- envejecerá y el cielo pasará" (cf. Mt 24,35; cf. Is 40,8; 51,6), pero "la palabra del Señor permanece por siempre" (Is 40,8).
El Dios de Israel es el único Señor
79.1. ¿Y cuando, en otra ocasión, Dios quiso manifestarse a sí mismo por medio de Moisés? "Vengan, vengan que soy yo y no hay otro Dios fuera de mí. Yo mataré y daré vida; heriré y sanaré, y no hay quien se libre de mis manos" (Dt 32,39).
79.2. Pero ¿quieres también escuchar otra predicción? Tienes todo el coro profético, a los compañeros de Moisés. ¿Qué les dice el Espíritu Santo por Oseas? No dudaré en decirlo: "Mira, yo soy el que da fuerza al trueno y el que crea el viento" (Am 4,13), y cuyas manos establecieron la milicia celestial (cf. Sal 8,4).
79.3. También por medio de Isaías (te recordaré esta palabra) dice: "Yo soy, yo soy el Señor, el que proclama la justicia y anuncia la verdad; reúnanse y vengan; deliberen a la vez los salvados desde las naciones. No me han conocido los que erigen un trozo de madera como su ídolo y suplican a dioses que no les salvan" (Is 45,19-20).
79.4. Luego, continuando, dice: "Yo soy Dios y no hay justo fuera de mí, y no hay salvador fuera de mí; vuélvanse hacia mí y serán salvos los del confín de la. tierra. Yo soy Dios y no hay otro; lo juro por mí mismo" (Is 45,21-23).
79.5. Rechaza a los idólatras diciéndoles: "¿Con quién podrán comparar al Señor, y con qué imagen podrán parangonarlo? ¿Acaso con la imagen que fabricó el artesano o el orfebre fundió con el oro para dorarla?" (Is 40.18-19). Y lo que sigue a esas cosas.
79.6. ¿Acaso son también ustedes idólatras? Pero ahora al menos eviten las amenazas; en efecto, gritan los grabados y lo hecho por mano de hombre, pero sobre todo los que confiaban en ellos, porque la materia es insensible. Además, dice: "El Señor conmoverá ciudades habitadas y alcanzará con la mano todo el universo como un nido" (Is 10,31-14).
El Señor nos regala luz, fe, salvación; y nos encamina hacia la verdad
80.1. ¿Por qué te anuncio misterios de sabiduría y sentencias provenientes de un niño hebreo (= Salomón) que ha sido instruido? "El Señor me creó como comienzo de sus caminos en función de sus obras" (Pr 8,22); y "el Señor otorga sabiduría y de su boca proceden conocimiento e inteligencia" (Pr 2,6).
80.2. "¿Hasta cuándo, perezoso, estarás acostado? ¿Cuándo te levantarás de tu sueño?" (Pr 6,9). "Si fueras diligente, te llegaría tu cosecha como una fuente" (Pr 6,11), que es el Verbo del Padre, la buena lámpara, el Señor que trae la luz, la fe y la salvación para todos.
80.3. "El Señor que hizo la tierra con su poder -como dice Jeremías-, cimentó el universo con su sabiduría" (Jr 10,12). En verdad, habiendo caído nosotros en los ídolos, la Sabiduría, que es su Verbo, nos encamina hacia la verdad.
80.4. Ésta es la primera resurrección (cf. Ap 20,5) de nuestra caída; por eso, el admirable Moisés, para alejarnos de toda idolatría, exclamó muy bien: "Escucha, Israel; el Señor es tu Dios, el Señor es uno (Dt 6,4); y adorarás al Señor tu Dios y a Él solo servirás" (Dt 10,20).
80.5. Pero ahora, hombres, comprendan conforme a aquel bienaventurado salmista David: "Practiquen las enseñanzas, no sea que el Señor se irrite y perezcan fuera del camino justo, cuando de pronto se encienda su cólera. ¡Bienaventurados todos los que confían en Él!" (Sal 2,12).
Dios es siempre el mismo, el que hizo el cielo y la tierra
81.1. Ahora el Señor, compadeciéndose, nos entrega el canto salvador, semejante a un paso de marcha: "Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo serán ultrajadores? ¿Por qué aman la vanidad y buscan el engaño?" (Sal 4,3). ¿Cuál es la vanidad y cuál el engaño?
81.2. El santo Apóstol del Señor, acusando a los griegos, te lo explicará: "Porque conociendo a Dios no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que fueron insensatos en sus razonamientos (Rm 1,21), y cambiaron la gloria de Dios en la representación de una imagen del hombre corruptible (Rm 1,23), y sirvieron a la criatura en lugar del Creador" (Rm 1,25).
81.3. Ciertamente Dios es el mismo, el que al principio hizo el cielo y la tierra (Gn 1,1); pero tú no piensas en Dios, sino que adoras el cielo, y ¿cómo no vas a ser impío?
81.4. Escucha de nuevo al profeta que dice: "El sol se eclipsará y el cielo se oscurecerá (Is 13,10; cf. Ez 32,7), brillará el Todopoderoso por siempre, y las potestades del cielo se conmoverán (Mt 24,29) y los cielos se descompondrán, extendidos y encogidos como una tienda (Sal 104 [103],2; cf. Jl 2,10) -así son las voces proféticas-, y la tierra huirá del rostro del Señor" (Sal 114 [113],7).
Capítulo IX: prosigue la segunda parte (argumentación a favor de la nueva religión: el cristianismo)
Dios a ama a todos los seres humanos
82.1. También podría citarte innumerables textos de los que ni siquiera pasará un solo trazo (Mt 5,18; Lc 16,17), que no llegue a cumplirse. Porque la boca del Señor -el Espíritu Santo- lo ha dicho (cf. Is 1,20; 24,3; 25,8; 58,14). "Por tanto, hijo mío, no desdeñes -dice [la Escritura]- las lecciones del Señor, ni te enfades al ser corregido por Él" (Pr 3,11).
82.2. ¡Cuan grande es el amor [que tiene] a los hombres! No se comporta como el maestro con los alumnos, ni como el señor con los siervos, ni como un dios con los hombres, sino como un tierno padre (Homero, Odisea, II,47. 234; XV,152) que amonesta a los hijos.
82.3. Así, Moisés reconoce que estaba aterrorizado y temblando (Hb 12,1), al oír hablar sobre el Verbo; en cambio, tú ¿no temes cuando oyes hablar del Verbo de Dios? ¿No te turbas? ¿No tomas precauciones a la vez y te apresuras en conocer, es decir, te apresuras hacia la salvación, temiendo la cólera, deseando la gracia y buscando con ardor la esperanza, para evitar el juicio?
82.4. Vengan, vengan, mi grupo de jóvenes: "Porque si no se hacen de nuevo como niños y vuelven a nacer" (Mt 18,3), según dice la Escritura, no recibirán al que es en realidad Padre, ni tampoco entrarán nunca en el reino de los cielos (Mt 18,3). ¿Cómo, en verdad, va a permitir entrar a uno extraño?
82.5. Sin embargo, cuando sea inscrito, nombrado ciudadano y reciba al Padre, entonces me parece que estará en las cosas del Padre (Lc 2,49), entonces será considerado digno de heredar y entonces participará con el Hijo legítimo, el amado (Ef 1,6; cf. Mt 3,17; Mc 1,11; Lc 3,22; Jn 1,34), del reino paterno.
82.6. En efecto, ésta es la Iglesia de los primogénitos, la formada por muchos hijos buenos; éstos son los primogénitos, inscritos en los cielos (Hb 12,23) y los que celebran la fiesta con las mismas miríadas de ángeles (Hb 12,22).
82.7. Nosotros somos los hijos primogénitos, los hijos nutricios de Dios, los amigos legítimos del Primogénito (Rm 8,29; cf. Col 1,15; Hb 1,6), los primeros del resto de los hombres que han conocido a Dios, los primeros que se han alejado de los pecados, los primeros que nos hemos liberado del diablo.
El Señor proclama la verdadera libertad del género humano
83.1. No obstante, ahora hay algunos tanto más ateos cuanto más amigo de los hombres es Dios; ciertamente Él quiere que de esclavos nosotros lleguemos a ser hijos, pero ellos incluso han despreciado con orgullo llegar a ser hijos. ¡Qué gran necedad! ¡Se avergüenzan del Señor!
83.2. Él anuncia la libertad, pero ustedes huyen hacia la esclavitud. Regala la salvación, pero ustedes se rebajan a la mera condición humana. Les concede eternidad, pero ustedes esperan pacientemente el castigo, y toman precauciones contra el fuego que el Señor preparó para el diablo y sus ángeles (Mt 25,41).
83.3. Por eso el bienaventurado Apóstol dice: "Testifico en el Señor, para que ustedes no vivan como también viven los gentiles en la vanidad de su inteligencia, porque tienen la mente en tinieblas y se encuentran apartados de la vida de Dios, por la ignorancia que habita en ellos, por la ceguera de su corazón. Insensibles a sí mismos por el libertinaje, se han entregado a la práctica de toda depravación y codicia (Ef 4,17-19).
Escuchemos la voz del Verbo de Dios
84.1. Cuando un testimonio como ese demuestra la necedad de los hombres y proclama a Dios, ¿qué otra cosa falta a los incrédulos, si no juicio y castigo? Ahora bien, el Señor no se cansa de aconsejar, amedrentar, incitar, fomentar y recordar; ciertamente despierta y levanta de la tiniebla misma a los extraviados.
