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El Testigo Fiel
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Apariciones marianas, revelaciones

y otras manifestaciones particulares de Dios

por Lic. Abel Della Costa
Nació en Buenos Aires en 1963. Realizó la licenciatura en teología en Buenos Aires, y completó la especialización en Biblia en Valencia.
Desde 1988 hasta 2003 fue profesor de Antropología Teológica y Antropología Filosófica en en la Universidad Católica Argentina, Facultad de Ciencias Sociales.
En esos mismos años dictó cursos de Biblia en seminarios de teología para laicos, especialmente en el de Nuestra Señora de Guadalupe, de Buenos Aires.
En 2003 fundó el portal El Testigo Fiel.
10 de noviembre de 2013
Información acerca del siempre llamativo tema de las apariciones y revelaciones privadas, ¿es obligado creer en ellas si la Iglesia las admite?

Las apariciones de la Virgen -algunas reales, otras fantaseadas-, milagros espectaculares, locuciones interiores contadas por sus protagonistas, voces sobrenaturales, etc. cuentan siempre con un público asegurado. Puede que la gente no tenga demasiado tiempo para la silenciosa aparición cotidiana de Jesucristo, la eucaristía, pero si alguien publica que una imagen lloró cera verde y reveló la fecha del fin del mundo, esos mismos que pasan de largo ante la misa atiborrarán la casa de las supuestas revelaciones.

Eso, naturalmente, redunda en un gran desprestigio de las apariciones y revelaciones privadas... tanto fraude y engaño no pueden sino poner en guardia al que realmente quiera creer en el Dios vivo y verdadero, por eso le pedimos a la Iglesia que nos señale cuándo una aparición o revelación puede ser admisible.

La historia comenzó hace 2000 años

La Iglesia se topó con este problema desde el principio: la revelación misma del Nuevo Testamento no depende sólo de los testigos oculares de Cristo y de los apóstoles enviados por él cuando vivía visiblemente en nuestro mundo; en las primeras comunidades cristianas había intérpretes de la revelación divina llamados con el nombre (tomado del Antiguo Testamento) de "profetas". No eran vaticinadores del futuro, sino "canales" privilegiados de la profundización que Cristo quería para su evangelio. Por eso en Efesios 2,20 (y en muchos otros lugares con palabras similares) se nos dirá que estamos "edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo". La promesa de Cristo de que el Espíritu Santo iría llevando a su Iglesia a la verdad completa se cumplía, según esta primera generación cristiana, de manera palpable en estos profetas, que aportaban interpretaciones nuevas, profundizaciones y matices a los recuerdos de Jesús que guardaban los testigos oculares.

Sin embargo, en algunas comunidades ocurrían también desviaciones, no siempre estos profetas eran auténticos profetas, es decir, auténticos canales de resonancia del Espíritu Santo. El Apocalipsis, por ejemplo, denuncia con un nombre simbólico a una profetisa, "Jezabel, esa mujer que se llama profetisa y está enseñando y engañando a mis siervos para que forniquen y coman carne inmolada a los ídolos." (2,20). Por eso ya desde el principio fue necesario encontrar criterios que permitieran distinguir al verdadero del falso profeta, sin matar la libre obra del Espíritu en la comunidad.

Las cartas del Nuevo Testamento ponen siempre a los profetas subordinados a los apóstoles: "Y así los puso Dios en la Iglesia, primeramente como apóstoles; en segundo lugar como profetas; en tercer lugar como maestros; luego, los milagros; luego, el don de las curaciones, de asistencia, de gobierno, diversidad de lenguas." (1Cor 12,28)

De este modo, la revelación testimoniada por la tradición (los testigos apostólicos) juzga sobre la validez y los límites de las nuevas revelaciones: algo nuevo puede ser verdadero sólo a condición de que no rompa con lo ya revelado. ¡Gran paradoja! algo nuevo puede ser verdadero a condición de que no sea tan del todo nuevo... 

