Ecce Agnus Dei qui tollit peccatum mundi
He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo
Esta cita de Juan 1,29 es posiblemente de las más recordadas de los evangelios, en relación al tema del Cordero, desde luego que por su uso cotidiano en la misa; y es precisamente la frase que se lee en el borde del altar donde está el cordero.
El símbolo del cordero proviene en el Antiguo Testamento de una doble fuente, que recién se termina de cruzar en el Nuevo Testamento, en torno a Cristo:
-Por un lado, el cordero es el animal que Yahvé manda sacrificar a la salida de Egipto, y con cuya sangre los judíos debían marcar las puertas de sus casas, para que al pasar el ángel exterminador, quedaran rescatados. La sangre del cordero es entonces una sangre que rescata:
"...El día diez de este mes tomará cada uno para sí una res de ganado menor por familia, una res de ganado menor por casa.... El animal será sin defecto, macho, de un año. Lo escogeréis entre los corderos o los cabritos....toda la asamblea de la comunidad de los israelitas lo inmolará entre dos luces. Luego tomarán la sangre y untarán las dos jambas y el dintel de las casas donde lo coman...." (Exodo 12,3-7)
Como se ve, aunque inicialmente no tenía que ser obligatoriamente un cordero, la tradición fue estabilizándose en torno al "cordero pascual".
-Pero además, no por su relación con el cordero pascual ni con la sangre redentora, sino por la cuestión de la mansedumbre de los corderos, surge con el profeta Jeremías la imagen del cordero como representación del siervo inocente de Dios, que sufre serenamente un castigo que no merece:
"Y yo que estaba como cordero manso llevado al matadero, sin saber que contra mí tramaban maquinaciones" (Jer 11,19)
Retomándola desde cita de Jeremías, quien llevará esta imagen de la mansedumbre a su plenitud será el anónimo profeta de época del exilio (siglo VI aC) al que conocemos con el nombre de "Segundo Isaías" (es decir, los capítulos 40 a 55 del libro de Isaías): él elevará la imagen de la mansedumbre jeremiana a la categoría de misterio redentor del pueblo de Israel, a través de los cuatro "Cánticos del Siervo sufriente" (Is 41,1-9; 49,1-6; 50,4-9 y 52,13-53,12)
Estos cuatro cánticos inspiraron y guiaron la comprensión de Jesús por parte de sus seguidores: ¿por qué, si era Dios, no instauraba ya mismo y por la fuerza el reinado de Dios? ¿por qué no convocaba sus legiones de ángeles para que vinieran a servirlo y defenderlo de enemigos mucho menos poderosos que él? El "siervo sufriente" iluminó la experiencia del calvario tal como la vieron sus testigos creyentes, y -al igual que nos pasa hoy- la experiencia del calvario ayudó a penetrar mejor en los cánticos del Siervo sufriente, a encontrar cómo eso se relacionaba con un Dios que siempre está del lado del débil, pero él mismo como débil: el mismo Dios que -ahora se comprendía- en el juego de fuerzas entre el poderoso imperio egipcio y la insignificante turba de esclavos fugitivos, opta por los esclavos, huye con ellos.
Y así la imagen del cordero manso se unió a la de la sangre redentora del cordero, y vinieron a fundirse de tal manera que ya no es posible saber cuál de las dos referencias del cordero llegó primero al Nuevo Testamento, si la pascual o la profética.
Casi con seguridad el evangelio de Juan, cuando menciona al cordero, aunque de fondo estén los cánticos de Isaías, lo hace pensando en el cordero pascual; mientras que lo más probable es que las abundantes referencias al cordero en el Apocalipsis sean en relación a los cánticos isaianos.
"Digno es el Cordero degollado
de recibir el poder, la riqueza,
la sabiduría, la fuerza, el honor,
la gloria y la alabanza."
proclaman los redimidos en Apocalipsis 5,12
Una peculiaridad de la imagen apocalíptica del cordero es que lleva eternamente consigo la marca de la pasión, es siempre "cordero degollado". De allí que en el cuadro, mientras recibe adoración por parte de todos los santos, mana de su pecho una fuente de sangre, que llena el cáliz -y aquí la imagen se une con la pascual- de sangre redentora.