(Cuando el Oficio se dice sin canto es suficiente decir Aleluya sólo al principio y el final de cada estrofa).
1Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
(R. Aleluya.)
2porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).
5Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
(R. Aleluya.)
los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).
6Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
(R. Aleluya.)
7alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).
Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
(R. Aleluya.)
su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).
Introducción general
A los gritos de lamento en la tierra (Ap 18), se contrapone la alegría celeste. La composición consta de tres tiempos: 1) La "muchedumbre exterminada" alaba a Dios (vv. 1-4). 2) Respuesta de una voz que viene del cielo y exhorta a una alabanza ininterrumpida (v. 5). 3) La muchedumbre acoge la exhortación y, junto con el mismo Cristo ("el ruido de las grandes aguas" v. 6), alaba a Dios. La alabanza es un grito impresionante: "¡Aleluya!", con tres variaciones sobre el mismo tema: el reinado de Dios. El himno finaliza con un segundo tema -las Bodas del Cordero, v. 7-, ejecutado por la multitud.
En la celebración comunitaria se puede recurrir a la salmodia responsorial: a la invitación y motivos de alabanza proclamados por un salmista, todos responden o cantan "Aleluya".
Si se quiere permanecer más fieles a los tiempos de la composición se puede adoptar la siguiente forma de rezo:
Un coro, 1.ª estrofa: La muchedumbre exterminada: "La salvación y la gloria... sus juicios son verdaderos y justos" (vv. 1-2).
Asamblea, Responde: "Aleluya".
Presidente, 2.ª estrofa: Voz que viene de lo alto: "Alabad al Señor... pequeños y grandes" (v. 5).
Asamblea, Responde: "Aleluya".
Asamblea, 3.ª y 4.ª estrofas: "Aleluya. Porque el Señor reina... su esposa se ha embellecido" (vv. 6-7). (Se suprimen los aleluyas entre paréntesis).
El Dios de nuestra alabanza
La alabanza nace del "entusiasmo", de la contemplación divina vivida como justicia, como salvación, como amor y fidelidad, etc.; cualidades que se relegan a un segundo plano y se coloca en el primero al portador de las mismas. El hombre está ante Dios, o Dios en el hombre. Este sólo es capaz de articular un emocionado y condensado grito: "Hallelu-Yah"="Alabad-a-Yah(weh)". La alabanza neotestamentaria es cristiana: Hemos visto a nuestro Dios, Dueño, presente en Cristo: poder de Dios, gloria de Dios y salvación del hombre. Hoy domingo, alabamos a nuestro Dios, que ha sido bueno con nosotros, y estamos alegres, entusiasmados.
La celebración esponsalicia
Nuestra tierra ya no se llamará jamás "Desolada", sino que su nombre será "Desposada": Dios se ha compadecido de nosotros y nuestra tierra tendrá marido (Is 62,4). Desde el momento en que el Verbo se hizo carne, naciendo de una mujer de nuestra raza, comienzan a expedirse las invitaciones a las bodas del Cordero. La gran fiesta se celebrará cuando la sala esté rebosante de comensales, a quienes se les pide que lleven traje de boda. Es decir, que hayan permitido que se les haga "hijos". Nuestra carne es transformada en esta sin par celebración. ¡Dichosos los que asistan a las bodas y puedan comer en el reino de Dios!. Dios nos saciará para siempre.
Resonancias en la vida religiosa
Comunidad anticipadora de la gran fraternidad: La comunidad que es contemplativa puede penetrar, como el escritor apocalíptico, el Misterio del Reinado de Dios, actuante ya en nuestra historia. La presencia del Resucitado en el mundo ha sido y sigue siendo tan determinante que en Él estamos siendo juzgados; en Él logramos la salvación.
Nuestra comunidad intenta por vocación ser reflejo y anticipo de la gran fraternidad de todos los hombres, que un día gozaremos victoriosamente bajo la presencia amorosa del Padre y unidos estrechamente a Cristo por el Espíritu.
Por eso, ya ahora aparece nuestra comunidad como aquella fraternidad escatológica, revestida de las galas de la esposa embellecida y dispuesta para el encuentro matrimonial con Cristo-Esposo. A ello contribuye de forma primordial la actitud comunitaria de alabanza a Yahweh, de Halleluya. En la alabanza somos reflejo de su gloria y hermosura.
