Déjame, Señor, que tus pasos siga
y, si mis entregas son vacías o calculadas,
levántame hacia tu cruz para que vea su crudeza.
Permíteme, Jesús, caer contigo en el duro suelo
y, si me resisto al daño por tu Evangelio,
hazme comprender que no existe Reino sin cruz.
Llévame, Señor, junto a tu Madre
y, cuando sienta que mi vida carece de sentido,
sea la que me guíe hasta tu dulce morada.
Deja, Señor, que empuje tu cruz
con mis débiles y a veces mínimas fuerzas
pues bien sé, Jesús, que es más fácil empujar
aquellas otras que son pequeñas y poco hirientes.
Háblame, Señor, con la misma fuerza
que lo hiciste a las mujeres de Jerusalén
pues, a veces yo también, caigo en la lágrima fácil
distrayéndome de un cambio a mejor.
Permite, Nazareno, que salga con el pañuelo de mi vida
y pueda consolarte como tu vida merece
Y, si por lo que sea Señor, reniego al combate de la fe
que nunca olvide que, no fueron tres caídas,
que han sido muchas más en las que besaste el suelo
Dime, clavado en la cruz, palabras que me lleguen
y, si prefiero ir abrigado antes que ser despojado,
hazme comprender que sin nada vine al mundo
y sin nada, excepto el amor ofrecido, me marcharé.
Ojala, Señor, cuando llegue el último aliento de mi existencia
pueda mirar a tu cruz y soñar con tu silencio en el sepulcro.
Entonces, sólo entonces, comprenderé y sabré
el valor de tu sangre derramada
y el valor de mi amistad contigo.
Tu respuesta, espero amigo y Señor,
sea el premio y triunfo de la resurrección.
Amén.
A Dios Hijo, Jesucristo