Cristo había prometido la resurrección de los cuerpos, la inmortalidad, el encuentro con él en el aire, el rapto en la nube: estas realidades nos las demuestra con los hechos. ¿De qué modo? Después de muerto, resucitó, y durante cuarenta días convivió con sus discípulos para consolidar su certeza y mostrarles cómo serán nuestros cuerpos después de la resurrección.
Asimismo, el Señor, que, por la boca de Pablo, dijo: Seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire, también esto lo demostró con las obras. En efecto, después de la resurrección, estando para subir al cielo, en presencia de sus discípulos, lo vieron levantarse —dice— hasta que una nube se lo quitó de la vista. Ellos estaban con los ojos fijos en el cielo, viéndolo irse. Lo mismo ocurrirá con nuestro cuerpo: será consustancial al suyo, puesto que ambos proceden de un elemento común: cual es la cabeza, tal será el cuerpo; cual es el principio, así será el fin. Haciendo clara referencia a este tema, decía Pablo: El transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso.
Por tanto, si es conforme al modelo, recorrerá idéntica trayectoria y se elevará igualmente en las nubes. Espera tú también esto mismo en la resurrección. Y como hasta aquel momento el tema del reino de los cielos era un tema no demasiado claro para el auditorio, por eso, subiendo al monte, se transfiguró en presencia de sus discípulos, mostrándoles un anticipo de la gloria futura y, veladamente, como en un espejo de adivinar, les mostró cómo había de ser nuestro cuerpo futuro.
Examinadas, pues, estas realidades, instruidos por las palabras y adoctrinados por lo que han visto nuestros ojos, comportémonos, carísimos, de modo que, arrebatados en la nube, estemos siempre con el Señor, y salvados por su gracia, gocemos de los bienes futuros, que todos nosotros consigamos alcanzar en Cristo Jesús, Señor nuestro, con el cual el Padre, juntamente con el Espíritu Santo, reciba la gloria, el imperio, el honor, la adoración, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.