A esto se suma el criterio de la cruz: si alguna enseñanza vacía de sentido la cruz de Cristo, no puede nunca ser obra de un auténtico profeta, por muy prestigioso y venerado que sea en la comunidad, ¡aunque parezca ser Dios mismo hablando!:

«Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema!» (Ga 1,8)

Como tercer aspecto del criterio, cualquier nueva revelación tiene que poder verse contenida en la revelación primigenia de Jesús, porque como dice Carta a los Hebreos: «Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo» (1,1), por tanto la figura de Jesús, su vida, lo revelado en él tiene que contener cualquier novedad que se introduzca posteriormente en la Iglesia.

En suma: para que una revelación nueva no sea falsa, tiene que concordar con la enseñanza apostólica, expresar lo esencial de Jesús, y manar de su enseñanza.

Así lo dice el Catecismo en sus números 66 y 67; por un lado se reconoce que «aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos.» (66), pero «La fe cristiana no puede aceptar "revelaciones" que pretenden superar o corregir la Revelación de la que Cristo es la plenitud.» (67)

Límites del criterio

El criterio nos dice cuándo es seguro que una revelación no es de Dios: cuando contradice a la revelación del propio Dios en Jesús. Sin embargo no nos dice algo muy importante: ¿cuándo es de Dios? es decir, una vez que despejamos el amplio campo de lo falso y engañoso, nos queda aun otro amplio campo, que es el de lo dudoso: esto que no contradice la revelación, esta manifestación, esta aparición de la Virgen, este mensaje de misericordia, ¿será de Dios?

Ya vimos que el criterio negativo es bastante claro, en cuanto a este nuevo criterio necesario, dice el Catecismo: 

«A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas "privadas", algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de "mejorar" o "completar" la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia.» (nº 67)

Eso que dice es posiblemente lo más importante, y lo que nos solemos pasar por alto con harta frecuencia: puesto que la Iglesia nunca puede asegurar al completo que una manifestación de Dios posterior a la era apostólica sea realmente de Dios, entonces tampoco puede obligar a nadie a creer en ellas, y esto por principio. Pertenecen, todas ellas, al terreno de las "revelaciones privadas"; "privadas" no porque ocurran ocultamente, sino porque pertenecen a otro rango, a otro "registro" que la revelación pública de la que es depositaria y custodia la Iglesia.

Un documento reciente, del que hablaremos luego, lo dice de esta manera:

«El valor de las revelaciones privadas es esencialmente diferente al de la única revelación pública: ésta exige nuestra fe; en ella, en efecto, a través de palabras humanas y de la mediación de la comunidad viva de la Iglesia, Dios mismo nos habla. El criterio de verdad de una revelación privada es su orientación con respecto a Cristo.[...] Es una ayuda que se ofrece pero que no es obligatorio usarla. En cualquier caso, ha de ser un alimento de la fe, esperanza y caridad, que son para todos la vía permanente de la salvación.» (Normae, prefacio, 3)

Revelaciones, apariciones, mensajes, milagros

Como puede notarse, he hablado todo el tiempo de "revelaciones privadas", cuando en el título y la introducción decía que iba a referirme a apariciones, locuciones interiores, y otros fenómenos.... es que efectivamente, para la Iglesia todo el conjunto va unido. A las apariciones de la Virgen les cabe las mismas prevenciones que a una revelación "profética", e incluso aunque la Iglesia admita algunas, siempre es en los límites de la manifestación privada.

¿Entonces se puede ser católico si no se cree en la aparición de Fátima, Lourdes o Guadalupe, por no nombrar sino las más importantes e inequívocamente admitidas por la Iglesia? Sí, por supuesto que sí. Sea Fátima o una aparición ignota, el criterio que rige siempre es que se trata de "una ayuda que se ofrece pero que no es obligatorio usarla".

