Sin embargo, como quiera que el plan divino relativo al baño de purificación forma parte de las enseñanzas reveladas[1] -ya se quiera llamarlo Bautismo, ya iluminación[2], o bien regeneración-, bueno será que sobre él expliquemos algo brevemente.
XXXIII. 1. Efectivamente, los adversarios nos oyen decir razones tales como éstas: "Al pasar de la muerte a la vida, puesto que el primer nacimiento conducía a la muerte, lógico era que se inventase otro nacimiento, que no comenzase por la corrupción y que no terminase en la corrupción, sino que condujese al nacido a una vida inmortal, con el fin de que, como lo nacido de nacimiento mortal necesariamente es mortal, así también lo nacido de nacimiento que no admite corrupción fuera superior a la corrupción de la muerte." Pues bien, cuando nos oyen éstos y otros razonamientos semejantes y se les comienza a enseñar el modo del Bautismo, esto es, que una oración a Dios, una invocación de la gracia celeste, agua y fe son los medios por los que se realiza el misterio de la regeneración, se muestran incrédulos, pues miran lo externo y dicen que lo realizado corporalmente no concuerda con la promesa, porque -dicen- ¿cómo una oración y una invocación de la potencia divina hechas sobre el agua se toman en principio primero de vida para los iniciados?
2. Frente a éstos, si es que no presentan demasiada resistencia, bastará una simple respuesta para inducirlos a asentir a esta doctrina. Efectivamente, puesto que el modo del nacimiento camal está claro para todos, preguntémosles nosotros a nuestra vez cómo es que se convierte en hombre aquello que se arroja para que comience a formarse el ser vivo. Ahora bien, realmente sobre esto no existe teoría alguna que descubra con un razonamiento algo que convenza. Porque, si se los compara, ¿qué tiene de común la definición del hombre con la cualidad que contemplamos en aquel semen? El hombre es un ser racional e inteligente, capaz de pensamiento y de conocimiento[3], mientras aquél lo observamos en su calidad de húmedo, y el pensamiento no capta más que lo percibido por el sentido.
3. Pues bien, la respuesta que naturalmente se daría por parte de los preguntados sobre cómo se puede creer que de aquel semen se forme un hombre, es la misma que nosotros ofrecemos cuando se nos pregunta acerca de la regeneración efectuada por medio del agua. Efectivamente, en el primer caso, le es fácil a cada uno de los preguntados decir que aquello se convierte en hombre por la potencia divina, pues, si ella no está presente, aquello queda inerte e inefectivo. Entonces, si aquí no es lo natural lo que forma al hombre, sino que es la potencia divina la que transforma en naturaleza humana lo que aparece a la vista, sería el colmo de la injusticia y la necedad, después de reconocer aquí a Dios una potencia tan grande, creer que en este otro caso la divinidad carece de vigor para ejecutar su voluntad. 4. ¿Qué hay de común -dicen- entre el agua y la vida? ¿Y qué hay de común -les replicaremos- entre el elemento húmedo y la imagen de Dios? Ahora bien, no hay nada extraño en el hecho de que, por quererlo Dios, el elemento húmedo se transforme en el ser vivo más digno. Pues lo mismo en nuestro caso. También nosotros decimos que no hay de qué extrañarse si la presencia de la potencia divina transforma en incorruptible al ser nacido en la naturaleza corruptible.
XXXIV. 1. Sin embargo, siguen buscando una prueba de que Dios se hace presente cuando se le invoca para santificar los ritos. Quien esto busca, relea de nuevo lo que ya se investigó arriba. Efectivamente, la confirmación del carácter verdaderamente divino de la potencia que se nos ha manifestado en la carne se convierte en apoyo de la presente cuestión.
2. Demostrado, en efecto, que es Dios el que se manifestó en la carne, pues a través de sus hechos milagrosos mostró su propia naturaleza, a la vez quedó demostrado que se hace presente en los hechos siempre que se lo invoca[4]. Efectivamente, lo mismo que cada ser tiene alguna particularidad que da a conocer su naturaleza, así también lo propio de la naturaleza divina es la verdad. Ahora bien, tiene prometido que siempre estará junto a los que lo invoquen y en medio de sus fieles[5], y que permanecerá en todos y estará unido con cada uno[6]. Por consiguiente, no tendríamos ya necesidad de ninguna otra prueba de que la divinidad está presente en los hechos, si realmente, gracias a los milagros, hemos creído en la presencia divina, si sabemos que lo propio de la divinidad es no tener la más mínima mezcla de mentira, y si no ponemos en duda que lo prometido estará presente en la promesa extensa de mentira.
3. Sin embargo, el hecho de que la invocación mediante la oración preceda a la dispensación de la gracia divina constituye una prueba más de que es Dios quien lleva a cabo lo que se está ejecutando. Efectivamente, en la otra forma de procreación humana, los impulsos de los padres, aunque ellos no invoquen a Dios con la oración, por obra del poder de Dios, según se dijo arriba, dan forma a lo engendrado, y en cambio, sin ese poder, su empeño resulta fracasado e inútil. Pues bien, en la forma espiritual de generación, puesto que Dios ha prometido estar presente en los hechos y ha depositado en la acción su propio poder, según lo hemos creído, y puesto que nuestro libre albedrío se adhiere al resultado, si el socorro de la oración viene a unirse convenientemente, ¿cuánto más perfecto no será el objeto del empeño?
