No siempre es bueno responder a los que nos preguntan. Por regla general es de buena educación hacerlo, y de buena pedagogía aclarar dudas y cuestiones. Pero en algunas ocasiones es mejor no hacerlo, y no por desinterés, sino porque enseña más, o no hay respuesta posible hasta que el otro crezca...
Muchos mártires hacen del momento del suplicio un púlpito, y predican la verdad divina, reconviniendo al tirano de turno, o abogando por la libertad de la fe. Pero muchísimos otros (me da la impresión de que la mayoría), calla ante el verdugo, u ora a Dios: habla al Padre -como Esteban-, no al verdugo. Y esto no por desprecio o mala educación, sino porque lo que el mártir tiene para decir, su testimonio, no es comprensible aun para el otro: ya lo será, cuando el mártir muera, como el centurión sólo reconoció a Jesús cuando éste murió.
Hay infinidad de ejemplos religiosos y seculares que muestran que no responder puede ser lo mejor, e incluso puede ser necesario. El gran Platón aconsejaba participar solamente en diálogos "donde las cuestiones y las respuestas no las dicta la mala voluntad". Pero más grande que el ejemplo de Platón, o de Sócrates, o incluso de los mártires, es el ejemplo del propio Jesús, que no siempre respondió a los que le planteaban cuestiones.
I
La primera no-respuesta de Jesús la tenemos en el inicio mismo de su ministerio: Juan el Bautista venía anunciando la inminente llegada de un Mesías justiciero, con el hacha en la raíz, con el bieldo en la mano para aventar la paja, y el horno ya encendido... y viene Jesús, que sana heridas, que se compadece, ¡qué perdona y acoge! ¿será éste, realmente el Mesías? ¿no sería todo aquello del Espíritu una ilusión mía? ¿no será éste un embaucador, que los hay tantos? Y tomó la decisión de mandar a preguntar a Jesús: "¿Eres tú el que debía venir, o debemos esperar a otro?" (Mt 11,3).
La pregunta no es capciosa, ni esconde mala voluntad... pero Juan no pertenece al Reino (Mt 11,11), y no puede entender los criterios del Reino: Jesús es ciertamente el Mesías, pero no al modo como los hombres, incluso como los creyentes más piadosos, más aun, incluso como un profeta enviado por Dios, podía imaginarlo; así que es a la vez cierto que Jesús es y no es el Mesías esperado por Juan.
La pregunta de Juan no tiene respuesta en el horizonte de Juan, será necesario que Juan abra los ojos, vea las obras de Jesús, y viéndolas descubra una nueva dimensión de la mesianidad: "contad a Juan lo que oís y veis" (Mt 11,4)
II
La siguiente no-respuesta tiene ya que ver con la malevolencia: nos cuenta Marcos que los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos le preguntan a Jesús con qué autoridad obra (Mc 11,28). No se trata de un verdadero interés en Jesús, sino de una pregunta capciosa: si Jesús responde que su autoridad no es de Dios, naturalmente se descalifica, pero si dice que es de Dios, ¿con qué derecho podría validarse, actuando al margen de la tradición judía legítimamente representada por los dirigentes del Templo? Jesús no cae en la trampa, sino que astutamente les hace a ellos mismos una pregunta capciosa sobre la autoridad del bautismo de Juan, y puesto que ellos no responden, queda él habilitado para -educadamente- declinar la respuesta.
Dentro del mismo tipo se encuentra la ocasión en que a Jesús le preguntan por la legitimidad de pagar impuestos al César (Mt 22,17ss); cualquier respuesta que diera podía ser considerada una traición, ya sea al Imperio, como a los que le hacían resistencia a Roma. ¿Pero no podía Jesús "jugarse" y decidir estar por el Imperio o contra él? No, eso lo hubiera convertido en un predicador ideológico, cosa de la que se cuidó puntillosamente, aun cuando usara categorías sensibles para ese momento (mesías, hijo del hombre, reino). La salida a la situación: "dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" es más bien una expresión de ingenio que una respuesta al problema. Tan independiente es este apotegma de la situación en que Jesús lo dice, que se ha convertido en la tradición posterior en el modelo que regula las relaciones de la esferas religiosa y civil.
III
Una ulterior no-respuesta se nos narra en el episodio de la adúltera, colocado por la tradición en Jn 8: le preguntan a Jesús qué decía sobre el mandamiento mosaico de apedrear a los adúlteros (Dt 22,22ss). Jesús podría haber hecho algunos birlibirloques exegéticos (habituales en cualquier intérprete de la Ley) y mostrar que en aquel caso específico quizás la mujer no merecía la lapidación. De hecho la tradición rabínica que arranca más o menos en época de Jesús tendía a suavizar las rudas penas mosaicas, y a acumular más excepciones que reglas. Pero eso hubiera significado entrar en la lógica del trapicheo legalista: no se trata de opinar sobre la Ley, sino de que esa Ley abarca también a los que se creen buenos y en regla.
No responde Jesús, pero les lanza una contraofensiva de gran calado: "si alguno está libre de pecado, que tire la primera piedra"... y claro, quién en Israel, si realmente era un creyente, podía pensar de sí mismo que estaba libre de pecado... La no-respuesta de Jesús no quita valor a la Ley, pero traslada a sus oyentes a un ámbito que no puede medirse por la Ley.
IV
La última no-respuesta es al borde mismo de la cruz (Jn 19,1-12): Pilato quiere arbitrar entre un Jesús al que no entiende, ni le interesa, y unos dirigentes judíos que se le antojaban bárbaros y molestos. Su interés no es hacer brillar la claridad de la justicia romana (demasiado grande para aplicarla a esos despreciables judíos), sino su propia tranquilidad, siempre perturbada por cuestiones baladíes de observancias y minucias de un dios sin imagen.
Pero en el curso de este tira y afloje con los dirigentes, tiene un atisbo de que Jesús podría ser mucho más que el simple galileo revoltoso que él creía: "¿de dónde eres tú?" Imaginemos al romano supersticioso que de repente tiene una intuición, ¿y si fuera cierto que este es un hijo de dioses?
Cerramos el círculo de Juan el Bautista: la palabra "Mesías" de los judíos no podía captar la mesianidad de Jesús; ahora es la proveniencia divina de Jesús la que no cabe en las supersticiosas y estrechas categorías paganas de Pilato. Igual que aquél, tampoco Pilato recibe respuesta, sino una indicación de Jesús a que mire el origen de su propio poder, y tirando del hilo, llegue a ver a Jesús en su misteriosa realidad.
Malevolencia, incomprensión, lugar en que vale una pregunta... no en todos los casos es bueno, educado y pedagógico responder. A veces es necesario mantener la boca cerrada, para que en el silencio el propio preguntador se vea interrogado, y se vuelva capaz él mismo de buscar desde sí una respuesta.