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El Testigo Fiel
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En defensa del purgatorio

por Lic. Abel Della Costa
Nació en Buenos Aires en 1963. Realizó la licenciatura en teología en Buenos Aires, y completó la especialización en Biblia en Valencia.
Desde 1988 hasta 2003 fue profesor de Antropología Teológica y Antropología Filosófica en en la Universidad Católica Argentina, Facultad de Ciencias Sociales.
En esos mismos años dictó cursos de Biblia en seminarios de teología para laicos, especialmente en el de Nuestra Señora de Guadalupe, de Buenos Aires.
En 2003 fundó el portal El Testigo Fiel.
26 de agosto de 2025
Respuesta a una consulta acerca del purgatorio.

a Mª Rosario Gómez

Este escrito retoma la cuestión tratada en el Libro de preguntas acerca del purgatorio, y el comentario que hace allí D. Rosario Gómez.

Una lectora amiga me dice que no llega a ver claro el tema del purgatorio, que no parece tener mucho fundamento bíblico, y que más bien parece contradicho por la frase de Jesús "hoy estarás conmigo en el paraíso", en la que no parece caber ninguna purificación previa; lo mismo que no ve clara la cuestión de las indulgencias. Y añade con algo de autoironía "debo de tener una vena un poco protestante".

Me gustaría puntualizar antes que nada dos cuestiones:

-La cuestión de las indulgencias es de disciplina penitencial eclesiástica: la Iglesia podría quitar las indulgencias o cambiar por completo su práctica y la fe no sufriría ningún cambio. No trato de ellas aquí, que son sólo uno de los subsidios disponibles para hacer algo por nuestros difuntos, junto con rezar y ofrecer sufragios, y sobre todo misas, como el medio principal.

-Lo segundo es que yo también abrigué durante mucho tiempo mis dudas respecto del purgatorio, también me parecía poco evangélico, y por el mismo motivo: Lc 23,43, "Hoy estarás conmigo en el paraíso". Sin embargo creo que penetrando mejor en el sentido de la gracia, de cómo obra en nuestras almas con "suaves toques", nunca a los empujones, la necesidad del purgatorio se me fue haciendo cada vez más clara, y también su íntima vinculación con la misericordia, y con una fe jocunda que mira con optimismo a la naturaleza humana. Quiero señalar esto, porque pienso que no hay nada más contraproducente que decirle a alguien que debe aceptar esto, que no ve claro, "porque es un dogma". Es verdad que es un dogma, pero también la Iglesia se tomó su tiempo —¡siglos!— para verlo claro, ¿cómo no podría ella, madre y maestra, darnos a nosotros también nuestro tiempo para descubrir las verdades de la fe que nos propone?

La definición de fe del Purgatorio

La verdad que la definición es bastante parca, y da poco lugar a la fantasía, menos aún a la desbocada imaginación de algunos predicadores de los siglos XV y XVI, contra los que ya protestaba el Concilio de Trento.

Toda la definición se ancla en el párrafo del Concilio de Florencia (1431-1447) que dice:

«Asimismo, si los verdaderos penitentes salieren de este mundo antes de haber satisfecho con frutos dignos de penitencia por lo cometido y omitido, sus almas son purgadas con penas purificatorias después de la muerte, y para ser aliviadas de esas penas les aprovechan los sufragios de los fieles vivos, tales como el sacrificio de la misa, oraciones y limosnas, y otros oficios de piedad, que los fieles acostumbran practicar por los otros fieles, según las instituciones de la Iglesia.» (DS 1304)

En la sesión XXV del Concilio de Trento, al siglo siguiente (1563), se reafirmó la cuestión del purgatorio, pero sin nueva elaboración, sólo recordando que pertenece a la fe de la Iglesia. Lo que sí hace el Concilio es distanciarse con claridad de las predicaciones que se dedican a especulaciones inciertas sobre el purgatorio, o, peor aun, las que proceden por "sórdida ganancia". El párrafo que dedica a esta cuestión es el doble de tamaño del que dedica a recordar que forma parte de la fe de la Iglesia. Me parece un dato por demás interesante, porque creo que el rechazo a la cuestión del purgatorio por parte de muchos fieles tiene que ver precisamente con esas imágenes morbosas y descabelladas que, pretendiendo encender el alma de deseos del cielo, olvidan lo fundamental, y que es que los que pertenecen a la Iglesia purgante "están seguros de su eterna salvación" (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1030).

A mí, personalmente, una de las imágenes que me ha "bloqueado" por mucho tiempo el tema del purgatorio es la predicación carmelitana de la Virgen yendo a sacar almas del purgatorio los días sábados. Lo siento por aquellos a los que les mueve a devoción, pero a mí me devuelve una religiosidad infantil (en el mal sentido) y tosca.

Cuando la Iglesia predica oficialmente el purgatorio (Catecismo, concilios) lo hace apoyando la doctrina en la "comunicación de beneficios" entre vivos y difuntos. En definitiva el gran fundamento del purgatorio es que las oraciones por los difuntos tienen valor, significan algo: "las almas detenidas en él reciben alivio con los sufragios de los fieles, y en especial con el aceptable sacrificio de la misa" (Conc. Trento, ses. XXV).