4. Realmente, lo mismo que quienes oran a Dios pidiendo que les salga el sol en nada menoscaban al fenómeno, que es inevitable, y lo mismo que nadie tacharía de inútil el empeño de los que oran, por el hecho de pedir a Dios lo que de todos modos se producirá, así también los que están persuadidos por fe de que, según la verídica declaración de la promesa, la gracia necesariamente estará en posesión de los que son regenerados mediante esta misteriosa dispensación divina, o provocan álguna añadidura de gracia o, en todo caso, no quitan la ya existente. En efecto, el que necesariamente esté presente lo creemos porque es Dios quien ha hecho la promesa, y el testimonio de la divinidad lo tenemos a través de los milagros. De modo que por ninguna razón cabe dudar de la presencia divina.
XXXV. 1. Ahora bien, la bajada del hombre al agua y el hacerla hasta tres veces encierra otro misterio. Efectivamente, como quiera que el modo empleado para nuestra salvación se hizo eficaz, no tanto por la guía de la doctrina como gracias a los actos que obró el que tomó sobre sí el compartir la condición humana, tras haber hecho de la vida una realidad efectiva, con el fin de que mediante la carne asumida por Él y con Él deificada, se salvase también a la vez todo cuanto le era afín y de la misma naturaleza que ella[7], era necesario inventar algún modo en el que los actos del seguidor tuvieran algún parentesco y semejanza con los del guía[8]. Por consiguiente, es necesario mirar qué rasgos contemplamos en el guía de nuestra vida, para que, como dice el Apóstol[9], los seguidores ajustemos la imitación conforme al autor de nuestra salvación. 2. Efectivamente, lo mismo que los ya maestros en táctica militar instruyen en la práctica de las armas a los aprendices haciendo que miren atentos el buen ritmo y la marcialidad del movimiento, y si uno no practica el ejemplo propuesto se queda privado de tal experiencia, así también es absolutamente necesario que aquellos que tienen idéntico celo por el bien sigan igualmente por la imitación al guía que nos conduce a nuestra salvación y pongan por obra lo que Él ha mostrado antes. Porque no es posible que lleguen al mismo término si llevan caminos diferentes.
3. Efectivamente, como los que, hallándose sin poder atravesar los recovecos de los laberintos[10], si dan con una persona experta en los mismos y la siguen en su marcha hacia atrás consiguen atravesar las complicadas y engañosas revueltas del edificio, y no lograrían atravesarlas si no fueran siguiendo las huellas del que guía, así también tú, piensa que el laberinto de esta vida sería imposible de atravesar para la naturaleza humana, si no se tomara el mismo camino por el cual salió del encierro el que estuvo en él.
4. Laberinto llamo, en sentido figurado, a la prisión sin salida de la muerte, donde fue encerrada la desventurada humanidad. Así pues, ¿qué hemos contemplado en el autor de nuestra salvación? Estado de muerte durante tres días, y vida nuevamente. Por tanto tenemos que imaginamos también en nosotros algo semejante. ¿Y cuál es esa invención por la que se lleva a cabo también en nosotros la imitación de lo que El hizo? 5. Todo ser muerto tiene un lugar apropiado y natural, la tierra, en la cual se le acuesta y se le oculta. Ahora bien, la tierra y el agua tienen mutuamente mucha afinidad, pues son los dos únicos elementos pesados y con tendencia hacia abajo, y los únicos que subsisten el uno en el otro y que mutuamente se dominan. Como quiera, pues, que el guía de nuestra vida, al morir, descendió bajo la tierra, conforme a la común naturaleza, la imitación de su muerte que realizamos nosotros está figurada en el otro elemento afín.
6. Y como aquel hombre venido de arriba[11], después de asumido el estado de cadáver y ser depositado bajo tierra durante tres días, de nuevo surgió a la vida, así también el que está unido a Él en su naturaleza corporal, si mira al feliz resultado mismo, quiero decir a la vida como término, y derrama sobre sí agua en vez de tierra y se zambulle por tres veces en ese elemento, reproduce por imitación la gracia de la resurrección al tercer día.
7. Pero ya anteriormente se ha dicho algo parecido, a saber, que la muerte fue introducida en la naturaleza humana, según un plan por parte de la providencia divina, para que, desaparecida la maldad en la separación del cuerpo y del alma, de nuevo el hombre, reconstruido mediante la resurrección, estuviera sano y salvo, libre de pasiones, puro y ajeno a toda mezcla de maldad. Solamente que en el guía de nuestra salvación tuvo su perfección el plan divino, pues se cumplió enteramente conforme a su propio fin.
