El que es santo y teme al Señor no acierta a desear sino la salvación de Dios, que es Cristo Jesús. Le ama, le desea, a él tiende con todas sus fuerzas, fomenta su recuerdo, a él se abre, con él se expansiona, y sólo teme una cosa: perderle. Por eso, cuanto mayor es el deseo del alma ganosa de unirse a su Salvador, tanto más le consume la espera. Y esta consunción, es verdad, produce una disminución de fragilidad, pero opera al mismo tiempo una asunción de la virtud. Por lo cual, el justo después de haber dicho: Mi alma está sedienta de ti, añadió: Mi alma está unida a ti y tu diestra me sostiene.
Quien tiene sed, desea estar siempre junto a la fuente y parece no tener otro anhelo y otro deseo que el del agua, cuyo simple contacto le sacia. Cuando tu diestra sostiene mi alma y le comunica algo de su fortaleza, la hace ser lo que no era, hasta el punto de poder decir: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.
Un ejemplo te demostrará que este desfallecimiento es producido por la gran intensidad del deseo: Mi alma -dice- se consume y anhela los atrios del Señor. Cómo se consume el alma ansiando la salvación de Dios, nos lo enseña Jeremías: La palabra del Señor era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo, y no podía. Inflamado de este mismo deseo, dice David: Me consumo ansiando tu salvación, y espero en tu palabra.
Esperó en la palabra, anunciada como próxima a venir, y que puede identificarse con la Palabra de Dios. O bien esperó en la palabra el que dio fe a la palabra celestial que anunciaba la venida de nuestro Señor Jesucristo o proclamaba su gloria. Así que, el profeta reflexionando en lo que había leído y reconociendo que, mientras permanecía en el cuerpo y como ligado a esta vida por los vínculos del deseo, estaba alejado de la salvación de Dios, anhelaba, deseaba, se consumía y se deshacía en afectos por ver si lograba ser posesión de Aquel por quien suspiraba, como él mismo dice: Desahogo ante él mis afanes. Se consume su espíritu, mejor, se consume el espíritu de todo aquel que se niega a sí mismo para unirse a Cristo.
En efecto, Cristo es el camino para los que buscan al Señor. Deseemos también nosotros con ardor aquella eterna salvación de Dios; no amemos el dinero que es el amor de los avaros. Elévese, pues, nuestra alma desconfiando de sus propias fuerzas y adhiriéndose a la salvación de Dios, que es Cristo, el Señor Jesús. Él es la salvación, la verdad, la fortaleza y la sabiduría. Quien desconfía de sí mismo para adherirse a la Fuerza, pierde lo que le es propio para recibir lo que es eterno.