Las lecturas del día de Navidad están llenas de caminos a recorrer, temas e imágenes que van apareciendo en los distintos momentos del día; porque a diferencia de otras fechas, la liturgia de Navidad contempla cuatro juegos de lecturas distintas, según la hora en que se celebre la misa: de víspera, a medianoche, a la aurora o durante el día.
Quizás podría decirse que los dos ejes de sentido más destacados en todas ellas son:
-Jerusalén va a ser por fin liberada, es decir, se ha realizado esta noche la multisecular espera del Mesías del que hablaban los judíos, y
-Los gentiles ahora pueden abrigar la certísima esperanza de que serán incorporados al pueblo de Dios.
Para estas dos tramas se lee en todas las misas alguna lectura de Isaías, profeta del Mesías, y profeta del llamado a los gentiles: «¡Oídme, islas, atended, pueblos lejanos!»
Este tema, entonces, es central en todas las lecturas: la oferta de salvación ha adquirido esta noche una dirección certísima, la línea sinuosa que recorría el pueblo en el éxodo se ha enderezado y ha tomado ya la dirección recta hacia la instauración del Reinado de Dios, tal como lo había proclamado el mismo Isaías en el AT y el profeta del Nuevo, Juan Bautista: «abrid una calzada en el desierto, allanad el sendero de nuestro Dios.»
Pero como sabemos, las lecturas de la liturgia tienen mucho más de composición musical o de estructura arquitectónica que de discurso "lineal", así que a este tema central se le unen varios otros no menos importantes: el Mesías es a la vez el Hijo, el rey glorioso nace en la humildad, sólo los humildes lo reconocen y adoran...
Toda esta sinfonía de temas, subtemas, motivos, alcanza su gran desenlace en el evangelio que se lee en las misas del día, el prólogo de Juan: 1,1-18. Tan rico y decisivo es este prólogo, que lo volvemos a leer dentro de una semana, todos los años en el séptimo día de la octava de Navidad, es decir, el 31 de diciembre.
Imposible resumir el prólogo, a la vez una alabanza al diálogo intemporal de Dios y la Palabra, diciéndose eternamente, y un recuento muy temporal, muy en el tiempo de los hombres, de esa historia que no es mera acumulación de hechos dispersos, sino una historia preñada, que da a luz la Palabra en la carne del hombre. A la vez una composición que habla de lo nuevo e inaudito en la historia de los hombres, de lo escondido e inesperado de Dios; y lo hace entretejiendo una a una imágenes y reconocibles motivos venidos del fondo del Antiguo Testamento, comenzando por el propio poema de la Creación.
Toda esta sobreabundante trama llega a su fin con la frase con la que he encabezado este artículo: «A Dios nadie lo ha visto jamás». Es el Hijo el que lo revela, es el Hijo el que lo muestra, es el Hijo el que da la palabra que "muestra" a Dios. Creemos entonces en el Hijo; pero no sólo creemos en que él es el Hijo, no sólo creemos en lo que hace el Hijo, también, y por sobre todo, comenzamos creyendo en que el Hijo, y sólo él, puede decirnos auténticamente quién es Dios, porque a Dios nadie lo ha visto jamás.
Tan acostumbrados estamos a repetir que la Biblia es "la palabra de Dios" como si eso fuera algo que se entiende con facilidad, algo demasiado obvio como para no extrañarnos que pueda ocurrir que haya una palabra de Dios entretejida en letras humanas, que olvidamos que recién hoy, con la entrada del Hijo en el mundo, con el entretejido del Hijo en carne humana, esa palabra de Dios queda de verdad garantizada, deja de ser una palabra vacilante y pasa a ser una palabra "que ha visto al Padre", porque ha visto al Hijo. Esa palabra que llamamos "del Antiguo Testamento" puede ser a partir de hoy leída en su plenitud, porque puede leerse refleja en el Hijo, que es el único que ha visto al Padre.
Porque a Dios nadie lo ha visto nunca.
-No lo ha visto Moisés, a pesar de que ha hablado con él cara a cara, y tenía que cubrir su rostro cuando bajaba de la montaña, porque reflejaba los resplandores de la gloria de Dios. Sin embargo no lo ha visto; ha visto un rostro de Dios, un resplandor, una manifestación, pero no ha visto al Padre, a quien sólo ve el Hijo, y a quien sólo podemos preguntar y pedir que nos lo muestre.
-No lo ha visto Adán, que "oyó los pasos de Dios y se escondió"; él, que tuvo la oportunidad única de convivir con Dios en torno al árbol que era el propio Dios, se escondió porque tuvo miedo. Y así, debimos esperar a otro árbol donde el Hijo mostrara al Padre, y no tuviéramos ya necesidad de tener miedo.
-No lo ha visto Abraham, que habló sin embargo con él frente a frente y comió con él tortas de cebada en la calurosa tarde de Mambré, y regateó la salvación para diez justos. No lo vio como el Dios vivo y verdadero, sólo como una sombra y un anticipo, porque si lo hubiera visto como quien es, jamás hubiera detenido el regateo en diez justos. Hubo que esperar hasta el Hijo, que ha visto a Dios, para que llegara la salvación por un único Justo.