8. Efectivamente, los elementos que estaban unidos fueron separados por la muerte, y esos elementos separados fueron de nuevo juntados para que, purificada la naturaleza en la disolución de los elementos afines -del cuerpo y del alma quiero decir-, el retomo de estos elementos separados resultase limpio de toda mezcla extraña. Sin embargo, en los que siguen a su guía, la naturaleza no permite la imitación exacta en todo, sino que ahora la admite únicamente en la medida de lo posible, y reserva el resto para el tiempo futuro. 9. Entonces, ¿qué es lo que se imita? El hacer desaparecer la propia maldad en la imagen del estado de muerte, y eso mediante el agua, aunque no es en verdad una desaparición completa, sino como una ruptura de la continuidad del mal, pues dos son las causas que concurren para eliminar la maldad: el arrepentimiento del que pecó y la imitación de la muerte; gracias a ellas, el hombre se libra en cierto modo de su afinidad con la maldad: por el arrepentimiento, pasa a odiar y repudiar la maldad, y por la muerte, obra la desaparición del mal.
10. Ahora bien, si esta imitación se diese en la muerte completa, ya no habría imitación, sino identidad de la cosa, y el mal desaparecería por completo de nuestra naturaleza, de modo que, como dice el Apóstol, se moriría al pecado de una vez para siempre[12]. Mas, como quiera que, según se ha dicho, nosotros imitamos a la potencia suprema sólo cuanto nos permite la pobreza de nuestra naturaleza, cuando se nos inmerge en el agua tres veces y de nuevo surgimos del agua, estamos imitando la sepultura salvífica y la resurrección, que, en el tiempo, ocurrió al tercer día, y debemos pensar que, como el agua está a nuestra disposición y libremente podemos sumergimos en ella y salir nuevamente de ella, así también el soberano del universo tenía en su mano el sumergirse en la muerte, como nosotros en el agua, y de nuevo resurgir a la bienaventuranza que le es propia. 11. Por tanto, si se atiende a la verosimilitud y se juzgan los hechos según la potencia que hay en uno y otro caso, no se hallará diferencia alguna en los hechos, pues el uno y el otro obran lo que está en su poder según la medida de su naturaleza. Efectivamente, si el hombre puede entrar sin peligro en contacto con el agua, si lo quiere, la potencia divina puede, con una facilidad infinitamente mayor, afrontar la muerte, entrar en ella y no sufrir mudanza que implique debilidad.
12. La razón, pues, de que nos fuera necesario preludiar en el agua la gracia de la resurrección es que supiéramos que para nosotros es igualmente fácil ser bautizados en el agua que resurgir de la muerte. Ahora bien, en los acaeceres de la vida, algunas cosas son más importantes que otras, y sin ellas no podría tener éxito lo que se hace. Sin embargo, si comparamos el principio con el término, el principio parecerá no tener la menor importancia, comparado con el final, pues, ¿qué tienen de igual el hombre y aquel semen que constituyó al ser vivo? y con todo, sin este semen no existiría aquél. Pues así también el gran don de la resurrección, aunque por naturaleza es mayor, sin embargo tiene aquí sus principios y sus causas, pues no es posible que aquélla se haga realidad, si no le ha precedido esto otro.
13. Digo que no le es posible al hombre la resurrección sin la regeneración del baño bautismal, aunque no me refiero a la reconstitución y restauración de nuestro compuesto humano. Efectivamente, la naturaleza debe caminar hacia esto absolutamente a impulso de sus propias leyes y según el plan de su creador, lo mismo si recibe la gracia del bautismo que si queda sin participar de tal iniciación. Yo me refiero a la restauración del estado feliz, divino y alejado de toda tristeza[13].
14. Porque, ciertamente, no todos los seres que mediante la resurrección reciben el privilegio de regresar a la existencia vuelven a la misma vida, sino que hay mucha distancia entre los que están purificados y los que todavía necesitan purificación. Efectivamente, aquellos a quienes en esta vida sirvió de guía la purificación del baño bautismal se dirigirán hacia lo que les es afín, y lo afín a la pureza es la ausencia de pasión, y no cabe duda de que la bienaventuranza consiste en la ausencia de pasiones. Aquellos, en cambio, en quienes las pasiones se encallecieron y no aplicaron ningún remedio pu- rificador de su inmundicia -ni el agua sacramental, ni la invocación del poder divino, ni la enmienda del arrepentimiento- también ellos tendrán necesariamente lo que les corresponde.
15. Ahora bien, lo que corresponde al oro impuro es el homo de fundición[14]. Y así, una vez fundida toda la maldad que se les había mezclado, su naturaleza, pura ya, al cabo de largos siglos volverá a Dios sana y salva. Por consiguiente, puesto que hay cierta fuerza purificadora en el fuego y en el agua, los que lavaron la mancha de la maldad mediante el agua sacramental no necesitan la otra forma de purificación, mientras que, al revés, quienes no han sido iniciados en esta purificación necesariamente tendrán que ser purificados por el fuego.