84.2. "Despierta -dice- tú que duermes, álzate de entre los muertos, y Cristo, el Señor, te iluminará" (Ef 5,14); es el sol de la resurrección, el engendrado antes de la aurora (Sal 110 [109],3), el que regaló la vida con sus propios rayos luminosos.
84.3. Así entonces, que nadie desprecie al Verbo, para que no se sorprenda aniquilándose a sí mismo. En efecto, la Escritura dice en alguna parte: "Si hoy escuchan su voz, no endurezcan su corazón como sucedió en la rebelión, el día de la tentación en el desierto, cuando sus padres me pusieron a prueba" (Hb 3,7-9; cf. Sal 95 [94],8-9).
84.4. Si quieres aprender cuál es la prueba, el Espíritu Santo te lo explicará: "Vieron mis obras -dice- durante cuarenta años; por eso me indigné contra esta raza y dije: "Siempre están extraviados en su corazón; no conocen ellos mis caminos, de modo que he jurado en mi cólera: No entrarán en mi descanso"" (Hb 3,9-13; cf. 95 [94],10-11).
84.5. Miren la amenaza; miren la exhortación; miren el castigo; además, ¿por qué vamos a cambiar también la gracia en cólera y por qué no recibimos al Verbo con los oídos abiertos y no aceptamos a Dios como huésped en nuestras almas puras? En efecto, grande es la gracia de su promesa, si escuchamos hoy su voz; pero el hoy se extiende a cada día, mientras pueda nombrarse el hoy.
84.6. Hasta la consumación permanece tanto el hoy como la posibilidad de aprender; y entonces el hoy verdadero, el día incesante de Dios, se extiende por los siglos. Así, por tanto, escuchemos siempre la voz del Verbo de Dios; ciertamente el hoy es eterno, es imagen de la eternidad; el día es símbolo de la luz, y para los hombres es luz el Verbo, mediante el cual podemos contemplar a Dios.
El Señor nos invita al conocimiento de la verdad
85.1. Con razón entonces la gracia es sobreabundante para los que han creído y han obedecido (cf. 1 Tm 1,14), pero para los que han desobedecido y han sido engañados en su corazón, ni han conocido los caminos del Señor (cf. Hb 3,10; Sal 95 [94],10), a los que Juan [Bautista] ordenó hacer rectos los caminos y prepararse (cf. Mt 3,3; Mc 1,3; Lc 3,4; Is 40,3), con ésos, en verdad, se enojó Dios y les amenaza.
85.2. También los antiguos hebreos errantes recibieron de manera simbólica el cumplimiento de la amenaza; en efecto, se dice que por la incredulidad no entraron en el descanso, antes de conocer ellos mismos que debían someterse al sucesor de Moisés, y de haber aprendido por experiencia, aunque tarde, que no podrían salvarse de otro modo, si no creyendo como Jesús (cf. Nm 14,21-24; Hb 3,18-19).
85.3. Pero amando el Señor a todos los hombres, a quienes envía al Paráclito (cf. Jn 15,26), les invita al conocimiento de la verdad (1 Tm 2,4). ¿Cuál es ese conocimiento? La piedad. "La piedad es útil para todo, según Pablo, porque tiene promesa de la vida presente y de la futura" (1 Tm 4,8).
85.4. Confiesen de alguna manera, hombres, si se vendiese una salvación eterna, ¿por cuánto la adquirirían? Aunque uno vendiera todo el Pactolo, el mítico río de oro, no pagaría un precio equivalente a la salvación.
Dios puede hacernos semejantes a Él
86.1. Por consiguiente, no se desanimen; si quieren, tienen la posibilidad de comprar la salvación más cara con un tesoro conveniente, la caridad y la fe, que son un digno precio de la vida. Dios recibe con agrado ese precio. "Porque tenemos puesta la esperanza en Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, sobre todo de los que creen" (1 Tm 4,10).
86.2. En cambio, los otros, apegados al mundo como determinadas algas a las rocas del mar, estiman poco la inmortalidad y, como el anciano de Itaca (cf. Homero, Odisea, I,57-59), no están deseosos de la verdad ni de la patria del cielo, ni tampoco de la única luz verdadera, sino del humo. La piedad hace al hombre semejante a Dios, en lo posible, y le designa como maestro conveniente a Dios, que también es el único que puede hacer al hombre semejante a Dios de manera digna.
Las Sagradas Escrituras santifican y divinizan
87.1. Creyendo realmente esta enseñanza divina, el Apóstol dice: "Tú, Timoteo, conoces desde niño las Sagradas Escrituras, que pueden instruirte en orden a la salvación mediante la fe en Cristo" (2 Tm 3,14. 15).
87.2. En verdad santas son las Escrituras que santifican y divinizan, y que consecuentemente el mismo Apóstol definió Escrituras, compuestas de esas letras y sílabas sagradas -los libros-, "inspiradas, porque son provechosas para la enseñanza, la refutación, la corrección, la educación en la justicia, con el fin de que el hombre de Dios esté bien dispuesto, preparado para toda obra buena" (2 Tm 3,16-17).
87.3. Si nadie debe rechazar las exhortaciones de los demás santos, tampoco al mismo Señor que ama a los hombres, puesto que [Cristo] sólo se ocupa de que el hombre se salve. Él mismo, apremiándonos a la salvación, grita: "El reino de los cielos se acerca" (Mt 4,17); convierte a los hombres que se acercan a Él, infundiéndoles el temor.
87.4. Por eso también el Apóstol del Señor, advirtiendo a los macedonios, se hace intérprete de la divina voz, diciendo: "El Señor se ha acercado (Flp 4,5); cuídense de no ser sorprendidos con las manos vacías" (cf. Mt 25,28-29; Lc 19,24-26; 1 Co 15,58). Pero ustedes están tan sin temor; mejor, son tan incrédulos que no obedecen ni al Señor mismo ni a Pablo, que también soporta eso en nombre de Cristo (cf. Flp 1,7).
Invitación a correr hacia la salvación que nos ofrece el Verbo
88.1. "Gusten y vean qué bueno es el Señor" (Sal 34 [33],9). La fe los conducirá, la experiencia les enseñará, la Escritura los educará, al decir: "Vengan, hijos, escúchenme, les enseñaré el temor del Señor" (Sal 34 [33],12). A continuación añade brevemente a los que han creído: "¿Quién es el hombre que desea vida, que anhela los días para ver el bien?" (Sal 34 [33],12). Somos nosotros, diremos, los que adoramos el Bien, los que estamos ansiosos de las cosas buenas.
88.2. Escuchen, entonces, los que están lejos, escuchen los que están cerca (Is 57,19; Ef 2,17). El Verbo no se oculta a nadie, es una luz común, brilla para todos los hombres. No existe ningún cimerio (cf. Homero, Odisea, XI,13-19) en el Verbo; corramos hacia la salvación, hacia la regeneración; apresurémonos la mayoría para reunirnos en el único amor conforme a la unidad de la única sustancia. Mediante la práctica de las buenas obras tratemos de conseguir a nuestra manera la unidad, buscando el único bien.
88.3. La unión de muchos, una vez recibida la divina armonía de muchas voces y de pueblos dispersos, resulta una única sinfonía, que sigue al Verbo, único jefe de coro y maestro, y descansa en la misma verdad, diciendo: "Abba, Padre" (Mc 14,36; Rm 8,15; Ga 4,6). Dios recibe con afecto esa voz sincera, cosechando el primer fruto de sus hijos.
Capítulo X: prosigue la segunda parte (argumentación a favor de la nueva religión: el cristianismo)
La religión ha sido odiada por demencia
89.1. Pero no es razonable -dicen- cambiar una costumbre que hemos recibido de nuestros padres. ¿Y por qué no continuamos utilizando entonces el primer alimento, la leche, con la que sin duda nos acostumbraron las nodrizas desde el nacimiento? ¿Por qué aumentamos o disminuimos la herencia paterna y no la conservamos igual que la recibimos? ¿Por qué ya no babeamos en el regazo de los padres y continuamos haciendo también las otras cosas que, cuando éramos pequeños y deudores de nuestras madres, provocaban la risa de los demás, sino que nos corregimos a nosotros mismos, aunque no hayamos tenido buenos pedagogos?
89.2. Además, tratándose de las pasiones, las desviaciones de los caminos trillados, aunque son en verdad perjudiciales y arriesgadas, a la vez en cierto modo se encuentran agradables; pero si se trata de la vida, tras abandonar la costumbre malvada, cruel y atea, aunque los padres se enfaden, ¿nos vamos a desviar de la verdad y no iremos en busca del que es realmente Padre, despreciando la costumbre como un veneno?
89.3. Esto es precisamente lo más hermoso de lo que se argumenta: mostrarles cómo la religión ha sido odiada por demencia y por esa desgraciadísima costumbre. En efecto, no hubiera sido odiada nunca o no se hubiera prohibido tan gran bien -el mejor de cuantos han sido concedidos por Dios al género humano-, si no hubieran estado cautivos por la costumbre, porque sin duda han taponado los oídos ante nosotros, como caballos rebeldes que se sublevan; mordiendo los frenos, han rechazado los discursos, deseando derribarnos a nosotros, los aurigas de la vida de ustedes, y llevados por la locura a los precipicios de la perdición, piensan que es execrable el sagrado Verbo de Dios.
