Hay en las lecturas de hoy un tema explícito que las unifica: la corrección fraterna. Su práctica, muy frecuente en algunos grupos cristianos pequeños, e incluso en las sectas de origen cristiano, no se ha extendido por el conjunto de la Iglesia. Al menos en Occcidente, parece una posibilidad bastante alejada de nuestro natural sentido de la inalienable individualidad -algo muy valioso, pero que también nos puede poner al borde de la incomunicación personal-.
Sin embargo el tema de fondo, el que subyace a todas las lecturas, y le da sentido y perspectivas a la «corrección fraterna» lo podríamos resumir con un versículo del salmo: «él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía.» El tema subyacente no es el individuo sino la comunidad: la construcción de la comunidad. Esto es mucho más explícito en el Evangelio, que se dirige a mostrar la presencia de Jesús, con el Padre, en las acciones de la Iglesia.
Aunque san Mateo ha mezclado aquí frases de Jesús provenientes de distintos contextos, y cuyo lugar concreto en la predicación de Jesús ya no podemos recontruir, es claro que esa construcción de la comunidad revestía para Jesús -y así lo interpretó correctamente san Mateo- la mayor importancia. Jesús dotó a su comunidad, a cada miembro de su comunidad, en tanto actuaran juntos en su nombre, de su propio poder, y le dio un signo explícito de ese poder: «Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.»
Es verdad que nosotros, siguiendo Mateo 16,19, hemos especializado esa frase exclusivamente para el poder apostólico, y casi exclusivamente para fundamentar la infalibilidad papal o el perdón sacramental de los pecados. Pero esas «especializaciones», con ser reales, son sólo algunos de los aspectos contenidos en el mandato de Jesús, que es mucho más amplio, y también más comprometido y difícil de llevar a cabo. Disfrazado de «obediencia a Roma», no tiene nada de meritorio, por parte de los creyentes, prendernos fuerte a la frase de Mateo 16,9 y descargar en los hombros del papa la responsabilidad de atar y desatar, cuando Jesús dejó de manera explícita y rotunda esa responsabilidad en manos de todos los creyentes, unidos en su Cuerpo, hechos Iglesia.
Es verdad que ese principio es inaplicable para una comunidad de dimensiones mundiales, ¿cómo habré yo de atar y desatar junto con el creyente de Nueva Zelandia, sobre todo cuando tomo conciencia de que ese atar y desatar en la tierra no son meras tomas de decisión coyunturales, sino un ejercicio de gobierno celestial, al que estoy llamado en comunión con el Hijo, y que tiene por tanto un cierto valor eterno? Jesús no era tan imprevisor como para no darse cuenta de antemano de las dimensiones mundiales a las que estaba llamando a su Iglesia («hasta los confines de la tierra»), y a que ese mandato de atar y desatar puesto en manos de la comunidad se hace imposible si esas manos abarcan tanto. ¡Y es que no fue tan imprevisor! Habló claramente de «dos o tres reunidos en mi nombre»; habló de pequeñas comunidades, de grupos de cristianos capaces de conocerse, de amarse, de tener problemas, de corregirse mutuamente con conocimiento recíproco, de comunicarse, de crecer juntos.