XXXVI. 1. Efectivamente, no sólo la razón común, sino también la enseñanza de las Escrituras muestra que es imposible que entre en el coro divino quien no haya lavado enteramente las manchas de la maldad. Esto, aunque poca cosa en sí, es el principio y fundamento de grandes bienes. Digo poca cosa, por la facilidad del buen resultado. Porque, ¿qué trabajo cuesta creer que Dios está en todas partes, que, aun estando en todo, asiste también a los que invocan su poder vivificante, y que estando presente obra lo que le es propio? 2. Ahora bien, lo propio de la actividad divina es la salvación de los que la necesitan. Esta se hace efectiva mediante la purificación del agua. El que ha sido purificado tendrá parte en la pureza, y la pureza verdadera es la divinidad. Estás viendo cómo el principio es poca cosa y fácil de realizar bien: fe y agua; la fe, porque está dentro de nuestro libre albedrío; el agua, porque es familiar a la vida humana. Sin embargo, el bien que de ellas nace es tan grande y de tal índole que implica la familiaridad con la propia divinidad.
XXXVII. 1. Ahora bien, como quiera que el ser humano es doble, compuesto de la mezcla del alma y del cuerpo[16], es necesario que los que son salvados entren en contacto por medio de ambos con el guía que conduce a la vida. Por tanto, cuando el alma se ha unido a Él mediante la fe, en ello tiene los principios de su salvación, pues la unión con la vida implica la participación en la vida; el cuerpo, en cambio, tiene otro modo de participar y de unirse al Salvador.
2. Efectivamente, lo mismo que quienes, víctimas de una conspiración, han tomado un veneno y con otra droga extinguen su fuerza destructura, pero es necesario que el antídoto, al igual que la ponzoña, penetre en las entrañas del hombre, para que a través de ellas la fuerza del remedio se distribuya por todo el cuerpo, así también nosotros, después de haber saboreado lo que causa la disolución de nuestra naturaleza, teníamos absoluta necesidad de lo que reúne de nuevo lo ya disuelto, para que este remedio, una vez en nosotros, eliminase por su propio efecto el daño del veneno introducido antes en el cuerpo[17].
3. ¿Qué remedio es éste? No otro que aquel cuerpo que se mostró más fuerte que la muerte y dio principio a nuestra vida. Porque, como dice el Apóstol[18], lo mismo que un poco de levadura se asimila toda la masa, así también el cuerpo al que Dios hizo inmortal, cuando se introduce en el nuestro, lo cambia y lo transforma en sí mismo todo entero. Efectivamente, lo mismo que con la droga destructora mezclada al cuerpo sano se echa a perder todo lo que es afectado por la mezcla, así también el cuerpo inmortal, cuando entra en el que lo ha recibido lo transforma por entero en su propia naturaleza.
4. Ahora bien, para entrar en el cuerpo, no hay realmente otro medio que mezclarse a las entrañas mediante la comida y la bebida. Por tanto, es de todo punto necesario que el cuerpo reciba por la vía que le es posible a la naturaleza la fuerza vivificadora. Pero el único cuerpo que ha recibido esta gracia es aquel que acogió a la divinidad. Por otra parte, hemos demostrado que nuestro cuerpo no podía ser introducido en la inmortalidad, si no entraba a participar de la inmortalidad mediante la comunión con el ser inmortal. Pues bien, conviene en consecuencia examinar cómo se hizo posible el que ese único cuerpo, distribuido entre tantas miríadas de fieles por toda la tierra habitada y por siempre, esté todo entero en cada parte y permanezca todo entero en sí mismo.
5. Por consiguiente, para que nuestra fe, si mira a la consecuencia lógica de nuestro razonamiento, no tenga la menor sombra de duda acerca del objeto de nuestra reflexión, conviene detener un momento nuestro discurso en el estudio de la naturaleza del cuerpo. Porque, ¿quién no sabe que la misma naturaleza física de nuestro cuerpo, tomada en sí misma, no tiene vida en una substancia propia, sino que se mantiene y subsiste gracias a la fuerza que afluye sobre ella y que, mediante un movimiento incesante, atrae lo que le falta y rechaza lo que le sobra? 6. Y lo mismo que un odre lleno de agua, si el líquido se escurre por el hondón, no conserva la forma que tenía hinchado, a no ser que otro líquido venga de arriba a sustituirlo y llenar el vacío, de suerte que quien ve el hinchado volumen de este recipiente sabe que ese volumen no es propio del objeto que se ve, sino que es el líquido vertido en él lo que configura los contornos del volumen, así también hallamos que la estructura de nuestro cuerpo no tiene, que sepamos, nada propio en orden a su propia constitución, sino que permanece en la existencia gracias a la fuerza que en ella se introduce.
7. Ahora bien, esa fuerza es y se llama alimento. Pero no es el mismo para todos los cuerpos alimentados, sino que hay un alimento adecuado para cada uno, según lo ha dispuesto el que administra la naturaleza. Efectivamente, de los animales, unos se alimentan arrancando raíces, otros tienen como alimento la hierba, y algunos la carne, mientras que para el hombre el principal alimento es el pan. Y para mantener y conservar la humedad interna, la bebida no consiste en agua sola, sino muchas veces en agua templada con vino, para ayudar a nuestro calor interno. Por consiguiente, el que considera estos elementos está considerando en potencia el volumen de nuestro cuerpo, ya que, una vez introducidos en mí, se convierten en sangre y cuerpo, al transformarse adecuadamente el alimento en la forma del cuerpo gracias a la fuerza de asimilación.