El verdadero Dios regala vida
90.1. Por lo tanto, consecuentemente tienen el premio de su elección, según [dice] Sófocles: "Una mente disipada, oídos inútiles, preocupaciones frivolas" (Sófocles, Fragmentos, 863), y no saben lo más verdadero de todo: los buenos y piadosos se beneficiarán de la buena recompensa por haber honrado lo que es bueno, pero los que por el contrario son malvados tendrán el castigo correspondiente, y una sanción está prevista para el príncipe del mal.
90.2. El profeta Zacarías le amenaza: "Que te reprenda el que eligió a Jerusalén. Mira, ¿no es éste un tizón sacado del fuego?" (Za 3,3). ¿Qué antojo de muerte voluntaria persigue aún a los hombres? ¿Por qué se precipitan con ese tizón mortal, con el que han de consumirse, pudiendo vivir bien según Dios y no según la costumbre?
90.3. Dios regala la vida, pero una costumbre malvada, tras la partida de aquí abajo, junto con un castigo inflige un arrepentimiento inútil; también al sufrir el necio aprende (Hesíodo, Opera et dies, 218) que la superstición mata y la piedad salva.
Dios, por su gran amor al hombre, se detiene ante el hombre
91.1. Cualquiera de ustedes observen a los que sirven junto a los ídolos: con los cabellos manchados, ultrajados con un vestido sucio y roto; ciertamente ignorantes por completo de los baños y como animales salvajes por la largura de las uñas; incluso muchos se han amputado las partes pudendas; en resumen, demuestran que los templos de los ídolos son en realidad tumbas o prisiones. Me parece que éstos lloran a los dioses, en vez de adorarlos, soportando hechos más dignos de compasión que de religión.
91.2. Al ver esto, ¿todavía permanecen ciegos y no alzan la vista hacia el Dueño de todo y Señor del universo? ¿Acaso no van a refugiarse en la misericordia que viene de los cielos, escapando de las cárceles de aquí abajo?
91.3. Ciertamente Dios, por su gran amor al hombre, se detiene ante el hombre, al igual que la madre de un polluelo sobrevuela por encima del recién nacido que se ha caído del nido (cf. Mt 23,37); y también cuando una serpiente está dispuesta a comer al recién nacido, "la madre revolotea alrededor, deplorando a los amados hijos" (Homero, Ilíada, II,315). También Dios Padre busca a su criatura, cura la caída, persigue a la serpiente y recoge de nuevo al recién nacido, animándole a volar hasta el nido.
Los cristianos son hijos de la luz
92.1. Además también, cuando los perros se pierden, guiándose con la punta de la nariz por el olfato descubren por el rastro al dueño; y los caballos, tras derribar al jinete, con un único silbido obedecen al dueño. Dice [la Escritura]: "Conoce el buey a su amo, y el asno, el pesebre de su señor, pero Israel no me conoce" (Is 1,3). ¿Qué hace entonces el Señor? No guarda rencor, todavía tiene misericordia e incluso busca el arrepentimiento.
92.2. Deseo preguntarles si no les parece absurdo que ustedes los hombres, siendo criaturas de Dios, recibiendo de Él el alma y siendo totalmente de Dios, sirvan a otro dueño y además honren al tirano en vez de al Rey, al malvado a cambio del Bueno.
92.3. Así, en aras de la verdad, ¿qué hombre sensato se une al mal, abandonando el bien? ¿Quién hay que huyendo de Dios conviva con los demonios? ¿Quién, pudiendo ser hijo de Dios, se complace en ser esclavo? ¿O quién, pudiendo ser ciudadano del cielo, desea el infierno, pudiendo habitar el paraíso (cf. Gn 2,15), recorrer el cielo, participar de la fuente vivificadora y pura, caminando por el aire sobre aquella huella de la nube resplandeciente, como Elías, contemplando la continua lluvia salvadora? (cf. 1 R 18,44-45).
92.4. Pero hay algunos que, a manera de gusanos, revolcándose en el barro y el lodo, las olas del placer, se consumen en placeres inútiles e insensatos; son hombres [parecidos a] cerdos. En efecto, dice [Heráclito] que a los cerdos les gusta el fango (Heráclito, Fragmentos, 22 B 13; cf. 2 P 2,22) más que el agua limpia y, según Demócrito, se vuelven locos entre la inmundicia (Demócrito, Fragmentos, 147).
92.5. Pero ya no; no debemos reducirnos a la esclavitud ni ser como cerdos, sino como legítimos hijos de la luz (Ef 5,8) alcemos los ojos y contemplemos la luz, no sea que el Señor nos declare ilegítimos, como el sol a las águilas.
Es hermoso el riesgo de pasarse a Dios
93.1. Arrepintámonos, entonces, y pasemos de la ignorancia a la ciencia, de la demencia a la prudencia, de la incontinencia a la templanza, de la injusticia a la justicia, de la impiedad a Dios.
93.2. Es hermoso el riesgo de pasarse a Dios. De muchos otros bienes pueden también disfrutar los que aman la justicia, los que perseguimos la salvación eterna, pero también de aquellos que insinúa Dios mismo, cuando dice por Isaías: "Esta es la herencia de los siervos del Señor" (Is 54,17).
93.3. Hermosa y deseada es esta herencia; no se trata de oro, plata, vestidos o cosas de la tierra, donde alguna vez se introduce la polilla y el ladrón (cf. Mt 6,19-20), que mira con envidia la riqueza pegada a la tierra; en cambio, aquél es tesoro de salvación hacia el que es necesario que tiendan los convertidos en amigos del Verbo, y nos acompañan las acciones nobles de aquí abajo, que van volando juntamente con nosotros sobre el ala de la verdad.
Dios es una Padre cariñoso, verdaderamente Padre
94.1. La alianza eterna de Dios pone en nuestras manos esa herencia, que provee el regalo eterno. Este Padre nuestro es cariñoso, verdaderamente Padre; no cesa de exhortar, amonestar, educar y amar. En efecto, no cesa de salvar y aconseja lo mejor: "Sean justos, dice el Señor; los que tienen sed vengan a las aguas, y los que no tienen dinero acérquense, compren y beban sin dinero" (Is 54,17--55,1).
94.2. Exhorta al bautismo (baño), a la salvación, a la iluminación casi gritando y diciendo: "Te entrego, hijo, tierra, mar y cielo, y te regalo todos los animales que hay en ellos; únicamente ten sed de tu Padre, hijo, y Dios se te mostrará gratuitamente". La verdad no es negociable; te concede también las aves, los peces y lo que hay sobre la tierra (cf. Gn 1,28); estas cosas las ha creado el Padre para tus agradables deleites.
94.3. El hijo ilegítimo las comprará con dinero, porque es hijo de perdición (cf. Jn 17,12; 2 Ts 2,3), porque ha preferido servir a las riquezas (Mt 6,24; Lc 16,13); pero a ti te confía lo que te es propio, es decir al [Hijo] legítimo, al que [= Hijo] ama al Padre, por el que aún trabaja (cf. Jn 5,17), al único que le promete (cf. 1 P 1,4), al decir: "La tierra no podrá venderse a perpetuidad -puesto que no está sujeta a la perdición-, porque toda la tierra es mía" (Lv 25,23); y también es tuya, si recibes a Dios.
94.4. Por eso la Escritura anuncia con razón la buena noticia a los que han creído: "Los santos del Señor heredarán la gloria de Dios y su, poder. Bienaventurado, dime qué gloria. La que ni ojo vio, ni oído oyó, ni llegó al corazón del hombre (cf. 1 Co 2,9; Is 64,3). Y se alegrarán en el reino de su Señor por siempre, amén".
El Señor educa al ser humano con temor y gracia
95.1. Ustedes, hombres, tienen la divina promesa de la gracia; también han oído la otra amenaza del castigo; por ambas cosas salva el Señor, ya que educa al hombre con temor y gracia. ¿Por dónde empezar? ¿Por qué no evitamos el castigo? ¿Por qué no admitimos el regalo? ¿Por qué no elegimos lo mejor, a Dios en lugar del malvado, y preferimos sabiduría en vez de idolatría, recibiendo vida a cambio de muerte?
95.2. Dice [el Señor]: "Mira, he puesto delante de ustedes la muerte y la vida" (Dt 30,15). El Señor intenta que tú escojas la vida (cf. Dt 30,19), te aconseja como Padre a obedecer a Dios. Dice: "Si me escuchan y quieren, comerán lo mejor de la tierra" (Is 1,19; cf. 33,11); es la gracia de la obediencia. "Pero, si no me escuchan ni quieren, espada y fuego los devorarán" (Is 1,20); es el juicio de la desobediencia. "En efecto, ha hablado la boca del Seño?" (Is 1,20); ley de verdad es el Verbo del Señor.
95.3. ¿Quieren que me convierta en un buen consejero para ustedes? Entonces, escuchen; lo intentaré, si puedo. Ciertamente era necesario que ustedes, hombres, al pensar acerca del bien, hubieran introducido la fe innata, testigo valedero por sí mismo porque proviene de ustedes mismos y elige manifiestamente lo mejor, y no busca si hay que perseguir el bien, sino que lo realiza.