La Iglesia no pretende que el purgatorio es enseñanza bíblica directa. Como muchos dogmas, sólo indirectamente se apoyan en textos bíblicos explícitos. Se trata más bien de una percepción de conjunto, un juicio prudencial sobre el significado de esos textos, y sobre todo, el modo como los han leído los testigos primigenios de la Tradición: los Padres.

El catecismo acude a citas como 1Co 3,15; 1P 1,7 para la imagen del fuego purgante (distinto al fuego de castigo), y a Mt 12,31-32 para señalar —por sentencia del propio Jesús— que hay perdón también en el otro mundo, no sólo en este. A esto también agrega el propio Catecismo la cita de 2M 12,46 donde Judas Macabeo encomia la oración por los difuntos.

Se podría haber sumado la imagen de Mt 5,26/Lc 12,59: el deudor injusto que no perdona a quien le debe a él mucho menos de lo que debe él, y que el dueño manda a la cárcel con la admonición: "no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo."

Pero ¿no basta con que el Padre nos perdone y ya, sin tanta "burocracia celeste"?

¿No reproduce este esquema en definitiva el de una Iglesia feudal en la que para llegar a Dios hay que pasar por múltiples instancias (y de paso abonar muchas tasas)?

Es interesante que la declaración doctrinaria no da por sentado que son muchos los que van al purgatorio, y la excepción al paraíso. Sin que aborde la cuestión del número, la redacción da a entender más bien lo contrario: "Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados" (Catecismo, 1030), "si los verdaderos penitentes salieren de este mundo antes de haber satisfecho con frutos dignos de penitencia por lo cometido y omitido" (Conc. Florencia). No dan la impresión de condiciones normales sino precisamente excepcionales. El evangelio, las palabras de Jesús, la consoladora predicación de san Pablo, de san Juan, nos invitan al cielo, y nos hablan de cielo. Del publicano que oraba tras el fariseo se dice que "bajó a su casa justificado". Puede ser que al día siguiente hubiera necesitado de nuevo perdón, pero ese día bajó a su casa justificado. Si hubiera muerto en ese momento iba al cielo. A la adúltera Jesús le dice que él tampoco la condena. Le advierte que no peque, y todos sabemos que lo más probable es que sí volviera a pecar, pero el mensaje de Jesús es de aliento, no de prevención, de alegría por la apertura del cielo, no de precaución por el fuego purificador.

Creo que podemos abrigar la confianza (que no es presunción, porque no se basa en nuestro deseo sino en el aliento explícito del Señor) en la disposición total del Padre de recibirnos en su seno: también él desea estar con nosotros, tras todo este tiempo de nuestra vida terrena en que nos enseñó a desear estar con él. Pienso que la mayor parte de los casos de los que se salvan serán "Hoy estarás conmigo en el paraíso", y unos pocos los que deberán pasar por una purificación suplementaria.

Pero la "purificación suplementaria" tiene su lógica: nuestra naturaleza debe participar por completo de la salvación, no es un sujeto pasivo al cual Dios le aplica (le imputa) su justificación, sino que es una naturaleza humana que al contacto con Dios brillará en sí misma, claro que desde la santidad divina, pero en sí misma. Nuestra naturaleza humana, la de cada uno, está llamada por Dios a la justicia. Los santos nos dan en este mundo el modelo de lo que es "brillar en sí misma", en tanto a lo largo de su vida transparentan a Dios y a su muerte entran a la plenitud del banquete del Señor.

Pero cuando me observo a mí mismo, veo tantas resistencias personales a eso, tanta opacidad en mi propio deseo y mi propia disposición a dejarme tomar por Dios, que no puedo menos de desear el cielo, porque Cristo me reveló que era posible, y al mismo tiempo ser completamente consciente de lo imposible que se lo hago. No se trata de méritos, como si nos tuviéramos que "ganar" la salvación; se trata de que positivamente pongo —y estoy seguro de ello— obstáculos a la gracia, de mil maneras. Nuestro Señor nos cargó de esperanza: "tú, que absolviste a María, y al ladrón prestaste oído, también a mí me diste esperanza", dice una bella estrofa de la secuencia de difuntos "Dies Irae". Pero no llegaré a él sin participar por completo en el gozo de esa salvación. Así que para mí, para los que sean como yo, ha creado el Señor el purgatorio. No para todos ni para la mayoría, pero es un gran consuelo para los que sabemos que no llega al cielo una materia inerte que recibe pasivamente el perdón del Padre, sino un hombre que puede participar con todo su ser del encuentro con Dios, con un deseo por completo ordenado. Ahora la gracia me lleva con suaves movimientos, pero aun se opone a ella muy activamente mi pecaminosidad, pero una vez muerto, cuando ya no pueda pecar, agradezco que Dios no tire la toalla de mi santidad, y sus suaves toques sean lo único actuante en mi vida, que ya no pueda yo obstaculizar su tarea.

Por eso más que explicar el dogma del purgatorio, prefiero testimoniar por qué espero en ese Dios que siempre tiene un as en la manga, y cuando cualquiera con sanos criterios religiosos diría que entonces ya no podría entrar, pues entro igual: también a mí me diste esperanza. Y así como lo espero para mí, lo espero hasta para el más alejado de los hombres. Es bello caer en manos de ese Dios vivo.

Comentarios
por rosago (95.62.200.---) - miércoles , 27-ago-2025, 12:35:18
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