8. Una vez que hemos examinado cuidadosamente lo anterior, tenemos que volver de nuevo nuestro pensamiento al tema que nos ocupa. Efectivamente, estábamos indagando cómo el solo cuerpo de Cristo vivifica a toda la naturaleza de los hombres que tienen la fe, repartiéndose entre todos y sin sufrir El la menor mengua. Quizás, pues, estemos cerca de la probable explicación. En efecto, si la substancia de todo cuerpo depende del alimento, y éste consiste en comida y bebida, y en la comida está el pan y en la bebida el agua templada con vino; y si, por otra parte, como se ha explicado anteriormente, el Verbo de Dios, que es a la vez Dios y Verbo, se ha mezclado con la naturaleza humana, al entrar en nuestro cuerpo, no se inventó para la naturaleza una nueva consistencia, sino que dio a éste su cuerpo el medio de subsistir por los procedimientos habituales y adecuados, conservando su substancia mediante la comida y la bebida, y esta comida era el pan.
9. Entonces, lo mismo que entre nosotros, como se ha dicho ya muchas veces, cuando uno ve el pan, de alguna manera está viendo el cuerpo del hombre, porque al entrar aquél en el cuerpo, se convierte en el cuerpo mismo, así también aquí, el cuerpo que recibió la divinidad, por haberse alimentado de pan, en cierto modo se identifica con él, pues como se ha dicho, el alimento se transforma en la naturaleza del cuerpo. Efectivamente, en aquella carne hemos reconocido lo que es propio de todos, a saber, que también aquel cuerpo se mantenía de pan. Pero este cuerpo, por habitar en él el Verbo de Dios, se había transformado y elevado a la dignidad divina. Por tanto nosotros ahora creemos con razón que el pan santificado por el Verbo de Dios se transforma en cuerpo del Dios- Verbo[19].
10. Y en efecto, aquel cuerpo era pan en potencia y se santificó con la presencia de Verbo, que plantó su tienda en la carne[20]. Por tanto, lo que hizo que el pan, transformado en aquel cuerpo, se cambiase en potencia divina, eso mismo hace que también ahora ocurra lo mismo. Allí, efectivamente, la gracia del Verbo hace santo al cuerpo cuya consistencia venía del pan y que de alguna manera era él también; y lo mismo en nuestro caso, el pan, como dice el Apóstol[21], es santificado por el Verbo de Dios y por la oración; pero no se convierte en el cuerpo del Verbo cuando es comido, sino que se transforma inmediatamente en su cuerpo en virtud del Verbo, como el mismo Verbo ha dicho: "Esto es mi cuerpo[22]."
11. Pero toda carne se alimenta también del elemento húmedo, pues sin el concurso de ambos, lo que hay de terrestre en nosotros no permanecería con vida: lo mismo que sustentamos la parte sólida de nuestro cuerpo con un alimento consistente y sólido, así también a la parte húmeda le aportamos el complemento de lo que tiene su misma naturaleza, y esto, un vez está en nosotros, se transforma en sangre gracias a nuestra potencia transformante, y sobre todo si, gracias al vino, recibe la fuerza de transformarse en calor.
12. Como quiera, pues, que aquella carne que recibió a la divinidad asumió también este elemento para subsistir, y Dios, por otra parte, al manifestarse se mezcló con esta naturaleza perecedera, con el fin de deificar juntamente a la humanidad mediante la participación en la divinidad, esta es la razón de por qué Él mismo se derrama en todos los creyentes, según el plan divino de la gracia, por medio de esta carne cuya consistencia procede del pan y del vino, y se mezcla con los cuerpos de los creyentes para que también el hombre, por la unión con lo inmortal, tenga parte en la incorrupción. Estos son los bienes que da al transformar en ese cuerpo, con la fuerza de la consagración, la naturaleza de los elementos visibles.
XXXVIII. 1. Tengo para mí que a lo dicho no le falta ninguna de las cuestiones planteadas acerca del misterio, a no ser la teoría de la fe, que en breves razones expondremos también en el presente tratado. Aquellos, en cambio que busquen un discurso más completo lo tienen ya en otros trabajos, en los que explicamos minuciosa y exactamente la doctrina, según nuestras posibilidades, y en los que entablamos combate contra los adversarios, y examinamos en sí mismas las razones de los problemas que se nos planteaban.
2. En el presente tratado hemos creído que será bueno decir sobre la fe tanto cuanto se contiene en las palabras del Evangelio, a saber, que el que ha sido engendrado según la regeneración espiritual sabe por quién ha sido engendrado y de qué es su vida[23]. En efecto, únicamente esta forma de generación tiene el poder de llegar a ser lo que precisamente ha elegido ser.