Nos quejamos, por ejemplo, del escaso poder de acogida que tiene la Iglesia en el mundo actual, sin embargo pretendemos reproducir rígidamente el esquema de parroquia que pudo funcionar en un tiempo y espacio concreto y determinado, para todo el mundo y todas las épocas, como si esa forma concreta de organizar la comunidad fuera tan revelada como la Santísima Trinidad. Es la pequeña comunidad la que tiene que encontrar su manera concreta de organizarse: en unas comunidades nuevas, quizás haga falta la centralización de la autoridad comunitaria en el párroco, en otras más maduras, posiblemente el sacerdote sólo necesite venir para celebrar la Eucaristía. Leemos casi cada semana a los obispos quejarse de que hay crisis vocacional y que hay nn parroquias sin sacerdote... ¿es que acaso no puede subsistir y ser pujante una estructura de pequeña Iglesia sin sacerdote? Naturalmente, si se ha convertido la estructura parroquial en un dogma jurídico inamovible, la respuesta es no, no puede subsistir una estructura eclesial sin un sacerdote que la dirija, coordine, mande, ordene, etc... Sin embargo allí están las palabras de Jesús para invitar a su Iglesia a la conversión, a la metá-noia, es dcir, al «cambio de mentalidad» (que eso quiere decir la palabra): convertir la mirada no es sólo rechazar el pecado anterior, sino también aceptar que lo que creíamos que se podía hacer sólo de manera A, se puede hacer también de B, C, D y muchas más, sólo limitados por el mandato de Jesús de que la comunidad tiene una función propia y específica: el crecimiento del amor mutuo en esta tierra, como anticipo del amor eterno.
Como objeción se me podría decir que «la Iglesia no es una democracia», frase que se utiliza muchísimas veces para limitar el alcance de estas palabras de Jesús en Mateo 18. El planteo que estoy haciendo no tiene nada que ver con una democracia, ni se funda en el carácter de la democracia, y mucho menos en el carácter de la democracia moderna. Ésta se basa en dos aspectos fundamentales para desarrollarse: la neutralidad valorativa y el poder del número. Es decir, la democracia moderna precisa que no haya nada que valga más que otra cosa, precisamente para que nadie pueda imponer un criterio por encima del número de votantes; dicho en sencillo: para la democracia moderna es bueno lo que vota la mitad + 1 de los sufragantes.
La Comunidad de la que habla Jesús no tiene nada que ver con la neutralidad valorativa, ya que hay un valor supremo: el amor fraterno, espejo del amor divino. Precisamente porque ese amor fraterno se ve más en lo cercano que en lo lejano, en más real en el que tengo al lado y me cuesta amar que en la unión espiritual del creyente español con el creyente de Nueva Zelandia, es más natural que una comunidad que se construye en torno al valor del amor fraterno se construya por pequeñas comunidades que buscan a tientas su propio camino. A tientas pero no sólos ni desnortados, a tientas porque estamos aun en el mundo, y eso implica tinieblas y vacilaciones, pero de ninguna manera solos ni sin guía: la guía es Jesús de manera inmediata, su Espíritu animando la comunidad, la tradición entera de la gran Iglesia, todas las demás comunidades, su historias, sus prácticas y problemas, las autoridades legítimas en las grandes decisiones.
Cercanos a los 50 años del Concilio Vaticano II, que tanto hizo por ampliar las miras de la eclesialidad y bregó -aunque no del todo exitosamente hasta ahora- por dejar atrás un esquema rígido y eurocéntrico de Iglesia, pido a Dios que sepamos sumergirnos más en el espíritu del Concilio y encontrar los caminos en que la construcción de su Iglesia revista para cada uno de los creyentes la gravedad y seriedad que tiene para Jesús, quien comprometió en ello no sólo algunas palabras, sino su propio poder orante delante del Padre: «allí estoy yo en medio de ellos».
Bueno Abel nada mejor que las lecturas de este Domingo y muy bonito que las expusiste sobre todo el nombre que diste "Dos o tres reunidos en su Nombre" y sobre todo los resultados de la numeraciòn de todas las lecturas de este precioso dìa "4" de Septiembre al igual que las que me diò Dios anoche, veo que hermoso y bello nos habla Dios pongamosle atenciòn y demosle gracias . Hablò claramente de "dos o tres reunidos en mi nombre", hablò de pequeñas comunidades, de grupos cristianos .
El amor fraterno espejo del amor divino, precisamente porque ese amor fraterno se ve màs en lo cercano que en lo lejano es màs real en el que tengo al lado y me cuesta amar que en la uniòn espiritual del creyente español con el creyente de Nueva Zelandia. Abel muchas gracias Dios te bendiga .