Lamentablemente muchos católicos, incluyendo sacerdotes (que así enseñan a los fieles a comportarse inquisitorialmente), "sospechan" de manera sistemática de aquellos que no creen en tal o cual aparición mariana (de las importantes), o que no se impactan por milagros, locuciones, y no multiplican las devociones privadas. Todo ello la Iglesia lo ofrece como ayuda, no como obligación para ningún creyente.

Es muy bueno aceptar los medios particulares que la Iglesia nos ofrece, en la medida en que nos sentimos "tocados" por ellos, que nuestro espíritu se ve llevado a la piedad por medio de ellos, a crecer en el conocimiento y la adoración de Dios por medio de ellos. Pero de mejor calidad piadosa es no juzgar a ver qué hacen los demás en su camino hacia Dios, porque nos podemos encontrar con que creemos en muchas cosas que la Iglesia invita a creer sin obligar, pero no cumplimos con el elemental precepto salido de boca de Jesús: «con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá» (Mt 7,2)

La Iglesia venera algunos hechos extraordinarios, incorporándolos incluso en el culto litúrgico, como al celebrar memorias de Fátima, de Lourdes y otros, pero nunca es el hecho extraordinario el centro de esa veneración, sino el amoroso contacto de Dios con su pueblo, a través, por ejemplo, de la Virgen.

Como muestra puede verse la redacción de los respectivos «elogios» de las memorias litúrgicas de Guadalupe, Lourdes y Fátima (ver martirologio Romano, días respectivos):

«Bienaventurada Virgen María de Guadalupe en México, cuyo gran maternal auxilio implora con humildad el pueblo en la colina de Tepeyac, cerca de la ciudad de México, donde apareció. Ella brilla como una estrella que invita a la evangelización de los pueblos, y es invocada como protectora de los indígenas y de los pobres.»

 

«Nuestra Señora la Bienaventurada Virgen María de Lourdes. Cuatro años después de la proclamación de su Inmaculada Concepción, la Santísima Virgen se apareció en repetidas ocasiones a la humilde joven santa María Bernarda Soubirous en los montes Pirineos, junto al río Gave, en la gruta de Massabielle, cerca de la población de Lourdes, en Francia, y, desde entonces, aquel lugar es frecuentado por muchos cristianos, que acuden devotamente a rezar.»

 

«Nuestra Señora la Bienaventurada Virgen María de Fátima, en Portugal. En la localidad de Aljustrel, la contemplación de la que, en el orden de la gracia, es nuestra Madre clementísima, suscita en muchos fieles, no obstante las adversidades, la oración por los pecadores y la profunda conversión de los corazones.»

En los tres casos he destacado en cursiva cómo la redacción del elogio pone el fenómeno extraordinario al servicio de ese contacto actual y permanente (no evocativo y pasado) de Dios con su pueblo.

Magisterio

En la década de 70, siguiendo el espíritu del Concilio Vaticano II, se buscaba cómo clarificar un poco mejor esta cuestión, ya que aunque era tratada con pragmatismo por las autoridades eclesiásticas, no había un protocolo de actuación que los obispos pudieran seguir de manera inequívoca. Así que la Congregación para la Doctrina de la Fe emitió en 1978 unas «Normas sobre el modo de proceder en el discernimiento de presuntas apariciones y revelaciones». El documento no se hizo público, porque parecía que sólo podía tener el fin práctico de apoyar la tarea de los obispos; pero ante el vacío doctrinario explícito sobre este tema, comenzaron a circular por manuales, universidades y públcio, copias fragmentarrias de estas Normas; por ese motivo la misma Congregación para la Doctrina de la Fe hizo por fin en 2011 una publicación oficial de estas mismas Normas, con un prefacio donde resume los principales aspectos de la doctrina católica acerca de todos estos fenómenos. Los dos documentos, dada la poca cantidad de textos magisteriales dedicados explícitamente al tema, son importantes, y pueden leerse en el sitio del Vaticano:

Prefacio a las «Normas...»