Oraciones sálmicas
Oración I: Señor Dios nuestro y Dueño de todo, que te alaben tus criaturas en el cielo y en la tierra, y al contemplar tu poder y gloria resplandecientes en Cristo -justicia y salvación nuestra-, entonemos ya ahora tu alabanza, en espera de poder asociar nuestras voces al "Aleluya" eterno. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración II: Oh Dios, que en tus inefables designios de amor has querido que tu Hijo asumiera nuestra débil carne para que nosotros llegáramos a ser hijos tuyos; te alabamos y te bendecimos por habernos embellecido tan portentosamente. Mantennos dignamente vestidos hasta que nos concedas el acceso al banquete de tu Reino. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
[Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]
[Ofrecemos a continuación el texto del Apocalipsis, 19,1-9, al que la Biblia de Jerusalén da el nombre de Cantos triunfales en el cielo. Son cantos de júbilo que acompañan a la caída de Babilonia (Roma). El primer canto, vv. 1-4, viene del cielo; le sigue un segundo canto, vv. 5-9, al que se asocian los santos de la Iglesia entera invitados a las bodas del Cordero.
1Después oí en el cielo como un gran ruido de muchedumbre inmensa que decía:
-- "¡Aleluya! La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios, 2porque sus juicios son verdaderos y justos; porque ha juzgado a la gran Prostituta que corrompía la tierra con su prostitución, y ha vengado en ella la sangre de sus siervos".
3Y por segunda vez dijeron:
-- "¡Aleluya! Su humareda se eleva por los siglos de los siglos".
4Entonces los veinticuatro Ancianos y los cuatro Vivientes se postraron y adoraron a Dios, que está sentado en el trono, diciendo:
-- "¡Amén! ¡Aleluya!"
5Y salió una voz del trono, que decía:
-- "Alabad al Señor, sus siervos todos, los que le teméis, pequeños y grandes".
6Y oí el ruido de muchedumbre inmensa y como el ruido de grandes aguas y como el fragor de fuertes truenos. Y decían:
"¡Aleluya! Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. 7Alegrémonos y gocemos y démosle gracias, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha embellecido 8y se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura -el lino son las buenas acciones de los santos-".
9Luego me dice:
-- "Escribe: Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero".]
Después del juicio de Dios, de Babilonia no ha quedado nada, se ha hundido en un abrir y cerrar de ojos, como una gran piedra que se arroja en el mar (Ap 18).
VV. 1-4. De la asolada Babilonia se eleva ahora la mirada al cielo. Allí, los espíritus bienaventurados, juntamente con los hombres glorificados, celebran con cánticos de victoria la caída de la metrópoli del Anticristo. En tres cantos sucesivos se dirige la acción de gracias por ello al que está sentado en el trono, al soberano universal; cada coro comienza con una exclamación de júbilo, el aleluya ("¡alabad al Señor!"), que de la liturgia del templo de Jerusalén lo había sin duda tomado ya la comunidad jerosolimitana y así se introdujo tal cual, al igual que el amén, como aclamación en la liturgia cristiana; por lo demás, el aleluya aparece aquí por primera vez en un documento cristiano y por única vez en el Nuevo Testamento. El coro del cielo explica su alabanza de Dios por el hecho de que en el juicio sobre la meretriz se ha revelado como justo; aquélla era, en efecto, el foco de infección para el mundo entero y la verdadera promotora de todas las persecuciones sangrientas contra los cristianos.
El aleluya vuelve a repetirse y se motiva con la declaración de que este "verdadero y justo" juicio de Dios es irrevocable por toda la eternidad; con ello la redención definitiva y completa asoma en el horizonte de la historia universal. Por su parte, los ancianos y los vivientes que están ante el trono del Altísimo, intervienen con el gesto de la adoración en el canto de júbilo y confirman con el amén el cántico de alabanza de los ángeles y hombres bienaventurados.
VV. 5-8. Todavía más poderosamente retumba el tercer aleluya en honor del Todopoderoso; se oye un inmenso coro de multitudes que resuena como las voces reunidas de las más ruidosas fuerzas de la naturaleza, como el estruendoso bramido de imponentes cascadas y como el retumbar de poderosos truenos.