-No lo han visto Elías ni ninguno de los profetas, que hablaron, sin embargo, en su nombre. Cuando Elías, harto ya del rechazo del mundo, de la obsecación de los hombres en la mentira y el mal, se deseó la muerte para no tener que seguir compartiendo con Dios tanto fracaso, Dios le dio de comer y le mostró su espalda, lo consoló y le garantizó la misión... pero no le permitió que lo viera, porque no puede un hombre ver a Dios y seguir viviendo.
Y eso sigue siendo verdad: a Dios nadie lo ha visto, salvo el Hijo. Toda nuestra fe se apoya en fiarnos del Hijo, de la palabra del Hijo en la carne del Hijo. De la palabra dicha en palabras. Toda nuestra fe se apoyó y se sigue apoyando en mediaciones. Y cuando pasemos ese umbral y barrera de todo lo humano, a la vez enemiga y amiga, esa muerte que rodea y parece triunfar en este mundo, seremos semejantes al Hijo, porque lo veremos tal cual es, según nos dice 1Juan 3,2. Viendo al Hijo tal cual es, llegaremos a ver, en el Hijo, por completo al Padre; pero seguirá siendo cierto que a Dios nadie lo ha visto jamás, seguirá siendo cierto que no puede el hombre ver a Dios y seguir viviendo, veremos a Dios en el Hijo. Porque el hombre ha sido creado para las mediaciones, para encontrarse siempre "en medio de" y "a través de"; y ésa es la gloria del hombre, su destino eterno de encarnación y mediación, de ir caminando, a tientas primero, luego con paso firme, y luego para toda la eternidad, hacia el encuentro del Dios a quien no puede ver hombre alguno y seguir viviendo.
La frase negativa "a Dios nadie lo ha visto nunca", es a la vez la afirmación más gozosa que se le puede decir a un hombre; que se le puede decir al anunciarle que el Hijo trae la revelación auténtica de Dios, que la carne del Hijo es la auténtica medida de Dios entre nosotros, que no se encarnó por flaqueza, ni por tenerlo ya todo perdido, ni por hacer un intento más a ver qué pasa, sino porque Dios ama nuestras mediaciones, ama la carne, ama encontrarse en las mediaciones humanas: podría escuchar nuestros pensamientos e intenciones no expresadas, pero ama escucharnos cuando oramos; nos ve en la oscuridad, pero ama las luces de nuestras velas; no necesita nuestra música, pero ama oírnos cantar; puede hablar directamente a nuestro interior, pero prefiere y ama hacerlo en su Palabra de palabras humanas.
En fin que "a Dios nadie lo ha visto nunca" es un enunciado del amor divino que adquiere lo que no necesita, para adquirirnos a nosotros, los hombres, cada hombre, en esas mediaciones, en esa carne, en esos pañales del niño en el pesebre, en esa alegría sencilla de los hombres festejando el nacimiento, en esa revelación del designio del mundo, escondido incluso a los ángeles desde toda la eternidad.
Feliz y santa navidad.
Hermoso, bello, muy bonito escucharte Abel eres una personita entregada a Dios por lo que veo y que bueno que nos revelas tantas cosas que tu sabes, desde Moises quedo maravillada, del resplandor que el veia, Adan nomas oyo sus pasos y nadie ha visto ha Dios y seguir viviendo y Abraham quien comio con el tortas de cebada, y regateo la salvacion de diez justos y de Elias a quien Dios dio de comer y unicamente vio su espalda, cuantas cosas tan bien centradas nos revelas Abel, y lo de pasar el umbral y barrera de la muerte, y a quien encontraremos, y saber que Dios nos ama, ama sus creaturas, ama escucharnos orar, y oirnos cantar, cuantas cosas tan bellas he leido, gracias abel por tomar tu tiempo en escribir, Abel Dios te Bendiga.
Feliz y santa Navidad
Precioso comentario, Abel. Sólo añadir que si efectivamente "a Dios nadie lo ha visto nunca", y es el Hijo el que nos lo ha dado a conocer, también es cierto entonces que al hombre nadie lo ha conocido nunca hasta que el mismo Hijo, en su Encarnación, nos lo ha manifestado en su plenitud.
Muchas gracias y feliz Navidad.
claro q hay quien haya visto a dios mas que cara a cara sino en persona yo lo he visto y si dijera q no seria un mentiroso, porque me revelo cosas que jamas un hombre me hubiera dicho y visto . se que pensaran que estoy loco pero asi pensaron tambien de el por eso lo crucificaron, realmente lo vi y hablo conmigo a travbez de una revelacion en 1998 yo soy de jalisco de mexico y hasta el 2003 puede ir hasta atenas grecia a comprobar lo que me revelo quien fui en otra vida "epicuro" en otra era ahora me llamo beto
En realidad Moisés fue el único que pudo verlo,pero de espaldas.
" No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá. Y dijo aún Jehová: He aquí un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña; y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro." Exodo 33:20
Quiero aclarar que soy ateo. Pero pienso que si Dios existe, poder "verlo" trasciende nuestra capacidad humana, nuestros pobres sentidos no serían suficientes para captarlo en su totalidad. Es decir, para poder "verlo" deberíamos dejar de ser humanos, dejar de existir como tales.En ese sentido interpreto la afirmación de Jehová. Por supuesto, hay quienes lo "ven" a traves de la Fé, pero no es mi caso.
Un respetuoso saludo a tí, Abel y a todos los creyentes
Jorge Raichensztein