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El Testigo Fiel
formación, reflexión y amistad en la fe, con una mirada católica ~ en línea desde el 20 de junio de 2003 ~
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Buscador simple (o avanzado)
El buscador «simple» permite buscar con rapidez una expresión entre los campos predefinidos de la base de datos. Por ejemplo, en la biblioteca será en título, autor e info, en el santoral en el nombre de santo, en el devocionario, en el título y el texto de la oración, etc. En cada caso, para saber en qué campos busca el buscador simple, basta con desplegar el buscador avanzado, y se mostrarán los campos predefinidos. Pero si quiere hacer una búsqueda simple debe cerrar ese panel que se despliega, porque al abrirlo pasa automáticamente al modo avanzado.

Además de elegir en qué campos buscar, hay una diferencia fundamental entre la búsqueda simple y la avanzada, que puede dar resultados completamente distintos: la búsqueda simple busca la expresión literal que se haya puesto en el cuadro, mientras que la búsqueda avanzada descompone la expresión y busca cada una de las palabras (de más de tres letras) que contenga. Por supuesto, esto retorna muchos más resultados que en la primera forma. Por ejemplo, si se busca en la misma base de datos la expresión "Iglesia católica" con el buscador simple, encontrará muchos menos resultados que si se lo busca en el avanzado, porque este último dirá todos los registros donde está la palabra Iglesia, más todos los registros donde está la palabra católica, juntos o separados.

Una forma de limitar los resultados es agregarle un signo + adelante de la palabra, por ejemplo "Iglesia +católica", eso significa que buscará los registros donde estén las dos palabras, aunque pueden estar en cualquier orden.
La búsqueda admite el uso de comillas normales para buscar palabras y expresiones literales.
La búsqueda no distingue mayúsculas y minúsculas, y no es sensible a los acentos (en el ejemplo: católica y Catolica dará los mismos resultados).

La tarea del catequista hoy

por Lic. Abel Della Costa
Nació en Buenos Aires en 1963. Realizó la licenciatura en teología en Buenos Aires, y completó la especialización en Biblia en Valencia.
Desde 1988 hasta 2003 fue profesor de Antropología Teológica y Antropología Filosófica en en la Universidad Católica Argentina, Facultad de Ciencias Sociales.
En esos mismos años dictó cursos de Biblia en seminarios de teología para laicos, especialmente en el de Nuestra Señora de Guadalupe, de Buenos Aires.
En 2003 fundó el portal El Testigo Fiel.
15 de junio de 2020
¿Cuál es nuestra tarea como catequistas en la Iglesia? ¿podemos evaluar nuestros resultados en términos de transmisión de la fe? ¿qué herramientas nos vienen mejor para la tarea? Pequeña reflexión en torno a estas preguntas -sin agotarlas, claro-.

A mis compañeros catequistas
de la Parroquia San Pedro Apóstol de Paterna

Estaba leyendo un reportaje a un obispo sudanés, Mons. Yunan Tombe, de la diócesis de El Obeid, y cuando el periodista le preguntaba cómo podía desarrollar su tarea pastoral de atención a la minoría católica en medio de los conflictos de Sudán, respondía: En Darfur, la mayoría de los centros cristianos están en zonas del interior, y ni yo ni los sacerdotes podemos visitarlos todos. Únicamente en torno a Nyala hay más de 60 pequeñas comunidades cristianas. Yo solo puedo ir hasta esta ciudad y mantener el contacto con estos grupos a través de los catequistas.” (Mundo Negro, junio, 2020)

Recordé también el caso notable de Japón (muy bien reflejado en la película Silencio), de cómo sus cristianos mantuvieron la fe oculta durante todo el aislamiento del Japón tras un período de persecuciones, de tal modo que cuando llegaron de nuevo los evangelizadores, se encontraron con que había alli una fuerte fe cristiana, sin dimensión institucional visible. Esto fue posible por la callada tarea de los catequistas laicos.

