Todos los textos de la misa de hoy, no sólo las lecturas bíblicas sino las antífonas, el prefacio, la oración colecta, todo repite machaconamente "gaudete", ¡alegraos!. Por supuesto, hay un motivo de alegría muy directo, que incluso en la oración colecta se dice claramente "...concédenos llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación..."; efectivamente, el tercer domingo de Adviento resulta un cierto punto de inflexión: está cerca el día 17 de diciembre, que es cuando los textos virarán definitivamente hacia la Navidad dejando atrás todo el matiz "escatológico-futurista" del Adviento.
Pero el tercer domingo no es el 17, está cerca pero no es: estamos aun dentro del doble significado del Adviento del que hablé en anteriores artículos, estamos aun entre la manifestación histórica de Jesús y su manifestación definitiva, y el "gaudete" de este domingo, aunque empieza a apuntar a celebrar la venida en carne, es todavía un "alegraos" de doble cara. Y los textos bíblicos que se leen nos lo hacen saber: porque ninguno de ellos habla propiamente del nacimiento de Jesús, sino que todos se ubican en un punto que podemos llamar "de consumación".
Sofonías 3,14-18a:
-El bello fragmento de Sofonías (primera lectura) reduplica el tema de la primera lectura del domingo anterior, y habla directamente a la alegría de la Jerusalén restaurada, y ésa es su dimensión escatológica. Pero es verdad también que en el simbolismo cristiano, la Madre de Jesús tiene todas las propiedades que corresponden a la Iglesia de Dios y a la Ciudad de Dios, así que todo lo que se diga de la Madre, se dice de la Iglesia y de Jerusalén, y viceversa: resultan términos intercambiables de un "juego de espejos" imposible de racionalizar, así que cuando Sofonías proclama la alegría final de Jerusalén, ese "grito de júbilo", resulta ser -en la intención litúrgica con la que fue elegido este texto- también el grito de la que da a luz, pero no con el grito del dolor de Eva, sino con la plenitud de alegría de la nueva Eva, y esa es la dimensión de "alegría del nacimiento".
Filipenses 4,4-7
-La segunda lectura, la Epístola, como sabemos, siempre es más "moral", tiene relación con el "vivir en Cristo"; ahora bien, por tratarse de un domingo especial, también esta lectura, sin perder su carácter práctico, tiene relación con las demás; y así escucharemos un Pablo que resume la quintaesencia de la moral cristiana: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres». Leámosla en voz alta tal como la dice la carta: «jáirete en kyrío pántote pálin eró jáirete». Repitámoslo en voz alta dos o tres veces y nos daremos cuenta -no es necesario saber griego, ni siquiera el significado de cada palabra por separado- que se trata de una fórmula para que quede grabada. Si no quedara mal, diría que es casi un "mantra", una fórmula que por el sonido busca provocar un movimiento del espíritu. Pero no es un mantra: es una fórmula en donde el significado "consciente" de las palabras tiene importancia, sin dejar de lado el otro aspecto, el del sonido; "jáirete" es "alegraos", pariente -prima hermana- de "jaris", "gracia". es que de eso habla esta lectura, y de eso habla todo lo que podríamos llamar una "moral cristiana", de la gracia, y la alegría que produce el obrar conducidos por Dios, incluso cuando no nos damos cuenta. "Os lo vuelvo a repetir -nos dice el Apóstol- jáirete". Ninguna consideración, por muy racional que se presente, puede arrebatar al cristiano esta posición fundamental de nuestro espíritu en el Espíritu. Nos alegramos porque el Señor volverá, pero nos alegramos también porque en pocos días celebraremos la revelación de toda alegría, la posibilidad real de toda alegría: Dios-en-carne.
Lucas 3,10-18
-Y el Evangelio, ¿qué decir? es una perla, una rarissima avis: históricamente visto, es el único texto de los Evangelios donde tenemos una noción más o menos aproximada de cuál fue la predicación concreta de Juan el Bautista (independientemente de que Lucas no lo consigna por motivos biográficos); sabemos que predicaba, y suponemos que su verbo encendía a los oyentes; pero la iconografía tradicional, siguiendo la descripción teológica de Mateo y Marcos (que quieren resaltar en Juan Bautista la vinculación con el Israel penitente del desierto), lo presenta con su vestido tosco de piel de camello, apenas sobrepuesto, comiendo langostas, falta que le pongan un garrote en la mano... y un clavo en la punta del garrote. Cuando veo las pinturas de Juan Bautista no sé si pensar en el hombre de Neardenthal o en el nuevo Elías. Pero en este texto de Lucas del domingo de Gaudete asoma un Juan el Bautista que no tiene nada que ver con los gruñidos de un tosco cavernícola, y mucho con el auténtico Nuevo Elías: un verbo brillante, encendido, lleno de esperanza y ya (anticipación que hace al anacronismo propio de un Evangelio y no de una simple biografía) cargado de la manera cristiana de entender el perdón: un nuevo comienzo, en adelante no peques, ¿que debemos hacer? algo nuevo, de ahora en más... ¡si es que da ganas de bautizarse, claro!
En el Evangelio de Lucas que leemos hoy se reúnen en un todo inseparable las dos líneas de las que hablaba al comienzo, la del gaudete escatológico futuro: el Señor va a venir de manera definitiva; y la del gaudete de la epifanía navideña: El Señor que viene es el que trae una palabra que hace nuevo todo... y entonces ya no hace falta esperar algo enteramente nuevo. Los cristianos, los que hemos recibido el bautismo, no el de conversión del Bautista sino el de resurrección de Jesús vivimos ya en una alegría que va hacia adelante, al encuentro del Espíritu, pero empujado desde atrás, por el propio Espíritu.
«palin eró jairéte» - «lo digo de nuevo: alegraos».