Al requerimiento venido de cerca del trono -sin duda de uno de los seres vivientes ("¡a nuestro Dios!")- responden ahora todos los siervos de Dios en la tierra, toda la Iglesia de Dios que todavía no ha llegado a la meta de la eternidad, todos los fieles sin distinción de rango ni de condición; nadie es pequeño o superfluo delante de Dios. La Iglesia de Dios en la tierra exulta y da gracias sobre todo porque al fin Dios despeja en su juicio lo que había sido obstáculo a la plena manifestación de su soberanía en la tierra. Con la caída de Babilonia ha dado comienzo a su última gran obra, con la que conduce a su creación a la consumación y lleva a su meta la historia de la humanidad.
Todavía se menciona un segundo motivo de júbilo: Ha llegado la hora de las "bodas del Cordero"; éstas se describen por extenso más adelante (21,9ss). La imagen se remonta originariamente a una representación de los profetas del Antiguo Testamento que enfoca la relación de Dios con su pueblo de la alianza por analogía con la unión del hombre y de la mujer en el matrimonio. Jesús utilizó de varias maneras la imagen del banquete nupcial para representar gráficamente la salvación consumada. La relación personal en que él se halla con sus elegidos es comparable con la comunidad entre esposo y esposa.
Cuando los fieles cristianos probados con sufrimientos en la tierra declaran que al fin han llegado "las bodas del Cordero", esto quiere decir que ellos ven que va a cumplirse la promesa de la segunda venida de su Señor. El Señor viene para recoger a su Iglesia en el destierro y conducirla a su gloria. Cuando la Iglesia en la tierra se haya reunido con Cristo, entonces se habrá alcanzado plenamente la meta de su obra redentora.
Así está, pues, la Iglesia llena de expectación y de anhelo, en su atavío nupcial, dispuesta a recibir a su Señor. Su vestido nupcial es un presente de Dios ("se le ha concedido"); Dios mismo la ha engalanado con su gracia. El vestido es sencillo, pero auténtico y fino en comparación con el exagerado y chocante atavío de su competidora, la meretriz Babilonia (cf. 17,4); el color blanco es símbolo de la santidad y de la transfiguración que la aguarda en la gloria de Dios.
En una declaración final se da una segunda explicación de la procedencia del vestido nupcial. Se había explicado ya como presente de la gracia de Dios; ahora se nos dice que está también tejido con las buenas obras de los cristianos. En esta concepción está subyacente la misma definición de la relación entre la gracia y las buenas obras que Pablo aduce más claramente en Flp 2,12-14. No se debe pasar por alto la llamada moral que se encierra en esta afirmación; aquí se plantea a todo cristiano el quehacer de contribuir con sus buenas obras a tejer el vestido nupcial de la Iglesia y a darle mayor esplendor.
V. 9. El canto de júbilo con que la Iglesia en la tierra se había unido al himno de acción de gracias del cielo, está todavía en el futuro para los destinatarios del Apocalipsis; para ellos es por ahora únicamente expresión de la esperanza en que viven y por la que están dispuestos a morir. Por esta razón la visión anticipada de la consumación se cierra declarando bienaventurados a los que están llamados a este banquete nupcial (cf. Lc 14,15). La promesa trata de suscitar confianza y resolución, así como ánimos para sufrir en el tiempo de la persecución.
[E. Schick, El Apocalipsis. Barcelona, Ed. Herder, 1974]
1. Siguiendo la serie de los salmos y los cánticos que constituyen la oración eclesial de las Vísperas, nos encontramos ante un himno, tomado del capítulo 19 del Apocalipsis y compuesto por una secuencia de aleluyas y de aclamaciones.
Detrás de estas gozosas invocaciones se halla la lamentación dramática entonada en el capítulo anterior por los reyes, los mercaderes y los navegantes ante la caída de la Babilonia imperial, la ciudad de la malicia y la opresión, símbolo de la persecución desencadenada contra la Iglesia.