El catequista es como la compañía de ingenieros de los ejércitos: está allí mucho antes de comenzar la batalla: está para preparar los puentes, allanar los caminos, y luego retirarse: no somos los que damos la batalla, sino los que creamos las condiciones para el combate de la fe.

Porque la fe siempre lleva a un combate: entre Jacob y Dios (Gn 32,25-31), entre el hombre que va de ganador por la vida, pero que en secreto tiene miedo y se siente perdido, como Jacob, y el Dios que lo vence, le cambia el nombre, y lo adopta como hijo (ver la estupenda catequesis de Papa Francisco del 10 de junio de 2020).

Recibimos padres que “solo” quieren que su hijo tome la primera comunión, simplemente en su familia se ha hecho siempre así, y por unos años más se seguirá haciendo así. La fe cristiana ocupa un lugar absolutamente marginal en la vida de esos padres (estoy generalizando, a veces no es así, pero es lo frecuente), y consiguientemente también en la de los hijos. Algunos, cada vez más, no han sido siquiera bautizados, la promesa que les hacen los padres para que los niños acepten venir (y es que si no aceptan, no se les trae) es que van a “jugar” y “divertirse”.

Pero ese es solo nuestro punto de partida, nuestro particular Vado de Yabboq. Tenemos dos años para que esa pequeña alma se lleve la impresión de por vida de un Dios que va en serio.

Un Dios que va en serio es el que le dislocará, mucho más tarde, sus falsas seguridades, el glamur de vidas construidas sobre nada, desamor cuando el amor es lo único que nos sacia... en fin, la vida humana, simplemente.

Nosotros hemos creado los puentes y caminos, le hemos dado lenguaje para cuando le sirva, y para cuando Dios decida irrumpir en su vida (en su propio y personal Vado de Yabboq).

Cuando conseguimos que uno o dos entre setenta niños continúe yendo a un par de misas después de la primera comunión nos sentimos orgullosos del éxito.. pero es un espejismo: nuestro éxito es una hipoteca, está en el futuro, está a la vuelta de ese hombre al llamado de Dios. A lo mejor ocurre a los 15 años, a lo mejor a los 30, a lo mejor en su lecho de muerte. Quizás lo veremos desde el cielo, y sonreiremos.

Fuentes de desánimo a evitar

Cuando nos concentramos en esa tarea, aparecen claras algunas fuentes de frustración y desánimo de los catequistas, que debemos conjurar conciéndolas y midiéndolas a la luz de nuestro verdadero objetivo: crear puentes y caminos a la irrupción de Dios en la vida de estos niños.

La primera fuente de desánimo es medir y pesar la fe activa de las familias (y consiguientemente de los niños). Muchos catequistas, por edad y formación, están a caballo de una época que se decía cristiana, y la actual, poscristiana, y tienen la tendencia a juzgar que “antes sí” venían mejor pertrechados, pero “ahora es un desastre”. Antes los niños llegaban sabiendo la señal de la cruz, y seguramente también el Padrenuestro, el Ave María, y posiblemente el Señor Mío Jesucristo, y si me apuran hasta el Alma de Cristo.

Habría mucho que decir de la autenticidad religiosa de una época que en cuanto pudo se quitó de encima misas y campanas; muy buena no sería la cosa para que los padres de hoy (que son los hijos o nietos de aquellas épocas) rechacen tan activamente la fe cristiana, incluso aunque traigan a sus niños a catecismo, por la costumbre y el banquete.

No es este el sitio para críticas a lo anterior, pero sí para valorar lo que tenemos: el niño que viene religiosamente casi en blanco, es también el terreno con el que podemos preparar unos futuros cristianos libres de los vicios de la cristiandad anterior, podemos enseñarles una Iglesia no viciada de clericalismo, podemos enseñarles un mandamiento del amor que no mide primero al otro por sus merecimientos, sino porque es hechura de Dios, podemos enseñarle una fe cristiana apegada a las obras de misericordia como síntesis de evangelio de los pobres que nos trajo Jesús, podemos enseñarle una fe cristiana que ama esta tierra, esta creación concreta y material de Dios, que la ama para cuidarla, una espiritualidad ecológica que nosotros no hemos recibido y que dejó nuestra propia fe coja, con Dios pero sin creación.