95.4. En efecto, hay que poner en duda, si uno se debe embriagar, por así decir; en cambio, ustedes se embriagan antes de examinarlo. Tampoco se detienen mucho en reflexionar si hay que violentarse, sino que lo hacen rápidamente. En verdad, únicamente preguntan si hay que ser piadoso, y si hay que adherirse ahora a este Dios sabio y a Cristo; ahora bien, piensan entonces que eso es digno de reflexión y examen, sin entender que eso es lo que siempre conviene a Dios.
Se nos propone, a los cristianos, la inmortalidad como premio de las luchas presentes
96.1. Créannos a nosotros, aunque sea como [en el caso de] una embriaguez, para que sean sensatos; créannos, aunque sea como en [el caso de] una violencia, para que se salven. Y, si quieren también déjense convencer, después de contemplar la fe evidente de la realidad inefable, les ofreceré con abundancia la persuasión que proviene de la superioridad en torno al Verbo.
96.2. Ustedes, puesto que las costumbres paternas en las que han sido instruidos ya no se mantienen ocupadas de la verdad, escuchen ahora si hay algo después de eso y cómo es. Que por el nombre [de Cristo] no se apodere de ustedes una cierta vergüenza, "porque daña en gran medida a los hombres" (Homero, Ilíada, XXIV,45; Hesíodo, Trabajos, 318), desviándolos de la salvación.
96.3. Por consiguiente, desvestidos públicamente, lucharemos legítimamente en el estadio de la verdad, donde juzga como arbitro el Verbo santo, y el Señor del universo es el que preside los certámenes. En efecto, no es pequeño el premio que se nos propone: la inmortalidad.
96.4. No piensen todavía, ni siquiera un poco, en lo que les dicen en público ciertas chusmas de las plazas, cantores impíos de la superstición, empujados por su misma insensatez y locura al abismo, fabricantes de ídolos y adoradores de piedras; ellos son los que se han atrevido a divinizar hombres, inscribiendo como dios en el decimotercer lugar a Alejandro de Macedonia, al que Babilonia mostró cadáver (Oráculos Sibilinos, 5,6).
Dios de ningún modo es injusto
97.1. Admiro ciertamente a ese sofista de Quíos, que tiene por nombre Teócrito; después de la muerte de Alejandro, al observar Teócrito las vanas opiniones de los hombres sobre los dioses, dijo a sus conciudadanos: "Varones, tengan confianza mientras vean que los dioses mueren antes que los hombres" (Teócrito de Quíos, Fragmentos; Fragmenta historicorum Graecorum, II, p. 86).
97.2. El que adora a dioses visibles y a la multitud reunida de esas criaturas y procura hacerse su amigo, es mucho más desgraciado que aquellos mismos demonios. En efecto, "Dios no es de ningún modo injusto, como los demonios, sino, cuanto es posible, el más justo y no hay nadie más semejante a Él que quien de entre nosotros llegue a ser el más justo" (Platón, Teeteto, 176 B-C; cf. Timeo, 89 D; Fedón, 64 A-70 B).
97.3. "Vengan al camino todo el pueblo de trabajadores manuales, los que a la diosa obrera de mirada terrible, la hija de Zeus, adoran con canastas solemnes" (Sófocles, Fragmentos, 760), artesanos y también adoradores necios de las piedras.
Sólo el Creador modeló una estatua viviente: el hombre
98.1. Acérquense sus Fidias, Policleto, Praxíteles, Apeles y cuantos practican los oficios de trabajos manuales, terrenos obreros de arcilla. En efecto, una profecía dice que los negocios de aquí abajo fracasarán cuando se ponga fe en las estatuas.
98.2. Que se acerquen también los obreros de cosas insignificantes, porque no dejaré de llamarlos. Ninguno de éstos ha hecho una imagen que respirara, ni modeló una carne delicada hecha de tierra. ¿Quién hizo líquida la médula o quién solidificó los huesos? ¿Quién tensó los nervios y quién hinchó las venas? ¿Quién vertió sangre en ellas y extendió alrededor piel? ¿Dónde hay uno de aquellos que haya hecho ojos que vean? ¿Quién insufló un alma? (cf. Jb 10,11; Gn 2,7). ¿Quién regaló justicia? ¿Quién ha prometido inmortalidad?
98.3. Sólo el Creador de todas las cosas, el Padre, obrero excelente (Píndaro, Fragmento, 57), modeló así una estatua viva, al hombre, a nosotros mismos. Ahora bien, su Zeus Olímpico, imagen de una imagen y desentonando mucho de la verdad, es una obra estúpida de manos áticas.
98.4. Ciertamente, imagen de Dios (cf. 2 Co 4,4; Col 1,15) es su Verbo (y el Verbo divino es Hijo legítimo de la Inteligencia, luz arquetipo de luz), e imagen del Verbo es el hombre verdadero, la inteligencia que hay en el hombre, por la que se dice que fue hecho a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26), parecido al Verbo divino por la inteligencia de su corazón y por la que es racional. Por el contrario, las estatuas con representaciones humanas, que son imágenes terrenas y lejanas de la verdad del hombre visible y nacido de la tierra, resultan una imagen temporal.
Busca al que te creó, reconoce al Padre
99.1. Así entonces, me parece que nada, excepto la locura, ha ocupado la vida dedicada con tanto empeño a la materia. Ciertamente la costumbre de la esclavitud les ha empujado bajo una vana opinión, haciéndoles gustar también unos rebuscamientos irracionales.
99.2. La ignorancia es causa de leyes ilegítimas y de representaciones engañosas, porque proveyendo ella al género humano de figuras funestas y de ídolos execrables, e imaginando muchas formas de demonios, imprimió en los que la siguen la marca de una vasta muerte.
99.3. Acepten, por tanto, el agua racional, lávense los que se han manchado, rocíense a ustedes mismos según la costumbre con gotas auténticas; conviene subir limpios a los cielos. Si eres hombre, que es lo más universal, busca al que te creó; si eres hijo, que es lo más particular, reconoce al Padre.
99.4. Pero, ¿todavía permaneces en los pecados, consumido en placeres? ¿A quién va a decir el Señor: "De ustedes es el reino de los de los cielos" (Mt 5,3. 10; Lc 6,20). Si quieren, es de ustedes, de todos los que hayan hecho la elección por Dios; de ustedes, si únicamente han preferido tener fe y sieguen el camino breve de la predicación, por la que los ninivitas, al obedecerla con un noble arrepentimiento, recibieron la auténtica salvación en vez de la temida destrucción (Jon 3,3-10).
El camino angosto
100.1. ¿Cómo, preguntan, subiré al cielo? El Señor es el camino (Jn 14,6), ciertamente angosto (Mt 7,13. 14; Lc 6,20), pero que ha bajado de los cielos (Jn 3,13. 31); en verdad es estrecho, pero nos lleva al cielo; estrecho porque es despreciado en la tierra, pero ancho porque es adorado en los cielos.
100.2. Además, el que ignora por error obtiene el perdón del Verbo, pero el que se tapa los oídos y oye mal en su alma, lleva en su conciencia la desobediencia; y cuanto más consciente parezca ser, tanto más conocimiento tendrá del mal, porque su misma inteligencia le acusará de no elegir lo mejor. En efecto, ha nacido como hombre para estar familiarmente junto a Dios.
100.3. Lo mismo que no obligamos al caballo a arar ni al toro a cazar y recurrimos a cada animal para lo que ha nacido, así también, sin duda, al hombre, que ha nacido para la contemplación del cielo y en verdad es una planta celestial (Platón, Timeo, 90 A), le invitamos al conocimiento de Dios, porque hemos entendido lo que le es propio, extraordinario y característico respecto de los otros animales, aconsejándole que se provea de un viático para la eternidad, la religiosidad.
100.4. Trabaja la tierra -decimos-, si eres labrador, pero reconoce al Dios de las labores; navegue quien ame la navegación, pero invocando al timonel celestial. Y tú, a quien la gnosis [de Dios] te ha sorprendido en el ejército, escucha al general que te ordena la justicia.
Es posible la purificación para recibir la salvación
101.1. En efecto, como abrumados por el sueño o por una borrachera recobren el sentido y, tras ver claramente, reflexionen un poco qué significan para ustedes las piedras que adoran y lo que gastan inútilmente en la materia. Consumen las riquezas en la ignorancia, la vida y su subsistencia en la muerte, encontrando sólo en eso el fin de su vana esperanza, y no son capaces de tener lástima de ustedes mismos, sino que ni siquiera están dispuestos a obedecer a los que se han apiadado de su error, esclavizados por una costumbre depravada, por la que, separados voluntariamente hasta del último alivio, son llevados a la perdición.
101.2. "Puesto que vino la luz al mundo y los hombres amaron más la tiniebla que la luz" (Jn 3,19), les es posible purificarse de lo que estorba a la salvación, el orgullo, la riqueza y el miedo, a los que se refiere este poema: "¿A dónde llevo estas abundantes riquezas? Y ¿a dónde yo mismo voy extraviado?" (Homero, Odisea, XIII,203-204).
101.3. No quieren renunciar a esas vanas fantasías, abandonan do esa costumbre y añadiendo con orgullo: "¡Adiós, sueños engañosos! ¡En verdad no son nada" (Eurípides, Ifigenia en Táuride, 569).