2. En antítesis con ese grito que se eleva desde la tierra, resuena en el cielo un coro alegre de ámbito litúrgico que, además del aleluya, repite también el amén. En realidad, las diferentes aclamaciones, semejantes a antífonas, que ahora la Liturgia de las Vísperas une en un solo cántico, en el texto del Apocalipsis se ponen en labios de personajes diversos. Ante todo, encontramos una "multitud inmensa", constituida por la asamblea de los ángeles y los santos (cf. vv. 1-3). Luego, se distingue la voz de los "veinticuatro ancianos" y de los "cuatro vivientes", figuras simbólicas que parecen los sacerdotes de esta liturgia celestial de alabanza y acción de gracias (cf. v. 4). Por último, se eleva la voz de un solista (cf. v. 5), el cual, a su vez, implica en el canto a la "multitud inmensa" de la que se había partido (cf. vv. 6-7).
3. En las futuras etapas de nuestro itinerario orante, tendremos ocasión de ilustrar cada una de las antífonas de este grandioso y festivo himno de alabanza entonado por muchas voces. Ahora nos contentamos con dos anotaciones. La primera se refiere a la aclamación de apertura, que reza así: "La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios, porque sus juicios son verdaderos y justos" (vv. 1-2).
En el centro de esta invocación gozosa se encuentra el recuerdo de la intervención decisiva de Dios en la historia: el Señor no es indiferente, como un emperador impasible y aislado, ante las vicisitudes humanas. Como dice el salmista, "el Señor tiene su trono en el cielo: sus ojos están observando, sus pupilas examinan a los hombres" (Sal 10,4).
4. Más aún, su mirada es fuente de acción, porque él interviene y destruye los imperios prepotentes y opresores, abate a los orgullosos que lo desafían, juzga a los que perpetran el mal. El salmista describe también con imágenes pintorescas (cf. Sal 10,7) esta irrupción de Dios en la historia, como el autor del Apocalipsis había evocado en el capítulo anterior (cf. Ap 18,1-24) la terrible intervención divina con respecto a Babilonia, arrancada de su sede y arrojada al mar. Nuestro himno alude a esa intervención en un pasaje que no se recoge en la celebración de las Vísperas (cf. Ap 19,2-3).
Nuestra oración, entonces, sobre todo debe invocar y ensalzar la acción divina, la justicia eficaz del Señor, su gloria, obtenida con el triunfo sobre el mal. Dios se hace presente en la historia, poniéndose de parte de los justos y de las víctimas, precisamente como declara la breve y esencial aclamación del Apocalipsis, y como a menudo se repite en el canto de los salmos (cf. Sal 145,6-9).
5. Queremos poner de relieve otro tema de nuestro cántico. Se desarrolla en la aclamación final y es uno de los motivos dominantes del mismo Apocalipsis: "Llegó la boda del Cordero; su Esposa se ha embellecido" (Ap 19,7). Cristo y la Iglesia, el Cordero y la Esposa, están en profunda comunión de amor.
Trataremos de hacer que brille esta mística unión esponsal a través del testimonio poético de un gran Padre de la Iglesia siria, san Efrén, que vivió en el siglo IV. Usando simbólicamente el signo de las bodas de Caná (cf. Jn 2,1-11), introduce a esa localidad, personificada, para alabar a Cristo por el gran don recibido: "Juntamente con mis huéspedes, daré gracias porque él me ha considerado digna de invitarlo: él, que es el Esposo celestial, y que descendió e invitó a todos; y también yo he sido invitada a entrar a su fiesta pura de bodas. Ante los pueblos lo reconoceré como el Esposo. No hay otro como él. Su cámara nupcial está preparada desde los siglos, abunda en riquezas, y no le falta nada. No como la fiesta de Caná, cuyas carencias él ha colmado" (Himnos sobre la virginidad, 33, 3: L'arpa dello Spirito, Roma 1999, pp. 73-74).
6. En otro himno, que también canta las bodas de Caná, san Efrén subraya que Cristo, invitado a las bodas de otros (precisamente los esposos de Caná), quiso celebrar la fiesta de sus bodas: las bodas con su esposa, que es toda alma fiel. "Jesús, fuiste invitado a una fiesta de bodas de otros, de los esposos de Caná. Aquí, en cambio, se trata de tu fiesta, pura y hermosa: alegra nuestros días, porque también tus huéspedes, Señor, necesitan tus cantos; deja que tu arpa lo llene todo. El alma es tu esposa; el cuerpo es su cámara nupcial; tus invitados son los sentidos y los pensamientos. Y si un solo cuerpo es para ti una fiesta de bodas, la Iglesia entera es tu banquete nupcial" (Himnos sobre la fe, 14, 4-5: o. c., p. 27).