XXXIX. 1. Efectivamente, los demás seres nacidos deben su existencia al impulso de sus progenitores, mientras que el nacimiento espiritual depende del libre albedrío del que nace. Pues bien, como quiera que en este último caso el peligro consiste en errar sobre lo que conviene, pues la elección es libre para todos, bueno seria, digo, que el que se lanza a realizar su propio nacimiento conozca de antemano, por la reflexión, a quién le será provechoso tener por padre, y de quién le será mejor constituir la naturaleza, pues se dice que en esta clase de nacimiento se escoge libremente a los padres.
2. Ahora bien, siendo así que los seres se dividen en dos partes, el elemento creado y el increado, y puesto que la naturaleza increada posee en sí misma la inmutabilidad y la estabilidad[24], mientras la creación está sujeta a alteración y a mudanza, el que reflexionando elige lo que es provechoso, ¿de quién preferirá ser hijo: de la naturaleza que contemplamos sujeta a mudanza, o del que posee una naturaleza inmutable, firme en el bien y siempre la misma?
3. En el Evangelio se nos han transmitido las tres Personas y los tres nombres por los que se realiza el nacimiento de lps creyentes: el que es engendrado en la Trinidad es engendrado por igual por el Padre, por el Hijo y por el Espíritu Santo, pues así dice el Evangelio acerca del Espíritu: lo que es nacido del Espíritu, espíritu es[25] y Pablo engendra en Cristo[26], y el Padre es Padre de todos[27]. Que aquí la mente del oyente se mantenga sobria y no se haga ella misma hija de una naturaleza inconsistente, puesto que le es posible hacer de la naturaleza inmutable y estable el principio de su propia vida.
4. Efectivamente, el acto realizado tiene su fuerza según la disposición del corazón del que se acerca a la administración del sacramento, de modo que quien confiesa el carácter increado de la santa Trinidad puede entrar en la vida estable e inmutable, mientras que quien, por una concepción errónea, ve en la Trinidad la naturaleza creada[28], y con esa idea es bautizado luego, se encuentra con que de nuevo nace a la vida mudable y sujeta a alteración, porque, en efecto, lo engendrado tiene por necesidad la misma naturaleza de los padres.
5. Por tanto, ¿qué sería más provechoso: entrar en la vida inmutable o ser de nuevo zarandeado por la vida inestable y cambiante? Para todo el que tenga un mínimo de inteligencia es evidente que lo estable tiene mucho más valor que lo inestable, lo perfecto que lo imperfecto, lo que no necesita, que lo que sí necesita, y más que el que va elevándose progresivamente, el que no tiene progreso que realizar[29] porque siempre permanece en la perfección del bien. Sin embargo, es absolutamente necesario al que está en sus cabales elegir una de dos: o creer que la santa Trinidad pertenece a la naturaleza increada y así, mediante el nacimiento espiritual, tomarla como principio fontal de la propia vida, o bien, si piensa que el Hijo y el Espíritu Santo están fuera de la naturaleza del Dios primero, verdadero y bueno[30] -del Padre, quiero decir-, no aceptar la fe de esta creencia en el momento de su nacimiento, para evitar que, sin darse cuenta, venga a dar en la naturaleza imperfecta y necesitada de mejoramiento, y regrese en cierto modo a su condición natural por haber apartado su fe de la naturaleza superior.
6. Efectivamente, el que se unce al yugo de alguna crea- tura, sin saberlo pone en ésta y no en la divinidad la esperanza de su salvación. Porque la creación, por el hecho de pasar por igual de la nada al ser, está toda ella emparentada. Y así como en la estructura de los cuerpos todos los miembros tienen estrecha afinidad entre ellos, por más que unos se hallen en la parte superior y otros en la inferior, así también la naturaleza creada forma una unidad según el plan de la creación, y la diferencia que separa en nosotros el elemento superior del inferior no establece desunión alguna de su propia cohesión interna, ya que las cosas que primero hemos concebido por igual como no existentes, aunque en otros aspectos difieran, en esta parte al menos no nos presentan diferencia alguna de naturaleza.
7. Por tanto, si el hombre es creado y piensa que el Espíritu y el Dios Unigénito son creaturas, en vano espera mudarse a un estado superior, pues vuelve a sí mismo[31]. Lo que ocurre tiene parecido con los prejuicios de Nicodemo, el cual, habiendo aprendido del Señor que es necesario nacer de arriba, por no comprender todavía la razón del misterio, se veía arrastrado en sus reflexiones al seno materno[32]. Es decir, si el hombre se dirige, no a la naturaleza increada, sino a la creación que comparte su origen y su esclavitud, entonces pertenece al nacimiento de abajo, y no al de arriba. Ahora bien, el Evangelio dice que el nacimiento de los que se salvan es el que viene de arriba.