Locura de las divinizaciones paganas
102.1. Ciertamente, hombres, ¿qué piensan que es Hermes el Ticón, el de Andócides y el Amieto? Es evidente para todos que se trata de piedras, como el mismo Hermes. Lo mismo que no es un dios el halo y tampoco es un dios el iris, sino que son fenómenos naturales del aire y de las nubes; y del mismo modo, tampoco es dios el día, ni el mes, ni el año, ni el tiempo que se compone de ellos; ni el sol ni la luna, con los cuales se delimita cada uno de los mencionados anteriormente.
102.2. Por consiguiente, ¿quién en su sano juicio consideraría dioses a la corrección, el castigo, la pena o la venganza? Ni las Erinias ni las Moiras ni las Eimarmenes lo son, y tampoco son dioses la Politeia, ni la Doxa, ni Pluto, a quien los pintores representan ciego.
102.3. Ahora bien, divinizan el pudor, el amor erótico y el placer, a los que acompañan la vergüenza, el deseo, la belleza y las relaciones íntimas. Por ende, no sería razonable que consideraran dioses gemelos el sueño y la muerte, porque éstos son estados naturales que le acontecen a todo ser vivo; ni tampoco llamarán con solicitud diosas a la muerte violenta, ni a la suerte, ni a los destinos.
102.4. Si la disputa y el combate no son dioses, tampoco lo son Ares ni Enio. Si los relámpagos, los rayos y las lluvias no son dioses, ¿cómo van a ser dioses el fuego y el agua? ¿Cómo lo serían también las estrellas errantes y los cometas, surgidos por una transformación del aire? Quien llame dios a la fortuna, que llame también dios a la actividad.
Hay un solo y único Dios
103.1. Por consiguiente, si ni una sola de esas cosas se considera que es dios, tampoco ninguna de aquellas figuras insensibles y hechas por manos humanas; pero si se nos ha manifestado una cierta providencia, del poder divino, no queda otra cosa que reconocer que en verdad existe realmente uno y que es el único Dios que realmente existe. Ahora bien, los necios se parecen a hombres que han bebido la mandrágora o alguna otra droga.
103.2. Dios les conceda alguna vez despertar de ese sueño, comprender a Dios y no mostrar como Dios al oro, la piedra, la madera, la actividad, el infortunio, la demencia ni al miedo. En verdad hay tres mil demonios en la fecunda tierra (Hesíodo, Trabajos, 252-253), que no son inmortales, ni mortales (porque carecen de sensibilidad, y por tanto también de la muerte); ellos son los dueños de los hombres, bajo forma de piedra y madera, y mediante esa costumbre son insolentes y traicionan la vida [humana].
103.3. "La tierra pertenece al Señor -dice [la Escritura]- y todo lo que hay en ella" (Sal 23 [24],1; 1 Co 10,26). ¿Y después, qué? Alimentándote con las cosas del Señor ¿te atreves a ignorar al Dueño? Abandona mi tierra, te dirá el Señor; no toques el agua que yo distribuyo; no coseches los frutos que yo cultivo. Paga, hombre, los alimentos a Dios, Reconoce a tu Dueño, eres obra modelada que pertenece a Dios. Lo que le pertenece ¿cómo podría ser en verdad de otro? En efecto, lo enajenado, al estar falto de su propia identidad, carece de la verdad.
103.4. ¿Acaso no han vuelto a la insensibilidad como de algún modo Níobe, y sobre todo para que yo les dé un oráculo más misterioso, a la manera de la mujer hebrea (los antiguos la llamaban mujer de Lot)? Hemos oído decir que esta mujer fue convertida en piedra por enamorarse de Sodoma (cf. Gn 19,26; Lc 17,31-32). Pero sodomitas son los ateos y los que se han vuelto hacía la impiedad, los de corazón duro y necios,
Lo peor es estar privado del auxilio de Dios
104.1. Estas palabras procedentes de la divinidad se te aplican a ti: "No pienses que piedras, madera, pájaros o serpientes son sagrados, pero que los hombres no lo son" (Platón, Minos, 319 A). Supongan más bien lo contrario, que los hombres son realmente sagrados, y que los animales y piedras son lo que son.
104.2. En efecto, los hombres miserables y desgraciados piensan que un dios grita por medio del cuervo y del grajo, y que calla en el hombre; honran al cuervo como mensajero de dios y, en cambio, persiguen al hombre de Dios que no grita ni chilla, pero habla racionalmente, me parece; e intentan matar inhumanamente a quien instruye con humanidad, al que llama hacia la justicia, mientras ellos no aceptan la gracia de lo alto, ni se apartan del castigo.
104.3. En efecto, no creen en Dios ni reconocen su poder. Pero [Dios] tiene un amor indecible al hombre y es ilimitado su odio a la maldad. Su cólera alimenta el castigo por el pecado, pero su amor al hombre obra lo bueno para el arrepentimiento. Lo peor es estar privado del auxilio de Dios.
104.4. Así, la ceguera y la sordera son más dolorosas que el resto de ambiciones del malvado; aquélla les priva de la visión del cielo, pero la sordera les deja sin el conocimiento de la divinidad.
No hay obstáculo para quien se apresura al conocimiento de Dios
105.1. Ustedes, estando mutilados respecto a la verdad, ciegos de inteligencia y embotados mentalmente, no sufren ni se indignan, no desean ver el cielo ni al Autor del mismo, no procuran escuchar ni conocer al Creador y Padre de todo, uniendo su voluntad a la salvación.
105.2. En efecto, no hay obstáculo para quien se apresura al conocimiento de Dios, ni falta de educación, ni indigencia, ni infamia, ni falta de bienes; nadie se jacta de cambiar la sabiduría realmente verdadera, "después de herir con el bronce" (Homero, Ilíada, VIII,534) o con el hierro; ciertamente, lo mejor de todo es esto que se dice: "El hombre honrado es salvador en cualquier parte" (Menandro, Fragmentos, 786).
105.3. El celoso de lo justo, puesto que está enamorado del que no carece de nada, necesita poco; no poniendo la felicidad en ninguna otra cosa más que en él mismo y en Dios, donde no hay polilla, ni ladrón, ni pirata, sino sólo el eterno dador de bienes (cf. Mt 6,19-21).
105.4. Con razón se los comparó a aquellas serpientes que cierran los oídos ante los encantadores. Dice la Escritura: "Llevan un veneno como el de una serpiente, como víbora sorda, que se tapa los oídos, para no oír la voz de los encantadores" (Sal 57 [58],5-6).
El remedio de la inmortalidad
106.1. Ustedes abandonen el carácter salvaje y acepten al civilizado y nuestro Verbo; vomiten el pernicioso veneno, para que sobre todo se les conceda despojarse de la destrucción, como a aquellas [serpientes] de la antigua piel. Escúchenme y no se tapen los oídos ni impidan la audición, sino coloquen en la mente lo que se les dice.
106.2 ¡Es hermoso el remedio de la inmortalidad! Levanten de una vez a los que se arrastran como serpientes. "Los enemigos del Señor muerdan el polvo" (Sal 71 [72],9), dice y afirma la Escritura. Levanten la cabeza desde la tierra hacia lo alto, miren al cielo, admírense, dejen de observar con atención el talón de los justos (cf. Gn 3,15; Sal 55 [56],3) y no traben el camino de la verdad (2 P 2,2); sean prudentes e inocentes.
106.3. En seguida les concederá el Señor el ala de la sencillez (prefiere que sus hijos estén provistos de alas), para que habiten los cielos, cuando hayan abandonado sus madrigueras. Únicamente debemos arrepentimos de todo corazón, para poder recibir a Dios en todo el corazón.
106.4. "Confíe en Él toda la asamblea del pueblo -dice [la Escritura]-, desahoguen en su presencia todos sus corazones" (Sal 61 [62],9). Habla a los carentes de maldad; se compadece y está lleno de justicia. Hombre, ten fe en el que es hombre y Dios; cree, hombre, en el que sufrió y ahora es adorado; los que son esclavos crean en el Dios muerto que vive.
106.5. Hombres todos, tengan fe en el único Dios de todos los hombres; crean y recibirán como recompensa la salvación. "Busquen a Dios y vivirá su alma" (Sal 68 [69],33). El que busca a Dios prepara su propia salvación; si encontraste a Dios, posees la vida.
La recompensa de la auténtica búsqueda es la vida junto a Dios
107.1. Por consiguiente, busquemos para que también vivamos. La recompensa de la búsqueda es la vida junto a Dios. "Que se regocijen y se alegren en ti los que te buscan y digan sin cesar que Dios es grande" (Sal 69 [70],5). Hermoso himno a Dios es un hombre inmortal, porque está edificado en justicia; en él están grabadas las sentencias de la verdad. En efecto, por otra parte ¿dónde hay que inscribir la justicia si no en un alma sensata? ¿Dónde la caridad? ¿Dónde el pudor? ¿Dónde la bondad?
107.2. Pienso que es necesario que estos caracteres divinos estén impresos en el alma para considerar a la sabiduría como un hermoso punto de partida durante cualquier parte en las rutas de la vida, y pensar que la misma sabiduría es un puerto tranquilo de salvación.
107.3. Por eso, buenos padres para con sus hijos son los que han corrido hacia al Padre, y buenos hijos para con sus progenitores son los que han conocido al Hijo; buenos maridos de sus mujeres son los que se acuerdan del Esposo, y buenos amos de los criados son los que han sido liberados de la peor esclavitud.