[Audiencia general del Miércoles 10 de diciembre de 2003]
LAS BODAS DEL CORDERO
1. El libro del Apocalipsis contiene numerosos cánticos a Dios, Señor del universo y de la historia. Acabamos de escuchar uno, que se encuentra constantemente en cada una de las cuatro semanas en que se articula la Liturgia de las Vísperas.
Este himno lleva intercalado el "aleluya", palabra de origen hebreo que significa "alabad al Señor" y que curiosamente dentro del Nuevo Testamento sólo aparece en este pasaje del Apocalipsis, donde se repite cinco veces. Del texto del capítulo 19, la liturgia selecciona solamente algunos versículos. En el marco narrativo del relato, son entonados en el cielo por una "inmensa muchedumbre": es como el canto de un gran coro que entonan todos los elegidos, celebrando al Señor con alegría y júbilo (cf. Ap 19,1).
2. Por eso, la Iglesia, en la tierra, armoniza su canto de alabanza con el de los justos que ya contemplan la gloria de Dios. Así se establece un canal de comunicación entre la historia y la eternidad: este canal tiene su punto de partida en la liturgia terrena de la comunidad eclesial y su meta en la celestial, a donde ya han llegado nuestros hermanos y hermanas que nos han precedido en el camino de la fe.
En esta comunión de alabanza se celebran fundamentalmente tres temas. Ante todo, las grandes propiedades de Dios, "la salvación, la gloria y el poder" (v. 1; cf. v. 7), es decir, la trascendencia y la omnipotencia salvífica. La oración es contemplación de la gloria divina, del misterio inefable, del océano de luz y amor que es Dios.
En segundo lugar, el cántico exalta el "reino" del Señor, es decir, el proyecto divino de redención en favor del género humano. Recogiendo un tema muy frecuente en los así llamados salmos del reino de Dios (cf. Sal 46; 95-98), aquí se proclama que "reina el Señor, nuestro Dios, Dueño de todo" (Ap 19,6), interviniendo con suma autoridad en la historia. Ciertamente, la historia está encomendada a la libertad humana, que genera el bien y el mal, pero tiene su sello último en las decisiones de la divina Providencia. El libro del Apocalipsis celebra precisamente la meta hacia la cual se dirige la historia a través de la obra eficaz de Dios, aun entre las tempestades, las laceraciones y las devastaciones llevadas a cabo por el mal, por el hombre y por Satanás.
En otra página del Apocalipsis se canta: "Gracias te damos, Señor Dios omnipotente, el que eres y el que eras, porque has asumido el gran poder y comenzaste a reinar" (Ap 11,17).
3. Por último, el tercer tema del himno es típico del libro del Apocalipsis y de su simbología: "Llegó la boda del Cordero; su esposa se ha embellecido" (Ap 19,7). Como veremos en otras meditaciones sobre este cántico, la meta definitiva a la que nos conduce el último libro de la Biblia es la del encuentro nupcial entre el Cordero, que es Cristo, y la esposa purificada y transfigurada, que es la humanidad redimida.
La expresión "llegó la boda del Cordero" se refiere al momento supremo -como dice nuestro texto "nupcial"- de la intimidad entre la criatura y el Creador, en la alegría y en la paz de la salvación.
4. Concluyamos con las palabras de uno de los discursos de san Agustín, que ilustra y exalta así el canto del Aleluya en su significado espiritual: "Cantamos al unísono esta palabra y unidos en torno a ella, en comunión de sentimientos, nos estimulamos unos a otros a alabar a Dios. Sin embargo, a Dios sólo puede alabarlo con tranquilidad de conciencia quien no ha cometido ninguna acción que le desagrade. Además, por lo que atañe al tiempo presente en que somos peregrinos en la tierra, cantamos el Aleluya como consolación para ser fortificados a lo largo del camino; el Aleluya que entonamos ahora es como el canto del peregrino; con todo, recorriendo este arduo itinerario, tendemos a la patria, donde habrá descanso; donde, pasados todos los afanes que nos agobian ahora, no quedará más que el Aleluya" (n. 255, 1: Discorsi, IV, 2, Roma 1984, p. 597).
[Audiencia general del Miércoles 15 de septiembre de 2004]