Normas sobre el modo de proceder en el discernimiento de presuntas apariciones y revelaciones

 

Una prevención de San Juan de la Cruz

Sabido es que el gran Doctor Carmelita, así como su compañera de religión y Doctora de la Iglesia también, santa Teresa de Jesús, a pesar de haber sido ellos mismos protagonistas de fenómenos sobrenaturales, desconfiaban de una piedad que pusiera el acento en esos fenómenos. Así, en los distintos sitios donde tratan en sus obras del problema, uno en especial de san Juan de la Cruz, citado fragmentariamente en algunos documentos del magisterio, puede ser bueno leer por entero:

«Y ellos [los que reciben revelaciones] muchas veces obran o creen según aquello que se les reveló o se les respondió, porque, como ellos están aficionados a aquella manera de trato con Dios, asientaseles mucho y allánaseles la voluntad. Naturalmente gustan y naturalmente se allanan a su modo de entender; y yerran mucho muchas veces, y ven ellos que no les sale como habían entendido, y maravíllanse; y luego salen las dudas en si era de Dios (o no era de Dios) pues no acaece ni lo ven de aquella manera. Pensaban ellos primero dos cosas: la una, que era de Dios, pues tanto se les asentaba primero, y puede ser el natural inclinado a ello que causa aquel asiento, como habemos dicho; y que, la segunda, siendo de Dios, había de salir así como en ellas entendían o pensaban. 

Y aquí está un grande engaño, porque las revelaciones o locuciones de Dios no siempre salen como los hombres las entienden o como ellas suenan en sí. Y así no se han de asegurar en ellas ni creerlas a carga cerrada aunque sepan que son revelaciones o respuestas o dichos de Dios. Porque, aunque ellas sean ciertas y verdaderas en sí, no lo son siempre en sus causas y en nuestra manera de entender. 

[...]porque, como Dios es inmenso y profundo, suele llevar en sus profecías, locuciones y revelaciones, otras vías, conceptos e inteligencias muy diferentes de aquel propósito y modo a que comúnmente se pueden entender de nosotros, siendo ellas tanto más verdaderas y ciertas cuanto a nosotros nos parece que no. Lo cual (a) cada paso vemos en la Sagrada Escritura; donde a muchos de los antiguos no les salían muchas profecías y locuciones de Dios como ellos esperaban, por entenderlas ellos a su modo, de otra manera, muy a la letra.» (Subida al Monte Carmelo, Libro II, cap. 18, nn18-19 y cap 19,n1, agradezco a Hernan González la recopilación de estos textos)

Comentarios
por juan Pedro (i) (195.235.76.---) - lunes , 11-nov-2013, 5:10:13

Me gusto mucho la explicaciones de las apariciones marianas y sobre todo lo de San Juan de la Cruz. Gracias Abel.

por Maricruz (221.89.37.---) - sábado , 16-nov-2013, 2:45:23

Copio aquí lo que acabo de leer de una homilia del santo Padre.

14 noviembre, 2013 (Romereports.com) El Papa Francisco centró su homilía en Casa Santa Marta en la sabiduría. En concreto, Francisco advirtió de su defecto opuesto, la curiosidad malsana. Por ejemplo, la de aquellos que dicen: “Yo conozco un vidente que recibe cartas y mensajes de la Virgen”. A lo que Francisco responde que la Virgen María es Madre de todos y no un “jefe de Correos, que envía mensajes todos los días”.

Francisco
“El espíritu de la curiosidad nos aleja del espíritu de la sabiduría, porque sólo le interesan los detalles, las noticias, las pequeñas noticias de cada día. O, ¿cómo se hará esto? Es el cómo: es el espíritu del cómo. Y el espíritu de la curiosidad no es un buen espíritu: es el espíritu de la dispersión, del alejarse de Dios, el espíritu del hablar demasiado”.

