Volveos a mí, es decir, una vez limpios de la vetustez del error y del pecado y de la actitud viciosa de vuestras almas, renovaos por la penitencia. Pensad lo mejor, recibid la gracia —me refiero a la gracia de Cristo—, que renueva para una vida nueva.
Volveos a mi, islas. Es muy probable que por islas entiende aquí a las Iglesias que, asediadas por las dificultades y los peligros de este mundo y agitadas por el oleaje de aquellos que se alzan contra ellas, permanecen no obstante inamovibles y mantienen una actitud inalterable, pues están cimentadas sobre roca, la roca que es también Cristo. Estas Iglesias son las que vienen equiparadas a las islas.
Por las islas se significa además la muchedumbre de los llamados por la fe, que, entregada en un tiempo al pecado, execrable e impura, viciosa y llena de arrugas, pasó, por la gracia de Cristo, a una vida nueva, convertida en virgen pura, sin mancha ni arruga, sino santa e inmaculada. Volved, pues, a mí.
¿Quién lo ha suscitado en oriente y convoca la victoria a su paso? No hemos de admirar a Dios, dominador de todas las cosas por la sola y pura magnificencia de las criaturas, sino por todos los beneficios que nos concede, mediante los cuales nos da una muestra de su serenidad y de su clemencia. Pues salvó a los mortales, librando de la muerte, de la corrupción y de la tiranía al género humano completamente perdido. Dejó fuera de combate al enemigo con todos sus satélites, y nos justificó por la fe, aniquilado el pecado que nos tenía sometidos a su cruel tiranía. Y todo esto nos ha sido espléndidamente otorgado por medio de Cristo, a quien Dios ha hecho para nosotros justicia, santificación y redención.
Hemos sido espléndidamente iluminados y hechos partícipes de la misericordia y de la caridad y de todo cuanto puede sernos útil para la salvación. También esto nos lo predijo uno de los santos profetas, cuando dijo: A los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas. Y ¿quién —dice— hizo nacer la justicia, esto es, a Cristo, del oriente como el sol? ¿Quién la llamó, es decir, quién la hizo venir y manifestarse a los habitantes de la tierra, de modo que vaya a los pies de quien la ha llamado, o sea, que no permanezca únicamente a los pies de Dios Padre?
Así es como el Señor vivió en la tierra: llevando a cabo las obras del Padre y mostrándonoslo en su propia naturaleza. En efecto, era y es igual al Padre en poder y, con el testimonio de las obras, convenció plenamente a los mortales de que era en todo igual al Padre. Claramente lo afirmó: Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque no me creáis a mi, creed a las obras.