XL. 1. Pero me parece que la catequesis no enseña lo suficiente si se limita a lo dicho. Efectivamente, en mi opinión es necesario considerar también lo que viene después. Esto suelen descuidarlo muchos de los que se acercan a la gracia del bautismo, con lo cual se extravían engañándose ellos mismos, y su nacimiento es sólo apariencia, y no realidad. Efectivamente, la mudanza de nuestra vida realizada mediante la regeneración no puede ser mudanza si permanecemos en lo mismo. Y es que no sé cómo puede pensar que ha renacido y es otro el que persiste en las mismas cosas y en el que no ha cambiado ninguna de sus características. Y que el nacimiento salutífero se recibe con miras a la renovación y transformación de nuestra naturaleza es evidente para todo el mundo.
2. Ahora bien, tomada en sí misma, la naturaleza del hombre no recibe mutación alguna del bautismo: ni la razón, ni la inteligencia, ni la capacidad de saber, ni ninguna otra de las propiedades características de la naturaleza humana se transforma. La razón es que la transformación sería hacia lo peor, si cambiara alguna de estas propiedades de la naturaleza. Por tanto, si el nacimiento que viene de arriba es una reconstrucción del hombre, y por otra parte estas propiedades no sufren mudanza, tenemos que examinar qué es lo que cambia para que la gracia de la generación sea completa.
3. Es evidente que, cuando han desaparecido los rasgos malos de nuestra naturaleza, se produce el cambio a mejor. Por tanto, si, como dice el profeta[33], después de lavados con el baño bautismal y borradas nuestras maldades, las elecciones de nuestro albedrío son puras, entonces somos mejores y hemos cambiado a mejor. Pero, si el baño se lo damos al cuerpo, y el alma, en cambio, no se lava las manchas de las pasiones, y si la vida después de la iniciación concuerda con la vida anterior a la iniciación, por muy atrevido que sea el decirlo, lo diré sin rodeos: en estos casos, el agua es agua, pues en modo alguno se manifiesta en el acto realizado el don del Espíritu Santo, cuando no sólo ultrajan a la imagen divina la infamia del corazón, la pasión de la avaricia, el orgullo, la envidia y la arrogancia desdeñosa, sino que el hombre sigue reteniendo las ganancias provenientes de la injusticia, y la mujer que adquirió por adulterio continúa después de esto sirviendo a sus placeres.
4. Si estas y otras maldades semejantes se hallan en la vida del bautizado antes y después de esto, me es imposible ver en qué ha cambiado, pues estoy viendo después al mismo que ya vi antes. La víctima de la injusticia, la víctima de la calumnia y el que ha sido despojado de sus bienes, en lo que les toca, no ven tampoco la menor mudanza del bautizado. Tampoco le han oído aquella palabra de Zaqueo: "Si en algo he defraudado a alguno, le devuelvo cuatro veces más[34]." Lo que decían sobre él antes del bautismo, eso mismo repiten ahora, y siguen aplicándole los mismos nombres: avaricioso, codicioso de lo ajeno, vividor a costa de las calamidades de otros hombres. El que se halla en estas condiciones y anda luego murmurando su cambio a mejor gracias al bautismo, escuche la palabra de Pablo: "Si alguien cree ser algo, sin serlo, él mismo se engaña[35]." Porque no eres lo que no has llegado a ser.
5. A cuantos lo recibieron -dice de los hombres regenerados el Evangelio- les dio potestad de convertirse en hijos de Dios[36]. El que se hace hijo de alguien necesariamente es de la misma raza que su padre. Por tanto, si recibiste a Dios y te hiciste hijo de Dios, muestra en ti mismo al que te engendró. La familiaridad con Dios por parte del que ha sido hecho hijo de Dios conviene que se demuestre a través de los mismos rasgos con que reconocemos a Dios: abre su mano y colma de bendición a todo viviente[37]; perdona la iniquidad[38]; se arrepiente del castigo[39]; bueno es el Señor para con todos[40]; y no está airado cada día[41]; Señor recto es Dios, y no hay injusticia en él[42]; y todos cuantos rasgos de parecida índole nos enseña aquí y allá, en tantos lugares de la Escritura. 6. Si eres portador de estos rasgos, llegaste a ser verdaderamente hijo de Dios; pero si todavía continúas con los rasgos de la maldad, en vano irás murmurando que has nacido de arriba. La profecía te dirá a ti: Tú eres hijo de hombre[43], no hijo del altísimo[44]; tú amas la vanidad, buscas la mentira[45], ¡tú ignoras de qué manera el hombre ha sido considerado admirable, y que no puede serlo más que haciéndose santo!
Notas:
[1] Cf. Ef. 5,26; Tt. 3, 5.
[2] Cf. Hb. 6,4; 10,32.
[3] Al formular su concepto del hombre, el Niseno no adopta la tricotomía origeniana (cf. supra, C. XXXVII, 1 y la Introducción, pág. 30).
[4] Cf. Mt. 7,7.
[5] Cf. Mt. 18,20; Jn. 14,13; 15,7.16; 16,23.
[6] Cf. Mt. 28,20; Jn. 14,23; 15,4-8.
[7] En definitiva el Niseno afirma que la esencia del Evangelio no consiste tanto en el conocimiento doctrinal como en la acción redentora de la vida de Cristo y la participación en ella: es vida, no doctrina (Barbel).