Si verdaderamente perteneces a Dios, tu patria es el cielo y Dios el legislador
108.1. ¡Sí! ¡Las fieras son más felices que los hombres equivocados! Viven en la ignorancia, como ustedes, pero no simulan la verdad; no hay entre ellas una raza de aduladores, no hay peces supersticiosos, ni los pájaros adoran ídolos; una sola cosa les asombra, el cielo, puesto que no pueden conocer a Dios, porque carecen de razón.
108.2. Finalmente, los que han gastado tantos años en la impiedad, ¿no se avergüenzan de haberse hecho ustedes mismos más irracionales que los seres que no tienen razón? Fueron niños, después adolescentes, jóvenes y adultos, pero jamás virtuosos.
108.3. Al menos respeten la ancianidad, estando en el ocaso de la vida sean prudentes; aunque sea al final de la vida, reconozcan a Dios, para que el fin de su vida les granjee un comienzo de salvación. Envejezcan para la superstición, vuélvanse jóvenes para la religión; Dios los considerará niños sin maldad.
108.4. Que se ocupe el ateniense en las leyes de Solón, el argivo en las de Foroneo y el espartano en las de Licurgo; pero si te registras a ti mismo como perteneciente a Dios, tu patria es el cielo y Dios el legislador.
108.5. ¿Cuáles son las leyes? "No matarás ni cometerás adulterio, no corromperás a los niños, no robarás ni dirás testimonios falsos, amarás al Señor tu Dios (Ex 20,13-16; Dt 5,19-20; 6,5; Mt 19,18; 22,37; Mc 12,30; Lc 10,27). Existen también sus complementos, leyes razonables y santas, grabadas en el mismo corazón: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Lv 19,18; Mt 19,19; 22,39; Mc 12,31; Lc 10,27; Rm 13,9; Ga 5,14; St 2,8), y "al que te pegue en una mejilla, ofrécele también la otra" (Lc 6,29), y "no desearás, porque sólo con el deseo has cometido adulterio" (Mt 5,28).
La verdad vive en nosotros
109.1. En efecto, ¿no es mejor para los hombres, no ya practicar las pasiones, sino sobre todo el no querer el principio de lo que no conviene desear? Pero ustedes, ciertamente, no se resignan a soportar lo que hay de austero en la salvación; lo mismo que gustamos de los alimentos dulces al preferirlos por la exquisitez del placer, a pesar de que los amargos y desagradables al sentido son los que nos curan y nos devuelven la salud -al menos los remedios austeros fortalecen a los que tienen un estómago débil-; así también la costumbre alegra e irrita, pero es la costumbre quien precipita en el abismo, mientras que la verdad conduce hacia el cielo; ciertamente al principio ésta es amarga, pero es una buena nodriza de niños (Homero, Odisea, IX,27).
109.2. También ella es un venerable gineceo, el senado de los prudentes. No es de difícil acceso ni imposible aceptarla, sino que habita en nosotros y está muy cerca, como dice el sapientísimo Moisés, al insinuar que [la verdad] vive en tres partes de nosotros, "en las manos, la boca y el corazón" (Dt 30,14).
109.3. Esto es un auténtico símbolo de la verdad que se perfecciona en tres cosas: la voluntad, la acción y la razón. No tengas miedo por eso, porque las muchas y agradables imaginaciones no te privarán de la sabiduría. Tú mismo pasarás voluntariamente por encima de la bagatela de la costumbre, lo mismo que los niños también desprecian los juguetes, cuando se hacen adultos.
El Verbo es el heraldo de la paz
110.1. Ciertamente, con una rapidez insuperable y con una benevolencia accesible, el poder divino llenó el universo de una semilla salvadora, iluminando la tierra. En verdad, el Señor no hubiera terminado así en tan poco tiempo una obra tan grande sin una solicitud divina, porque fue despreciado por su apariencia y adorado por su obra; Él es el Purificador, el Salvador, el Pacificador, el Verbo divino, el que ha aparecido como Dios verdadero, el que es semejante al Dueño del universo, porque era su Hijo y el Verbo estaba en Dios (Jn 1,1).
110.2. El que fue creído cuando fue preanunciado por primera vez, cuando tomó rostro humano y se revistió de carne para cumplir el drama salvador de la humanidad, pero no fue reconocido.
110.3. En efecto, era auténtico competidor y defensor del hombre; entregándose rápidamente a todos los hombres más deprisa que el sol, y saliendo de la misma voluntad del Padre, nos iluminó con toda facilidad; y así nos enseñó y nos mostró a Dios, de donde procedía y era Él mismo, poniéndose a nuestra disposición como el heraldo de la paz, el conciliador, nuestro Verbo salvador, fuente que trae la vida, fuente pacificadora que se difunde por toda la faz de la tierra; gracias a Él, por así decir, todo ha llegado a ser ya un mar de bienes.
Capítulo X: conclusión de la segunda parte (argumentación a favor de la nueva religión: el cristianismo)
Cristo se abajó para salvar al hombre
111.1. Si quieres, medita un poco las buenas acciones de Dios desde el principio. Cuando el primer hombre jugó libre en el paraíso, todavía era niño de Dios; pero, cuando cayó en el placer (la serpiente simboliza el placer que se arrastra sobre el vientre, la maldad terrena, vuelta hacia la materia [cf. Gn 3,14]), se dejó arrastrar por sus deseos y el niño, por su desobediencia, se convirtió en adulto y rehusando la obediencia del Padre deshonró a Dios. ¡Tanto pudo un placer! Y el hombre, libre por su sencillez, se encontró esclavizado por los pecados.
111.2. El Señor quiso liberarlo de nuevo de sus ataduras y, tras ligarse a la carne (cf. Jn 1,14) -¡misterio divino es éste! (cf. Col 2,2)-, sometió a la serpiente y esclavizó al tirano, a la muerte, y lo que es más admirable, extendiendo sus manos, liberó a aquel hombre extraviado por el placer y atado a la corrupción.
111.3. ¡Oh admirable misterio! Ciertamente, el Señor se abajó, pero el hombre levantó, y el que había caído del paraíso recibió una recompensa mayor por la obediencia, el cielo.
El Cristo total
112.1. Por eso me parece a mí que, puesto que el mismo Verbo ha venido del cielo hasta nosotros, no es necesario ya que nosotros vayamos a una escuela humana, ocupándonos excesivamente de Atenas o de alguna otra ciudad griega, o incluso de Jonia. En efecto, si nuestro Maestro es el que ha llenado todo con sus poderes santos, como la creación, la salvación y las buenas obras, con la ley, la profecía y la enseñanza, ahora el Maestro enseña todas las cosas, y todo ha llegado ya a ser por el Verbo una Atenas y una Grecia.
112.2. Ahora bien, han creído ya en el mito poético que describe que Minos el cretense vivía en familiaridad con Zeus, y sin embargo no creen que nosotros seamos discípulos de Dios, que hayamos recibido la sabiduría realmente verdadera, la que sólo intuyeron los más perspicaces de la filosofía, pero que los discípulos de Cristo la han recibido y proclamado.
112.3. El Cristo total, por así decirlo, no está dividido; tampoco es bárbaro, ni judío, ni griego, ni es varón, ni mujer; es el nuevo hombre de Dios, transformado por obra del Espíritu Santo (cf. 1 Co 1,13; Ga 3,28; 6,15; Ef 4,24; Col 3,9-11).
El Verbo nos ha iluminado con la luz divina
113.1. Además los otros consejos y advertencias son mezquinos y parciales: si hay que casarse, si hay que ocuparse en la política, si hay que tener hijos. Únicamente la religión es la que encierra una exhortación universal, y sin duda para toda la vida; en cualquier circunstancia y en toda situación nos dirige con fuerza hacia el fin supremo, la vida. Sólo es necesario vivir según ella para poder vivir siempre; en cambio, como dicen los antiguos, la filosofía es una contribución duradera desde hace mucho tiempo, que aspira al amor eterno de la sabiduría. "El mandato del Señor brilla de lejos, da luz a los ojos" (Sal 18 [19],9).
113.2. Recibe a Cristo, recibe el poder ver, recibe tu luz: "Para que conozcas bien tanto a Dios como al hombre" (Homero, Ilíada, V,128). El Verbo que nos ha iluminado es "más dulce que un trozo de oro y una piedra preciosa; es más deseable que la miel y que el panal" (Sal 18 [19],11). En efecto, ¿cómo no va a ser deseado el que se ha hecho visible a la inteligencia sepultada en la tiniebla y el que ha agudizado los ojos resplandecientes de alma? (cf. Platón, Timeo 45 B).
113.3. Y así como, al no existir el sol, los otros astros provocarían la noche en todo lo demás (Heráclito, Fragmentos, 99), de igual manera, si no hubiéramos conocido al Verbo y no hubiésemos sido iluminados por Él, no nos diferenciaríamos en nada de las gallinas que se engordan; seríamos engordados en la oscuridad y alimentados por la muerte.
113.4. Hagamos sitio a la luz, para dejar sitio a Dios; hagamos sitio a la luz y seamos discípulos del Señor. Ciertamente también esto lo ha anunciado a su Padre: "Referiré tu nombre a mis hermanos; en medio de la, asamblea te alabaré" (Sal 21 [22],23). Cántame y muéstrame a tu Padre Dios. Tus relatos me salvarán, tu canto me educará.
113.5. Lo mismo que hasta ahora he estado extraviado buscando a Dios, sin embargo, Señor, desde que me iluminas, encuentro no sólo a Dios a través de ti y recobro al Padre junto a ti; también me convierto en tu coheredero (cf. Rm 8,17), porque no te avergüenzas del hermano (cf. Hb 2,11).