Tenemos tanta oportunidad de sembrar en ese terreno virgen, que detenerse en añorar que ese terreno no haya sido ya cultivado es perder el valioso tiempo que nos ha dado Dios para preparar su batalla.

La segunda fuente de desánimo es evidentemente la falta de resultados concretos e inmediatos. Citamos siempre Lucas 17,10 (“somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer”), y 1Cor 3,6 (“Yo planté, Apolo regó; mas fue Dios quien dio el crecimiento”), para convencernos de que nos somos dueños de nuestra eficacia pastoral; pero ¿lo creemos?

¡Realmente la tarea del catequista no es la del hoy ni la del mañana, es la del pasadomañana! Si transmitimos una fe viva, apegada al entusiasta y alegre mensaje de Jesús, y acompañamos esa transmisión con oración personal, podemos dar por seguro que Dios dará el crecimiento: no te dejaré ni te abandonaré (Jos 1,5).

Pero lo dará según su personal diálogo con cada alma, no en nuestros tiempos sino en el tiempo de Dios (“El mejor de todos los tiempos”, proclama un himno). Se trabaja más libre cuando no se está midiendo resultados sino entregas, la entrega es nuestra, el resultado no.

La tercera fuente de desánimo es confiar en nuestra comprensión racional de los enunciados de la fe, en nuestro modo adulto de pensar la fe, en vez de en los enunciados mismos, breves, sencillos y cargados de afecto. Cuando Juan el Bautista manda a preguntar a Jesús por su misión, este le responde: “los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva” (Mt 11,5 // Lc 7,22). Podría haberle hecho Jesús una disquisición teológica sobre el desarrollo de la promesa en el AT y cómo eso desembocaba en su propio obrar, pero prefirió señalar con el dedo lo que era visible e impactante: esto ES el reinado de Dios.

El acogimiento y la llamada universales de Dios lo anunciamos nosotros acogiendo y anunciando a todos los que Dios nos ha mandado, los que tienen abuelos que van a misa y los que no los tienen, los que rezan cada día y los que no rezan nunca. El perdón de los pecados lo anunciamos perdonando en nuestras aulas. La alegría de la fe la anunciamos siendo nosotros mismos catequistas alegres y confiados en la acción de Dios.

La explicación y la comprensión racional es algo válido, si surge la inquietud, pero secundario. Lo principal es aquello que impacta en el corazón: el testimonio; lo que queda grabado como palabra: la fórmula breve; y lo que se consigue como sencillo hábito: el compromiso.

Si habituamos al niño a encender con respeto una vela ante la Palabra de Dios en nuestras aulas, nos hemos ahorrado cientos de “clases” ineficaces acerca de cómo la Palabra es luz para nuestra vida. Si rezamos con unción, ante ellos y con ellos, por las necesidades de la catequesis, a lo mejor de un niño que está enfermo, etc. nos ahorramos largas explicaciones sobre la importancia de orar. Una historia de un santo donde se ilustre un aspecto concreto de la doctrina es mucho más eficaz que la exposición de esa misma doctrina.

Las canciones, las pequeñas fórmulas memorísticas de fe (pequeñas de verdad) y los compromisos sencillos de un encuentro al siguiente son nuestro material para transmitir ese Reino. Y si lo transmitimos así, lo estaremos viviendo: eso ES el reinado de Dios.

Comentarios
por isidro13 (62.101.188.---) - lunes , 15-jun-2020, 6:09:29

Breve pero enjundiosa reflexión que seguro ayudará a muchos catequistas e incluso a nuestra vida cristiana, ¡gracias Abel!

por ggulli1 (137.175.255.---) - martes , 16-jun-2020, 9:48:46

" Se trabaja más libre cuando no se está midiendo resultados sino entregas, la entrega es nuestra, el resultado no."...que bueno Abel, pero que bueno!!
GRACIAS
guillermo

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