[8] Gregorio se inspira probablemente en la eseñanza paulina de Rm. 6, 5- 11, donde el Apóstol afirma la profunda unión del cristiano con la muerte y la resurrección de Cristo.
[9] Cf. Hb. 2, 10.
[10] Alusión tácita al conocido mito de Teseo y Ariadna en el laberinto del rey Minos de Creta.
[11] Cf. Jn. 3, 31; 1 Co. 15,47.
[12] Cf. Rm. 6,10.
[13] Sobre la doctrina de la apokatástasis o vuelta del hombre al estado original de bienaventuranza, ver nota 20 de la Sección IV, y la Introducción, pág. 29.
[14] Cf. MI. 3,2.
[15] Sobre los elementos aristotélicos y sobre algunas originalidades del Niseno acerca de la doctrina de la Eucaristía, ver la Introducción, págs. 24, 33 ss.
[16] Cf. nota 3 de esta Sección.
[17] La imagen del veneno y del antídoto, que Hamack, con sutil ironía, motejaba de "explicación farmacéutica" entra en el estilo de la retórica contemporánea en general y del Niseno en particular (v. Introducción, págs. 9-10), y expresa de manera eficaz una enseñanza fundamental: la caída ha introducido en la humanidad un germen de muerte, pero Cristo, asumiendo la humanidad misma, "introduce en ella un germen y una fuerza de vida que triunfa sobre la muerte y establece el principio de la reunificación y de su incorruptibilidad" (Hamman).
[18] Cf. 1 Co. 5, 6.
[19] La Eucaristía es la prolongación de la Encamación del Verbo.
[20] Cf. Jn. 1, 14.
[21] Cf. 1 Tm. 4, 5.
[22] Mc. 14, 22 y paral.
[23] Cf. Jn. 1, 13; 3, 6-7.
[24] Cf. Ml. 3, 6.
[25] Cf. Jn. 3, 6.
[26] Cf. 1 Co. 4, 15.
[27] Cf. Ef. 4,6.
[28] Alusión a los anomeos.
[29] Probable alusión a la tesis de Pablo de Samosata (v. S. Atanasio, De syn., 4), según el cual Cristo, después de la Encamación, habría sido deificado gradualmente.
[30] Gregorio tiene en su punto de mira las posturas anomea y eunomiana (v. nota 5 del Prólogo).
[31] Cf. Rm. 8,24.
[32] Cf. Jn. 3, 3-4.
[33] Cf. Is. 1, 16.
[34] Cf. Lc. 19, 8.
[35] Cf. Ga. 6, 3.
[36] Cf. Jn. 1,12.
[37] Cf. Sal. 145,16.
[38] Cf. Mi. 7,18.
[39] Cf. Jl. 2,13.
[40] Cf. Sal. 145, 9.
[41] Cf. Sal. 7,12.
[42] Cf. Sal. 92,16.
[43] Cf. Sal. 4, 3-4.
[44] Cf. Sal. 82,6-7.
[45] Cf. Sal. 4,4.
7. Habría que añadir a lo dicho lo que aún queda por decir, esto es, que los bienes ofrecidos en las promesas a los que llevan vida intachable son de tal naturaleza que escapan a toda descripción. Efectivamente, ¿cómo describir lo que ni ojo vio, ni oído oyó, ni subió al corazón del hombre[1]? Y la vida dolorosa de los pecadores tampoco tiene comparación con las sensaciones de los que sufren acá. Pero incluso en el caso de que se aplique a algún castigo de allá el nombre con que se le conoce acá, la diferencia no es pequeña. Efectivamente, al escuchar la palabra fuego[2], has aprendido a pensar algo distinto del fuego de acá, porque en él se encuentra una cualidad que no hay en éste: aquél, efectivamente, no se extingue, mientras que éste de acá puede ser extinguido por los múltiples medios que enseña la experiencia, y la diferencia es grande entre un fuego que se extingue y otro que es inextinguible. Por tanto, es otro, y no el mismo que el de acá.
8. Y también, cuando uno oye la palabra gusano[3], que por la semejanza del nombre no se deje arrastrar a pensar en este animalito terrestre, porque la añadidura del calificativo "eterno" supone que se ha de pensar en otra naturaleza diferente de la que conocemos.
Por tanto, puesto que éstas son las realidades que se ofrecen a nuestra esperanza de la vida futura, las cuales son en la vida el resultado correspondiente al libre albedrío de cada uno en conformidad con el justo juicio de Dios, deber de hombres prudentes es mirar, no al presente, sino al futuro, echar en esta breve y pasajera vida los cimientos de la dicha inefable, y mediante la buena elección del albedrío, mantenerse ajenos a la experiencia del mal ahora, en esta vida, y después de esta vida, en la recompensa eterna.
Notas:
[1] Cf. Co. 2,9.
[2] Cf. Is. 66,24; Mc. 9,48; Mt. 3,10; Lc. 3,9.
[3] Cf. Is. 66, 24; Me. 9,48.