Cristo transformó con su crucifixión el poniente en oriente y la muerte en vida
114.1. Retiremos, entonces, retiremos el olvido de la verdad; y cuando hayamos retirado la ignorancia y la tiniebla que obstaculizan nuestra vista, a modo de una nube, contemplemos al que es verdadero Dios, cantándole, en primer lugar, esta aclamación: "Salve, oh luz" (Esquilo, Agamenón, 22 y 508). Más pura que el sol y más dulce que la vida de aquí, brilló una luz desde el cielo para nosotros, que estábamos enterrados en las tinieblas y prisioneros de una sombra de muerte (cf. Is 9,1-2; Mt 4,16; Lc 1,79).
114.2. Aquella luz es vida eterna y cuanto participa de ella tiene vida; la noche rehúye la luz y escondiéndose por miedo cede el sitio al día del Señor. Todo llegó a ser una luz que no se apaga y el poniente se convirtió en oriente.
114.3. Esto es lo que ha pretendido la nueva creación (cf. Ga 6,15); en efecto, el sol de justicia (Ml 3,20 [4,2]), que lo recorre todo, vigila por igual a la humanidad, imitando al Padre, que hace salir su sol sobre todos los hombres (Mt 5,45; Lc 6,36) y hace descender el rocío de la verdad.
114.4. Él mismo transformó con su crucifixión el poniente en oriente y la muerte en vida; arrancando al hombre de la perdición lo elevó al cielo, trasplantando la corrupción en la incorrupción y mudando la tierra en cielo; es el agricultor de Dios, "que muestra los tiempos favorables y despierta a los pueblos para una obra buena, recordando el modo de vida verdadero" (Arato, Fenómenos, 6-7), y regalándonos la parte de herencia paterna, realmente grande, divina y que no se puede arrebatar; divinizando al hombre por una enseñanza celestial y "poniendo leyes en sus mentes y escribiéndolas en el corazón" (Jr 38 [31],33; cf. Hb 8,10).
114.5. ¿Qué leyes subscribe? "Que todos conocerán a Dios, desde el menor al mayor -dice el Señor-, y les seré propicio y no recordaré sus pecados" (Jr 38 [31],34; cf. Hb 8,11-12).
El Dios cristiano es un Dios cercano
115.1. Recibamos las leyes de la vida; obedezcamos a Dios que nos estimula; conozcámosle, para que sea clemente; aunque no lo necesite, devolvámosle una recompensa agradecida, [es decir] la docilidad, como un cierto alquiler que debemos a Dios por la habitación de aquí abajo. "Oro a cambio de bronce, el precio de cien bueyes por nueve" (Homero, Ilíada, VI,236) a cambio de un poco de fe te concede una tierra enorme para cultivar, agua para beber y otra para navegar, aire para respirar, fuego para que te ayude y un mundo para habitar. Desde aquí te ha permitido preparar una peregrinación hacia el cielo. ¡Con esas grandes cosas y con tales obras y favores ha pagado tu poca fe!
115.2. Sí, los que confían en los charlatanes admiten en seguida los amuletos y los encantamientos como salvadores; en cambio, ustedes ¿no quieren recibir al que viene del cielo, al Verbo salvador, y, confiando en la palabra mágica de Dios, no quieren librarse ciertamente de las pasiones, que son ahora las enfermedades del alma, y ser arrancados del pecado? En efecto, el pecado es la muerte eterna.
115.3. Sin duda, viven completamente embotados y ciegos como los topos, sin hacer otra cosa que comer en la oscuridad, y derramándose en la perdición. Pero existe, existe la verdad que ha gritado: "Del seno de la tiniebla brillará una luz" (2 Co 4,6).
115.4. Brille la luz en lo más profundo del hombre, en el corazón, y se eleven los rayos del conocimiento, manifestando e iluminando al hombre escondido en el interior, al discípulo de la luz, al amigo y coheredero de Cristo; sobre todo cuando el hijo piadoso y bueno ha llegado al conocimiento del nombre digno de toda veneración y honra de su Padre, que manda cosas favorables y prescribe los medios de salvación para el hijo.
115.5. El que le obedece saca beneficio en todo: acompaña a Dios, obedece al Padre, a quien conoció mientras él estaba extraviado, amó a Dios, amó al prójimo, cumplió el mandato (cf. Mt 22,37-39), va en busca del premio y reclama la promesa.
La trompeta de Cristo es su evangelio
116.1. Dios está siempre dispuesto a salvar a la multitud de los hombres (cf. Jn 10,11; Sal 22 [23],1; Is 40,11; Platón, Político, 266 C, 295 C y 268 C). Por eso también el buen Dios envió al buen Pastor (cf. Jn 10,11); y el Verbo, al desplegar la verdad, mostró a los hombres la cima de la salvación, para que, una vez arrepentidos (cf. Sal 50 [51],19), se salvaran o para que fueran juzgados, si no obedecían. Esta predicación de la justicia es una buena noticia para los que obedecen y un tribunal para los que desoyen.
116.2. Ahora bien, si al resonar la estridente trompeta convocó a los soldados y declaró la guerra, Cristo, al lanzar un gritó de paz hasta los límites de la tierra (cf. Rm 10,18; Sal 18 [19],5), ¿no va a reunir entonces a sus soldados de paz? Ciertamente, hombre, con su sangre y su palabra convocó un ejército incruento y le confió el reino de los cielos.
116.3. La trompeta de Cristo es su Evangelio; Él tocó la trompeta y nosotros escuchamos. Armémonos pacíficamente, revestidos con la coraza de La justicia (Ef 6,14; cf. 1 Ts 5,8; Is 59,17), tomando el escudo de la fe y ceñidos con el yelmo salvador, afilemos la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios (Ef 6,17) Así nos prepara pacíficamente el Apóstol.
116.4. Éstas son nuestras armas invulnerables; equipados con ellas nos enfrentaremos al demonio; apagaremos los dardos inflamados del demonio (cf. Ef 6,16) con el húmedo filo de (nuestras) espadas (lit.: las húmedas puntas), bañadas por el Verbo. Retribuyendo sus beneficios con agradecimientos de alabanza y venerando a Dios por medio del Verbo divino. Dice [la Escritura]: "Mientras todavía estés tú hablando, te dirá: "Aquí estoy"" (Is 58,9).
Cristo nos regala la vida con una única palabra: Verbo de verdad, Verbo de incorruptibilidad que regenera al hombre
117.1. ¡Oh santo y bienaventurado poder éste por el que Dios se hace conciudadano de los hombres! Por consiguiente, es mejor y preferible llegar a ser al mismo tiempo imitador y servidor de la Esencia principal de los seres; en efecto, nadie podrá imitar a Dios si no el que le sirva santamente, y tampoco servirle y honrarle si no es imitándole50.
117.2. El amor realmente celestial y divino se une así a los hombres, cuando la verdadera belleza puede brillar alguna vez en el alma misma, una vez purificada por el Verbo divino; y lo mejor es que junto al auténtico querer camina la salvación, porque están bajo el mismo yugo, por así decir, la libre elección y la vida.
117.3. Por eso, esta única exhortación de la verdad es comparada a los más fieles amigos, porque permanece hasta el último suspiro, y es una buena escolta para los que van al cielo en el último y definitivo aliento del alma. ¿A qué te exhorto? Te apremio para que seas salvado. Esto es lo que quiere Cristo: te regala la vida con una única palabra.
117.4. ¿Y cuál es esa palabra? Apréndela brevemente: Verbo de la verdad, Verbo de incorruptibilidad, el que regenera al hombre, porque lo eleva a la verdad; el aguijón de la salvación, el que expulsa la corrupción, el que expulsa la muerte; el que ha construido un templo en los hombres (cf. 1 Co 6,15 y 19; 12,27; Ga 2,20), para establecer a Dios en los hombres.
117.5. Purifica el templo y abandona los placeres y las negligencias al viento y al fuego, como una flor efímera; en cambio, cultiva los frutos de la prudencia con sensatez y ofrécete a ti mismo a Dios como primicia, para que no seas sólo una obra suya, sino también una gracia de Dios. Al amigo de Cristo le convienen dos cosas: mostrarse digno del reino y ser considerado merecedor del mismo.
Capítulo XII: conclusión
El Verbo de Dios será tu piloto y el Espíritu Santo te hará desembarcar en los puertos de los cielos
118.1.Por lo tanto, evitemos esa costumbre (= la idolatría); como de un cabo peligroso, huyamos de la amenaza de Caribdis o de las sirenas míticas. Esa costumbre ahoga al hombre, aparta de la verdad, aleja de la vida, es una trampa, un abismo, un hoyo, un mal funesto: "Encierra, lejos de ese efluvio y tormenta, la nave" (Homero, Odisea, XII,219-220).
118.2. Huyamos, compañeros de navegación, huyamos de esa tempestad, que eructa fuego y es una isla malvada en la que se amontonan huesos y cadáveres; canta en ella una cortesana que se encuentra en la flor de la edad, el placer, que se deleita con una música banal: "Ven a este lugar, ilustre Ulises, gran orgullo de los aqueos; detén la nave, para que escuches una voz más divina" (Homero, Odisea, XII,184-185).
