Escuchad el misterio del Cantar de los cantares todos cuantos, siguiendo el consejo de Pablo, os habéis convenientemente despojado del hombre viejo con todas sus obras y seducciones, como si se tratara de un sórdido vestido y, por la pureza de vida, os habéis revestido del resplandeciente ropaje con que el Señor se mostró en el monte de la transfiguración; escuchad cuantos, por la caridad que es su manto, os habéis revestido del mismo Jesucristo, nuestro Señor, y a él os habéis asemejado en la participación de la impasibilidad y en el incremento de divinización. Voy a exponer este tema al tratar de la contemplación mística del Cantar de los cantares. Estas doncellas que crecieron en la virtud y, por su edad, entraron ya en el tálamo de los divinos misterios, aman al Esposo por su belleza y lo atraen hacia sí por el amor. Pues el Esposo es tal que no permanece insensible a este amor y corresponde a su deseo. Y así dice por boca de la Sabiduría: Yo amo a los que me aman.
Las almas que, como está escrito, siguen al Señor Dios, se atraen el amor del Esposo, de un esposo que no está sujeto a la corrupción. La causa de su amor es el buen olor del ungüento tras el cual corren sin detenerse, olvidándose de lo que queda atrás y lanzándose a lo que está por delante . Tras de ti corremos —dice—, al olor de tus perfumes. Cuanto más perfecta es el alma, con tanta mayor vehemencia se lanza a la meta, y así consigue prontamente el objetivo que motivó su carrera, juzgándosela digna de los más recónditos tesoros. Por eso dice: El rey me condujo a su alcoba. Pues, al abrigar el deseo de acceder al bien siquiera fugazmente y al conseguir únicamente aquella porción de belleza que se adecua a la intensidad de su deseo, anhela ser juzgada digna, por la iluminación del Verbo, de algo equivalente al beso. Logrado su deseo y admitida por la contemplación a más profundos arcanos, exclama gozosa haber llegado, no sólo al vestíbulo de los bienes, sino a las primicias del Espíritu, gracias al cual —como por un beso— se le ha considerado digna de escrutar las profundidades de Dios y ver y oír en los umbrales del paraíso, como dice el gran san Pablo, cosas que el ojo no puede ver y palabras que no es posible repetir.
Las palabras que siguen a continuación nos introducen en el misterio de la Iglesia. En efecto, los que primero fueron iluminados por la gracia y primero contemplaron al Verbo y le sirvieron, no se reservaron este bien, sino que transmitieron a la posteridad esa misma gracia. Por eso, a la esposa que primero fue colmada de delicias y tuvo el privilegio de entrar en la alcoba del Esposo y oír de su misma boca aquellas inefables palabras, las doncellas le dicen: Exultemos y alegrémonos en ti.