Oremos, pues, también nosotros por quienes hubieran incurrido en algún fallo, para que se les conceda la docilidad y la humildad necesarias para someterse, no a nosotros, sino a la voluntad de Dios. De esta manera, el recuerdo misericordioso que de ellos hacemos ante Dios y sus santos, les será provechoso y perfecto. Aceptemos, queridos, la corrección, que nadie debe tomar a mal. Las advertencias que mutuamente nos hacemos unos a otros son buenas y sobremanera provechosas, pues nos unen a la voluntad de Dios. Ya veis, hermanos, qué gran favor es ser corregidos por el Señor; pues como Padre bueno que es, nos castiga para que, mediante su piadosa corrección, consigamos su misericordia.
Así pues, los que habéis sido los responsables de la sedición, someteos obedientemente a vuestros ancianos y recibid la corrección con espíritu de penitencia, doblando las rodillas de vuestro corazón. Aprended la sumisión, deponiendo la arrogancia jactanciosa y altanera de vuestro lenguaje, pues os tiene más cuenta ser pequeños y considerados en el rebaño de Cristo que, por un puntillo de pundonor, ser excluidos de su esperanza.
Obedezcamos, pues, a su nombre santísimo y glorioso, evitando de este modo las amenazas que la Sabiduría profiere contra los desobedientes. Así habitaremos confiadamente a la sombra del dulcísimo nombre de su majestad.
Aceptad nuestro consejo, que no os pesará. Porque tan cierto como que vive Dios y vive nuestro Señor Jesucristo y el Espíritu Santo, fe y esperanza de los elegidos, que todo el que cumpliere prontamente y en asidua humildad y justicia los mandatos y preceptos propuestos por Dios, será seleccionado y contado en el número de los que se salvan por Jesucristo, por medio del cual se le da a Dios la gloria por los siglos de los siglos.