118.3. Marinero, la prostituta te ensalza, te proclama digno de elogios y te conquista con el renombre de los griegos. Deja que ella se alimente de cadáveres; a ti te auxilia el Espíritu celestial. Mitiga el placer, que engaña: "Que ninguna mujer provocadora (lit.: "que cuida el sentarse") engañe tu mente, insinuando adulaciones, mientras busca tu desván" (Hesíodo, Trabajos, 373-374).
118.4. Esquiva el canto que trama muerte; con sólo quererlo habrás superado la perdición y atado al mástil estarás libre de toda corrupción; el Verbo de Dios será tu piloto y el Espíritu Santo te hará desembarcar en los puertos de los cielos. Entonces contemplarás a mi Dios y serás iniciado en aquellos santos misterios, y gozarás de las cosas ocultas que hay en los cielos (cf. 1 Co 2,7), reservadas para mí, "lo que ni oído oyó, ni llegó al corazón de nadie" (1 Co 2,9).
118.5. "Ciertamente me parece ver dos soles y dos Tebas" (Eurípides, Bacantes, 918-919), decía uno con imaginaciones báquicas, borracho por una completa ignorancia; yo me compadecería del que está embriagado y del enloquecido de ese modo, y le exhortaría a la salvación prudente, porque también el Señor prefiere el arrepentimiento del pecador y no la muerte (cf. Ez 18,23. 32; 33,11; Lc 5,30-32; 15,20; 19,10).
Cristo brilla más luminoso que el sol
119.1. Ven, loco, no te apoyes con fuerza en el tirso, ni te corones con yedra; arroja el turbante, arroja tu piel de cervatillo, sé prudente. Te mostraré al Verbo y sus misterios, descritos conforme a tu imagen.
Este es el monte amado por Dios; no sirviendo de base a las tragedias como el Citerón, sino que está consagrado a las representaciones de la verdad; es un monte sobrio y sombreado por bosques puros. En él no celebran las fiestas de Baco las hermanas de Sémele, la herida por el rayo (Eurípides, Bacantes, 26,6), las ménades, las iniciadas en el reparto impuro de la carne de las víctimas, sino las hijas de Dios, las hermosas corderillas (cf. Ap 14,1) que predicen los solemnes ritos del Verbo y forman un coro casto.
119.2. El coro lo integran los justos y el canto es un himno del rey del universo. Las doncellas entonan salmos, los ángeles dan gloria, los profetas cantan, se levanta un sonido musical, persiguen el tiaso a la carrera, y los elegidos se apresuran, deseando recibir al Padre.
119.3. Ven a mí, anciano, y tú, abandona Tebas, [es decir,] la adivinación; renuncia al culto báquico y déjate llevar de la mano hacia la verdad; mira, te entrego el madero para que te apoyes con fuerza. Apresúrate, Tiresias, ten fe; alza la vista. Cristo brilla más luminoso que el sol; por medio de Él los ojos de los ciegos vuelven a ver; la noche huirá de ti, el fuego se espantará, la muerte perecerá. Anciano, aunque no veas Tebas, contemplarás los cielos.
Los cristianos son ungidos con el ungüento de la fe
120.1. ¡Oh misterios verdaderamente santos! ¡Oh luz purísima! Con la antorcha que llevo puedo contemplar los cielos y a Dios; llego a ser santo iniciado, y el Señor explica los misterios sagrados y mientras lo ilumina sella al iniciado, y a quien ha creído lo confía al Padre para que sea guardado por siempre.
120.2. ¡Estas son las fiestas báquicas de mis misterios! Si quieres, iníciate también tú, y participarás en el coro de los ángeles, en torno al único Dios verdadero, al ingénito e imperecedero (cf. Platón, Timeo, 52 A); con nosotros canta el Verbo de Dios. Éste es el eterno Jesús, el único sumo sacerdote del Dios único y Padre suyo; el que suplica en favor de los hombres y les anima: "Escuchen, tribus innumerables" (Homero, Ilíada, XVII,220), y sobre todo cuantos son hombres racionales, bárbaros y griegos. Llamo a toda clase de hombres (cf. Rm 1,14), de los que yo soy Creador por voluntad del Padre.
120.3. Vengan hasta mí para que se les asigne un puesto bajo el único Dios y el único Verbo de Dios, y no sólo sacarán más provecho por la razón que los animales irracionales, sino que a ustedes solos de entre todos los mortales les concedo recoger el fruto de la inmortalidad. En efecto, aspiro y quiero que también ustedes participen de la gracia, concediéndoles el beneficio completo, la incorruptibilidad; les otorgo el Verbo, la gnosis de Dios, y me otorgo a mí mismo por completo.
120.4. Esto soy yo, esto quiere Dios, esto es sinfonía, armonía del Padre, Hijo, Cristo, Verbo de Dios, brazo del Señor (cf. Is 53,1-2; Jn 12,38), fuerza universal, voluntad del Padre. ¡Oh imágenes todas (cf. Gn 1,26), pero no todas convenientes! Pretendo restaurarlos conforme al modelo, para que también lleguen a ser semejantes a mí.
120.5. Los ungiré con el ungüento de la fe, por el que se librarán de la corrupción, y les mostraré desnuda la figura de la justicia, por la que podrán subir hasta Dios. "Vengan a mí todos los fatigados y agobiados, que yo los aliviaré. Lleven mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para sus almas; porque mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11,28-30).
El Verbo de Dios es el protector del género humano
121.1. Apresurémonos, corramos, los hombres que somos imágenes del Verbo, que amamos a Dios y semejantes a Él. Apresurémonos, corramos, tomemos su yugo (cf. Mt 11,29-30), lancémonos a la incorruptibilidad, amemos a Cristo, el hermoso conductor de los hombres. Puso bajo el yugo al asno joven con el viejo (cf. Mt 21,1-7; Za 9,9) y, tras uncir la yunta de los hombres, dirige el carro hacia la inmortalidad, apresurándose ante Dios por cumplir con claridad lo que había anunciado oscuramente; dirigiéndose primero a Jerusalén (cf. Mt 21,5), pero ahora a los cielos; ¡bellísimo espectáculo es para el Padre el Hijo eterno victorioso!
121.2. Seamos ambiciosos respecto de la belleza y hombres enamorados de Dios, procuremos los bienes mayores: Dios y la vida. El Verbo es protector; tengamos confianza en Él y no nos invada nunca el deseo de plata, oro o gloria, sino el [deseo] del mismo Verbo de la verdad.
121.3. En efecto, no, no agrada a Dios mismo que nosotros estimemos menos lo que más vale, y prefiramos mayormente la impiedad extrema y los excesos manifiestos de la necedad, la ignorancia, la irreflexión y la idolatría.
Volvamos a Dios, amando al Señor Dios, sabiendo que esta es una tarea para toda la vida
122.1. Ciertamente, de esta manera los discípulos de los filósofos piensan que todo cuanto hacen los insensatos es cometer una impiedad o un sacrilegio, y subscribiendo que la ignorancia misma es una forma de locura, no hacen sino reconocer que la mayoría [de los hombres] están locos.
122.2. Ahora bien, la razón no permite dudar sobre cuál de las dos cosas es mejor: ser prudentes o estar locos. Es necesario que los que poseen tenazmente la verdad sigan con todas sus fuerzas a Dios, siendo prudentes, y piensen que todo es suyo, como lo es; y respecto a nosotros, que hemos aprendido que somos la mejor de sus riquezas, es preciso que nos volvamos a Dios, amando al Señor Dios y teniendo en cuenta que esto es tarea para toda la vida.
122.3. "Si los bienes de los amigos son comunes" (cf. Platón, Fedro, 279 C; Leyes, V,739 C) y el hombre es amigo de Dios (además es amigo de Dios por la mediación del Verbo), todo, en efecto, es del hombre, porque todo es de Dios, y todo es común para ambos amigos, Dios y el hombre.
122.4. Por tanto, es hora de decir que sólo el cristiano es piadoso, rico, prudente y noble, y por esto es imagen semejante a Dios (cf. Gn 1,26); y también [es hora] de decir y creer que [el cristiano] ha llegado a ser "justo y santo con inteligencia" (Platón, Teeteto, 176 B) por Cristo Jesús, y el hombre mismo es semejante también ahora a Dios.
Epílogo: la condición de los que seguimos a Cristo
123.1. El profeta no oculta esta gracia, cuando manifiesta: "Yo les digo que son dioses e hijos todos del Altísimo" (Sal 81 [82],6). En efecto, a nosotros, a nosotros nos adoptó y quiso ser llamado Padre por nosotros solos, no por los desobedientes. Así, ésta es nuestra condición, la de los que seguimos a Cristo: tal como son [nuestras] intenciones, así son también las palabras; tal como son las palabras, así también las acciones; y tal como son las acciones, así la vida. Toda la vida de los que conocen a Cristo es útil.
123.2. Me parece que ya basta de palabras; si incluso he ido más lejos por amor al hombre, al exponer la participación que he recibido de Dios, ha sido para exhortar a ir hacia el mejor de los bienes, la salvación. Respecto de la vida que nunca tiene fin, ni las palabras pueden dejar alguna vez de explicar los misterios sagrados.
A ustedes les queda todavía el conquistar finalmente lo más provechoso: el juicio o la gracia. Al menos yo pienso que no es legítimo dudar sobre cuál de esas cosas es mejor; ni tampoco es lícito comparar la vida con la perdición.