Francisco concluyó que los santos son sabios porque siempre caminan bajo la presencia de Dios.


EXTRACTO DE LA HOMILÍA DEL PAPA
(Fuente: Radio Vaticana)

"Esto es caminar en la vida con este Espíritu: el Espíritu de Dios, que nos ayuda a juzgar, a tomar decisiones según el corazón de Dios. Y este Espíritu nos da paz. ¡Siempre! Es el Espíritu de paz, el Espíritu de amor, el Espíritu de fraternidad. Y la santidad es precisamente esto. Lo que Dios pide a Abraham - “Camina en mi presencia y sé irreprensible” – es esto: esta paz. Ir bajo la moción del Espíritu de Dios y de esta sabiduría. Y aquel hombre y aquella mujer que caminan así, se puede decir que son un hombre y una mujer sabios. Un hombre sabio y una mujer sabia, porque se mueven bajo la moción de la paciencia de Dios".

"Y cuando nosotros queremos adueñarnos de los proyectos de Dios, del futuro, de las cosas conocer todo, tomar todo en nuestra mano… Los fariseos preguntaron a Jesús: “¿Cuándo vendrá el Reino de Dios?”. ¡Curiosos! Querían conocer la fecha, el día… El espíritu de la curiosidad nos aleja del Espíritu de la sabiduría, porque sólo interesan los detalles, las noticias, las pequeñas noticias de cada día. ¿O cómo se hará esto? ¡Es el cómo: es el espíritu del cómo! Y el espíritu de la curiosidad no es un buen espíritu: es el espíritu de la dispersión, del alejarse de Dios, el espíritu de hablar demasiado. Y Jesús también viene a decirnos una cosa interesante: este espíritu de curiosidad, que es mundano, nos lleva a la confusión".

"Así Santa Teresina - Santa Teresa del Niño Jesús - decía que ella debía detenerse siempre ante el espíritu de la curiosidad. Cuando hablaba con otra hermana y esta religiosa relataba una historia, algo de la familia, de la gente, algunas veces pasaba a otro argumento y ella tenía ganas de conocer el final de esta historia. Pero sentía que aquello no era el espíritu de Dios, porque era un espíritu de dispersión, de curiosidad. El Reino de Dios está en medio de nosotros: no buscar cosas extrañas, no buscar novedades con esta curiosidad mundana. Dejemos que el Espíritu nos lleve adelante, con esa sabiduría que es una brisa suave. Éste es el Espíritu del Reino de Dios, del que habla Jesús. Así sea".

por Maricruz (221.89.37.---) - sábado , 16-nov-2013, 2:53:21

Y me pregunto si esta "avidez por las apariciones, revelaciones, prodigios, etc. etc. no proviene de esa curiosidad malsana, además de el miedo... Sí, el miedo a que Dios no sea Dios. Tememos que el caos del pecado sobrepase su misericordia y su sabiduría. Tememos que Dios sea incapaz de llevar a término su plan de salvación, y vamos buscando, por un lado, seguridades de que nosotros estamos al lado de "los buenos" y por otro, que los malos sean destruídos; nos sentimos necesitados del infierno a donde todo aquello que nos da miedo y nos molesta, lo que vemos como "malo" pueda hundirse y desaparecer. Queremos que se lo castigue...

Ay, ¡Cuando nos tomaremos en serio el Evangelio! El perdón, el amor ilimitado y misericordioso de Dios, la "fe que mueve montañas" y que no depende de revelaciones y visiones, sino de la pura fe y del puro amor... No juzgo de la mayor o menor autenticidad de visiones y revelaciones, pero si quiero señalar que depender de ellas diluye nuestra fe en algo que es más emotivo que espiritual.

¡Ven Espíritu Santo, ilumina nuestro corazón para vivir en la fe y el amor verdaderos que nos infunde tu presencia! Y así podamos ser fieles a tu guía por los caminos de Dios.

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